piernas no me aguantarian y acabaria en el suelo. Desde el ultimo tramo ya veia la puerta cristalera de la entrada. Una sombra ocultaba los cristales del centro.
Reconoci de inmediato la silueta que estaba tras ellos. Me acerque despacio y abri la puerta, conmovida por un temblor nuevo y una emocion desconocida. Alli estaba el.
Lo habia reconocido por la forma del sombrero, por la imagen ahora cercana, copia de la que habia atisbado en el monte con Adelita, o de la que tantas veces habia permanecido inmovil bajo la frondosa higuera cuyas hojas verdes y anchas, movidas por el viento del verano, dibujaban claros y sombras que la ocultaban en parte y que en el invierno, aun con abrigo y sombrero, el pasmo de las heladas dejaba tan desnuda como el paisaje adormecido bajo la capa de escarcha. Asi habia permanecido en mi memoria. Y asi aparecia ahora, coincidiendo con ella como un calco. Tenia la luz del sol en la espalda y su rostro quedaba en la sombra, pero aun asi el brillo de sus ojos se abria paso en la tenue penumbra que lo envolvia con la misma obscena seduccion de aquellas imagenes inaccesibles que tantas noches yo habia convocado en mis suenos. Estaba inmovil en el quicio de la puerta con las manos en los bolsillos, apoyado el peso del cuerpo en una pierna que a su vez desnivelaba los hombros un poco encorvados, echados hacia adelantei en una actitud de quererme arropar o proteger, o tal vez solo de quererme arrinconar y someter, o esperando a que yo hablara y me interesara en saber de donde venia, que lo habia traido hasta mi casa, o mejor aun, a decirme lo que esperaba de mi. Porque esta vez, estaba segura, yo era su objetivo, Adelita ya no estaba. Y aunque no podria haber adivinado si habia venido a cumplir un mandato como el que habia recibido el hombre desalmado o si, vencido el tambien por la impaciencia y el deseo, aqui estaba para redimirme de mis terrores y apaciguar de una vez mis ansias y las suyas, entendi que mi preocupacion debia ser de otro orden, porque senti el solaz que otorga la cercania del objeto de nuestro deseo cuando cobra vida, desprendiendose de los suenos y fantasias, y comprobe cuan rapidamente habia desaparecido la soledad. En esta historia, pense, todo estaba previsto excepto el desenlace.
El miraba la mano que empunaba la pistola, no con sorpresa, sino como si antes que nada tuviera que solucionar ese asunto. No cambio la expresion de la cara, tal vez la dulcifico con la levedad de un soplo. Alargo la mano en un ademan que no era de suplica, aunque tampoco era una orden, asi, sin mas, para que yo le diera el arma, como si su lugar no estuviera en mi mano sino en la suya. Alargue el brazo y el la recogio, y con un simple gesto casi domestico, se la puso en el cinturon.
Impulsada por su actitud y su mirada y fascinada tal vez por una sonrisa que comenzaba por fin a definirse, me fui echando hacia atras, mas por atraer la imagen real que tenia delante, ahora que definitivamente habia quedado atrapada en ella, que por huir. En la lentitud de nuestros movimientos, el avanzaba mas rapido que mi retroceso, acortando a cada paso la distancia. Un instante antes de quedar aprisionada entre la pared y su cuerpo, en el momento en que susa brazos me envolvian y se acercaba a mi boca el aliento de la suya, un ultimo relampago de lucidez me vino a decir que era yo y no el quien justificaba la oscura y descalabrada historia de Dorotea, pero que, de todos modos, fuera cual fuere el camino que a partir de ahora me deparara el destino, nunca me seria dado saber si la cancion que iba a cantar seria alguna vez la mia.
Llofriu, junio de 2001.
Rosa Regas