blanca ya, en la cama, o tumbada en un catafalco que ella misma habria arreglado, vestida con una tunica de seda para aparecer mas bella en la sobriedad de una muerte sin dolor y mostrar al mundo la plenitud de su inocencia.

Eran muertes adecuadas, decidi dejando vagar mis pensamientos para acallar un atisbo de remordimiento que se empenaba en aparecer, muertes menos traumaticas, mas limpias que la sangre y los huesos y la carne salpicando la carretera, y la mobilette a diez metros de distancia convertida en un amasijo deg hierros, una imagen que habia quedado grabada en mi conciencia con la misma contundencia que si el accidente hubiera ocurrido ante mis ojos horrorizados. Muerte provocada tal vez para callar sus mentiras o sus confesiones. Podia ser. En los entresijos de su devenir, de todo lo que habia organizado, de lo que ocultaba y de lo que se vanagloriaba, bien cabia la figura de un desalmado que, cumpliendo ordenes de un poder superior, la embistiera a ella y a su mobilette y la dejara destrozada en la carretera para que no hubiera ni una sola probabilidad de que se descubrieran una serie de orgias que podrian oscurecer su imagen publica. Bien podia ser, tal como habia insinuado el sargento.

Al cerrar las puertas de la casa, ya de noche, el temblor de la mano al dar la vuelta a la llave, me di cuenta, como en una reaccion tardia, de que el temor no habia desaparecido. No por Adelita ni su tragico fin, sino porque de pronto me encontraba en el punto de mira de ese hombre desalmado que me iba cercando, armado con una segunda orden que cumplir. El miedo es libre y no necesita motivos ni realidades para manifestarse. No se sostenia en nada, pero alli estaba, al alcance de la mano.

Al dia siguiente, cuando sali por la puerta trasera para ir a buscar el coche, recorde en el ultimo instante que el dia anterior, seguramente empujada por las ganas de encerrarme en casa, no lo habia aparcado detras de la casa como siempre, sino que lo habia dejado frente a la puerta principal de entrada, en la parte delantera.

Y fue en el momento de abrir la cristalera cuando vi el paquete sobre la mesa que habia bajo un canizo, a unos seis o siete metros de la casa. Al principio no entendi de que se trataba. Parecia el cuerpo inerte de un bicho ne-i gro. Lo mire con prevencion hasta que me fui acercando y me di cuenta de que era una caja, de la medida de una caja de zapatos aunque menos alta, envuelta en papel negro y atada con un cordel negro tambien, que tenia una etiqueta donde figuraba mi nombre en el extremo mas visible. 'Aurelia Fontana.' Alguien habria venido mientras yo dormia, alguien que, al no obtener respuesta, habia optado por dejar el paquete sobre la mesa. Que extrano, pense, porque aunque hayan venido muy de manana yo tendria que haber oido el coche. Tengo el sueno muy leve. Tal vez el paquete lo habian dejado el dia anterior y yo no lo habia visto. Pasaba tantas horas encerrada y salia tan pocas veces al jardin que era posible que no me hubiera enterado.

Desenvolvi el papel negro y abri la caja. Envuelta en un embalaje de bolitas de plastico, encontre una pistola. Una pistola de verdad, aunque yo nunca habia visto ninguna, ni de verdad ni de fogueo, pero estaba segura de que era una pistola de verdad. Y esto me hizo pensar que, puesto que era una pistola de verdad, el hecho de que estuviera aqui, con una etiqueta que me estaba dirigida, no podia ser solo una broma de mal gusto.

Una prevencion rigurosa me impidio levantarla. ?Que me estaba diciendo esa pistola? ?Como tenia que interpretarlo? No podia apartar los ojos de ella. Al cabo de un buen rato alargue la mano y la toque. Estaba fria y la parte de la culata, que tenia el metal grabado con un dibujo de malla, era rugosa al tacto. Decidi cogerla, no podia pasarme nada. No sabia si estaba cargada ni habria sabido como comprobarlo. Muy despacio la levante, dirigi la boca hacia adelante y con mucho cuidado puse la mano en el gatillo para imitar el gesto de los pistoleros. De pronto, una sacudida me electrizo la muneca y un estruendo apocaliptico retumbo en el jardin y levanto una nube de vencejos ocultos en la espesura de unaa morera. Yo tenia el corazon en la boca, y la mano paralizada sostenia con fuerza la pistola, como si temiera que se me encabritara.

Note el sofoco en las mejillas y en los siempre excesivos redobles de mi corazon. Poco a poco, baje la mano, con cuidado, manteniendo la boca de la pistola hacia adelante, y la deje con suavidad sobre el trapo negro que yacia, como una mortaja, fuera de la caja. Y corri al telefono.

'?Es el cuartel de la Guardia Civil?' 'Si, aqui es.' 'Quiero hablar con el sargento Hidalgo, soy Aurelia Fontana.' 'Un momento.' Todavia retrunia en mis oidos el estallido de la descarga que, al menos en mi conciencia, habia dejado tras de si una nube de humo y de olor a fuego antiguo. Desde el telefono veia el jardin donde habia vuelto la paz, incluso los vencejos se habian alborotado mas aun y sus repetitivos trinos se aglutinaban en una inmensa bolsa de gorgoritos.

'Diga, senora Fontana.' Al oir su voz me habria echado a llorar, de miedo esta vez, pero tampoco lo hice.

'Una pistola', dije para esconder el nudo que se me habia hecho en la garganta. Y mas recuperada la voz: 'Me han enviado una pistola, metida en una caja y envuelta en un trapo negro. La he cogido y se me ha disparado.' Y anadi para mi, todavia tiemblo, y era cierto, desde que se habia desprendido del peso del arma, un espasmo imparable se habia apoderado de mi mano derecha como si quisiera fijarse en ella para siempre.

El sargento no me dejo pensar en el temblor de la mano: '?Una pistola? ?Que le han dejado una pistola en la puerta de su casa?' 'Bueno, no exactamente en la puerta, sino frente a ella, sobre la mesa del jardin.' 'Vayase, ?vayase en seguida!

Ya volvera. Deje que las cosasc se tranquilicen, pero vayase, no nos cree problemas ni se los cree usted.' Estaba mucho mas nervioso que yo, se atascaba al hablar y se repetia. Es mas, no estaba nervioso, estaba asustado, y logro asustarme a mi mas aun de lo que lo habia estado en todo este rato.

'Vayase', repetia. 'Cierre la casa y vayase, no se exponga.' '?No me exponga a que?, ?que me quiere decir?' 'Le estoy diciendo que se vaya.' '?Y que hago con la pistola?' 'Yo que se lo que tiene que hacer con la pistola. Pongala en un cajon. No, mejor dejela sobre la mesa del jardin y nosotros la recogeremos.' La tension se convirtio en explosion.

'?Que me esta diciendo?', salte, '?que deje el arma al alcance de cualquiera?' El juicio me abandonaba. '?Que quiere, que me maten? ?Es eso lo que quiere?, ?es asi como lo ve usted? O sea, ?que tambien usted esta conchabado con los demas?' '?Calmese, senora Fontana!

?Calmese! No es el momento de encresparse.' 'No quiero calmarme, quiero saber que ocurre, que esta pasando para que usted me diga que deje el arma sobre una mesa. Para que me maten.' 'No lo repita. Hagame caso, cuelgue el telefono y vayase.' No le hice caso.

'Tal vez a usted no se le escapa por que me han dejado una pistola, ?no es asi? Y no le hace falta adivinar quien me la ha dejado porque ya lo sabe, ?no? Pero al menos podra decirme si me la han dejado para que me defienda o para que me mate. Digamelo, digamelo claramente, usted tambien esta con ellos, tenga valor y hable, no se quede como todos tratandome como si estuviera loca.' 'Senora Fontana, calmese, se lo ruego, yo no se nada, solo le aconsejo que se vaya. Y haga loe que quiera con la pistola, es mejor que la tengamos nosotros, pero si quiere, llevesela. Y vayase, vayase de una vez.' Entonces, cambiando de tono, como si estuviera de pronto interesado en los detalles practicos, anadio: '?Tiene alarma su casa?' Tal vez ese cambio fue lo que me devolvio la calma.

'Si', dije, recobrando el sentido.

'?Con quien la tiene conectada?' 'Con la central.' '?Que central? Deme el nombre y el numero de identificacion, si lo tiene.' 'Voy a ver.' '?Espere! Llame a la compania y digales que si se dispara llamen aqui al cuartel, ya sabe nuestro telefono. Y deme usted el de ellos.' La irritacion habia desaparecido, pero me habia entrado el panico, y me era dificil encontrar los papeles de la alarma. Deje un cajon completamente despanzurrado y, finalmente, con el contrato en la mano, volvi al telefono. Le di el numero al sargento y la contrasena y, todavia antes de colgar, oi su voz que repetia: 'Rapido, vayase, hagame caso, vayase de una vez.' Llame a la central y les di el mensaje. Temblando, recogi la pistola, cerre con llave la puerta cristalera de la entrada y la de atras de la cocina. De pronto, comprendia que tenia salvacion, que la salvacion estaba en la huida, en el miedo que me devolvia al verdadero valor de las cosas. ?Valor?

?Que valor? Daba igual, volveria al mundo, olvidaria esta historia, seguiria viviendo una vida de comodidad, sin riesgos, sin dudas, sin pesadumbres por un pasado que ya no tenia remedio, cantaria mi cancion, la mia propia, por humilde y desabrida que fuera. El miedo a la muerte me devolvia a la vida, si, asi seria, lejos de esta casa y de sus infinitas sombras.g Con esta incipiente euforia y una esperanza recien recobrada, me fui a mi habitacion, cogi una maleta y la estaba haciendo a bandazos, y en el mas absoluto desorden, como las hacen en las peliculas las mujeres que abandonan a sus maridos, cuando sono la campanilla de la puerta. Mi atribulado corazon se detuvo. La campanilla jamas la utilizaba nadie, escondida como estaba entre las hojas de la parra.

Cogi la pistola y baje lentamente la escalera con la atencion puesta en los peldanos, convencida de que las

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