… Vamos andando los tres. Despacio. Demasiado despacio, como mareados al pisar tierra firme. Ella a mi izquierda con la mano de ese lado colgando. He subido la mia y, al chocar, las dos se enganchan. No es un roce casual, me quedo como en un nido dentro de la palma que acoge mis dedos sin apretarlos mucho. No me atrevo a levantar los ojos del suelo, baldosas de sol y sombra, voy a gusto asi. Que no nos mire nadie. De el, que avanza a mi derecha, solo veo unos zapatos negros de punta redonda. Me muevo a su ritmo pero sin tener que esforzarme. Me da por imaginar que, como es tan alto, esta manejando desde arriba los hilos invisibles que me mantienen despierto mientras voy saliendo del bosque de la aventura, reconociendo el camino de vuelta. Si no fuera por el me perderia. Quiero perderme, pero con el vigilando, como antes. Asi no metere el pie en ninguna trampa ni me enredare la ropa entre los pinchos. Que no me deje caer. Que dure el camino.
Voy pensando en la letra L, la veo dibujada. Un trazo recto de arriba abajo y otro mas corto haciendo angulo. La conozco de que Lola llevaba un broche plateado en la solapa y un dia me dijo: «Mira, esta es mi letra.» Mas adelante, perdio algun rato en explicarme como se pronuncia. Me metia un dedo en la boca, abria la suya tipo espejo y me apretaba la lengua contra el paladar de arriba. «Lo que esta detras de los dientes, ?ves?, dejala un rato asi quieta, muy bien. Y ahora la separas de golpe y saldra una ele.» Pero yo lo hacia mal y solo sonaba un ruido como de chicle que se despega. «Bueno», decia Lola, «da igual, ya aprenderas por ti mismo. En cambio la pintas muy bien, claro que es de las mas faciles.»
Lola esta en el cine. Me late fuerte el corazon. Cuando vuelva del cine, tengo que contarle que he dicho su nombre, que he aprendido a hablar.
De repente Bruno, el hombre alto, se ha parado. Y Elsa y yo tambien. A su mandato. En ese momento, debajo de los zapatos negros de punta redondeada surge otra vez la flor rara de aquella sospecha. ?Y si fueran estos los vecinos de arriba? Se me paso por la cabeza desde que salieron a saludar, se quitaron los capuchones y vi que Maximo los conocia. Luego la verdad es que no tuve hueco para perseguir esa pregunta. Nada mas asomar, se la tragaron los repliegues del escenario, la deje atras y acabo ardiendo con las chispas de mi ingreso en la fonetica. «Bienvenido a la otra orilla», me dijo el cuando me alzo en brazos. Sabe mucho, seguro que se referia al rio que separa el no hablar del hablar. ?Y ahora que? ?Por que nos hemos parado?
– Baltasar, has venido muy pensativo -dice su voz desde lo alto-. ?Te pasa algo?
Noto una bola apretandome el estomago. ?Me habre vuelto mudo otra vez? Ahora suena la voz de Elsa.
– Dejalo, hombre. Le gusta mirar mas que hablar, ?verdad?
Y me suelta la mano. Seguimos parados. Levanto la cabeza y reconozco el portal de casa. O sea, que ellos sabian que vivo aqui.
– Tambien me gusta hablar -digo.
Un alma se me esta metiendo por la espalda. Esta gastandose la tarde, y la plaza me parece enorme, como el rato que va de ahora a cuando vi pasar a la senora del palo mirando disimuladamente hacia nuestro balcon. Echo una ojeada alrededor. No la veo, ni a nadie conocido. ?Sera otra plaza? Se oyen campanadas, gritos de ninos, pasos, palabras que no entiendo de turistas buscando sitio en la terraza de un cafe. No se fijan en nuestro grupo quieto, aunque algunos nos rozan y hasta nos empujan, tal vez seamos invisibles. Ni idea de lo que puede faltar para que se haga de noche. Sonrio a mis amigos los titiriteros. Al hablar se me ha quitado la bola del estomago. Bruno pone la mano sobre mi cabeza y me alborota el pelo.
– Bueno -dice-, pues si te gusta hablar, dinos una palabra bonita de despedida.
Cierro los ojos. Adios no. Adios es muy triste.
– Mariposa -digo-. Pero no es mariposa.
– ?Libelula?
– Si.
– ?Es que no sabes decir libelula?
Bruno se ha agachado y sonrie como si lo entendiera todo. Me da un beso.
– Claro, demasiadas eles. Eres muy listo, tu, Baltasar. Ojala volvamos a vernos. Adios.
Ha sonado la palabra que menos querria oir. Desde la cuna ya la entendia. Y, clavada en un beso, hace sangre en el beso. No me muevo ni digo nada.
Elsa pregunta:
– ?Te quedas jugando por aqui? ?O te subes a casa?
– ?A que casa?
– ?A cual va a ser? A la tuya. Vives aqui, ?verdad?
– Si.
– ?Entonces?
– En casa no hay nadie. No quiero. Me quiero ir con vosotros.
«Es el nino mas bueno del mundo. Nunca llora ni protesta por nada, tan docil, tan mono», decia mama. Y mi padre una vez le llevo la contraria, un poco inquieto. Estaban en su cuarto y tenian la puerta entreabierta. Supe que hablaban de mi. «Que no llore ni diga una palabra no indica que se conforme con todo lo que ve, no te fies; a mi me mira de una manera que a veces, te lo juro, me da casi miedo.»
Me acuerdo de eso, y aqui mismo, delante del portal de casa, me doy cuenta de que ya soy mayor. Antes me dejaba llevar por la marea o nadaba a la defensiva. Ahora mando. Acabo de aprender a hablar, y ya he dicho «No quiero».
Elsa y Bruno se miran como consultandose. Un poco si parece que les extrana.
– ?Y te divierte estar con dos viejos? -pregunta
ella.
– Dais saltos y os reis, no sois viejos.
– Pero no te creas que vamos de paseo ni a hacer otra funcion. Vamos a una casa que no se si te gustara, a recoger trastos, no podremos hacerte caso. Y ademas…
– ?Ademas que, Elsa? -interrumpe el-. ?Te molesta que suba un rato el chico? Ya has visto que no da guerra ninguna, que se entretiene solo. Y algo de merienda tendremos.
– No, si no me molesta… Lo digo porque luego… Bueno, ya sabes.
Se han apartado un poco y cuchichean. Ahora que el esta de espaldas, me fijo en que lleva una mochila grande que le hace como joroba. Se vuelve hacia mi y sonrie.
– A ti te gusta venir con nosotros, ?no?
– Si.
– ?Aunque te hagamos poco caso?
– Me da igual.
– Pues no se hable mas. Solo te pongo una condicion. ?Sabes lo que es una condicion?
– Si, por los cuentos -digo.
Y cruzo los dedos para pedir que no sea dificil. Bruno palpa los bultos que se marcan en la mochila a su espalda.
– Ella va aqui dentro, ?sabes? Te va a oir, aunque este dormida. Intenta llamarla: ?Libelula!
– Li-be-la -digo.
– Bueno, te has comido una ele. No se si le importara. Tiene tres.
– Pero dos alas.
– Eso es verdad. Vamos a preguntarselo. Seguro que te da permiso. Ella manda mucho en casa, ?sabes?
Vuelve la cara por encima del hombro y Elsa se rie como una nina.
– ?Libelula! ?Quieres que venga con nosotros Baltasar?
Hay un silencio. Y enseguida una voz aguda, diferente:
– ?Que venga, que venga! Tenemos merienda.
– Pues vamos, chico, ya lo has oido -dice Bruno-. Te has ganado la merienda.
Ha arrancado a andar y yo sigo mirando alucinado las montanitas de la mochila. Seguro que tambien van ahi dentro la princesa y el ogro.
– ?Te gusta la tarta de queso? -me pregunta Elsa.
– No se. Fuencis no la hace.
Bruno ha vuelto la cabeza.
– ?En marcha! Un, dos, un, dos. ?Seguidme, soldados!
– A nuestra casa no se entra por la plaza, ?sabes? -me dice Elsa, bajito-. Te suelto pero no te pierdas. Hay