que bajaban las maletas, exclamo, mirando a todo lo ancho de la estacion: «?Oh…! ?Ya se ha terminado?»

La instalacion de la familia en Gerona -en el piso colgando sobre el rio- coincidio con un inefable triunfo de Carmen Elgazu y de la gitana malaguena: Ignacio accedio a entrar en el Seminario.

Carmen Elgazu no habia cejado un solo instante en inculcar a su hijo la vocacion. Cualquier detalle le servia de trampolin. Si Ignacio se quedaba inmovil contemplando el paso de un entierro, le decia: «?Que, te gustaria rociar con agua bendita, verdad?» Si pintaba en un cuaderno un hombre con una corona alrededor de la cabeza, le decia a Matias Alvear: «Ya lo ves: todo lo de la Iglesia le tira».

Ignacio fue adaptando sus ojos a aquella manera de mirar. Sin querer reprimia su temperamento revoltoso. Habia sentido sobre su cabeza la mano de varios curas que le preguntaban: «?De modo, pequeno, que quieres entrar en el Seminario?» Por la noche, al arrodillarse ante la cama para rezar, Carmen Elgazu le senalaba como ejemplo a la atencion de Cesar y la pequena, y aun a la de Matias Alvear.

Cuando, llegados a Gerona, el ambiente eclesiastico de la ciudad facilito tanto las cosas que Ignacio dijo: «Si, madre, quiero ser sacerdote», la alegria de Carmen Elgazu fue una especie de inundacion que llego tambien de una a otra orilla. Las propias vecinas se contagiaron. «?Mi chico al Seminario, mi chico al Seminario!» Le beso veinte veces; hubiera querido sentarle en la falda del Sagrado Corazon que presidia majestuoso, el comedor, frente al reloj de pared.

Los preparativos duraron una semana, la semana que faltaba para principiar el curso. Mosen Alberto, importante autoridad eclesiastica, les aconsejo que, visto el temperamento discolo del chico, le tuvieran interno. A Matias le dolio desprenderse de su hijo, pero Carmen Elgazu le tiraba de la nariz: «?Tendrias que estar orgulloso, mas que tonto!» Iniciales rojas, «LA.», brotaron en toda la ropa interior del muchacho.

El dia en que Ignacio desaparecio tras los imponentes muros del Seminario, que se erguian en la parte alta de la ciudad, coronando las escalinatas de Santo Domingo, en el piso de la Rambla hubo gran jolgorio. Carmen Elgazu preparo un bizcocho vasco, cruzado de parte a parte por el nombre de pila de su hijo y debajo una raya ondulada, blanca. Pilar se reia mirando vacia la silla de su hermano, y queria sentarse en ella. Matias dijo: «?No, que esta ocupada por el Espiritu Santo!» Carmen Elgazu tambien se rio y se dirigio a Matias. «?Sabes lo que podriamos hacer? Luego voy a buscarte al Neutral y me llevas a la Dehesa a dar una vuelta.»

Asi se hizo. Pilar se fue a las monjas del Corazon de Maria, Cesar, a los Hermanos de la Doctrina Cristiana. Tambien empezaba el curso. En cuanto a Matias, a las tres en punto tuvo que abandonar las sillas del cafe y trasladarse a los bancos de piedra de la Dehesa.

– ?No te gustan mas estos platanos que las fichas de domino? -ironizaba Carmen Elgazu.

Matias Alvear se ladeaba el sombrero, pero disfrutaba lo suyo. Porque su mujer era feliz y porque, en efecto, los platanos de la Dehesa, altisimos y alineados en cantidad incalculable, estaban muy hermosos a la luz del otono.

De regreso, la madre de Ignacio entendio que era preciso perpetuar la jornada. Detuvo a su marido y le pregunto:

– ?No me tienes prometido un regalo?

– Si.

– ?Pues esta es la ocasion!

Matias sonrio, aunque aquello iba a alterar con exceso el presupuesto familiar. Miraron escaparates y por fin se decidieron por algo practico, que les hacia mucha falta: un perchero. Lo instalaron sin perdida de tiempo en el vestibulo, y abrieron dos o tres veces la puerta para comprobar que el efecto era sorprendente.

CAPITULO II

Ignacio queria mucho a sus padres, sin saber por que. Acaso por el ambiente de paz que habia creado en torno suyo. Su madre le parecia el centro de su vida. Su padre la persona que mas le habia hecho reir en el mundo, sin necesidad de hablar mucho, con solo guinos y gestos. A veces se habia esforzado, a su manera infantil, en pensar en cosas serias, y entonces creia que los amaba por el esfuerzo que hacian para que no les faltara nada ni a el, Ignacio, ni a Cesar ni a Pilar, a pesar de ser pobres, a pesar del sueldo infimo que le daban en Telegrafos, segun oia decir.

Era un chico mas bien alto, moreno, de cara estirada. La forma del craneo, alargada, y la nariz eran de su padre, asi como la mania de ir bien calzado; de su madre habia heredado las cejas, negras, el solido emplazamiento del cuello entre los hombros y la fuerza en los brazos. Cuando hablaba, tenia a la vez la gracia de Carmen Elgazu y la capacidad de sintesis de su padre, pero a veces se tornaba taciturno y se pasaba una semana sin abrir la boca.

La entrada en el Seminario le afecto mucho. La primera noche no podia dormir. En el techo, altisimo, leia su pasado. Todo se le aparecia con relieve poderoso, especialmente las escenas que de un modo directo o indirecto se relacionaban con la pobreza. En su casa, el pensamiento de que en el cuarto contiguo estaban sus padres, amortiguaba esta preocupacion, innata en el; en aquel edificio, las manchas humedas de las paredes le acuciaban.

Esta era la herencia moral que la familia Alvear habia introducido en las venas del muchacho: una precocisima preocupacion por los problemas de la miseria. Por ejemplo, el viaje de Malaga a Gerona no lo olvidaria jamas. Lo hicieron en tercera clase, en un tren lento, agotador, que cruzo Espana entera, repleto de viajeros que no cesaron en todo el trayecto de escupir y de pelar naranjas. Habia varios enfermos y una nina bizca, de su edad, que continuamente sacaba el brazo por la ventanilla. En el inmenso dormitorio le parecio que aquella nina bizca se paseaba por entre las camas de los seminaristas pidiendo: «?Una gracia de caridad por el amor de Dios!»

Por fortuna, la herencia moral de la familia Elgazu acudio en su ayuda diciendole que el objetivo de la religion era precisamente mitigar la pobreza. Y que por ello el se encontraba en el Seminario, bajo aquel techo inalcanzable, para llegar a ser un dia vicario -no obispo, como insinuo la gitana-, simple vicario de pueblo, para llamar a las puertas de los ricos y llenar de monedas las manos de aquella nina bizca y de todas las personas de la parroquia que viajaran en tercera mondando naranjas.

Al dia siguiente, al levantarse, se coloco en la fila con la mejor voluntad. Llevaba aun pantalon corto y le ordenaron: «Di que te traigan unas medias. Negras».

– ?Medias…?

– Si. No vas a andar por ahi ensenando esos muslos.

Luego, en el patio, se instalo un barbero con una maquina y unas tijeras, y fue cortando al rape el pelo de todos los nuevos ingresados. Ignacio quedo estupefacto; no habia pensado en aquello. Queria seguir el curso de los cabellos que le iban cayendo en el pantalon, en las mangas, en el suelo, pero unos y otros no tardaban en confundirse con los de los seminaristas que le habian precedido.

Todo lo acepto. Que la inmensidad del edificio le diera vertigo, no le sorprendia. Era tan inmenso, que de repente parecia solitario, a pesar de cobijar a trescientos doce seminaristas y estar bajo la advocacion de la Sagrada Familia. Pero tenia muchas ventajas. Estaba situado en el centro del barrio gotico. Todos los edificios circundantes eran nobles y su solidez le recordaba, sin saber por que, la que a veces se desprendia del cuerpo de Carmen Elgazu. Por otra parte, y para que la ilusion fuera completa, se divisaba la cupula de Correos y Telegrafos, donde trabajaba Matias Alvear.

Era muy nino. Se le escapaba el sentido de la palabra «tragico». Por ello no acertaba a definir la impresion que, de pronto, a las cuarenta y ocho horas, le causo el Seminario. Rezaba mucho, en la capilla miraba con fijeza el Sagrario, seguia el grave paso de los profesores pensando: «Cuando yo pueda llevar sotana…» En el patio, a la hora de recreo, era una autentica furia pegandole patadas a una pelota de trapo, las unicas permitidas, porque las de goma saltaban la tapia y las invisibles ninas de un colegio vecino chillaban bromeando y se negaban a devolverlas. Se repetia mil veces por dia: «Soy feliz, soy feliz». Pero le invadia el desasosiego.

El lo atribuia a la brusca separacion de la familia. «?Que estaria haciendo Cesar, que estaria haciendo Pilar?» Pero, a pesar suyo, observaba. Le parecio que la comida era escasa, aunque evidentemente la gula era un pecado. Le pregunto a otro chico: «?No te parece que en este patio hay demasiado polvo? Fijate, fijate…» El chico le miro inquisitivamente y aquello sello sus labios por una semana.

A los ocho dias tenia hambre. Un hambre atroz. Comprendia que trescientas bocas eran muchas y que el

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