Lo que he cogido es la peste, me dieron ganas de contestar. Desayunamos en silencio, ella restando ahora importancia a mi estado por miedo, supuse mezquinamente, a tener que quedarse en casa para cuidarme; yo, asegurando que descansaria y que, si me subia la fiebre, la llamaria al rectorado. Cuando se fue, me puse el termometro y tenia 38 grados. A mi la fiebre me parecia molesta, pero al hombrecillo le resultaba estimulante.
– ?Que es esto? -pregunto al sentir los primeros efectos de la subida de temperatura.
– Es la fiebre -dije yo como el que dice es el monzon o es el nordeste o es la tramontana.
– Me gusta la fiebre -replico el hombrecillo con euforia-, les da a las cosas un tono algo irreal. A lo mejor esto no esta pasando, a lo mejor no estoy escondido en este sotano, a lo mejor no he matado a nadie, a lo mejor…
– No hay delirio que valga -anadi yo telepaticamente-. Estas metido en un buen lio, de modo que sal con cuidado de ese sotano y vuelve a casa por el camino mas corto.
Exagerando las precauciones para burlarse de mi miedo, el hombrecillo abandono su escondite, salio a la calle y camino normalmente sin que nadie le molestara. El mundo de los hombrecillos, a la luz del dia y en las arterias principales, parecia superpoblado. Estaban las calzadas y las aceras llenas, respectivamente, de vehiculos y de personas. El hombrecillo caminaba despacio, extranado de aquella abundancia biologica en la que se sentia un intruso como yo mismo, por otra parte, me he sentido casi siempre entre los seres humanos. El hombrecillo se pregunto cuantos hombrecillos fabricados (cuantos replicantes, como el mismo) habria en aquella colonia, pues a primera vista no se percibia signo alguno que diferenciara a los artificiales de los nacidos de la mujercilla. Mientras nos dirigiamos a su casa de munecas, decidi, en mi version grande, tomarme una aspirina efervescente.
– ?Que es eso? -pregunto el hombrecillo.
– Una aspirina, para el dolor de cabeza.
– ?Para la fiebre? -insistio el.
– Si -dije yo.
– ?Ni se te ocurra! -grito fuera de si-. Si me quitas la fiebre, matamos a otra persona ahora mismo.
Arroje la aspirina a medio diluir a la pila y fui a mi despacho en busca de un poco de paz. Apenas me hube sentado, el hombrecillo sugirio que nos fumaramos un cigarrillo, a lo que no dije que no. La primera calada me calmo como si me hubiera inyectado la nicotina directamente en el cerebro. La mezcla del tabaco y la fiebre provocaron un estado de bienestar algo siniestro. Ya comprendo que parece una contradiccion, pero la verdad es que los escalofrios que recorrian mi cuerpo, por aciagos que fueran, resultaban tambien estimulantes.
Enseguida se abrio paso en mi cabeza la idea de tomar una copa de vino, que me servi de inmediato. Tras el primer trago, vi llegar al hombrecillo al portal de su casa, o lo que fuera el lugar aquel, cuyas escaleras acometio en medio de una tormenta de alucinaciones intensisimas. Asi, por ejemplo, aquella escalera era en realidad
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Entrado que hubo en la vivienda, se dejo caer sobre la cama con expresion de felicidad y solicito que me masturbara. Yo estaba en pijama y bata, sobre el divan de mi cuarto de trabajo, con la copa de vino en una mano, el cigarrillo en la otra, la fiebre en la cabeza y una ereccion entre las ingles (aquella sucesion de horrores, por alguna razon inexplicable, habia movilizado mis resortes venereos). No me resisti, pues, a satisfacerle. Para aumentar la excitacion, imagine una escena erotica algo ingenua (todas lo son) cuya protagonista era mi mujer, que en esa fantasia no podia vivir, literalmente hablando, sin mi. Aunque parezca la letra de un bolero, si le faltaba yo le faltaba el aire, por lo que la pobre era victima en mi ausencia de violentos ataques de asma que aliviaba con las inhalaciones de un spray broncodilatador. El contenido del spray era en realidad una version liquida de mi mismo que llevaba consigo a todas partes.
Ahora se encontraba en su despacho del rectorado, donde acababa de sufrir un ataque. Vestia un traje negro, de punto, con escote en pico, que se adaptaba centimetro a centimetro a las formas lineales de su cuerpo, resaltando su delgadez y su altura. Dado que su pelo era negro tambien, al incorporarse con la respiracion entrecortada para tomar el spray del bolso, parecia una sombra mas que un volumen real. Su expresion de sufrimiento, asi como el ligero silbido del aire al entrar y salir con dificultad de sus pulmones, me provocaban una excitacion sexual que habria tildado de enfermiza en cualquier otro.
Una vez recuperado el spray, en fin, se lo aplicaba ansiosamente a la boca y despues, aun jadeante, se levantaba la falda del vestido negro, se bajaba con urgencia las bragas (blancas, muy caladas) y abriendose los labios de la vagina se lo aplicaba tambien alli con expresion de alivio.
Al hombrecillo le volvia loco esta fantasia. A mi, no tanto, pues pasaba en ella de la claustrofobia que me producia verme encerrado en un envase a la disolucion que implica convertirte en un liquido pulverizado. Era como estar sin estar. Por otra parte, el escenario donde se sucedian los hechos -un despacho academico- me infundia aun algun respeto. De un modo u otro, alcance el orgasmo, que si en mi version de hombre fue normal, en la del hombrecillo tuvo efectos devastadores, hasta el punto de que perdio el sentido. Deduje que quiza un orgasmo mio tuviera en el las mismas consecuencias que uno de elefante en mi. La comparacion, aunque eficaz, me parecio grosera.
Cuando el hombrecillo desperto, yo estaba aseandome, para huir de aquel aspecto de hombre disoluto con el que habia salido de la cama y que se habia acentuado al paso de las horas. La ducha y el afeitado mejoraron mi aspecto exterior, pero internamente continuaba hundido en el caos. ?Vivirian el resto de las personas tormentos semejantes a los mios? ?Tendria todo el mundo dentro de si un secreto tan dificil de sobrellevar como el de la existencia del hombrecillo?
– Deberias abandonar tu mundo y trasladarte a mi casa -le dije-, no creo que aqui actue la policia de los hombrecillos.
– Olvidate de la policia -dijo el-, la cuestion no es esa. Ademas, nada me vincula con el muerto. Dejame disfrutar de la fiebre y del tabaco y del alcohol y del crimen y del orgasmo.
Comprendi que el hombrecillo habia convertido su vida, y por lo tanto parte de la mia, en un cenagal donde solo tenian cabida las pasiones mas previsibles y las mas repugnantes. No se percibia en el interes intelectual alguno. Entonces adverti que durante la ultima epoca yo apenas habia leido porque el, de un modo u otro, siempre con ardides sutiles, me alejaba de los libros. Dejare de fumar, me dije. Dejare de beber tambien. Y de masturbarme. Volvere a mis antiguos habitos, a mis horarios, a mis articulos, a mis clases de economia. Me ocupare de la nieta de mi mujer, y de su hija, dare consejos a su yerno…
– ?Dejaras tambien de ver hombrecillos? -pregunto entonces el hombrecillo telepaticamente.
?Estaba dispuesto a dejar de verlos? Hice un breve repaso de mi existencia y comprendi que, incluso durante las temporadas en las que habian permanecido ausentes, mi vida habia estado determinada por ellos. El deseo de todo ser humano intelectualmente inquieto era acceder a instancias ignotas de la realidad, columbrarlas al menos. A mi me habia sido dada esa gracia que constituia tambien una maldicion, pues ignoraba su sentido. Pero ?acaso habia dones inocentes? La vida, el mas preciado de todos, era un regalo envenenado, absurdo, y sin embargo muy pocas personas se la quitaban. ?Tendria yo, si dependiera de mi voluntad, el valor de acabar con el hombrecillo cuando no habia sido capaz de acabar conmigo mismo?
Comprendi que no, que la vida sin el (sin los hombrecillos en general) seria como una tienda sin trastienda, como una casa sin sotano, como una palabra sin significado, como una caja de mago sin doble fondo. ?En que