Fue el quien la descubrio. El, un experto en sorprender la mirada de sus ojos tras los cristales que tantas veces habia buscado por el reflejo en ellos de la luz. Desde un punto lejano que daba aun mas profundidad a la oscuridad opaca y espesa de esa noche dilatada en el temor y el desaliento, un brillo fugaz y doble lanzaba destellos vacilantes por el reflejo de aquella palida luna que no habia tenido fulgor mas que para si misma. No podia hablar ni gritar ni apenas moverse, no hizo mas que levantar temblando el brazo en la direccion donde habia visto las dos centellas y asi lo mantuvo hasta que comprendio que los demas, siguiendo la direccion que les indicaba, lo habian visto tambien y el
Tom salto al camarote y volvio con una manta que dejo en el suelo.
Comenzaron a picar las olas contra el casco del barco y a llegar rafagas de viento. Abocados a la borda seguian los cuatro los reflejos que ahora, aun con mar gruesa, se iban definiendo. Leonardus fue el primero en llamarla haciendo bocina con las manos, y recuperada la vitalidad bajo a la cabina y volvio con un megafono: «?Andrea! ?Andrea!».
Tom redujo la velocidad todo lo que le permitia seguir gobernando el barco, hasta que las voces acabaron sobreponiendose a la trepidacion de la maquina. Cuando estuvieron cerca, desviando el rumbo casi una cuarta para que la corriente no les echara sobre ella, mantuvo el gas en su punto minimo, paso el timon a Leonardus, colgo la escalerilla de la borda, se quito el jersey y los pantalones y se echo al agua.
Cuando Martin volvio a mirar al mar, Tom, con Andrea en la espalda, se agarraba con una mano a un cabo amarrado al chigre de escota del que tiraba Leonardus y con la otra mantenia asidas las dos manos de Andrea. Las olas ya muy altas les cubrian a veces y a Tom le costaba mantenerla sobre la espalda: ahogado por la presion de los brazos de ella a ambos lados de la cabeza, apenas lograba sacarla del agua para respirar. Dos veces solto el cabo para intentar coger la escalerilla y las dos veces se le escapo. Y de nuevo alejado por la corriente y cegado por el agua volvia para agarrarlo. Finalmente logro asirse a la escalera, puso un pie en el primer peldano y con mucha dificultad pudo izarse porque lo que llevaba no era mas que un peso muerto de rostro cubierto de cabellos al que las gafas tenidas por la luz roja de la banda de babor convertian en una mascara tragica. Los embates del mar habian crecido y cuando Leonardus, que se habia tumbado en cubierta boca abajo y se sostenia con los pies en el banco, alcanzo a agarrarla por debajo de los brazos, Tom subio otro peldano y ella con el. Martin se tumbo a su lado y en un gesto inutil alargo las manos hacia ellos.
– ?Quita!, dejame hacer -logro decir Leonardus casi sin voz por el esfuerzo-, ?inmoviliza el timon!
Martin se aparto y con las dos manos asio la rueda del timon y sin saber que hacer con ella la mantuvo firme mientras oia los golpes de la escalera y los embates del mar contra el casco.
Cuando la levantaron sobre la borda y la dejaron en cubierta tuvo la certeza de que habia muerto. La piel transparente se le habia pegado a los huesos y la palidez de la carne tenia la consistencia del cristal y el color del yeso. Arrastraba chorreando las horas de angustia y sufrimiento grabadas en el rostro y en la alteracion de los rasgos de la cara el titanico esfuerzo por sobrevivir agarrado a ella, convertido en ella, deformandola, sin que fuera posible descubrir donde empezaba su cuerpo y donde las huellas de su agonia, como las anforas llevan incorporadas las conchas, las piedras, endurecidas las algas, cristalizadas las medusas y amalgamado el color hasta alcanzar la palida y deprimida tonalidad que precede al transito hacia el no ser.
Esta es ella, penso, esta fue ella, y al comprobar que el magico influjo que le unia a esa mujer vencida ahora por el tormento y la muerte volvia a manifestarse con la inexorable reiteracion de las mareas y la incontinencia de los manantiales y se mantenia incolume salvando escollos, vilezas, fraudes y delitos, comprendio que por fuerza ese habia de ser el epilogo de la trama de abyeccion y miseria que habian urdido entre los dos.
Tom la dejo en el suelo e inmediatamente la volvio de lado y con las dos manos le apreto el estomago hasta hacer salir agua a chorros por la boca, y casi al instante repitio la operacion. Luego la cubrio con la manta que habia dejado en cubierta, la arropo y le quito las gafas con la suavidad con que se cierran los ojos de los muertos, pero la cinta elastica se habia enredado en los cabellos y tuvo que cortarla con las tijeras que le tendia Chiqui, y aparecieron sus ojos abiertos, ojos vidriosos con la calidad viscosa del molusco, opacos como los de los peces antes de sucumbir al proceso de descomposicion. Entonces la puso boca arriba, se arrodillo detras de su cabeza y coloco una rodilla a cada lado de la cara, se inclino, puso su boca contra la de ella y sistematicamente impulso aire en sus pulmones.
Los tres permanecian de pie esperando y cuando finalmente Tom, sofocado y congestionado, se aparto de ella, Andrea tenia los ojos cerrados y respiraba normalmente.
Martin, impulsado por un irresistible e inaplazable deseo de tocarla otra vez, dio un paso e inicio un gesto, pero le disuadio la mirada de Leonardus.
La entraron en el camarote y la dejaron sobre la litera. Tom volvio a arroparla remetiendo la manta bajo su cuerpo y anadio aun sobre ella dos mas y un saco de dormir.
– ?No hay que quitarle la ropa mojada? -pregunto Chiqui.
– No -dijo simplemente Tom, se sento a su lado, puso la mano debajo de las mantas y saco la de ella. La tomo por el pulso y ya no la solto. Chiqui se sento a su lado.
– ?Quieres cafe?, ?quieres agua?, ?tiene ella que tomar algo?
– No, gracias. Hay que esperar.
Leonardus, que habia quitado la escalera y gobernaba el timon, puso proa al viento rumbo a Castellhorizo.
Martin subio a cubierta. Comenzaba a amanecer y ya podia distinguir el perfil de los montes a su izquierda. Las embestidas del viento del nordeste habian tomado fuerza y se sucedian con mayor frecuencia y ahora el
De pie en la proa agarrado al mismo obenque que horas antes habia condenado a Andrea, contemplo un jiron de su vestido blanco que volaba aun chorreando prendido en el candelera del andarivel y asi permanecio en espera de la lluvia que no tardaria en caer. El cielo negro acumulaba nubes inquietas, el mar con la movilidad que precede al cataclismo rugia solapadamente, aqui y alla se iniciaba un nuevo remolino o un golpe de viento remitia para cargar con mayor fuerza en estampidas aisladas que multiplicaban paulatinamente la potencia de las olas y se rizaban con fuerza para caer y tomar mayor envergadura. Hasta que el mar, el viento y el cielo se fundieron en un unico relampago que fulmino toda la amplitud del firmamento y estallo sobre el universo en un trueno ensordecedor que rompio el espacio.
La tromba de lluvia que cayo en aquel momento alivio la tension acumulada en la atmosfera desde hacia muchos dias. No se movio, la lluvia se desplomo sobre su cuerpo y su cabeza sin que mitigara el ardor de la sangre que le golpeaba las sienes ni el estupor de su alma lacerada.
Cuando ya estaba completamente calado le vino a la memoria el final de la ultima escena de la serie que habia terminado pocos dias antes de iniciar el viaje, «la lluvia no moja a los muertos». Y por primera vez en muchas horas, sonrio.
La tormenta fue intensa y la lluvia cayo a plomo sobre el mar con tal fuerza que cuando repentinamente ceso habia allanado las crestas de las olas y barrido la espuma de sus estallidos. Quedaban en la superficie los vestigios ensordecedores de corrientes profundas que se habian desplazado con los vientos y las nubes a otras latitudes. Tras ellos el sol comenzo a dibujar los contornos de la costa con precision iluminando los arrecifes y devolviendo paulatinamente al agua la transparencia que la opacidad de la tormenta se habia llevado. Navegaban cabeceando al ritmo de la convulsion de las aguas, de vez en cuando mezclado con el olor a salitre llegaban del litoral efluvios de tierra mojada y piaban las aves rasgando el aire sobre el fragor perdido de la tempestad. Al cabo de un par de horas se desgajo nitida del continente la isla, que fue tomando protagonismo frente al paisaje, y al doblar el cabo para enfilar el puerto aparecieron los cormoranes de pie sobre las rocas, limpios y brillantes, verdes y negros, silenciosos e impavidos, con el pico levantado al cielo, como grandes esculturas de barro puestas a secar.
En el fondo de la bahia el barco de Rodas mostraba su desproporcion frente a la hilera de casitas del puerto, y lo que al principio se habia confundido con la amalgama de colores disueltos en la luz fue definiendose y aparecio la pintura descascarillada purpura, carmin casi, mas absurda aun que sus dimensiones, sobre los tonos tostados, ocres, cobres y de terracota del pueblo tras el.
Dos barcas vinieron a recibirles: la de Pepone con dos hombres mas a bordo y una vieja trainera de uso militar que habria estado varada durante anos en la antigua darsena, gobernada por uno de los dos soldados que