japones cercano, volvio a la carga.
– Y aparte del corte de digestion, ?como estas tu? -dijo.
– Yo, bien, ?por que?
– ?Sigues pensando en abandonar las clases el curso que viene?
– He aplazado la decision -dije.
– Entre los invitados de esta noche -anadio ella-, esta Honorio Gutierrez. ?Lo recuerdas?
– ?El decano de Psicologia?
– Si. Lee tus articulos y tiene muchas ganas de conocerte. He pensado que quiza te convendria hablar con el.
– ?Crees que necesito un loquero? -bromee.
– A nadie le viene mal una ayuda de ese tipo. No se si te has dado cuenta, pero llevas una temporada un poco agitado.
– Tengo una idea, quiza para una clase magistral o una conferencia, a la que no consigo dar forma, eso es todo lo que me pasa.
– Bueno, si tienes oportunidad, habla con el -concluyo.
– A sus ordenes -bromee de nuevo.
Cuando mi mujer nos dejo solos, levante el pano de cocina para liberar al hombrecillo al tiempo que le pedia disculpas.
– No te preocupes -dijo el con expresion divertida.
Todo le gustaba, todo le parecia bien, a todo le sacaba partido. No era dificil odiarlo. Por mi parte, me quede preocupado, pues parecia evidente que mi mujer habia percibido alteraciones en mi comportamiento. Quiza, pese a mis precauciones, habia visto alguna botella de vino abierta, tal vez habia notado en mi ropa algun rastro del humo del tabaco. Por otra parte, aun siendo yo de constitucion delgada, habia perdido peso a lo largo de las ultimas semanas.
– Habra que extremar las precauciones -dije telepaticamente al hombrecillo.
– Tu veras -respondio-, pero mientras preparas la comida podrias tomarte un vasito de vino.
La idea me parecio bien. Si entrara de nuevo mi mujer en la cocina, le diria que habia comenzado a picar algo mientras preparaba las ensaladas. Asi que abri una botella y me servi una copa cuyo primer sorbo nos produjo al hombrecillo y a mi una euforia poco comun, quiza debido a la excepcional calidad del caldo (era un «reserva especial» segun la etiqueta). Lo malo fue que inmediatamente nos apetecio encender un cigarrillo, de modo que cuando hubimos apurado la copa, fui al salon, donde mi mujer leia, y le dije que iba a dar una vuelta a la manzana, para despejarme un poco antes de que llegaran los invitados.
– ?Ya esta todo listo? -pregunto ella.
– Practicamente -dije yo.
– Yo me ocupo de colocar los cubiertos -anadio.
Por precaucion, no encendimos el cigarrillo hasta doblar la esquina, y me lleve el humo de la primera calada a los pulmones con una violencia inhabitual, de modo que la nicotina penetro de inmediato en mi torrente sanguineo (y en el del hombrecillo por tanto), multiplicando la euforia que nos habia proporcionado el vino. Que bueno era el sabor del Camel, que rubio, que humedo, que tierno.
Por cierto, que era de noche ya, y pese a que vivimos en el centro habia muy poca gente por la calle. En el interior de un coche aparcado con la ventana abierta dormia un joven que quiza, pese a la hora, habia bebido demasiado. Si hubiera llevado el cuchillo encima, podriamos haberle rebanado el gaznate sin dejar rastro. Aunque tengo entendido que la sangre de las arterias que pasan por el cuello sale con mucha violencia al exterior y nos podria haber manchado.
Antes de subir a casa, mastique un chicle especial, contra la halitosis, y me perfume las manos con un frasquito de colonia que solia llevar en el bolsillo. Mi mujer hablaba por telefono.
26
La cena transcurrio bien, sin sorpresas, quiero decir. El mundo academico es una comunidad pequena y mezquina, donde todo el mundo se odia, se teme, o se necesita, quiza se odia y se teme porque se necesita. En todo caso, sus miembros actuan como si se quisieran. Tal como habiamos previsto, el buffet -que fue muy alabado- sirvio para que los circulos se renovaran con frecuencia. Yo procure permanecer, como siempre, en un segundo plano, ocupandome de que todo estuviera a punto.
Mientras iba de aca para alla con las bandejas o las bebidas, conversaba telepaticamente con el hombrecillo, que, instalado dentro del bolsillo superior de mi chaqueta, no paraba de plantear cuestiones acerca de lo que veia. Procure evitar, sin resultar grosero, la compania de Honorio Gutierrez, el decano de Psicologia, aunque pase varias veces cerca de el cogiendo al vuelo fragmentos de su conversacion entre los que brillaban como diamantes expresiones tales como «estados crepusculares», «labilidad afectiva» o «rumiaciones obsesivas». Todas me gustaron para mis articulos. De hecho, la Bolsa era muy labil desde el punto de vista afectivo, y sus ganancias, por aquellos dias, eran crepusculares, lo que habia provocado la aparicion de un inversor muy dado, como el yerno de mi mujer, a las rumiaciones obsesivas. En algun momento, observando desde la puerta de la cocina la reunion academica, vi el abismo que me separaba de aquel mundo, del mundo en general, y me asombre de haber sido capaz no ya de sobrevivir, sino de medrar en el.
Hacia el final de la cena, y como advirtiera que el propio Honorio Gutierrez habia intentado hacerse el encontradizo conmigo, pense que continuar evitandolo podria interpretarse como la prueba de que yo padecia algun desarreglo. De modo que tras asegurarme una vez mas de que los invitados estaban atendidos, me acerque a su circulo y preste atencion a lo que decia. Pronunciaba en ese instante la expresion «estrechamiento del campo de la conciencia», que tambien me subyugo y que memorice para usarla mas adelante en mi provecho.
Al cabo de unos minutos, ignoro si por casualidad o porque el llevo a cabo maniobras dirigidas a conseguir ese objetivo, nos quedamos solos, momento en el que se intereso por mi vida. Le dije que trabajaba en casa, como venia haciendo desde que me jubilara, aunque daba tambien alguna clase de doctorado y dirigia un par de tesis.
– Para obligarme a salir -anadi pensando que tal comportamiento revelaba una actitud mental saludable.
El aseguro que leia mis articulos (lo que me parecio muy improbable), para perderse enseguida en un laberinto verbal que lo condujo, tras dar varias vueltas, a la insinuacion de que a mi edad se producian cambios hormonales y psiquicos que a veces requerian algun tipo de «ayuda», desprendiendose de sus palabras que estaba dispuesto a proporcionarmela. Aunque el hombre habia intentado contextualizar su comentario de modo que no pareciera inoportuno, resulto tan inadecuado que el mismo se dio cuenta.
– Perdona si me he metido en lo que no me importa -se vio obligado a anadir al terminar su perorata.
Yo me limite a darle las gracias por su interes, informandole de que por fortuna dormia y comia bien, ademas de estar lleno de ideas y proyectos personales que en algun momento me habian hecho dudar acerca de si dejar o no las clases.
– Pero ya he decidido que no -anadi con resolucion-, pues aunque el contacto con los alumnos me fatiga, creo que me rejuvenece tambien.
A continuacion, tras expresar la alegria que nos habia proporcionado su presencia, me disculpe para despedir a unos invitados que emprendian la retirada en ese instante. Como es frecuente en este tipo de reuniones, la iniciativa fue secundada por la mayoria y al poco se habian marchado todos.
Cuando nos quedamos solos, al comentar las incidencias de la noche con mi mujer, me ocupe de resaltar las virtudes de Honorio Gutierrez, de quien dije que era un hombre muy preparado y perspicaz, lo que parecio tranquilizarla. Despues le sugeri que se fuera a la cama, pues la veia muy cansada, mientras yo me ocupaba de recoger el salon, diligencia que ejecute sin prisas, demorandome en los pequenos detalles, mientras le daba vueltas a la idea de fumarme un Camel antes de retirarme.
Cuando hube llevado las copas, los platos, las bandejas y la cuberteria a la cocina, dejandolo todo dispuesto