19
Al poco de haberme embutido entre las sabanas, y como el sueno no acudiera en mi ayuda, aparecio la desolacion, el desconsuelo, la tristeza, quiza la realidad. Dios mio, habiamos matado a un hombre, a un hombre pequeno, si, a un hombrecillo, pero dotado de los mismos organos que yo, quiza de semejantes sentimientos. Y ello me habia procurado un placer insano, una excitacion morbosa, una delectacion que ahora me repugnaba. Busque alivio en la idea de que la victima pertenecia a una especie que tenia algo de ovipara y con la que quiza en su estado embrionario podria haberme hecho ingenuamente una tortilla, pero eso -debido a la rigidez de mi constitucion moral o al tamano que adquieren los problemas por la noche- tampoco me calmo.
Por si fuera poco, al sentimiento de culpa se sumo enseguida el panico a ser detenido por la policia de los hombrecillos, caso de existir. En aquel preciso instante uno de los dos (quiza los dos) habia entrado en una zona de sombra y careciamos de cobertura, de modo que ni yo sabia nada del hombrecillo ni el hombrecillo, cabia suponer, nada de mi, pero la comunicacion podia restablecerse en cualquier momento, de manera gratuita. Si lo detuvieran, ?de que modo me afectaria, ya que soy un poco claustrofobico, su falta de libertad? Y si en el mundo de los hombrecillos existiera la pena capital, ?moriria en mi version de hombre al ser ejecutado en la de hombrecillo?
Pase el resto de la noche dando vueltas sobre mi estrecha cama, torturado por estas ideas, mientras mi mujer reposaba sosegadamente en la de al lado. Desee que el hombrecillo no volviera a aparecer jamas. Imagine que transcurrian dos, tres, cuatro, cinco anos, y que la comunicacion entre ambos continuaba interrumpida. Fantasee con que recordaba lo sucedido como una pesadilla de la que habia sido victima en un tiempo remoto, pero que no constituia ya una amenaza para mi vida.
Pero el hombrecillo volvio casi antes de que terminara de formular este deseo. De subito, en una de las ocasiones en las que cerre los ojos en mi cuerpo de hombre, los abri en mi cuerpo de hombrecillo, y me vi corriendo con desesperacion por aquellas calles estrechas (que ahora me recordaron las de Praga), perseguido por varios hombrecillos cuya carrera provocaba un zumbido semejante al del revoloteo de los insectos. Y aunque me faltaba la respiracion y mis pulmones parecian a punto de reventar, corri y corri en medio de la noche hasta encontrar refugio en un portal abierto en el que me cole cerrando la puerta tras de mi. Todavia sufro al recordarlo, todavia jadeo. Jamas los pulsos de mis sienes estuvieron tan activos. Nunca antes me habia dolido el cerebro por falta de oxigeno.
Agazapado en la oscuridad, escuche pasar de largo a nuestros perseguidores, que emitian por medio de sus ultrasonidos caracteristicos expresiones de desconcierto. Pero no me parecieron policias, no en el sentido que damos a esta palabra en el mundo de los hombres grandes, sino un grupo de insectos de un enjambre distinto a aquel al que perteneciamos el hombrecillo y yo, por el que tal vez se habian sentido amenazados. En otras palabras, no buscaban justicia, ni siquiera venganza, pues parecian ajenos a conceptos que implicaran una condicion politica o moral, sino que se defendian de un intruso al modo en que las avispas protegen su panal de los ataques de un enjambre extranjero. Quiza, pense, en nuestro deambular por las calles nos habiamos introducido en un territorio ajeno.
En todo caso, la identificacion que venia sintiendo con el mundo de los insectos desde la pelea a muerte con el otro hombrecillo provocaba curiosas sensaciones fisicas en mi cuerpo de hombre grande. Asi, al revolverme entre las sabanas en busca de una postura fisica que calmara mi inquietud, pensaba en mis brazos como «apendices», tal como los libros de ciencias naturales se refieren a determinadas extremidades propias del mundo animal. No era todo: de vez en cuando, y por culpa sin duda del alcohol y la nicotina, me llegaba desde el vientre hasta la boca un jugo acido que por alguna razon imaginaba que era propio del aparato digestivo de algunos escarabajos. La sugestion alcanzo tal grado que hube de salir de la cama para comprobar que continuaba siendo un hombre. Y lo era, era un hombre en toda mi extension. Y en la cama de al lado dormia una mujer que era mujer de arriba abajo. Ninguno de los dos teniamos artejos o apendices, sino brazos y piernas y dedos y falanges… Y sin embargo, la sensacion de que participabamos de un modo u otro de ese territorio del mundo animal no me abandonaba.
Sali con cuidado del dormitorio, fui al cuarto de bano y, tras contemplar mi cuerpo en el espejo, me sente sobre la taza del retrete e intente poner orden en mis emociones. No resultaba facil, pues mientras permanecia en aquel extrano lugar (nunca un cuarto de bano me habia parecido una construccion tan rara), en mi version de hombrecillo bajaba ahora al sotano del edificio en el que me habia ocultado, donde descubria una especie de cuarto de calderas y, en una de sus paredes, una enorme grieta que resultaba un escondite perfecto. El hombrecillo y yo decidimos ocultarnos en aquella grieta hasta que pasara el peligro, pero lo hicimos como sin opinion, sin llevar a cabo un juicio estimativo, por mero instinto, al modo en que una lagartija busca el refugio de una rendija al detectar un peligro. Pense que sin perder mi forma de hombre en ninguna de mis dos versiones, estaba realizando un viaje sorprendente al mundo animal.
Una vez mas calmado y mas seguro (mas calmados y mas seguros, deberia decir), regrese a la cama en mi version de hombre grande con la idea de descansar un poco, incluso de dormir si fuera posible, pues apenas faltaban un par de horas para que sonara el despertador.
20
Paso el tiempo y comenzo a amanecer en mi version de hombre, de modo que me levante de la cama y tras echar un vistazo a mi mujer, que dormia, fui directamente a la cocina para preparar el desayuno. Aturdido como me encontraba, abri la ventana que daba al patio interior para respirar el aire de la manana. En esto, una avispa se poso sobre las cuerdas de la ropa. Me parecio raro, por la epoca del ano, e intente comunicarme telepaticamente con ella sin resultado alguno. Entonces, la aparicion de una sombra la espanto e inicio ese vuelo erratico caracteristico de su especie. Levante la vista y distingui en la ventana de enfrente a mi vecina, la de los vinos, recien levantada tambien, que me hizo un gesto de saludo con la mano.
Cerre la ventana y volvi a mis ocupaciones sin que la ingestion del aire fresco hubiera obrado en mi cabeza los efectos esperados. Al hacer el zumo de naranja, me temblaba la mano sobre el exprimidor, lo que no era raro si pensamos que continuaba activada la conexion con el hombrecillo, que seguia (seguiamos, por tanto) en el sotano de un edificio, escondido como una alimana en una irregularidad de la pared. Desde mi punto de vista, hacia varias horas que podia haber abandonado el escondite, pues no se percibia actividad exterior alguna (la habitacion disponia de un respiradero desde el que se veia la calle), pero el hombrecillo prefirio curarse en salud.
Estaba, por cierto, debatiendo con el -por medios telepaticos, como siempre- sobre la conveniencia de abandonar el escondite ahora o esperar hasta la noche, cuando mi mujer entro en la cocina. Al acercarme a darle un beso rutinario, se echo hacia atras con expresion de espanto y pregunto que me pasaba.
– Nada -le dije-, que me va a pasar.
– Pero ?tu te has visto la cara? -insistio.
De modo que abandone la cocina para mirarme en el espejo del pasillo y tambien me espante. Como si mi calavera hubiera crecido por la noche o mi piel hubiera menguado, todo el hueso se apreciaba detras de mi carne, recreando la expresion de panico del que se dirige a la horca. Estaba consumido por el cansancio fisico, por los remordimientos, por el miedo, por la duda.
Volvi a la cocina y admiti que tenia mala cara.
– Quiza has cogido la gripe -dijo mi mujer.