No era eso, no. Deduje entonces que el hombrecillo, desde dondequiera que se encontrara -y aun con la apariencia de continuar desconectado-, me empujaba de manera sutil hacia apetitos que habian dejado de formar parte de mi vida. Asi, una manana, mientras mi mujer se duchaba, estuve espiandola, observando su silueta a traves de la mampara del bano, preso de una excitacion insana, que me distraia de los asuntos que siempre habia considerado principales.

Algunas mananas, despues de que se fuera a la universidad, abria el cajon de su ropa interior, la sacaba, la disponia sobre la cama y disfrutaba con el tacto de sus sujetadores y sus bragas. Siempre se habia vestido con elegancia, tambien por dentro. Si hubiera sido una mujercilla, su lenceria habria tenido vida, como las alas de las libelulas o las hojas de los arboles. Luego, encendia un cigarrillo que fumaba asomado al patio interior, para que la casa no oliera. Ya no podia prescindir del tabaco, ni del vaso de vino de media manana. Pero ignoraba si hacia todo aquello por mi o por el hombrecillo, pues si bien era evidente que nos habiamos convertido en dos, al mismo tiempo, de forma misteriosa, seguiamos siendo uno.

Un dia vinieron a cenar la hija de mi mujer y su marido, con la nina, Alba. Habian dejado al bebe en casa, con una cuidadora, para que «no se descentrara». En la cocina, mientras yo preparaba la ensalada, el yerno de mi mujer comentaba con preocupacion los ultimos movimientos de la Bolsa (mi mujer, su hija y la nina se encontraban en el salon). Dijo que la veia erratica y yo apunte que en el corto plazo ese era el comportamiento natural de la Bolsa.

– En el dia a dia -anadi- no hay nada mas parecido a la ruleta. A veces, a la ruleta rusa, por eso atrae a toda clase de especuladores y ludopatas.

Me sorprendio su gesto de decepcion, como si no conociera una verdad tan palmaria. Quiza, pense con inquietud, estaba llevando a cabo inversiones arriesgadas. La conversacion continuo por estos lugares comunes mientras yo atendia a los pormenores de la cena (habia preparado unas vieiras que llevaban unos minutos en el horno, gratinandose), hasta que fui atacado por una fantasia sexual. Digo que fui atacado porque senti que entraba en mi cabeza como un cuchillo en una sandia, sin que yo hubiera puesto alguna voluntad en ello y sin que pudiera defenderme de su penetracion.

En la fantasia, mi mujer y yo nos encontrabamos solos sobre la alfombra del salon. Los dos estabamos desnudos y los dos permaneciamos a cuatro patas, olisqueandonos nuestras partes, como perros. Dada su delgadez y su postura, las lineas de su cuerpo evocaban las de una letra de cualquier alfabeto. Sus nalgas, a diferencia de las de la mujercilla, no se abrian en dos formaciones carnosas al terminar los muslos, sino que eran una mera continuacion de ellos. Pese a todo, resultaban muy deseables tambien, pues parecian unas guardianas debiles e inexpertas de las entradas del culo y la vagina. En esto, mi mujer me pedia que le introdujera letras por el culo. Yo aplicaba mi boca a el y recitaba lentamente el alfabeto: a, be, ce, de, e, efe… Y aunque no se puede hablar en mayusculas o en minusculas, lo cierto es que las que salian de mi boca eran minusculas porque las letras, como los hombres, tenian tambien dos versiones de si mismas (?por que no los numeros, me pregunte?). Las letras minusculas se perdian pues en el interior de su cuerpo como murcielagos en las profundidades de una cueva y al poco comenzaban a salir por su boca formando palabras (tabaco, vino, jugo, sexo, etc.) que yo lamia de sus labios como el que lame la miel de un panal.

La fantasia alcanzo tal grado de realidad que el yerno de mi mujer, viendo que hacia aquellos movimientos con la lengua, pregunto si me pasaba algo.

– No es nada -dije-, perdona un momento.

Y sali de la cocina en direccion al cuarto de bano, donde continue tragandome las palabras (y ocasionalmente alguna frase) que salian de la boca de mi mujer, adonde habian viajado misteriosamente desde el culo. Sobra decir que no tuve mas remedio, para aliviar la ereccion, que masturbarme. Pero lo resolvi rapido, de modo que cuando regrese a la cocina las vieiras estaban en su punto. El yerno de mi mujer picaba distraidamente unas almendras de un plato de cristal con forma de hoja de parra.

Tras la cena, la nina quiso que fueramos a mi despacho y que nos asomaramos con la linterna al hueco que habiamos descubierto detras del cajon de la mesa. No se veia nada.

– ?Es verdad que esto es un criadero de hombrecillos? -pregunto.

Le respondi que no y se quejo de que solo unos dias antes le hubiera dicho lo contrario.

– Fue por gastarte una broma -dije.

La nina se mostro entre decepcionada y aliviada. Luego, nuestras miradas se encontraron fatalmente, como si estuvieramos desnudos el uno frente al otro. Jamas me habia sentido tan al descubierto. Tampoco ella, creo. Entonces, casi sin querer, le pregunte si veia hombrecillos. Tras un parpadeo, se echo a reir.

– ?Que voy a ver hombrecillos! -dijo corriendo a la cocina, donde sus padres y mi mujer discutian acerca de la bondad de los cultivos ecologicos. Para mi gusto, me acoste tarde.

17

Me desperte a las tres de la madrugada, en mi cama individual, pues desde hacia algun tiempo dormiamos en lechos separados. Mi mujer habia resuelto el asunto con increible celeridad: fue a los grandes almacenes, eligio dos camas muy sencillas, un poco bajas para mi gusto, y lo arreglo todo para que quienes las trajeron se llevaran la antigua, incluido el colchon. Yo, avergonzado como estaba por la situacion que habia provocado aquellos cambios, no me atrevi a oponer ninguna resistencia. Lo cierto era que me costaba coger el sueno en aquella cama propia. Y, una vez cogido, duraba poco. La cama de matrimonio resultaba mas confortable, gracias entre otras cosas al cuerpo de mi mujer, cuya temperatura era muy regular. Tambien me gustaba su olor (siempre se perfumaba antes de acostarse) y el tacto de los tejidos de sus pijamas. Los excesos me habian expulsado de aquel paraiso.

Me desperte, decia, a las tres de la manana y estuve dandole vueltas de nuevo a la idea de abandonar las clases de la facultad. Me pesaban demasiado, me aburrian, quiza yo hubiera empezado a aburrir tambien a los alumnos. Como el sueno no regresara, me levante sin hacer ruido, fui al salon, y estuve buscando hombrecillos sin ningun resultado. Luego me sente e intente establecer comunicacion telepatica con ellos, tambien sin exito. Les pregunte por que iban y venian, por que habian confeccionado ese doble de mi, ahora fuera de cobertura, por que me creaban complicaciones que no sufrian, en apariencia al menos, el resto de mis contemporaneos. Permaneci a la escucha, por si se produjera alguna voz en el cerebro. Pero no hubo nada.

De subito, al venirme a la cabeza la posibilidad de fumar, volo de golpe el desasosiego. Fui a mi despacho, saque el paquete de donde lo habia escondido y extraje lentamente un cigarrillo que oli antes de llevarmelo a los labios. No era probable que mi mujer se despertara, jamas lo hacia a media noche, de modo que fume tumbado en el divan (ya ventilaria la habitacion mas tarde), llevando el humo hasta lo mas hondo de las regiones pulmonares y liberandolo despacio. A ratos observaba los dibujos de la columna de humo y a ratos cerraba los ojos para multiplicar la sensacion de paz interior.

En esto, una de las veces que cerre los ojos aqui, los abri en otro lugar, como si me encontrara en dos sitios a la vez, en uno con los ojos abiertos y en el otro con los ojos cerrados. Fue tal el vertigo, que volvi a abrirlos enseguida para comprobar con alivio que me encontraba en mi despacho, tumbado en mi divan, fumando lentamente un cigarrillo. Prevenido por la experiencia anterior, los cerre de nuevo para ver que ocurria y sucedio lo mismo: que los abri en otro sitio, en otra habitacion, quiza en otro mundo. La habitacion era un dormitorio de muebles oscuros muy de mi gusto, pues parecian solidos y antiguos. Era de noche tambien, ya que podia ver al otro lado de la ventana, que tenia forma de ojiva, una luna en cuarto creciente que iluminaba parte de la habitacion. ?Quien soy aqui?, me pregunte desde la cama, pues estaba acostado.

Enseguida comprendi que «aqui» yo era el hombrecillo, con el que habia entrado en contacto de nuevo de manera gratuita, sin saber el porque, como siempre. Cuando digo que yo era el hombrecillo, conviene entenderlo literalmente, pues en ese momento no senti otra division que la fisica. El hombrecillo y yo eramos de nuevo un mismo Estado compuesto por regiones separadas. Yo era el y supuse que el era yo, pues no percibi que su mente trabajara en esos momentos de manera autonoma respecto de la mia. Deduje enseguida que me encontraba en el mundo de los hombrecillos porque todos los muebles estaban proporcionados a mi tamano.

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