de aquel expuesto camino. Sin embargo, en otros momentos, los que tiendo a considerar de mayor lucidez, he dado en suponer que mis ansias de gloria eran simplemente una ilusion, y que si bien era autentica la admiracion, y hasta el sentimiento que los heroes me inspiraban, no lo era tanto mi proposito de ser como ellos. Al llegar a mi, por alguna razon misteriosa, se habia deteriorado la herencia familiar que habia pasado intacta de generacion a generacion durante casi un siglo. Si esa herencia me hubiera llegado en condiciones, aquel mes de diciembre de 1921, a despecho de todo lo que me avergonzaba y de cualquier riesgo, habria vuelto a Africa para expiar o morir. En lugar de eso, embarque con nombre falso hacia La Habana.

En Cuba estuve apenas un par de meses, malviviendo del dinero que llevaba conmigo. En la isla quedaban numerosos descendientes de espanoles, algunos bastante acomodados, a los que habria podido acercarme para tratar de hacer fortuna. Pero no quise aceptar una solucion como aquella, que me mantenia en cierta manera bajo la dependencia de la patria que habia traicionado y cuya proteccion habia perdido el derecho a impetrar. No era solo el remordimiento lo que me alejaba de ella. Despues de mi peripecia africana, en la que tan aciagamente me habia salpicado la inmundicia del desastre, todo lo espanol me parecia ruin y desdichado, una especie de infeccion que debia extirpar para salvarme de la catastrofe en que se sumian todos los que la contraian. Fue entonces cuando alguien me hablo de Nueva York, a donde arribaban cada dia centenares de inmigrantes de todas las partes del mundo con la promesa de una nueva existencia. Un dia vi una pelicula que transcurria en Estados Unidos, donde habia casas pulcras y enjambres de automoviles. A la semana siguiente, zarpe hacia esa seductora y fantastica Nueva York.

Uno siempre elige seguir viviendo, aunque sea con los dientes apretados, y alejarse del fin, sobre todo cuando se ha tenido la ocasion de vislumbrarlo y de olfatear su proximidad. Solo a ese instinto puedo atribuir el ferreo esfuerzo al que me entregue despues de desembarcar aqui. Esfuerzo para aprender el idioma, del que ignoraba todo, y para desempenar los sucesivos oficios, siempre agotadores y miseros, en los que se vio comprometida mi subsistencia. Hubo momentos de una oscuridad formidable, en los que me acerque al borde del abismo. De ellos saque la fuerza que pude y debi utilizar anos mas tarde, cuando mi vida se desprendio de la penuria material. En aquellos primeros tiempos, el regreso a Espana ni siquiera fue una tentacion, por razones obvias. Era un desertor, y posiblemente tambien se supiera que habia sido un malversador y un asesino.

Emplee unos cinco o seis anos en disponer de los medios necesarios para consolidar mi posicion. Tenia un trabajo de dependiente de comercio, no demasiado lucrativo, pero mas o menos estable. Gracias a el alquile una habitacion en el Lower East Side y fue mientras vivia en ella cuando se manifesto el impulso de escribir. Ya lo habia hecho de adolescente, antes de ingresar en la Academia, y se reavivo alli despues de entrar en contacto con un cubano que colaboraba en La Prensa, un periodico hispano de la epoca. Gracias a el pude leer muchos libros espanoles, que llegaban a Nueva York con cierta dificultad. Sobre todo me aficione a Valle-Inclan y Unamuno, dos patriotas criticos y problematicos, como lo era mi propio patriotismo de criminal huido. Tambien leia libros americanos, y traducciones de vanguardistas franceses y alemanes, que me desconcertaron con su alternativa a la realidad convencional, dogma uniforme al que me inclinaba mi formacion militar y del que me alejaban las paradojas de mi experiencia. De la lectura pase a la pluma espontaneamente. Empece haciendo pequenos articulos de interes local, dirigidos sobre todo a los emigrados, que mi amigo colocaba en el periodico. Con los pocos ahorros que podia reunir, me compre una vieja maquina de quinta o sexta mano. Una noche, me sorprendi poniendo en el papel la descripcion de un episodio imaginario que transcurria en Toledo. Lo hice en ingles, el idioma al que con alguna dificultad se iba acostumbrando mi alma, y el resultado no me disgusto. Otra noche, probe a reconstruir en la misma lengua una conversacion de cafe en Madrid. Y tampoco me disgusto. Comprobe que asi, en un idioma ajeno, podia regresar a la patria de la que habia renegado, y que el regreso, por primera vez en todos aquellos anos, me tentaba poderosamente. Asi nacio mi novela, en la que trabaje febrilmente durante todas las noches de los dos anos que siguieron.

Cuando termine mi libro, intente en vano publicarlo. A nadie le interesaba aquella extrana historia espanola de personajes movedizos. A la vista del fracaso, pense en traducirla y enviarla con seudonimo a Madrid o a Buenos Aires. Incluso llegue a traducir el primer capitulo, pero pronto vi que la labor era absurda. Durante siete u ocho anos segui escribiendo, articulos y narraciones que a veces aceptaban los diarios y otras veces no. De dia, seguia siendo dependiente. El italiano para el que trabajaba llego a tomarme afecto, y me daba un sueldo suficiente para vivir. Decia que el tambien habia llegado a Nueva York con una maleta de madera y que sabia lo que era la angustia. Creia en Dios, decia, y Dios le exigia que se ocupara de la gente que tenia empleada, como Dios se habia ocupado de el. A principios de los treinta tuve un par de novias de las que casi me he olvidado; una era judia, y me gustaba de veras, pero su familia lo impidio, o quiza fue que a ella yo no le gustaba tanto. A veces me parece acordarme de como me miraba, con una especie de repugnancia acongojada, cuando yo me negaba a convertirme.

En la primavera de 1936, poco antes de que en Espana estallara la guerra, me ofrecieron publicar el libro. Me lo ofrecio una de las editoriales que lo habian rechazado siete anos antes, y acepte. Cosecho un par de criticas indulgentes, pero no se debieron vender arriba de doscientos ejemplares. Hacia finales de aquel ano, cuando me persuadi de que mi obra nunca llegaria a nadie, deje definitivamente de escribir, y a partir del momento en que tome esa decision los acontecimientos se precipitaron. Siempre me ha resultado curioso que las decisiones que mas han contribuido a mi supervivencia fueran tomadas en contra de lo que me dictaba mi corazon. Asi, contra mi idea de lo que era justo, me plegue a los turbios manejos de mi teniente coronel, salvandome de una muerte probable en el frente. Asi, tambien, hui de Espana, librandome acaso del presidio. Y asi deje de escribir, lo que a la postre, apartandome de una tarea infructuosa que consumia mis desvelos, me iba a permitir alcanzar la riqueza, a cuyo vil disfrute debo mi insoportable longevidad.

No quiero extenderme demasiado acerca de las casualidades e industrias que llevaron a un pobre emigrante a detentar, este es el unico verbo que puede emplearse para aludir a la dominacion de un hombre sobre las cosas, cuando estas son demasiadas, un patrimonio como el que ahora detento. Para conseguirlo, me vi obligado a danar con frecuencia a otros seres humanos, y a desatender sus suplicas e incluso las suplicas de sus viudas. Mientras lo hacia, a veces lo lamentaba; otras, quiza las mas, me consolaba pensando que casi todos aquellos a quienes derribaba me habrian derribado a mi gustosamente, de haber sido inversas las circunstancias. Puede que hubiera perdido todo escrupulo cuando habia tenido que saltarle la tapa de los sesos a un canalla a la edad de veinte anos, o cuando habia ensuciado la memoria de mis antepasados con mi desercion, poco despues. Pero la pendiente, propiamente dicha, comenzo en 1937, cuando conoci por azar a un desalmado que traficaba desde Nueva York con armas y petroleo para Franco. Simpatizo conmigo y me ofrecio cooperar con el. Necesitaba a alguien que dominara el ingles y el espanol y que estuviera dispuesto a correr algunos riesgos. En juego habia mucho mas dinero del que podria ganar en la tienda en toda mi vida, aunque el italiano siguiera apiadandose de mi indefinidamente. Me avine a colaborar, y tuve mi recompensa. Durante la Guerra Mundial me refugie en un banco de Wall Street, donde me hacia pasar por traductor, aunque en realidad tenia otras ocupaciones bastante mas provechosas. Alli me familiarice con las finanzas y con la gestion de los fondos de otros, y descubri las posibilidades que proporcionaban los enormes caudales incontrolados que circulaban al socaire del esfuerzo belico. Cuando termino la guerra ya tenia el dinero suficiente para dar el salto y funde mi primera compania. El resto, hasta 1966, cuando decidi que no volveria a ocupar mi cerebro en toda esa porqueria y contrate al primer antecesor de Pertua, fue una rutina sin otro merito que el de prescindir de cualquier ruido de mi conciencia.

En 1945, dos meses despues de la derrota de los japoneses, me case. Ella era una chica de buena familia, americana de pura cepa, si esa expresion no resultara grotesca en un pais de advenedizos. La conoci en un selecto baile de celebracion de la victoria, al que mi flamante opulencia me facultaba para acudir. Ya era un hombre maduro y me exasperaba relacionarme con estupidas codiciosas y presumidas. Karen era modosa y complaciente, tanto como para aceptar mi prematura proposicion y prestarse a una boda desigual. Me dio dos hijos, a los que siempre quise, aunque seguramente no supe tratarlos, y una nieta que se parece a ella, salvo en el caracter, de una forma que a veces me asusta. Cuando mi esposa murio, en 1965, comprendi que nunca la habia amado, en el sentido propio de la palabra, pero desde que desaparecio el mundo me ha parecido deshabitado y triste. No digo que no lo fuera cuando ella estaba, pero he de admitir que su presencia, aunque siempre fuera tan leve, neutralizaba en parte esa sensacion.

Ahora tengo noventa y cinco anos, y si se me concede un poco mas de vida, cumplire noventa y seis dentro de unos meses. A menudo, cuando empece a disponer de recursos abundantes, pense en volver al pais que abandone hace tantos anos. Nadie podia recordar mi delito, tenia un pasaporte americano, era casi invulnerable. Pero nunca llegue a vencer el obstaculo que habia en mi interior, la culpa que me impedia creerme con derecho a regresar. A lo largo de mi vida, como ya he dicho, he cometido sin pestanear muchas acciones execrables, y sin

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