Rosa Regas
La Cancion De Dorotea
© 2001
Sandor Marai, 'El ultimo encuentro'
Federico Garcia Lorca, 'Sonetos del amor oscuro'
1
Se llamaba Adelita. Era una mujer tan baja que ni siquiera en las raras ocasiones en que se ponia zapatos de altos tacones, sobre los que se balanceaba incomoda aunque segura, levantaba del suelo mas de un metro cincuenta. Sin embargo lo mas peculiar de su figura era, sin lugar a dudas, la estructura de su cuerpo reducido. Reducido pero no debil. Era un cuerpo robusto, fuerte, de anchas espaldas, de cuello breve y solido, pero de caderas estrechas en comparacion con la magnificencia de sus hombros y de sus muslos recios y potentes. Los brazos, cortos y fornidos, disparados hacia el exterior por el torax extremadamente vigoroso punteado por unos pechos leves que se perdian en el, remataban su aspecto de aborigen en proceso de extincion que por circunstancias inexplicables hubiera huido de un pais lejano y primitivo. No era enana ni habria llamado la atencion su estatura de no haber sido por la contundencia de ese ancho cuerpo, por esa coincidencia de medida entre la longitud y la anchura que la convertia en un ser tan singular.
Ella, en cambio, solo era consciente de su reducida altura, y se permitia hacer bromas sobre si misma con coqueteria, dando a entender que si bien en ese aspecto la naturaleza la habia tratado con mezquindad, le habia dado para compensar una gracia innata que convertia sus limitaciones en un atractivo distinto de los que adornaban a las demas mujeres. Y cuando quiso sacarse el carnet de conducir y, precisamente por ser tan bajita, la obligaron a solicitar un permiso especial parecido al que se exige a quienes tienen algun tipo de minusvalia, achaco los fracasos de sus examenes a la mala idea de los examinadores que la habian arrinconado en una categoria que, de hecho, no le correspondia. Y tal vez tenia razon, porque si bien intento pasar el examen seis veces sin lograrlo, sin ni siquiera aprobar la teorica, no era inteligencia lo que le faltaba ni dotes para el estudio. Pero aunque se nego a hablar de ello, no se arredro y, a falta de permiso de conducir, circulaba de la finca al pueblo en una mobilette cuyo manillar le llegaba a la barbilla y en la que la corpulencia de su cuerpo se desvanecia al sentarse y su cara ancha y su cabeza aplastada sobre ese cuello potente bailaban dentro de un casco que parecia sostenerse sobre el sillin.
Habia entrado al servicio de la casa como guarda para sustituir a otra que se habia despedido porque habia comenzado a trabajar en un hotel, y ocupaba con su marido y sus hijos una pequena vivienda adosada a nuestra casa. Era la ultima de una serie inacabable de criadas, asistentas y enfermeras que habian dado buenos resultados los primeros dias pero que habian acabado yendose, agobiadas por la soledad del lugar y el arisco caracter de mi padre y mas tarde por su enfermedad, o habian sido despedidas por descuidar sus obligaciones.
El dia que tuve con ella la primera entrevista en un bar del pueblo que distaba apenas dos kilometros de donde se encontraba la finca, Antonia la carnicera habia hecho las presentaciones y yo, tras una rapida conversacion, la habia contratado aunque, sin saber por que, su presencia me inquietaba no tanto por su aspecto cuanto por esa insistencia en rehuir la mirada cuando hablaba. Con el tiempo comence a sospechar que si cada vez miraba de frente con mayor frecuencia no se debia, como habia supuesto al principio, a la familiaridad y al buen trato que recibia y a la relacion de confianza que habiamos establecido, sino a que mentia, y que solo ocultaba la mirada cuando la verdad de sus respuestas la hacia avergonzarse de si misma. Llegue a pensar que Adelita mentia por sistema, por exagerar sus meritos o dar mas relieve a las historias que contaba, pero tambien por inventar excusas con las que justificar retrasos, ausencias, la perdida de pequenas cantidades de dinero o la desaparicion de objetos.
Tal vez el extraordinario aplomo con el que mentia fue la razon por la que, hasta mucho mas adelante, no cai en la cuenta de que cuanto mas sostenia la mirada, mayor era el embuste. No logro comprender como me resisti a aceptarlo durante tanto tiempo a pesar de que las pruebas eran inequivocas y numerosas, e incluso cuando ya estaba por rendirme a la evidencia llegue a pensar que mentia solo por el mero placer de fabular. Tal vez de haber estado yo mas atenta a ella y a sus cuitas lo habria admitido mucho antes. Pero aun viendolo y palpandolo desde el principio, no admiti el motivo de su insistencia en la mentira hasta mucho mas tarde, casi al final de la historia, y cuando me decidi a aceptar que la mentira, como todas las mistificaciones que acabe descubriendo en ella, se debia simplemente a un vehemente e impenitente deseo de ser mejor, mas bella, mas rica y mas inteligente, de salir del pozo de insatisfaccion en el que el destino la habia situado y la vida mantenido, de todos modos ya era demasiado tarde, incluso para mi.
Pero aquel dia de la primera entrevista en el bar La Estrella Polar solo vi lo que queria ver.
Las referencias de la carnicera eran vagas pero me bastaron: 'Es muy buena mujer, hace anos que viene a comprar a la carniceria, la conozco bien a ella y a toda su familia.' Y aunque habia entrevistado a otras candidatas que podrian haberme convenido, ella tenia a su favor que ya habia cuidado enfermos anteriormente y podia comenzar en seguida. 'Al dia siguiente', me dijo, 'si a la senora le conviene.' A la senora le convenia en gran manera, pense, porque tenia que irme al cabo de una semana y me daba cuenta de que en unos pocos dias esta mujer, que segun lo que me habia dicho tenia experiencia en trabajar y llevar una casa, podria aprender el manejo de la mia, conocer los cuidados que necesitaba mi padre invalido, y familiarizarse con Jalib, el jardinero que teniamos contratado por horas un par de dias a la semana. Asi yo podria irme en paz a Madrid, la ciudad donde vivia y trabajaba.
'Usted quedara contenta, ya lo vera. Si viera usted lo contentos que estaban conmigo los senores Alvarez, los que tienen esa cadena de heladerias en Barcelona, ?los conoce? Con toda tranquilidad me dejaban sola, o incluso con los ninos. Yo era quien llevaba la casa. Estuve con ellos mas de cinco anos. Y todavia hoy, cuando los encuentro, me abrazan y lloran.' '?Los Alvarez de Alvarez y Bonmati?', pregunte, satisfecha por haber encontrado esa nueva referencia.
'Si, esos, ?los conoce?', y me miro fijamente un instante.
'Si, se quienes son.' 'Pues pregunteles. Ya vera.
Fue una pena que muriera el marido y ella tuviera que traspasar el negocio e irse a vivir con la madre a Francia.' 'No sabia', dije yo, que si bien llevaba anos sin ver a los Alvarez de Alvarez y Bonmati, los conocia lo suficiente como para haberme enterado de la desgracia.
Pero hacia tanto tiempo que no vivia en Barcelona, tanto tiempo que me habia distanciado de mis amigos y conocidos de la ciudad, que achaque a la ausencia mi ignorancia, pase el hecho por alto y pregunte: '?Puede