quedaria yo? En un profesor emerito mas, en un articulista mediocre de temas economicos, en un esposo vulgar: una especie de animal domesticado, en suma, una suerte de bulto sin otra lectura que la literal, un pobre hombre…
Acepte pues que no podria renunciar a los hombrecillos con los sentimientos simultaneos de derrota y dicha con los que algunos toxicomanos aceptan que no podran vivir sin sus narcoticos. Y ello pese a que no ignoraba cual seria la siguiente exigencia de mi siames asimetrico, pues venia intuyendola desde hacia algunas horas: que yo mismo matara, en mi dimension, a un hombre grande, para hacerle sentir el placer del crimen a gran escala. Apenas hube formulado este pensamiento en mi cabeza, cuando el hombrecillo, que en ese instante estaba conectado, confirmo telepaticamente mis temores.
– Tu lo has dicho -dijo-, y me lo debes.
Aun intuyendo que seria inutil negarse (no es que no seamos duenos de nuestros deseos, es que deseamos lo que creemos despreciar), opuse alguna resistencia:
– Matar en esta dimension -argumente- no es como matar en la tuya. Trae complicaciones de todo tipo.
– Eso es lo que yo quiero -dijo-, complicaciones de todo tipo.
La fiebre se mantuvo estable en 38 grados a lo largo del dia, por lo que supuse que se trataba de una reaccion al agotamiento emocional y fisico. Intente trabajar, pero me resulto imposible. Por la tarde dormi un par de horas y cuando mi mujer regreso de la universidad me encontro mejor, o eso dijo.
22
Durante los siguientes dias la cobertura vino y se fue como se va y viene la luz en el transcurso de una tormenta. A veces, los contactos con el hombrecillo tenian la duracion de un relampago a lo largo del cual me era dado verme congelado en esa otra version de mi. El relampago rompia la armonia cerebral en los momentos mas impredecibles (en medio de una conversacion, de una clase, en el mercado…), y tras el se manifestaba una especie de trueno que me aislaba brevemente del mundo. Pero incluso cuando el hombrecillo y yo permaneciamos conectados durante periodos mas largos, cada uno seguia mentalmente en su universo.
Siempre eramos dos, claramente diferenciados, pues ni yo tenia acceso a sus pensamientos -a menos que fueran voluntariamente dirigidos a mi- ni el, me gustaba suponer, a los mios. La unidad se mantenia sin embargo en lo que se referia a las funciones organicas, pues a ambos nos afectaban la alimentacion y los procesos digestivos o respiratorios del otro. De hecho, el ya no podia vivir sin mis comidas, mi tabaco, mi vino o mis practicas onanistas. Aunque el intercambio de prestaciones era aparentemente, y debido a la diferencia de tamanos, muy desigual, no conviene olvidar que las dos experiencias amatorias que el me habia proporcionado con la mujercilla mamiovipara valian, desde mi punto de vista, por todo lo que yo pudiera ofrecerle en siete vidas. De hecho, esperaba con ansiedad un tercer encuentro amoroso y el lo sabia.
Por eso, cuando se restablecia el contacto, no necesitaba recordarme la deuda criminal adquirida con el. Me daba cuerda, como el pescador experto da cuerda a la pieza que acaba de morder el anzuelo y cuya fortaleza es aun superior a la del hilo. Pero yo, que era la pieza a la que el hombrecillo tenia enganchada por el paladar, sabia que no tardaria en tirar del hilo. Es mas, si tardara mucho en hacerlo, yo mismo seguramente daria el primer paso, pues la idea venenosa y liquida del crimen empapaba poco a poco mis pensamientos como la tinta el papel secante o el agua la esponja. Cuando me masturbaba, por ejemplo, no era raro que, entre la confusion de imagenes eroticas que desfilaban por mi cabeza en los momentos previos a la eyaculacion, apareciera nitidamente, con un protagonismo que mi razon rechazaba, la del instante en el que habiamos acabado con la vida del hombrecillo en aquella esquina de su mundo de casas de munecas. ?Que habia de excitante en aquello? Que, al contrario del resto de mi vida, era real.
Digo esto porque las ocupaciones de la vida cotidiana me parecian cada vez mas ilusorias, mas vanas, menos consistentes. Las veia, las podia tocar incluso, pero se deshacian entre las manos, como el humo. La economia, disciplina a la que habia dedicado mi vida porque crei que era la malla sobre la que descansaba la realidad, ademas de explicarla, cayo en un profundo descredito. Un simple huevo de gallina, en cambio, se me revelaba como un acontecimiento profundamente real. Y lo que le otorgaba el estatus de real no era su materialidad (su literalidad, podriamos decir), sino lo que tenia, curiosamente, de alucinacion, que era casi todo, desde la cascara a la yema, pasando por la membrana interior y la clara. Ahora, cada vez que abria un huevo para hacer una tortilla, me relacionaba con el como con un sueno, pues resultaba imposible no evocar, al sostenerlo entre las manos, los huevecillos que, tras la copula, se desprendian de la dulce vagina de la mujercilla.
Si tuviera que simplificar mucho, diria que la vigilia habia perdido una materialidad que se habia desplazado al sueno. Pero resultaria una afirmacion equivoca, pues la frontera entre lo real y lo irreal no era tan clara como la que separa el dia de la noche. Habia aspectos diurnos en la noche y caracteristicas nocturnas en el dia.
Desde luego, y gracias a que la disciplina habia sido siempre el norte de mi existencia, no abandone ninguna de mis obligaciones. Continuaba escribiendo mis articulos, dando mis clases de doctorado, ocupandome de la casa, leyendo los periodicos, relacionandome con mis contemporaneos, pero como si todo aquello fuera un sueno del que solo despertaria -pavor me daba pensarlo- al matar en mi dimension a un hombre al modo en que habiamos matado en la otra a un hombrecillo.
Por otra parte, no todo en lo real era irreal. Mi mujer, por ejemplo, tenia la consistencia de los acontecimientos verdaderos. Y sonaba con ella porque yo no habia aspirado a otra cosa en mi vida (lo comprendi entonces) que a ser real. La contradiccion era que no estaba autorizado a acariciarla. No me era dado tocar las cosas reales. Compensaba esta carencia haciendola protagonista de las fantasias sexuales con las que me masturbaba y jugando con la ropa de su armario cuando salia de casa. Esos juegos reales me llevaban al delirio, que constituia, paradojicamente, la materia prima de la realidad. De este modo, los materiales de ambos mundos se combinaban, se amasaban, se amalgamaban, formando aleaciones de las que era imposible rescatar sus componentes originales.
En cuanto al tabaco y al vino, que eran tambien reales, se habian incorporado ya a mi vida al modo en que se instalan en el cuerpo las enfermedades cronicas. Eran una cruz moral, pero tambien un espacio fisico en el que me reconocia, un refugio, un alivio. Fumaba con tales precauciones, y cuidaba mi aliento de tal modo, que mi mujer no noto nada ni en la casa ni en mis ropas ni en mi boca. La paulatina desaparicion de las botellas de vino no supuso ningun problema dado que se encontraban, como el resto de las cuestiones domesticas, bajo mi control.
Un dia habia salido a pasear lejos de casa, para fumarme un cigarrillo sin necesidad de ocultarme, cuando al dar la vuelta a una esquina tropece con un alumno de la facultad al que en cierta ocasion habia afeado que encendiera a escondidas un cigarrillo en clase. Me permiti, ademas, enumerarle, como si fuera su padre, los peligros que se derivaban de aquel habito. El chico se detuvo sorprendido, lo mismo que yo, y senalando el cigarrillo dijo:
– Profesor, no sabia que fumaba.
– En realidad, no fumo -dije yo absurdamente.
Como el chico insistiera en mirar hacia mi mano izquierda, en cuyo cuenco habia intentado ingenuamente esconder la brasa, anadi mostrando el cigarrillo:
– Si se refiere a esto, es circunstancial.
Al despedirnos, imagine al chico contandole la historia al resto de los alumnos y el sentimiento de ridiculo fue tal que desee que se muriera. Mas aun, entre en una cafeteria, me acode en la barra, pedi una copa de vino, apague el cigarrillo, encendi otro, e imagine que lo mataba yo con mis propias manos. ?Como? Del mismo modo que habia asesinado a un hombrecillo en aquel mundo remoto de casas de piedra y ventanas geminadas. Y aunque era ya una persona mayor, dio la coincidencia de que el chico tenia una constitucion muy endeble y carecia de la necesidad de matar, del hambre asesina, podriamos decir, de la que yo estaba poseido. Una vez que mis brazos se convirtieron en apendices y mi boca en una herramienta dispensadora de veneno, no me costo acabar en mi fantasia con el. Cuando el muchacho caia imaginariamente sobre la acera, escuche dentro de mi cabeza un jadeo de placer que no era mio.