– Tu si estas preparado para llegar, y esta en tu naturaleza intentarlo. Contigo no habra culpa, ni la burda supercheria que habria sido confiarselo a otro que no viniera de donde ambos venimos. A ti puedo encomendartelo, y esperar que me redimas. Sigue tu el viaje que el no pudo seguir. Y llega, por los dos y tambien por el.

– ?A donde? -pregunte, solo por cerciorarme.

Dalmau se encogio de hombros, y contesto:

– Al principio.

VI. DESCUBRIMIENTO DE LA ARMONIA

1.

Una pelirroja en Pisa

Desde la tarde en que el anciano que usaba el nombre de Manuel Dalmau me refirio la historia de su hijo Matthew, algo en mi interior se apresto a afrontar una torcedura de los acontecimientos. El premioso proceso que se habia desarrollado ante mi docil atencion estaba concluso, y al igual que habia medido y previsto todo lo anterior, el debia haber medido y previsto el paso siguiente. Pero fue la naturaleza, despues de tanto contemporizar con el, la que se adueno de la situacion. Pertua me trajo la noticia, y lo hizo con su aire de solvencia habitual, aunque parecia un poco mas agitado que de costumbre.

– El viejo ha empeorado -dijo-. Los medicos dicen que puede irse de un momento a otro.

– ?A que hospital le han llevado? -pregunte, mientras me echaba encima la chaqueta.

– A ninguno. Si no tuviera noventa y cinco anos podrian ponerle un tratamiento, o incluso operarlo. A su edad, cualquiera de esas dos cosas equivale a ejecutarlo en el acto. Le dan calmantes y le ayudan a respirar con una maquina si se fatiga. No pueden hacer mas.

– ?Que es lo que le pasa? -nunca antes habia indagado tan frontalmente aquel extremo.

– Que es lo que no le pasa. No vengo a alertarte, sino a sugerirte que te resignes y te esfuerces en ayudarlo, en lo que puedas, a acabar en paz. Quiere que vayas a verlo.

– ?Han avisado a su hija?

– Los he avisado a todos. Quiere verte antes de que lleguen.

Volvia a ser Navidad y Nueva York lo festejaba bajo la nieve con una de sus consabidas olas de frio polar. Mientras iba en el taxi recorde como habia sido la navidad anterior, la que habia pasado con Raul y Gus. Era como si hiciera mil anos.

Me recibio Charlotte. Habia estado sollozando y lo tenia todo enrojecido: las mejillas sutiles, los ojos celestes. Hasta aquella nina primaveral se encogia ante la cercania de la muerte. Con su paso inaudible me precedio hasta la camara del enfermo. Era un dormitorio no demasiado grande, que casi habian vaciado de muebles para poder introducir los aparatos medicos. En la cabecera estaban Matilde y una enfermera. Dalmau, en pijama, habia quedado reducido a la minima expresion.

– Pasa, Hugo -murmuro al verme en el umbral, y dirigiendose a las mujeres, pidio-: Dejadnos solos un momento.

Matilde titubeo, pero la enfermera salio en seguida. Debia tener experiencia en moribundos y sabia valorar su voluntad. Me acerque a la cama. El aspecto de Dalmau, rota la exigua pero pertinaz reserva de vitalidad que le sostenia, causaba espanto.

– ?Has estado alguna vez en Italia? -pregunto, con un hilo de voz.

– No -repuse, desorientado.

– Yo fui con Karen, por nuestro decimo aniversario -informo apremiadamente-. Fue el unico viaje de placer que hice en toda mi vida. Estuvimos en Roma, Venecia, Florencia y Pisa. Alli, en Pisa, en el Baptisterio, me paso algo que no he olvidado nunca. Mientras paseaba por la galeria superior, me fije en una hermosa chica pelirroja, sentada. Apenas pose mis ojos sobre ella, alzo de golpe la mirada del folleto que estaba leyendo. Me encontre con dos ojos verdes que me atravesaron y despues se apartaron. Tras eso, la muchacha se levanto y se fue. Un par de minutos mas tarde, volvi a tropezarme con ella. De nuevo, apenas la mire, ella estaba de espaldas, se volvio y sus ojos sin fondo se clavaron en mi. Era como si dispusiera de un sexto sentido que la avisaba cuando alguien la observaba, aunque fuera de pasada, como yo habia hecho las dos veces. No pude sostener su mirada. Al fin ella se marcho, dejandome con la sensacion de haberme cruzado con un ser infinitamente mas poderoso que yo, que me habia examinado y habia decidido que no merecia la pena destruirme. Desde entonces la he esperado, a la chica pelirroja, con una mezcla de miedo y de deseo. Era tan placentero estar inerme ante ella, a merced de su crueldad esquiva. Ha tardado mucho, demasiado, pero al fin ha venido. Esta noche he sonado con ella. He vuelto a verlo todo, incluso detalles que se habian borrado de mi memoria. Y la chica no se iba, Hugo.

Habia hablado tan bajo que habia tenido que acercar el oido a su boca para oirle. Habia hecho un esfuerzo inmenso, para las energias que le restaban, pero se forzo a seguir.

– Cuando me he despertado me ha venido el ataque, y luego, mientras los medicos organizaban todo esto a mi alrededor, en realidad lo tenian preparado desde hacia tiempo, he seguido pensando en Italia. Un pais de sol y aceite, como el nuestro. Me he acordado de muchos sitios que vi y me gustaron, pero sobre todo de uno, y he tenido una idea que requiere de tu colaboracion.

– Calmese. No tiene por que cansarse asi.

– Claro que tengo -protesto-. Debes ir a Florencia. Alli hay una iglesia pequena, a orillas del Arno, que se llama Ognissanti. Arreglalo para casarte en ella con Sybil.

– ?Como dice?

– Lo has oido. Vas a casarte con mi nieta. Hazlo en esa iglesia.

– No soy creyente -objete.

– Yo tampoco, pero soy catolico. Todos los espanoles somos catolicos, aunque no seamos creyentes. No te sera tan dificil. Hazlo y lo entenderas.

– ?Por que?

– En esa iglesia esta enterrado Botticelli, de quien tambien alli se guarda un sensacional retrato de San Agustin. Es un templo desangelado, algo tenebroso, pero despues de ver la tumba y la obra de aquel gran hombre, me quede durante un buen rato. Y sucedio algo, Hugo. De pronto me sorprendi rezando. Fue la ultima vez que lo hice.

Dalmau sonreia misteriosamente. Una parte de mi me impulsaba a rechazar la tirania que aquel espectro trataba de ejercer sobre mi futuro. Pero la otra, la que el siempre habia sabido convocar, me movia a acatar su designio.

– Lo haremos, si ella quiere -me rendi.

– Querra -asevero, con aquella certidumbre irritante.

2.

El vaso de Charlotte

Vino Sue, y vino Paul Fromsett, el padre de Sybil, un hombre saludable de poblado flequillo a quien Dalmau trataba con displicencia. Fue extrano para todos, incluso para Sybil, que yo estuviera alli con ellos, junto al moribundo, y que el me reclamara y yo hablara en voz baja con Matilde o consolara a Charlotte cuando se le saltaban las lagrimas. Sin embargo, eran personas corteses y procuraron no hacerme sentir intruso, aunque yo me sentia, o mas bien lo que sentia era una cierta culpabilidad por que el viejo no confiara como habria debido en

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