ellos. Por eso procure no quedarme en la habitacion si no estaba alguno de los Fromsett, que eran su verdadera familia, a la que Dalmau no podia rehuir en aquel momento, a pesar de todo lo que pudiera circularle por la cabeza. Asi comparti vigilia con Sue, que trataba de reconocer en mi al jugador impulsivo que la habia visitado en su casa de Madison, o con Paul, que se interesaba por asuntos tan peregrinos como la abundancia de sexo explicito en la television europea, y que ante mis evasivas parecia dudar de la lucidez de su hija al enredarse conmigo. Pero sobre todo, trate de estar acompanado de Sybil, entre otras cosas porque en su presencia Dalmau se mostraba un poco mas humano y afectuoso. Con Sue tenia una confianza un poco despegada y a Paul, cuando se quedaba adormilado en el sillon, le miraba de reojo como si planeara entregarlo a un taxidermista.
Precisamente estaba con Sybil, la vispera de Nochebuena, cuando Dalmau nos rogo:
– ?Podeis prestarme ese vaso?
– Nadie tiene que prestartelo -observo Sybil, aturdida-. El vaso es tuyo.
– No es mio -se opuso Dalmau-. Uno solo tiene las cosas mientras puede sujetarlas y yo ya no puedo sujetar nada. Echame agua, por favor.
Sybil echo agua en el vaso y se lo acerco a los labios. Dalmau bebio a sorbos cortos y volvio a recostarse.
– El agua si es mia, ahora -proclamo, triunfal-. Pero nada mas, ya.
– No se esfuerce -intervine, porque vi que le costaba respirar.
– Que poca cosa es un vaso, normalmente -dijo, desobedeciendome-. Uno sobrevive a tantos vasos que acaban hechos anicos, en el suelo o el fregadero. Hasta que un dia uno se enfrenta a un vaso que va a sobrevivirle. Si uno dijera que ese vaso es suyo, el vaso reventaria de risa. Hay que pedirlo prestado, porque el vaso, como todo, solo puede ser de otro que seguira viviendo.
Ni Sybil ni yo supimos que decir. Ella le coloco el cobertor, subiendoselo hasta el cuello. Dalmau se dejo hacer. Sus ojos parecian no ver ya nada.
– Todo, en realidad, lo hemos tenido prestado -repitio-. Y ahora hay que devolverlo. Que trago terrible, para tantos imbeciles.
Dalmau reia, sin fuerza.
– La verdad es tan magnifica, y tan limpia -susurro, antes de dormirse.
De aquel sueno ya no desperto. Se quedo en el, en la madrugada de un 24 de diciembre, cuando todos en Nueva York sonaban con regalos que recibirian o harian a la noche siguiente y que invariablemente crearian una ilusion de propiedad en sus destinatarios. Su nieta y yo nos dimos cuenta del desenlace por la manana, cuando caimos en que habiamos dejado de escuchar su respiracion. Me asegure de que Sybil se encontraba bien y fui a dar la noticia a los demas, que ya estaban desayunando. Sue se levanto y se encamino muy despacio hacia el dormitorio. Paul hizo chascar la lengua y meneo la cabeza, buscando algo que pudiera decir. Matilde siguio con prudencia de mujer vieja los pasos de la hija de Dalmau. Charlotte quedo inmovil, como alienada. Cuando reacciono, la acompane a la camara mortuoria, sujetandola por los hombros. Temblaba imperceptiblemente.
Siempre recordare como se acerco al cadaver, abriendose paso entre las otras tres mujeres, y acaricio con las yemas de sus dedos los parpados cerrados. Dalmau habia previsto que ella los bajase, pero no habia hecho falta, porque habia muerto dormido. Despues Charlotte cogio el vaso y la bandeja que habia sobre la mesilla y se los llevo. Al verlo en sus manos supe, y me conforto saberlo, que aquel vaso le pertenecia.
3.
La idea estaba absolutamente clara en mi cerebro, pero no era yo quien poseia facultades legales para ponerla en practica. Por eso, en cuanto se hubo serenado, me lleve a Sue fuera de la habitacion y trate de ganarla para la causa. Inicie la cuestion por el borde de fuera, para que resultase menos violento.
– Ahora hay que pensar en algunas cosas inevitables -dije.
– ?Querras ocuparte tu? -abdico rapidamente Sue, como si lo hubiera estado esperando-. Puedes contar con Paul, desde luego.
– ?Dijo alguna vez que queria que se hiciera?
– ?Con que? -y reparando de pronto, repuso-: Ah, no que yo sepa. Hay un testamento. Deberas hablar con Pertua.
Ya suponia que debia hacerlo, y ya suponia que el testamento no aclararia nada al respecto. Entonces me lance:
– Creo que el queria que se le enterrase en Espana.
– ?Como? Era ciudadano estadounidense. Su mujer esta enterrada aqui. Su hijo esta enterrado aqui, quiero decir en Wisconsin, tu lo viste. Toda su vida estuvo aqui. En tu pais lo unico que hizo fue nacer.
Sue se habia revuelto sin pensar, como si yo acabara de ofenderla en lo mas sagrado. Pero despues de desahogarse quedo un tanto meditabunda, y tras una pausa pregunto, sin la ferocidad de hacia solo unos segundos:
– ?Por que crees que el queria que le llevaran alli?
Con Sue hablaba siempre en ingles. Si lo haciamos en castellano, aun se comunicaban peor nuestros pensamientos. Habia una especie de horror en la manera en que habia dicho la ultima parte de la frase, to be taken there.
– Porque nunca fue en vida -replique.
En cualquier otra circunstancia, respecto de cualquier otra persona, el razonamiento habria sido un completo contrasentido. En aquel instante, a proposito de Dalmau, encerraba el significado preciso para que Sue, que no lo ignoraba todo (a fin de cuentas, ella habia hecho las gestiones para que Matthew fuera enterrado en Kenosha, a donde jamas iria a reunirsele nadie), desfalleciera y admitiese:
– Es posible que tengas razon.
Para resolver el arduo problema de la repatriacion, con innumerables tramites que debian ser realizados en dependencias oficiales con la actividad atenuada por las festividades navidenas, recabe la cooperacion de Pertua, quien presto aquel ultimo servicio a Dalmau como habia prestado todos los anteriores, aviniendose a todo cuanto yo sugeria. Para esta diligencia de Pertua habia motivos diversos. Por un lado compartia mi conviccion de que aquella era la mejor forma de cumplir con los deseos que el viejo nunca habia tenido la debilidad de expresar abiertamente. Por otro, conocia el testamento de Dalmau, y aunque en el, en efecto, no se contenia disposicion alguna acerca del destino que debia darse a sus restos mortales, si habia detalladas previsiones respecto de mi persona. Casi todas se condicionaban a mi matrimonio con Sybil, a quien instituia como heredera universal, pero algunas se mantenian incluso tras una posible ruptura.
Una gelida manana de enero, un feretro fue introducido en la bodega de un avion en el aeropuerto de Newark, en Nueva Jersey. En ese mismo avion iban Sue y Sybil, a quienes yo acompanaba a conocer el lugar donde habian vivido sus antepasados, hombres heroicos que volvian sentenciados de las campanas de Africa y mujeres abnegadas que enviudaban y morian en silencio. En ese avion, en fin, deshizo la travesia el muchacho sin nombre que habia llegado a America setenta y cinco anos atras.
4.
El dia que enterramos a Dalmau, el sol brillaba sobre una radiante manana invernal, de las que solo pueden sonarse en tantos otros paises y enero depara sin especial dificultad a Madrid. Enterrar a Dalmau alli, en el cementerio frente al rio donde reposaban sus padres, habia exigido a Pertua los mejores esfuerzos. En aquel antiguo camposanto ya solo se sepultaba a quienes disponian de una tumba familiar en propiedad, y aunque quiza hubiera podido averiguarse el nombre de los padres de Dalmau, preferi que no se hiciera. Para proporcionarle las