mismo me impuse. Por eso no debe asombrar que tras la muerte de mi esposa no fuera capaz de enfrentar, entre otras fatigas cotidianas, la de consolar personalmente a mi hijo, que habia quedado desprovisto de todo amparo. Preferi enviarle a costosos internados, en Europa. Ya que descuidaba los dolores de su corazon, quise justificarme procurandole una forma de enriquecer su espiritu, con el conocimiento de otros paises y la experiencia de unos anos alejado del esquematismo moral y mental de los colegios americanos. De alli regreso endurecido, lo que al principio me causo satisfaccion, hasta que comprendi que aquel temple procedia de la solitaria asimilacion de su tristeza y adolecia de fisuras irremediables. En esa epoca intente acercarme a el, sin gran exito. Era un muchacho de diecinueve anos, casi un hombre, con el que apenas habia hablado o paseado, y al que habia forzado a buscar sin auxilio de nadie un camino alternativo. Cuando se incorporo a la universidad, en Boston, fue un alivio para ambos. Para el porque no tenia que soportarme, y para mi porque no debia perseverar en una tarea infructuosa. Ya me habia mudado aqui y habia empezado a habituarme a la soledad oscura y silenciosa que habia elegido para mi vejez. No estaba en la disposicion idonea para enfrentarme a los vaivenes animicos de un muchacho, razone entonces. Lo estaba menos, aunque eso no me detuviera a meditarlo, para identificar en tales vaivenes la repeticion de los que yo mismo habia sufrido, en aquella misma edad tierna y crucial en la que tan bruscamente se habia decidido mi vida.

Dalmau se froto los ojos. Segun me habia indicado Matilde, sobre aquel gesto pesaba una proscripcion facultativa. No reuni el valor suficiente para recordarselo. De todas formas, que finalidad conservaban las prohibiciones medicas, ante un ser que habia pulverizado todos los pronosticos de la medicina y puesto en ridiculo todas sus amenazas.

– En la universidad, Mateo fue un estudiante mediocre -juzgo, otra vez con esa dureza que debia esconder su sentimiento-. Y seguramente no por falta de inteligencia, sino de interes. En cualquier caso, se las arreglo para terminar la carrera en el tiempo estipulado y obtener la graduacion que le facultaria para el ejercicio profesional. Me sorprendio un tanto que no rechazase mi oferta de incorporarse a una de mis empresas. Aunque nunca llegue a conocerle como habria debido, sospecho que en todas las bifurcaciones, como un desquite por las penalidades a las que habia tenido que sobreponerse sin ayuda cuando su madre le falto, escogia sin mas la opcion que le resultaba menos sacrificada. Asigne a una persona de mi confianza la mision de supervisarle y orientarle para superar los obstaculos que pudieran surgir en su camino. Mateo acepto esta facilidad de la manera mas destructiva posible. Se escudo en ella como si de una patente de corso se tratara, de suerte que se habituo a hacerlo todo como mas le apetecia y solo en la medida en que le apetecia, y a aguardar a que otro enderezase sus errores. Al cabo de unos anos la situacion se habia vuelto insostenible, tanto para el como para quienes recibian el encargo de tutelarle, a quienes debia relevar con cierta regularidad para impedir que perdieran la fe en la empresa y se dieran al resentimiento. Hay hombres de negocios a quienes no les importa capitanear un hatajo de resentidos. A mi siempre, incluso cuando los tiempos eran dificiles y mis posibilidades mas escasas, me ha preocupado que quienes trabajan para mi se encuentren razonablemente a gusto. Los hombres en paz son mucho mas fiables que los amargados, que ahora manejan tantas manivelas delicadas en el mundo. El caso es que con treinta anos mi hijo era un parasito pernicioso, y que cuando reuni el valor preciso para llamarle a mi presencia y tratar de encararle con la vida de la que estaba huyendo, no escucho una sola de mis advertencias y me anuncio con gran placer que, salvo que yo le negara los fondos que necesitaba para ello, se iba a vivir a Espana.

Como siempre que lo hacia, Dalmau bajo un poco la voz al pronunciar el nombre de su pais, que tambien era el mio. Lo hacia por respeto, o por mantener el misterio alimentado de su ausencia.

– Aqui -dijo-, quiza deba explicar que era lo que Mateo sabia de Espana. Desde el principio me asegure de que ambos, el y su hermana, aprendieran el idioma de sus antepasados. Como yo no estaba mucho en casa, contrate profesores particulares; profesores espanoles, no puertorriquenos. Habia pocos espanoles en Nueva York, entonces. Los traia de Mejico, a veces incluso de Espana, a traves de alguien a quien conocia en la fuerza aerea. Estos profesores les contaron cosas, todas las que yo no les habia contado porque preferia retrasar, hasta que ya fue tarde, el momento de contarselas. Tambien leyeron libros, de los muchos libros espanoles que habia en mi biblioteca. Digo espanoles pero muchos, aun escritos por espanoles, estaban publicados en Sudamerica, en Argentina o Uruguay. Con todo ese bagaje, y mi mutismo, Mateo se hizo sin duda una idea romantica, que quiso comprobar sobre el terreno cuando su fragil personalidad comenzaba a desmoronarse. Era una escapatoria, sencilla mientras yo la financiara, y la abrazo. Vivio en Madrid un par de anos, y durante ellos, sin cartas, ni otra noticia que la solicitud periodica de los giros que yo le enviaba, llegue a concebir, con no poco estupor, la posibilidad de que mi hijo invirtiera casi simetricamente la huida de su padre. Pero no hubo tal. De lo que encontro en Espana, de lo que alli le decepciono y le indujo a volver a America, nada me dijo. Solo supe de lo que se trajo, una mujer completamente superficial que no era ni siquiera espanola. La habia encontrado de alguna forma absurda en Madrid y de forma igualmente absurda se habia casado con ella en Amsterdam. Era holandesa y la hija de alguien de la embajada de su pais en Espana. Antes de un ano ella le habia abandonado y se habia ido a California, lo que al parecer era su proposito desde el principio.

Dalmau habia llegado al momento culminante de su relato. Ahora si habia sentimiento en sus palabras, y fue creciendo a medida que seguia adelante. Se le advertia en algunas indecisiones a mitad de frase, alguna inseguridad al articular los sonidos.

– Entonces -confeso-, vislumbre la primera y ultima oportunidad de conseguir que mi hijo se redimiera y redimiera mis errores. Una de las aspiraciones mas sentidas de los padres, aunque tambien la mas ilegitima, consiste en que los hijos salven los fracasos que los padres han debido apurar. Nada puede enorgullecer mas a un padre que ver a su hijo sortear las trampas en las que el ha caido. Por contraste, y este es el riesgo, nada puede herir a un padre tanto como ver sucumbir a su hijo en las mismas o en peores miserias que las que el padecio. Cuando eso sucede, el padre piensa que ha transmitido con la sangre una especie de veneno a su hijo, y que al exponerlo a ese veneno y al esperar que se inmunizara, lo ha arrojado en realidad al infierno. Un infierno del que habria podido librarse si le hubiera mantenido al margen de sus expectativas.

Dalmau volvio a interrumpirse. En la ultima frase, se le habia quebrado la voz. Carraspeo, como si se tratara solo de una incordiosa flaqueza fisica, y se obligo a continuar, con su energia habitual:

– He aqui, en resumen, que cuando a mi hijo le abandono su mujer, y quedo momentaneamente sin saber a donde acudir, hice aquello de lo que habria de arrepentirme. Le llame y le conte en detalle todo lo que habia hecho desde que habia llegado a Nueva York. Dude si hablarle tambien de lo que habia habido antes, en Espana, pero respecto de eso decidi inventar una mentira en la que solo intercale la verdad de mis recuerdos de su abuelo y de su abuela, de quienes merecia saber. Al fin y al cabo, demasiada verdad habia ya en el resto. Mateo lo encajo todo como si lo sonara, y cuando le comunique que habia resuelto ponerle al frente de todos los negocios y que en adelante podia darles el rumbo que mejor le pareciera, asintio como si nada de todo aquello fuera realmente con el. Yo podia haber hecho cualquier otra cosa: tenerlo conmigo, buscarle una mujer que fuera mejor que la holandesa, llevarlo a un medico. Pero le puse al frente, como si eso fuera algo.

– Era una prueba de confianza -opine, con cautela.

– Era una mierda, una prueba de ceguera, Hugo -disintio-. Mateo no valia para nada, no podia llegar a ninguna parte, porque nadie le habia preparado para llegar o porque no estaba en su naturaleza. Yo tendria que haber cuidado de que nadie le retara, y fui yo quien le rete. A los seis meses de entregarle el mando tuve que relevarle y humillarle asi para siempre. Los diez anos o mas que vivio despues de aquello los paso escondido en casas que yo compraba para el, alli donde creia que podia estar mas lejos de todo lo que le asustaba. Al final descubrio el lago, y creo que a su orilla fue feliz, en la manera estrecha a la que le habia condenado con mi negligencia. Lo que mas me dolio fue no enterarme de su enfermedad. Me la oculto, todos me la ocultaron, y con eso me hundieron en la verguenza de estar ajeno a todo mientras el se apagaba. La ultima ofensa, que me habia ganado sobradamente, como las otras, fue que abandonara la casa que yo le habia pagado y huyera a morir a una casa alquilada, en ese maldito pueblo de nombre indio. Pero le enterramos alli, enfrente de su lago, porque alli, tan brevemente, habia sido libre de lo que le habia arruinado la vida. Alli, al fin y para siempre, habia sido libre de mi.

Ahora, Dalmau lloraba. Las lagrimas resbalaban por su piel rigida mientras el miraba al frente, como el nazareno soportando todas las penitencias. En ese momento, ni tarde ni pronto, cuando el lo habia querido, entendi todo. Entendi la secuencia tan extensa y compleja de su vida, el despliegue meticuloso al que habia dedicado tantas tardes, la ordenada sucesion de todos los crimenes que hasta aquel ultimo, inexpiable, habia cometido aquel anciano que se ennoblecia con el remordimiento. Justo entonces vi al angel, el que estaba oculto en la ciudad vacia que yo habia buscado por azar y habia encontrado por necesidad, porque creia, como Dalmau, que las cosas tenian un sentido aunque todo zozobrase alrededor. Y el viejo, que sabia que yo ya sabia, dijo:

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