escribia mis articulos de economia. Lo malo fue que al mismo tiempo pense que la economia si servia para explicar la realidad, pues aquel viejo iba a morir por pobre. Por cojo tambien, pero sobre todo por pobre. Me pregunte entonces por que mis pasos no me habian dirigido a un barrio rico (que importaba saldar aquella deuda criminal con un rico o con un pobre) y no tuve mas remedio que darme una respuesta de caracter economico. En estos pensamientos estaba, sin dejar de seguir al cojo pobre, cuando el hombrecillo, que sin duda habia percibido algun titubeo, me pregunto telepaticamente que ocurria.
– Ha sucedido algo -dije- que no estaba en el programa.
– ?Que es lo que no estaba en el programa?
– Que tu y yo fueramos dos.
– ?Y quien dice que seamos dos? Otra cosa es que no te reconozcas.
El cojo pobre, y yo detras de el, llegamos al borde de aquel conjunto de casas maltrechas, que limitaba con un descampado sobre el que caia a plomo el sol del mediodia. El hombre se detuvo apoyandose en el baston y miro hacia el descampado, como si calculara las posibilidades de sobrevivir al atravesarlo. Pasara lo que pasara por su cabeza, lo cierto es que tras unos instantes de duda se dirigio hacia el y comenzo a caminar entre escombros y malas hierbas en direccion a ningun sitio.
No habiamos recorrido mas de cien metros cuando se detuvo junto a las ruinas de una caseta de cuyo aspecto cabia deducir que habia albergado en su dia un transformador de la luz. Alli tomo asiento en una piedra grande, adosada a una de las paredes de la construccion, y encendio un cigarrillo. El hombrecillo y yo continuamos caminando con aire de despiste por el descampado, como si investigaramos algo por cuenta del ayuntamiento. El lugar era perfecto para acabar con el, pues ademas de no haber nadie por los alrededores, la posibilidad de que apareciera una persona parecia muy remota. Dado, por otra parte, que entre aquel hombre y yo (incluso entre aquel barrio y yo) no existia ningun vinculo, las posibilidades de ser descubierto parecian tambien nulas.
Entonces supe que lo iba a matar, que iba a matar, lo que produjo en todo mi cuerpo (y en el del hombrecillo) unas alteraciones sorprendentes. Me dolia la garganta, mi estomago habia devenido en un puno apretado, mi corazon se golpeaba contra las costillas como la cabeza de un loco contra las paredes de su celda. La ansiedad, por otra parte, me hacia consumir cantidades industriales de oxigeno que tomaba a pequenos pero continuados sorbos por la boca, convertida, debido a la rigidez adquirida por los labios, en una autentica ranura. Como las piernas no me obedecieran del todo, decidi caminar un poco en direccion al fondo del descampado, rebasando la caseta en ruinas, a una distancia tal que no infundiera sospechas al cojo pobre, que habia empezado a observarme con curiosidad. El descampado terminaba en un terraplen a cuyos pies pasaba una autopista por la que los automoviles circulaban a gran velocidad. Mientras contemplaba el trafico, introduje la mano en el bolsillo y libere la hoja del cuchillo del papel de periodico con que la habia protegido. Luego volvi sobre mis pasos encaminandome directamente al lugar donde el hombre fumaba con parsimonia. Una vez frente a el, saque un cigarrillo y le pedi fuego.
– ?Tambien usted se esconde para fumar? -pregunto pasandome un mechero de plastico.
– Que va -dije-, estaba dando una vuelta por aqui y al verle fumar a usted se me abrieron las ganas.
Encendi el cigarrillo, le devolvi el mechero y permaneci de pie, en actitud casual. Podia acabar con el en cualquier momento, daba igual unos segundos antes que despues. En esto, escuche el zumbido de una abeja que se detuvo sobre un cardo e intente establecer comunicacion telepatica con ella sin lograrlo.
– ?A que esperas? -pregunto el hombrecillo.
– No lo se -dije-, pero no me distraigas.
Si lo sabia. Esperaba a percibirme como un insecto y a percibir al cojo pobre como otro. De ese modo, mi accion quedaria camuflada dentro de las acciones que la naturaleza produce a millones cada dia en cada rincon del universo. Pero transcurrian los segundos y el pobre cojo continuaba siendo un hombre en toda su extension, lo mismo que yo. Eramos dos hombres, no dos bichos con artejos o apendices. Si yo sacara el cuchillo, lo haria con una mano dotada de dedos, no con unas extremidades provistas de tenazas. Entonces comprendi que no era ese el dia del crimen y en el momento mismo de entenderlo regreso la saliva a la boca (y a la del hombrecillo), se lubricaron nuestras gargantas, se aflojaron nuestros estomagos, se aplacaron nuestros corazones y recuperaron los pulsos de las sienes su ritmo habitual.
– Hasta luego -dije al cojo pobre.
– Adios, hombre -dijo el.
El hombrecillo, que estaba tan encantado con las sensaciones corporales que le habia provocado la salida del miedo de nuestro cuerpo como su entrada en el, no me reprocho que no hubiera matado.
– Ya lo haremos otro dia -dijo- y se nos volvera a secar la garganta y a encoger el estomago y a acelerar el corazon. Que bien.
Todas las sensaciones le gustaban.
25
Aquel sabado venia a cenar a casa un grupo de colegas de mi mujer. Como era habitual, me encargue yo de la intendencia. Dado que seriamos casi veinte personas, decidi preparar un buffet frio, lo que de un lado no me llevaria demasiado trabajo y de otro obligaria a la gente a moverse, facilitando la comunicacion entre los invitados. A mi mujer le parecio bien, de modo que realice la compra por telefono, disponiendo que me la hicieran llegar el sabado por la manana para que los embutidos y los ahumados estuvieran frescos.
A media tarde me meti en la cocina y comence a desenvolver los paquetes para organizar su contenido. Mientras yo trabajaba, el hombrecillo iba de un lado a otro de la encimera observandolo todo con curiosidad y tomando pequenisimas muestras de cuanto yo desenvolvia para llevarselas a la boca. No habia vuelto a recordarme la necesidad de que matara a alguien si queria copular de nuevo con la mujercilla porque sabia que no era necesario. Yo estaba obsesionado con la idea, que despues del ensayo fracasado con el cojo pobre de la periferia me parecia mas sencilla de llevar a cabo sin correr grandes riesgos (al margen de los morales, que iban y venian).
En esto, entro mi mujer en la cocina, tomo una taza del armario que estaba justo encima de donde se encontraba en ese instante el hombrecillo, la lleno de agua y la introdujo en el microondas con idea de prepararse una tisana. Yo me quede literalmente sin aliento, y supongo que bastante palido tambien, ante la posibilidad de que reparara en el hombrecillo. Cuando recupere la capacidad de reaccion, eche sobre el un pano de cocina al tiempo que le pedia telepaticamente que se estuviera quieto.
– ?Que te pasa? -pregunto ella al notar mi alteracion.
– Nada, bueno, no se, quiza un pequeno corte de digestion. La verdad es que me he despertado de la siesta un poco mareado -anadi sin dejar de trabajar en lo que tenia entre manos.
Mi mujer espero a que el agua se calentara, introdujo en ella un sobre de manzanilla y fue a sentarse a la mesa.
– Por cierto -dijo tras soplar sobre la superficie del liquido, manteniendo la taza entre las dos manos-, ?le has dicho tu a Alba algo de unos hombrecillos?
– ?Que Alba?, ?tu nieta? -pregunte yo ganando tiempo.
– ?Que Alba va a ser?
– ?Algo de unos hombrecillos? -volvi a preguntar.
– Si -insistio mi mujer-, algo de unos hombrecillos.
– No se -titubee como haciendo memoria-, creo que fue ella la que los menciono y yo le segui la corriente. Es muy fantasiosa. ?Por que?
– Dice su madre que no duerme bien por culpa de esos dichosos hombrecillos.
– Habra que llevar cuidado con lo que se le cuenta -conclui yo volviendome hacia mi mujer para mostrarle una fuente de ahumados especialmente bien presentada-. ?Que te parece? -dije.
Ella la aprobo de forma rutinaria (estaba acostumbrada a mis habilidades), pero era evidente que tenia la cabeza en otra parte. Al poco, mientras distribuia sobre una tabla de madera las piezas de sushi adquiridas en un