– Si.

– ?Que hora era?

– No se, cuando nos fuimos a dormir. -Se acordaba bien de que eran las diez, pero por un oscuro sentimiento de defensa no lo dijo.

– ?Y cuando volviste, ella se quedo en cubierta?

– Si.

– ?Por donde entraste en el camarote? Yo no oi la puerta.

– Por donde habia salido, por la escotilla.

– ?Habia musica en mi camarote aun?

– Si.

– ?Que hora era? Tengo que saberlo.

– Fue al cabo de media hora, una hora quiza.

– Y despues ya no oiste nada.

– No.

– ?Te dormiste?

– Si.

Leonardus, solazado por tener la mente ocupada en contar horas y distancias, comenzo a calcular para si:

– Zarpamos a las nueve, nos fuimos a dormir a las diez, pongamos que este imbecil volviera a las once. Son mas de las tres. Cuatro horas a nueve nudos, entre treinta y seis y cuarenta millas. Nuestra velocidad maxima es de quince nudos. ?Dos horas! -Se fue chillando-: ?Dos horas y media, Tom, son dos horas y media a toda maquina!

Chiqui habia salido de su camarote y lloraba en un rincon de la cabina como una nina pequena asustada que no comprende lo que ocurre. Se habia cubierto con una sabana y repetia oh santo Dios que desgracia Andrea pobre Andrea con voz monotona.

Leonardus, que habia subido a cubierta para decidir con Tom el rumbo a tomar, bajo las escalerillas otra vez, encendio la luz del angulo opuesto de la cabina y comenzo a manipular la radio. Casi no alcanzaba a ponerla en funcionamiento. Salieron en antena voces en griego y turco superponiendose y ruidos intermitentes que las borraban y volvian a aparecer. Se habia pillado un dedo y los juramentos se oian sobre los rasgunos de las sintonias agrietadas y lejanas y las frases entrecortadas en idiomas desconocidos, hasta que logro conectar con una emisora que a su vez le conecto con la policia.

– ?No oigo nada! ?Calla!, y deja de lloriquear -bramo dirigiendose a Chiqui-. Problemas, eso es lo que sois, problemas. ?Calla te digo!

Asustada, Chiqui volvio sollozando a su camarote y cerro la puerta.

Dos horas efectivamente estuvieron para deshacer la derrota. Y durante la mitad de ese tiempo Martin permanecio sentado en su cama sumido en su propio movimiento. El contrarritmo habia adquirido autonomia y no hacia mas que mover el cuerpo hacia adelante y hacia atras, con una cadencia precisa, regular, uniforme, independiente ahora del balanceo del Albatros. La puerta habia quedado abierta y batia a merced de si misma, gemian los goznes por falta de aceite y chocaba el tirador con la pared de madera.

– ?Cierra la puerta o abrela o fijala, pero que deje de golpear! -chillo Leonardus, que se debatia aun en la radio intentando acabar una conversacion que mil interferencias habian interrumpido-. ?Hostia de Dios!

El mar debia de haberse rizado ahora o habia entrado el viento. De pronto Martin, en la reclusion de aquella monotonia pendular, se dio cuenta de que tenia las manos y los pies helados. Pero aun asi no se detuvo.

Leonardus habia sacado del panol de popa dos linternas que no funcionaban y llevado del desespero se dedico a buscar pilas vaciando los cajones en el suelo y despanzurrando el fondo de las gavetas. Hacia las tres Tom preparo cafe dando saltos del timon a la cocina y luego sin dejar de beber se puso su chaqueta amarilla porque hacia frio. Ahora habia mar mas gruesa y Martin sintio vahidos. Entonces se puso un jersey y salio a cubierta. El cielo estaba estrellado pero la noche era tan oscura que era dificil saber donde terminaban las estrellas y donde comenzaban las escasas luces de la costa lejana.

Cuando al cabo del tiempo intentara reconstruir esas horas solo aparecerian detalles concretos y tangibles, como la humedad viscosa de la cubierta, los juramentos de Leonardus, el estampido de las linternas inservibles y las pilas herrumbrosas contra la pared y esa sensacion de frio mezclada con el aroma de cafe y la llantina de Chiqui y el cielo estrellado y la tajada de luna que habia subido desde el horizonte incapaz de iluminar la tiniebla, como la de ayer cuando no habia ocurrido aun lo irremediable. Recordaba la cara de Tom, despejada la frente por el viento que iba aumentando, y la expresion de Leonardus cada vez que caia en la cuenta de que todo eran intentos vanos y perdia la esperanza y se dejaba caer en el banco apoyados los codos en las rodillas y sosteniendose la cara entre las manos, el, el avaricioso poseedor de mundos ignotos.

Serian casi las cuatro y media cuando Leonardus dijo que ya navegaban por la zona donde con ayuda del sextante y el compas calculaba que se habia producido la caida, pero Tom -como el beduino camina por el desierto interpretando sin necesidad de mapas ni brujulas signos inexistentes para el viajero, quien sabe si piedras, o dunas, o el perfil ondulante del horizonte o un asomo de quebrada que dibuja el golpe de luz- no atendia a las ordenes que le daba y seguia el rumbo estimado sin reducir la velocidad, y seguro de que no habia llegado aun el momento, dirigia el Albatros sin titubeos hacia su destino.

Si habia de recordar, sin embargo, el grito que atrono el cielo cuando mas tarde, no podia precisar cuanto tiempo habia transcurrido, Chiqui, que habia subido silenciosamente a cubierta vestida ahora y abrigada y desde la popa escrutaba ella tambien el agua oscura, se acerco a Leonardus y le puso la mano en la cabeza.

– ?Fuera! ?Fuera! ?Largo de aqui! Dejame en paz. Y tu sigue, sigue dando vueltas -espeto a Tom que probablemente coincidiendo con esa explosion de ira habia puesto el motor al ralenti-. Sigue. A toda velocidad.

– Es mejor que ahora vayamos despacio -dijo Tom levantando la voz por primera vez para hacerse oir sobre el rugido de las olas-. No tenemos mas luces que estas -senalo la de la cruceta y la de tope- y podriamos caer sobre ella sin verla.

– No la encontraremos, es imposible -dijo entonces Leonardus-, es imposible. -Y volvio a bajar la escalera gritando-: Esos cretinos de policias, con el pretexto los griegos de que estamos en aguas turcas y los turcos de que vamos a pasar a aguas griegas, ni se acercan.

Mientras, la radio lanzaba al aire aranazos y palabras sin sentido.

Le dolian los ojos, forzados durante horas por penetrar la oscuridad, salvar la distancia con el aliento contenido y descifrar sombras de reflejos para descubrir en ellos un cuerpo extrano. ?Cuantas veces sin cesar de dar amplias vueltas, perdido incluso el sentido de la orientacion, creyeron ver en la lejania una mancha mas oscura que las sombras cambiantes de una ola sobre otra! ?Cuantas veces corrigieron el rumbo impelidos por una esperanza que se deshacia como las crestas en los senos de las olas dejandoles en el vacio!

El mar se habia encrespado. El Albatros, reducida ahora la velocidad, cabeceaba impulsado por una corriente de fondo que se iba incrementando sin que se cubriera el cielo, como si un temporal lejano hubiera lanzado contra ellos los vientos y llevaran la delantera los que se desplazaban ocultos en el fondo del mar. La luna habia llegado a su punto mas alto. Debian de ser casi las cinco menos cuarto, tal vez las cinco, pero era de noche aun. Cesaron los ruidos de la radio y Leonardus volvio a cubierta, se sento en el banco, hizo un gesto y llamo con voz queda que ella no podia oir: «Chiqui, ven, ven». Sin embargo se acerco y se sento a su lado. Leonardus abrio los brazos y los cerro sobre ella envolviendola en su inmenso cuerpo, apoyo la cabeza en sus cabellos y estallo en sollozos.

VIII

«My bounty is as boundless as the sea…»

Romeo and Juliet, William Shakespeare

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