tiempo de hablarme de Africa, con una ensonacion que no podia distinguirse si era debida a la fiebre que no le abandonaba o a otro arrebato mas intimo y profundo.

No me habria importado, porque solo tenia diecinueve anos y un conocimiento muy incompleto del miedo, ser destinado a un regimiento en primera linea. Sin embargo, la burocracia militar quiso que se me enviara a la Comandancia de Ceuta, donde acabe recalando en una oficina y viendome encargado de mantener al dia estadillos de almacen. Proteste por ello, con la escasa eficacia que el conducto jerarquico concedia a tales iniciativas. El teniente coronel de quien dependia me llamo a su despacho y me recrimino que desdenara una labor que era imprescindible para el correcto funcionamiento del Ejercito, una labor que alguien tenia que hacer y que yo no era quien para considerar inferior a mis aspiraciones o aptitudes. Tras el rapapolvo, me mantuve en mi puesto, cumpliendo con mi deber, en tanto no hubiera posibilidad de solicitar un nuevo destino, cosa que abrigaba el proposito de hacer en cuanto se presentara la ocasion.

A medida que fueron pasando las semanas y me fui familiarizando con las tareas que se me habian encomendado, comence a sospechar que algo alli no marchaba como debia. No tenia indicios, propiamente dichos; eran solo impresiones inconcretas que sacaba aqui y alla, de la actitud de uno, de los movimientos de otro, de la manera en que se agrupaban o desagrupaban los epigrafes en los inventarios. Yo no era un experto en aquellas lides y no era mucho mas lo que podia obtener. Con todo, alguien debio notar mi suspicacia, y maniobraron rapidamente. Por segunda vez, el teniente coronel me llamo a su despacho, pero esta vez no estaba tan iracundo como la otra, sino que empezo interesandose por mi estado de animo y por como me adaptaba a mi labor en la Comandancia. Despues, sin mucho recato, coloco sobre la mesa un sobre con mi nombre. En el interior habia una suma equivalente a mi paga de dos meses. Me explico que en la administracion de los recursos de que disponia la Comandancia se hacian ciertas economias que era costumbre repartir periodicamente entre quienes contribuian a ellas, como un complemento a los emolumentos, tan parcos, que oficialmente teniamos asignados. No se si en ese momento no me di cuenta de que se me estaba sobornando, ni de que aquel individuo y sus complices, entre los que pasaba a contarme, malversaban el dinero del Ejercito, o si preferi no darme cuenta deliberadamente. Sin embargo, no pude dejar de darme cuenta cuando empece a recibir indicaciones para alterar cifras, rehacer partes, eliminar partidas. Y aunque habia ido a Africa para combatir en primera linea, no tuve la resolucion necesaria para negarme. Era muy joven y carecia de recursos para enfrentarme a una situacion como aquella, aunque quiza no habria vacilado en arremeter a pecho desnudo contra una partida de rifenos. No puedo asegurarlo porque nunca llegue a entrar en combate. A mis primeras trampas en los documentos siguio un segundo sobre, y despues vino otro, y asi sucesivamente. A medida que fueron viendo que no me negaba, se hicieron mas audaces las interpolaciones o las omisiones que me sugerian. Al final, terminaria comprendiendo por que habia llegado alli y por que no habian consentido en tramitar mi solicitud de cambio de destino. Querian a un oficial inexperto, a quien fuera posible enganar primero e implicar despues. Y llegue a estar muy implicado, tanto como para olvidarme de la posibilidad de salir y, aun peor, como para seguir adelante cuando descubri que una de las cosas que hacia mi teniente coronel era vender armas y cartuchos que terminaban recibiendo los insurrectos contra los que luchaban nuestros companeros. A menudo me remordia la conciencia, y a veces pensaba en denunciar a todos, empezando por mi mismo. No estimaba en mucho el dinero, que recibia casi con desgana, porque no recelaran del hecho de rechazarlo. Pero me falto el coraje, y una cierta conviccion de que, aparte de hundirme, serviria para algo mi denuncia. Sabia, todos lo sabiamos, que el teniente coronel no actuaba en solitario, sino con poderosas conexiones dentro de la Comandancia y aun en la Peninsula. ?Que podia hacer contra eso un insignificante alferez a quien seria sencillo imputar demencia o un intento de amparar su propio delito?

No se donde hubiera terminado aquello, de haber continuado. Supongo que habrian acabado fusilandome, y si no, habria acabado pegandome yo mismo un tiro. Por fortuna, aunque cause escandalo decirlo asi, vino el desastre. En julio de 1921, Abd el-Krim deshizo el ejercito espanol en Annual y Monte Arruit y se planto a las puertas de Melilla. Por alguna razon, no quiso tomar la ciudad, en cuyo socorro llego en seguida el Tercio, al mando de Millan Astray. Con bastante dificultad se emprendio la contraofensiva, que no llego a Monte Arruit hasta tres meses mas tarde. Miles de cadaveres de espanoles seguian entonces en la posicion, como a lo largo de todo el camino entre Annual y Melilla, abrasandose al sol. Dicen que murieron 20.000, y que a muchos los torturaron y los mutilaron salvajemente los rifenos. Desde el desastre, las actividades complementarias de mi teniente coronel quedaron en suspenso, como quedo su pulso cuando a todos los emboscados se nos ordeno que nos preparasemos para salir hacia Melilla, lo que al final no llego a ocurrir.

Una noche, cuando la contraofensiva ya habia permitido recuperar las primeras posiciones, coincidi en un cafetin de Ceuta con un suboficial del Tercio que habia participado en las operaciones y que estaba de paso por la ciudad. Me conto como se despachaban los legionarios con los rifenos a los que capturaban, a quienes no vacilaban en decapitar y mutilar de la misma forma en que habian encontrado mutilados los cuerpos de tantos espanoles. Me refirio en detalle esas mutilaciones, de las que hasta la fecha solo me habian llegado ecos incoherentes, y me confio, acaso como una justificacion para la crueldad de sus hombres, que en la pared de una casa, sobre un cadaver espanol brutalmente vejado, habia visto, escritas con sangre, dos palabras estremecedoras: vengadnos, hermanos. Esa noche me acorde de mi padre, que habia venido a luchar a Africa y habia vuelto condecorado y tocado por el soplo de la muerte. Mi padre a quien yo no habia acertado hasta entonces a vengar, cualquiera que fuera el modo en que eso pudiera lograrse.

De lo que paso a continuacion en mi cabeza, puedo dar poca noticia. El caso es que poco despues me vi ante la puerta de mi teniente coronel, y que cuando me abrio le pregunte si podia dejarme entrar un momento. Aunque se extrano y le inquieto mi presencia alli a aquellas horas, o quiza por eso, me hizo pasar, cerciorandose antes de que no habia nadie alrededor y de que nadie me habia visto llegar.

– Quiero avisarle para que tome medidas, si le queda algo de honor y lo que le queda aun le exige tomarlas - le dije-. Voy a contarlo todo.

– Estas loco, muchacho -advirtio, con una risa nerviosa.

– Lo he estado todo este tiempo, mientras consentia en ayudarle por miedo. Le deberia haber tenido mas miedo a la indignidad que ahora pesa sobre mi.

El teniente coronel fue hacia un aparador, lo abrio y saco de el su pistola reglamentaria. La monto y me apunto con ella. Hizo todas estas operaciones con una aparente frialdad, como si fueran ineludibles, pero su mano temblaba al sostener el arma.

– No me dejas eleccion -dijo-. No puedo permitir que me hundas ni que hundas a otros. Si no fueras un imbecil lo habrias intentado sin avisarme. Ahora ya no vas a intentar nada, porque vas a acabar ahi mismo, sosteniendo una insubordinacion en mi propia casa que no habre tenido mas remedio que atajar expeditivamente.

No perdi un segundo. Me abalance sobre el teniente coronel y me las arregle para hacer caer la pistola de su mano antes de que pudiera reaccionar. Luego le reduje. Era menos fuerte y menos joven que yo y no me resulto muy dificil. Para que dejase de forcejear, cogi la pistola y le meti el canon en la boca. Quedo quieto, o mas bien paralizado. Creo que era el hombre a quien mas he odiado, porque me habia hundido en la verguenza y me habia impedido seguir los pasos de mi padre, lo que habria sido mucho mejor, creia, aunque me hubiera costado quedar panza arriba sobre la pista de Monte Arruit, a merced de los buitres. Pero es tan poca cosa un hombre indefenso que tuve que hacer un esfuerzo para seguir odiando en aquel instante a mi teniente coronel. De pronto, de la disposicion de todas las piezas, deduje un plan que me permitia vengarme sin necesidad de sacrificarme, lo que sin duda era preferible a mi plan anterior. Y sin mas, percatandome de que era tambien una forma de que aquellos ojos de cordero degollado dejasen de mirarme, resolvi ponerlo en practica y aprete el gatillo.

No deje ningun rastro, nadie me vio salir. La muerte de mi teniente coronel, en su casa, con su pistola, en pijama, fue interpretada unanimemente como un suicidio, y la hipotesis hallo un inesperado respaldo cuando quienes estaban interesados en adjudicarle culpas a un responsable que no resultara incomodo hicieron aflorar algunos de los negocios en los que se hallaba envuelto. Cuando eso sucedio, unos cuatro meses despues del desastre, yo estaba a punto de partir de permiso hacia la Peninsula, a donde se me habia autorizado a regresar para asistir a la agonia de mi madre. Me apresure a disfrutar del beneficio concedido y viaje a Madrid. Una vez que mi madre se fue y quede solo, se me presento una delicada disyuntiva: o volvia a Africa, donde debia solicitar que se me enviase a primera linea y rezar por que nadie descubriera mi intervencion en las actividades de mi teniente coronel, o me quitaba de la circulacion y ahondaba con ello mi deshonra.

Siempre he querido creer, y alguna vez crei que la predisposicion al heroismo que me habia conducido a Africa era sincera, y que solo una conjura de circunstancias y la desventaja de mi inmadurez me habian apartado

Вы читаете El Angel Oculto
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату