insensatas de las que no se puede vivir. Es un vicio espanol, si lo piensas. Y es por eso por lo que en este pais, o en esta ciudad, encuentro otra ventaja, la mayor de todas: aqui no hace falta ser de aqui, porque esta isla es en realidad ninguna parte. He vivido en ella desde hace mas de setenta anos. No he salido de la ciudad desde hace treinta, y nunca volvi a Espana, ni siquiera de vacaciones. No me impulso a regresar la guerra, aunque pudiera gobernar y terminara gobernando Franco, el mismo sujeto ambicioso y sin piedad al que conoci en Ceuta cuando era comandante de una partida de patibularios. Tampoco pense en volver cuando el murio y habia tantos que volvian. Pero no soy un americano, ni un neoyorquino siquiera. He tenido hijos que lo son, o lo fueron. Sin embargo, yo he podido vivir aqui sin pertenecer a los Estados Unidos, como viven tantos otros de tantas partes del mundo, aunque muchos de ellos, no cabe duda, si se convierten espiritualmente en americanos.
Dalmau estaba fatigado. Aquella tarde la conversacion, al menos por su parte, estaba siendo quiza demasiado apasionada para sus fuerzas. No obstante, se obligo a seguir:
– Yo no podia seguir viviendo en Espana. Algun dia, hoy no, te contare por que. Pero cuando vine aqui comprendi que no podia dejar de ser espanol. Es mas: que era, ante todo, un pedazo de aquella tierra, con toda su miseria y acaso una pizca pequena y recondita de su genio. Tuve que estar lejos para llegar al corazon de mis propias cosas. El viaje que solo te lleva a otra parte es un viaje a medias, Hugo. El unico viaje completo es el que te lleva al sitio de donde partiste. Lo que hay al final del viaje, en cada imagen extrana a la que uno se siente ligado, incluso en el paisaje descabellado de esta ciudad, es tu propia alma. Si no esta tu propia alma detras de todo, el viaje no vale la pena, lo olvidas, te vuelves. Yo me di aqui con mi propia alma, y me quede. Y para contarlo, escribi mi libro, y lo hice sobre Madrid, sobre Espana, porque no podia tener otro objeto.
Dalmau enmudecio, emocionado. Lo que senti en ese momento, mientras escuchaba las palabras de aquel anciano que desnudaba su conciencia, es dificil de describir. Quiza en ningun otro momento, en toda mi vida, ni antes ni quiza despues, aunque todavia el trato de Dalmau y el de otras personas habian de depararme momentos extraordinarios, tuve una certeza semejante de estar en el lugar que me correspondia, alli donde se ventilaba la cuestion esencial que me afectaba. En las palabras de Dalmau hallaba una confirmacion de mis intuiciones, un reconocimiento, una identificacion, tantas otras cosas que daban una consistencia un poco amarga pero apaciguadora a la vez a mi existencia, a la de aquella habitacion, a la de la ciudad y a la del mundo del que eramos piezas al fin valiosas.
Guarde silencio, y Dalmau tambien lo guardo, para reponerse. Fueron unos pocos segundos, en los que ambos apuramos como una ambrosia aquel cafe al estilo espanol preparado por las finas manos adolescentes de Charlotte.
– No imaginas -volvio a hablar Dalmau-, como echo de menos, como he echado de menos Madrid, durante todos estos anos. Recuerdo cuando me levantaba temprano, siendo un muchacho, y entraba por la ventana el olor de fuera, la tierra mojada de la calle cuando regaban, la albahaca de las macetas, el olor de los arboles de la Casa de Campo si el aire venia de alli. Es quiza lo que mas echo de menos, el olor. Esta ciudad huele tan mal, de tantas formas diferentes, pero todas tan cargantes.
– En Madrid ya no hay calles de tierra, ni albahaca en las macetas, ni huele la Casa de Campo, salvo que se este alli -le aclare, porque crei deberselo-. No huele como Nueva York, pero tampoco bien, salvo en primavera, quiza.
– En primavera Madrid era maravilloso -asintio-. No puede haber dejado de serlo. El cielo de mayo, el Retiro. Tuve que escribirlo, en mi libro, tal vez lo recuerdas. Tambien me gustaba el verano, aunque hiciera tanto calor ibamos a banarnos al rio, ahora no creo que se pueda, ya nadie puede banarse en ningun rio, van todos contaminados. Los alrededores del rio eran magnificos. Incluso el cementerio. En ese cementerio enterraron a mi padre, cuando yo tenia quince anos, y a mi madre, cuando apenas habia cumplido veinte, pero era un hermoso cementerio. Cuando estaba alli, enterrandolos, las dos veces, pense que la desgracia era terrible, injusta, pero que el cementerio era hermoso, y asi consegui no llorar, ninguna de las dos veces, sobre todo la segunda, que iba de uniforme. Un oficial, yo ya era oficial, no podia llorar, ni siquiera la muerte de su madre. Luego si la lloraba, aqui, mirando el mar desde el puente de Brooklyn cuando me entraba el desamparo.
Dalmau iba de una evocacion a otra, navegando a la deriva por su memoria. Temi que estuviera abriendome su corazon mas de lo que deseaba y no quise beneficiarme. A fin de cuentas, era un viejo. Tome el hilo de Madrid y lo puse de nuevo en su mano:
– El Retiro sigue poniendose precioso, en primavera. Y a veces llueve y despeja de pronto y se ve el cielo azul, como dicen que era antes siempre.
– Ya lo creo que lo era. Una ciudad de indigentes, hundida en el oprobio por la perdida de las colonias, la corrupcion de los politicos, el desastre que se avecinaba. Y sin embargo, estaba el cielo, como una redencion. Debio ser por poder mirar aquel cielo esplendido por lo que hubo madrilenos notables en esos anos, en medio de todo el estropicio. Andaban por los cafes, pontificando inserviblemente, en el fondo, y acaso hundiendo mas aun el pais mientras pontificaban. Pero eran notables. Yo fui durante un tiempo a uno de aquellos cafes, en la calle de Alcala.
Y me describio con todo detalle donde estaba aquel cafe. Yo no recordaba haber visto nunca un cafe a aquella altura de la calle.
– Debieron cerrarlo hace mucho tiempo -aventure.
– Que se va a hacer. Espera. Tambien iba a una cerveceria, en la plaza de Santa Ana.
– Sigue habiendo alguna alli -me apresure, gozoso por no tener que certificar otra baja.
– Me he acordado mucho de esa cerveceria. Sobre todo en otono, cuando aqui ya hace frio y no se puede hacer casi nada en la calle. Me acordaba de una de esas mananas soleadas de octubre o noviembre en Madrid, y me entraba un ansia irracional de estar alli, en la terraza de la cerveceria, que la ponian incluso en otono, si el dia era soleado. Volver a tomar una cerveza, mirando la plaza. ?Tu no lo echas de menos, Hugo?
– Claro que lo echo de menos.
– Pero tu volveras. A veces te miro y creo que eres un poco como yo, pero no debes serlo del todo. Tu podras superar muchas de las cosas que yo no he podido superar -me exhorto, con calor-. De entrada veras muchos anos que yo no vere, lo que ya te hace superior a mi. ?Nunca lo has pensado? Vencemos a todos aquellos a quienes sobrevivimos, y todos los que nos sobreviven nos vencen. Es tan estupido apiadarse de alguien mas joven, como hacen muchos viejos. No puedes apiadarte de alguien que vivira para decir de ti ese esta muerto, murio de tal manera y yo respire hondo el aire de la calle, cuando sali del funeral; por cierto que era una tarde preciosa. Yo tengo lastima de todos los que he visto morir, aunque en vida fueran unos canallas o lograran hacerme dano. Sobre todo si murieron hace cuarenta anos, y ya no pudieron saber que el hombre piso la Luna, que en Berlin tiraron el muro o que existio esa mujer vulgar, pero tan sensual, Marilyn Monroe. Algunos de los que murieron eran de mi edad y ahora los recuerdo como seres perdidos en un mundo antiguo y sordido. Asi me recordaras tu a mi, dentro de treinta anos.
– Puede que no viva tanto y le envidie por haber pasado de los noventa.
– Eso no lo envidiaras, salvo por un detalle. Quiza te lo explique, pero sera otro dia, tambien. Ahora estabamos hablando de Madrid, de nuestra patria. Pobre y triste patria. En todos estos anos, mientras la anoraba, meditaba a menudo sobre lo mal y lo chicas que nos habian salido las cosas, a los espanoles, y sobre lo mal y lo chicas que nos seguian saliendo. Quiza si la hubiera visto prosperar no la habria anorado tanto.
– Ahora prospera, dicen.
– Quiza prospere, por que no. Nunca hay que caer en el desencanto. En eso, en no caer en el, consiste la sabiduria de la vida, segun dijo Azana, un afrancesado, en realidad, pero tambien un hombre de inteligencia, y un peculiar orfebre del idioma. Aqui, rodeado de gentes que hablaban otra lengua, me ha gustado siempre leer el castellano en que escribia, incluso aprenderlo de memoria: Un juego serio, profundo, pone a confusos peligros lo mas entranable. Cada cual libra sobre el su suerte, y mientras va viviendola dificil es saber a fondo si le es propicia o siniestra. Pero el creyente sabe que los caminos de la Providencia son ocultos. Pobre tocayo, en que paro su fe en la Providencia. Lo sabemos nosotros, que sabemos como termino de vivir su suerte, y a el tambien le dio tiempo a darse cuenta. Pero con todo y con eso, no sirve de nada ser un esceptico venenoso, como el los llamaba. De arribistas en perdicion se forman venenosos escepticos, decia. Tomar ese camino es la estratagema vacia del cobarde y del idiota. Mas vale morir vencido, como Azana.
Dalmau se paro a tomar aire.
– Ya me ves -prosiguio-, despues de haber desperdiciado una vida tan larga, en la que me equivoque y me extravie tantas veces, no he conseguido ser un esceptico. Me conmueve acordarme de Madrid, me apenan los malos pasos de mi patria lejana, aunque tenga de ella una imagen desfasada y solo recuerde cafes que han