un cigarrillo en nuestra casa. Su rechazo al tabaco era tal que podia localizar a un fumador a veinte o treinta metros. En cuanto a mi, conocia por experiencia el modo en que el olor a humo frio acababa impregnando el contexto del fumador: sus ropas, su aliento, sus manos, incluso las cortinas de la habitacion y la tapiceria de las butacas. Yo mismo habia pasado, tras superar la adiccion, por esa etapa de rechazo excesivo que convierte al ex fumador en un arrepentido insoportable. ?Como, con el esfuerzo que me habia costado en su dia abandonarlo, iba a retomar ahora ese habito? Comprendi entonces que me costaria mas justificarlo ante mi mismo que ante mi mujer.

Aun asi, me imagine fumando de nuevo de forma clandestina (?como, si no?). Tendria que hacerlo con un cuidado enorme. Desde luego, no podria encender ningun cigarrillo en el interior de la casa. Fumaria en la terraza o asomado siempre a una ventana. Y no expondria la ropa al humo, pues los tejidos absorben con facilidad ese tipo de olores, instalandose en su trama de un modo permanente. Deberia vigilar tambien lo relacionado con el aliento, lo que implicaria tener siempre a mano caramelos de eucalipto o chicles para la halitosis. Por supuesto, seria preciso encontrar tambien un escondite seguro en el que guardar el tabaco y el mechero. Parecia evidente que no valia la pena volver a fumar a ese precio en el que no he incluido los problemas relacionados con la salud, pues abandone el tabaco en parte porque tenia ya un catarro cronico que devino mas de una vez en neumonia. Fue dejarlo y mejorar de manera sensible. Llevaba anos sin constiparme.

Mientras hacia estas consideraciones, habia ido mecanicamente de un lado a otro de la casa, intentando calmar asi el desasosiego de que era victima. En una de esas idas y venidas habia pasado por la cocina para prepararme un cafe y al primer sorbo eche de menos, como en otra epoca, el complemento del cigarrillo. Dividido entre la conveniencia de no fumar y el deseo de hacerlo, una tercera instancia de mi comenzo a tachar de exagerado el panico al tabaco. Podia encender un cigarrillo y dar dos o tres caladas, pongamos que cinco, para comprobar que no era la ausencia de nicotina lo que habia provocado en mi aquella intranquilidad. En el peor de los casos, si llegara a recaer, fumaria dos o tres cigarrillos al dia, cantidad que el organismo era capaz de metabolizar sin problemas, lo decia todo el mundo. El hombrecillo, que seguia apasionadamente aquella discusion conmigo mismo, se puso al lado de la parte mas permisiva, reforzando sus argumentos.

– No puede ser tan grave -decia.

– ?Y tu que sabes? -le espetaba yo.

– Veo fumar a mucha gente sin organizar el drama que estas armando tu. Los vecinos, sin ir mas lejos, se pasan la vida liando cigarrillos.

– Vete tu a saber lo que fuman -respondi.

Mas de una vez, encontrandome en la cocina, me habian llegado a traves del patio interior los efluvios de la marihuana o del hachis, que conocia bien, pues los habia olido a la entrada de la facultad, a veces en sus pasillos.

El caso es que en una de esas, desposeido completamente de mi voluntad, me quite la bata, me puse sobre el pijama una chaqueta y unos pantalones, me cubri con la gabardina y me acerque a un estanco que habia en la esquina, y en el que no habia entrado jamas, para comprar un mechero y un paquete de Camel, la marca que habia fumado en otro tiempo. Volvi a casa con una excitacion desproporcionada, victima de un apremio y de una ansiedad tales que tuve que decirle al hombrecillo que se calmara un poco.

– Yo estoy tranquilo -dijo el-, eres tu el que tiene a cien todos los pulsos.

Me sente a la mesa de trabajo, abri el paquete con lentitud deliberada, como si practicara un rito, y lo acerque a la nariz para comprobar si el olor real era tan seductor como el del recuerdo. Y lo era. Pero no olia solamente a tabaco. Tambien a sexo, al sexo de otros tiempos. Por mi mente pasaron de subito texturas de lenceria femenina y de salivas ajenas. Tratando de no perder la calma, abri la ventana, encendi un cigarrillo, aspire el humo y lo conduje con suavidad hasta los pulmones. El efecto no se hizo esperar en el cerebro, pues senti un mareo leve, pero amable, como si aquella bocanada me hubiera trasladado a otra dimension.

– ?Que bien! -exclamo el hombrecillo telepaticamente, desde dondequiera que se encontrara.

– Si, ?que bien! -ratifique yo cerrando los ojos para dejarme llevar por aquella especie de vahido creativo (de subito, me habia parecido encontrar la solucion para el articulo sobre los mercados de futuro y los huevos de gallina sin fecundar).

– ?Y que tal un sorbito de vino para acompanar el humo? -pregunto el hombrecillo.

Sin pensarlo, fui a la cocina, tome la botella abierta la noche anterior y me servi una copa cuyo primer sorbo di en el pasillo, mientras me dirigia a mi cuarto de trabajo. Cuando llegue, en vez de sentarme a la mesa, me tumbe en el divan en el que leia la prensa y di otro sorbo que mezcle con una calada del cigarrillo. Todo mi cuerpo se relajo de un modo espectacular. Entonces, ocurrio.

14

Lo que ocurrio fue que al cerrar los ojos para sentirme mas dueno de aquellas acometidas de placer, vi al hombrecillo (la cobertura y la unidad entre el y yo eran en aquel instante perfectas) introducirse en una grieta del parque que al parecer conducia a otro mundo (quiza todos los agujeros, incluidos los corporales, conducen a otros mundos). Al principio se trataba un conducto humedo y de paredes de aspecto membranoso que desembocaba sin embargo, a traves de una rendija, en una especie de plaza publica muy animada y luminosa, llena de hombrecillos. En esta ocasion, y sabiendo que no se trataba de un sueno, me fije bien en todo y vi que en una de las esquinas de la plaza, conviviendo con edificios semejantes a los de los cascos antiguos de las ciudades europeas, habia una suerte de panal en cuyo centro se hallaba de nuevo la mujercilla reina en actitud receptiva para la copula.

El espectaculo era al mismo tiempo delicado y atroz, sutil y obsceno, verdadero y falso, incluso organico y espiritual. La mujercilla permanecia en su celda en una actitud pasiva, aunque solo en apariencia, pues pronto adverti que se trataba de una pasividad agil, de una quietud movil, de un sosiego feroz. Como en la ocasion anterior, solo llevaba encima aquella ropa interior sutil cuyo tejido, que era somatico, se relacionaba con su sexo y con sus pechos de un modo inexplicable, pues aunque formaba parte de ellos, su elasticidad le permitia desplazarse para dejar al descubierto la vulva o los pezones.

La mujercilla se dirigio por medios telepaticos al hombrecillo invitandole a subir a su celda, pues habia sido elegido de nuevo para consumar la copula. La comunion entre el hombrecillo y yo continuaba siendo de tal naturaleza que en realidad fui yo quien, sin dejar de permanecer tumbado en el divan de mi cuarto de trabajo, me vi ascendiendo hacia la mujercilla por una suerte de escaleras que conducian a su aposento. Ella me esperaba anhelante, como jamas nadie me habia esperado nunca, como nadie, nunca, volveria a esperarme. Al tomarla entre mis brazos y comprobar que nuestros cuerpos se acoplaban entre si con una plasticidad asombrosa, intente tomar conciencia de lo que ocurria segundo a segundo, para no olvidarlo jamas. Por otra parte, como ya tenia algo de experiencia, intente conducir los acontecimientos en vez de ser conducido por ellos. Dado que mi ropa, en aquella version de mi, era organica, no necesitaba desprenderme de ella para liberar el pene, que hizo su aparicion enseguida, completamente erecto, por una entretela de la que no era consciente.

La mujercilla me invito con su actitud a que yo mismo le retirara las bragas, lo que hice con sumo cuidado (en realidad, con sumo amor) para no provocar ningun desgarro en aquel extrano conjunto de ropa y piel. Como en la ocasion anterior, examine su sexo con la intensidad dolorosa del que observa una imagen pornografica intentando encontrar en ella un significado. Sin necesidad de que yo se lo pidiera, la mujercilla separo con sus dedos los labios vaginales exteriores para facilitar mi examen, pero tambien -me parecio- en busca de mi beneplacito, como si yo fuera una especie de inspector encargado de comprobar que no faltaba ninguno de los accidentes propios de aquella region organica cuyos penetrales exudaban un jugo que ella misma me daba a probar con sus dedos, al tiempo que los mios jugaban con los pliegues de aquellas formaciones humedas, temeroso de que al dejar de verlas o tocarlas olvidara su aspecto o su textura. De vez en cuando levantaba la vista y nuestras miradas se encontraban.

– Dame mas -le suplicaba yo entonces. Y ella recogia con los dedos parte de los jugos que se derramaban por la cara interna de sus muslos y los llevaba hasta mi lengua, que jamas habia probado nada parecido, pues ni el

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