Lorenzo Silva

El Angel Oculto

© Lorenzo Silva, 1999

Para mi abuela Isabel, que ha visto pasar el siglo y, con sus ojos de muchacha sabia, lo sigue comprendiendo.

Para mi abuela Patrocinio, cuyos ojos no tuve.

Y para mi madre, naturalmente.

Reconocimientos

Este libro, que no es mas que una ficcion, debe mucho, sin embargo, a algunas personas reales. Debe, en primer lugar, al extrano y notable escritor espanol en lengua inglesa Felipe Alfau, cuya misteriosa figura me sirvio de punto de partida para fabular una historia con la que la suya, sin tener acaso mucho que ver, tampoco deja de guardar coincidencias que seria ilegitimo no reconocer expresamente. Debe, tambien y con el mismo rango de importancia, a mi amigo Jose Ramon Tora, quien no solo me descubrio la obra de Alfau en su anomala y muy sugerente version original inglesa, sino que ademas de eso ha sido siempre mi posadero neoyorquino y mi asesor abnegado y puntual en todas las cuestiones relacionadas con la ciudad.

Quiero por otra parte agradecer a Sybil McKenna el prestamo de su nombre y de algunos otros rasgos para cierto personaje, y a Javier, Rosa, Carolina y Af Angeles, su enriquecedora y paciente compania durante los neoyorquinos dias de 1996 en los que en gran medida se gesto esta novela.

And always at such a time I feel the same vagabond and willful spirit sweeping my conscience and senses, an irresistible desire to throw everything to the devil and seek adventure through the fields, throughout the world. To unite me with the avalanche of spring and drift with it… Oh Lord! Without worries of the morrow or unpleasant memories of the past, except perhaps those that are necessary and a bit sad, in order to lend happiness that diaphanous touch of melancholy which makes it so refined, so perfect, so poetical and so humane.

Felipe Alfau, Locos

Nueva York de cieno,

Nueva York de alambre y de muerte.

?Que angel llevas oculto en la mejilla?

Federico Garcia Lorca, Oda a Walt Whitman

I. SENALES DE HUNDIMIENTO

1.

Pesquisas de Dalmau

Cuando Dalmau, la misma noche que escogio para confiarme el secreto de su aplomo, admitio de improviso la necesidad de conocerme y dejo que aquella pregunta flotara, como una medusa, en la oscuridad de su despacho de Canal Street, lo unico que acerte a responder fue que habia venido a Nueva York para tratar de averiguar si todavia podia sentir algo en la vida.

A la vista de mi comportamiento desde que aterrice aqui, esa era la interpretacion mas aproximada que me consideraba y aun hoy me considero en condiciones de ofrecer. Sin embargo, una manifestacion de tal envergadura requeria algun menoscabo. Asi dicho, podia pensarse que viniendo a Nueva York cumplia con mi destino o me dejaba arrastrar por una atraccion irresistible, cuando no pasaba de avenirme a un simple albur. En realidad, no importaba, ni mucho menos hacia falta que fuera Nueva York. Las razones que terminaron inclinandome por este lugar fueron mas bien circunstanciales. En primer lugar, elegi cruzar el mar porque supuse que convenia estar lejos de Madrid, para no tener posibilidad de regresar demasiado rapido si echaba algo de menos. Luego busque un sitio donde se hablara otro idioma (incluso el espanol que aqui se habla es otro idioma) porque en el mio el mundo y la gente habian dejado de ser aceptables. Y finalmente fue Nueva York porque aqui vivia y vive mi amigo Raul y nunca he tenido espiritu de aventura. Aunque quiza existieran, sin salir de Norteamerica, lugares mas apropiados a mis intenciones, preferi disponer de alguien que me facilitara informacion fiable sobre algunos asuntos cotidianos, como donde y por cuanto alquilar un apartamento.

Lo misterioso, en cualquier caso, no era el hecho de que hubiera venido a esta ciudad, accidente sobre cuya probable trivialidad me demore para Dalmau en esos o semejantes terminos, sino como y por que habia llegado a concebir la idea de que debia dejar la mia. No se trataba de que no hubiera motivos; lo extrano era justamente que los habia desde hacia anos, tantos que parecia que los hubiera habido siempre. Despues de haber convivido mansamente con todos ellos, despues de haber aguantado, sin protesta, una multitud de acontecimientos intolerables, ?que ofensa inaudita, que desastre definitivo me habia persuadido de abrazar de la noche a la manana la alternativa hasta entonces rehusada del exilio? Dalmau, cuyo instinto acerca de estas cuestiones estaba aguzado en los muchos insomnios de su destierro de decadas, capto al instante mi debilidad y desvio sobre la marcha su interrogatorio. Si habia venido aqui porque estaba lejos, ?no seria que estaba escapando de algo?

No podia encubrir ante el mi confusion, negando o aprobando sin mas su conjetura, asi que me declare incapaz de designar un enemigo o una calamidad concretos. Habria sido sencillo huir del hambre, de una pena de prision, o del embarazo inoportuno de una criada, como aquel Karl Rossmann imaginado por Kafka que me habia precedido a principios de siglo a traves del oceano. Lo dificil era huir de todo y de nada a un tiempo, porque asi nunca se podia estar seguro de que lo que debio quedar atras no estaba mas bien delante, acechando un descuido para imponerle a uno la humillacion de su presencia.

Comprendi que la curiosidad de Dalmau, inflexible como todos los demas raros esfuerzos que a aquellas alturas consentia emprender, no podia quedar aplacada con tan pobre retorica. Acuciado por sus ojos casi transparentes, exigi a mi inteligencia que hallara un modo de evitar el tedio de aquel hombre. Dalmau, despues de haber visto secarse las primaveras a docenas, despreciaba cuanto le aburria. En ese trance, todo lo que se me ofrecio fue una disculpa, que pronuncie apresuradamente, antes de saber a que me estaba fiando:

– Hubo algunas senales, como mucho. Senales, como diria, de hundimiento.

Casi en el mismo segundo en que las palabras salieron de mis labios me di cuenta de que acababa de contraer una deuda que acaso no estaba en condiciones de satisfacer. Ahora tenia que darle noticia de aquello,

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