alma, algo que ni Charlotte ni nadie como ella pueden brindarme. ?Querras hacer el sacrificio por mi? Piensa que es posible que tu no ganes nada.
– Al contrario. Sera un placer -aposte.
– Bien. Es tarde. Hare que te acompanen.
Fue Charlotte quien vino. Me despedi de Dalmau como le habia saludado, con un simple apreton de manos, porque los espanoles apreciamos los gestos, y a veces nos bastamos con ellos. Luego fui tras la ligera figura de Charlotte por aquellos pasillos cavernarios en los que su juventud florecia para aquel espectro de hombre, y recibi mi abrigo y una tarjeta con un numero telefonico de manos de Matilde. Cuando estuve de nuevo en Canal Street, enfrente de los bazares de los chinos, me costo aceptar que aquellas tiendas asediadas por los turistas formaran parte del mismo universo.
5.
Estabamos en el despacho. Habia llamado por la manana y Matilde me habia dicho que Dalmau tenia un dia bueno. Eran las cinco de la tarde, aproximadamente, aunque alli dentro nunca se sabia. Dalmau sorbio un poco de su cafe y postulo, solemne:
– Cuando yo me fui, Espana ya habia perdido todo. La culpa la tuvo la influencia francesa. Esto lo supe despues de irme, en los libros, porque mientras estaba no me daba cuenta de mucho. Una vez lei en un libro muy raro, de un frances cuyo nombre no recuerdo, una descripcion de como cabalgaban los soldados espanoles que partian hacia las guerras de Flandes. Al frances le cautivaba la insolente apostura, en sus propias palabras, de aquellos hombres. El espanol era un imperio menesteroso y polvoriento, como todo el mundo sabe, pero tenia grandeza. Todo eso se acabo cuando nos pusieron rey frances y empezaron a hacerlo todo a su estilo. Desde entonces ningun frances ha podido sentirse cautivado, como aquel que miraba a los soldados que se iban a Flandes. Desde entonces, ellos y todos los demas nos han mirado por encima del hombro, como a unos imitadores poco aventajados. No imaginas cuantas cosas son francesas en Espana. Desde el pan hasta la organizacion administrativa. Madrid, nuestra ciudad, es una ciudad francesa, levantada sobre las ruinas de una genuina ciudad espanola. La maldita Ilustracion, Hugo.
– No puede decir eso en serio.
– Claro que lo digo en serio. La Espana del Santo Oficio podia ser bestial, y hasta absurda, pero tenia algo que la Espana afrancesada no tiene: personalidad. Por eso se la respetaba, y no en vano. Ahi tienes el episodio de Flandes, por ejemplo. Maastricht, esa ciudad de la que ahora tanto se habla en Europa y que pronto convertiran en una especie de idolo, si no lo han hecho ya, la tomaron a sangre y fuego los tercios de Alejandro Farnesio. Y aunque fuera una guerra de religion, no eran mojigatos. Nada esteriliza mas el cerebro que la mojigateria, que ahora esta tan extendida. Por cierto, la mojigateria es una tara protestante. En Flandes la Inquisicion tenia un metodo delicioso para desenmascarar a los herejes: el que no era borracho, ni mujeriego, ni jugador, seguro que profesaba la nueva religion, asi la llamaban. Como el marques de Bradomin de Valle-Inclan, aquellos espanoles esperaban menos la salvacion que ser eternos por sus pecados. Porque creian en el infierno, y no les importaba en absoluto merecerlo. Muchos de los espanoles que habia cuando yo me fui, merecian tambien el infierno, por pecados bastante mas ruines, pero ya no creian en el. Otra costumbre francesa, ya ves.
– Se esta burlando. Todo es una broma -me queje.
– Te juro que no. Yo ya he perdido el sentido de la conveniencia, Hugo. Lo que me arrastra me arrastra y lo que no me arrastra lo descarto. ?Que pasa, que era malvado e injusto? Lo que menos me preocupa es el bien y la justicia. Nunca hay bien ni justicia, solo apariencias mejor o peor trabadas. El bien y la justicia solo tienen valor para los desgraciados, y los desgraciados nunca han organizado el mundo. Ni cuando los bolcheviques.
Dalmau, como todo sentimental, tambien yo lo era, tenia una vena radical que el, al contrario que tantos otros sentimentales, habia resuelto no reprimir. Despues de nuestras primeras entrevistas, me fui habituando a ella, a su erudicion desordenada y vehemente y a los datos heterogeneos que poseia de la realidad contemporanea, de la que a veces conocia detalles inusitadamente precisos y otras ignoraba las cuestiones mas generales.
– En cualquier caso -precise-, Espana ya no es afrancesada. Ahora influyen mucho mas los Estados Unidos. Incluso en la forma de hacer las ciudades.
– Eso he oido. Que terrible error. Este es un pais por muchas razones admirable, pero endiabladamente insulso. Es un pais protestante. Y esta lleno de optimistas. El optimismo es el germen de todos los desastres humanos. El optimismo social lleva a los guetos. El optimismo economico, el liberal lo mismo que el marxista, al agravamiento de la pobreza. El optimismo cientifico, a la bomba atomica. El optimismo artistico, al arte automatico. Esta gente es disciplinada, y asi puede sobrevivir a su optimismo. Pero los espanoles son indolentes. Sera una catastrofe.
– Puede que los espanoles de hace sesenta anos fueran indolentes. Ahora muchos trabajan doce horas diarias.
Esta informacion parecio sorprenderle. Pero no fue gratamente.
– Peor aun -exclamo-. Acabaran haciendose americanos. Tendran miedo de las palabras y de los sentimientos, y tomaran el cafe aguado. No sabes lo dificil que es conseguir que te hagan un cafe como este. No hay nada como el cafe espanol -proclamo.
El cafe que traia Charlotte, en efecto, era fuerte y denso, tanto que las primeras veces me costo asimilarlo, hecho como ya estaba al uso local.
– ?Como es que se ha quedado aqui, si tiene ese concepto de los americanos? -pregunte.
– Al principio las razones son mas bien gratuitas, casuales -afirmo Dalmau-, aunque despues de toda mi vida sin creer en el destino, ahora, cuando puedo observarlo todo junto y encadenado, me he vuelto un fatalista intermitente. Lo cierto es que uno no se queda por la impresion del principio, sino por lo que va sucediendose a medida que corre el tiempo. Ya te digo que este pais tiene muchas virtudes: la organizacion, prodigiosa para ser casi espontanea, aunque no te dejes embaucar; aqui vinieron muchos alemanes, con el orden en la sangre. Tambien la honradez, que es el lado favorable del defecto de la mojigateria. Y la urbanidad, que es un resultado quiza no buscado del sentido comercial de la vida, y que ha alcanzado una impregnacion increible. Recuerdo que una noche, cuando yo aun salia, andaba por la calle ciento y muchas y se me acerco un sujeto de aspecto temible con las manos en los bolsillos. Nunca me ha pasado nada en Manhattan, y he dado muchos paseos nocturnos, pero siempre he estado convencido de que si una noche tenia mala suerte seria asesinado sin mas tramite, asi que cuando lo vi venirse hacia mi me dije que ya habia sacado la bolita negra. En fin, que alli estaba, resignado a morir, cuando el sujeto me dice sorry to bother you, sir, y me pregunta por una estacion del metropolitano. Le doy las indicaciones, el presta atencion, inclina imperceptiblemente la cabeza y se despide diciendo thank you very much, God bless you, sir. La urbanidad es algo muy comodo, sobre todo para los extranjeros, que siempre se hallan en cierta inferioridad. En Espana, en mi tiempo, no solo habia gente zafia, sino que se jactaba de serlo. ?Sigue siendo asi?
– En Madrid nadie te dice que Dios te bendiga, ni siquiera que tengas un buen dia -hube de admitir-. Ni en la tienda en la que acabas de comprar algo. Y si alguien te aborda para pedirte alguna cosa, es bastante probable que la pida directamente, sin excusas.
– He ahi una herencia genuinamente catolica. Por alguna razon no lo bastante investigada, el catolicismo fomenta la brusquedad y el despotismo. Debe ser el ejemplo de los clerigos, tan eficaz para difundir la ignorancia moral.
– La verdad, me cuesta situarle -confese, sin poder aguantarme mas-. Flagela a los marxistas y a los liberales, a los protestantes y a los catolicos, a los franceses, a los americanos, a los espanoles. ?Hay algo o alguien de lo que sea minimamente partidario?
Dalmau suspiro.
– Ese ha sido siempre mi gran problema, Hugo -dijo-. Siempre he tenido una gran capacidad de admirar a todo el mundo. A los propios franceses, sin ir mas lejos. ?Hay muchos filosofos tan sublimes como el gran Voltaire? Pero al mismo tiempo sufro una incapacidad de adherirme, siempre hay algo que me resulta intolerable, algo que me subleva, o peor aun, me aburre, y me impide atarme a nada, salvo a algunas ideas magnificas e