su cargo. No les habria quedado mas remedio que blindarse contra los flashbacks. Selecciono entre los hombres a los que representan unos cuarenta anos. Ahora me fijo en uno que se ha parado a mirar alrededor como si nos estuviera buscando precisamente a nosotros. Alguna cana prematura, guapo, paso elastico. Pero tampoco es. Pasa de largo. Y por fin, cuando ya habia perdido las esperanzas, se acerca un tercero y le da una palmada en el hombro a papa. Cierro los ojos. Viene a sustituir al actor envejecido que acaba de firmarme un cheque y parecia tener recetas infalibles para orientar mi destino. Se esfumara y va a sonar la voz un poco asustada que le confeso a mi madre una noche: «Me mira de una manera que a veces, te lo juro, me da casi miedo.» Yo le abrazare. «Me arrepiento mucho de haberte hecho sentir miedo, creeme, padre. No me daba cuenta. Es que tenia poderes. Bruno lo dijo en cuanto me conocio. Y luego lo comprendi yo mismo, por desgracia.» Pero el actor viejo no se ha desvanecido, sigue ahi.
– Es mi hijo Baltasar -le dice al recien llegado.
Abro los ojos, no lo conozco. Le sonrio sin ganas, porque me esta preguntando lo tipico, que cuantos anos tengo y que que estudio. Yo me callo y la misma voz que antes me sermoneaba dice que seguramente hare Economicas, pero que quiero abarcar demasiadas cosas y no me centro en ninguna. Y el otro dice que eso les pasa tambien a sus hijos, bueno, a todos los chicos, es la falta de estimulo, tampoco ellos tienen la culpa, la universidad espanola esta atascada, una pura tombola, ves a gente metida en Arquitectura cuando lo que les tiraba era ser medico, y a licenciados en Historia del Arte poniendo un bar o un tenderete en el Rastro, lo mejor es un master en los Estados Unidos. He oido la cancion demasiadas veces, me bebo a sorbos cortos el martini, me gusta ese color de rubi mirado al trasluz; este no creo que sea amigo de mi padre porque acaba de decirle: «No sabia que tuvieras hijos», y por mama no le ha preguntado, menos mal.
Ahora estan hablando de no se que fusion bancada, de que los mercados esperan una subida de los tipos de interes, de la tension inflacionista, de si conviene o no la operacion paraguas, de los peligros del euro. Pero sonrien. Los ejecutivos nunca dicen «?Que harto estoy!» o «?Que triste es la vida!», siguen dandose palmaditas en la espalda, buscando los rayos del sol que mas finge calentar, jamas confesaran que tienen frio.
Y sin embargo yo se que mi padre esta hecho polvo, desamparado, se lo noto en la cara. Es como si se le hubiera corrido el maquillaje o se le viera la cicatriz de algun lifting.
Y cuando el otro se ha despedido y se encamina hacia el fondo del local, me termino el martini y le digo:
– Te noto cansado, papa.
No se lo esperaba. Me mira aturdido, como si hubiera recibido un punetazo.
– ?Cansado? -pregunta con alarma-… Bueno, no se, es que trabajo mucho.
– Pues no trabajes tanto, hombre. Ya has ganado pasta de sobra. ?Cuanto tiempo hace que no vas al cine? ?Quieres que vayamos juntos algun dia?
No le da tiempo a contestar. Suena el movil que lleva enganchado en el bolsillo alto de la chaqueta y se enrolla en un asunto barroco que amenaza con durar y donde abunda la unidad seguida de muchos ceros.
«Gracias por el cheque. Se me hace tarde, he quedado para comer», le escribo en un margen del periodico que habia dejado sobre la barra. Y se lo enseno. No noto que quiera retenerme. Nos damos un beso y me dice adios con la mano cuando estoy llegando a la puerta. Luego me da la espalda, y en la costura de su chaqueta de seda marengo me parece reconocer esa cremallera camuflada por donde siempre podria colarse una libelula. «Fu, fu, fu, fu, mucha calma. El secreto esta en el alma.»
Ya no le oigo. Manotea sin ruido, como si le estuviera haciendo senas a un barco fantasma. En la calle hace un poco de calor.
IX. LAS PREGUNTAS
De la infancia lo que se queda pegado a la piel es que hay que contar con los demas: que no somos islas. Los oyes, te rondan. Se pueden haber ido, pero siguen despertandose en habitaciones cerca, oliendo el olor del mismo dia, mientras su sueno y el mio se destinen. ?Que habran sonado ellos?
Nada mas abrir los ojos, ellos son el marco del cuadro, circulos que se persiguen, luz intermitente, signos de interrogacion estallando en rojo sobre las imagenes de esa otra historia borrosa donde me mete alguien por las noches. Hasta que pongo el pie fuera de la cama. Entonces miro alrededor, reconozco el sitio y me extrana haber andado perdido por otros tan raros, salvandome de alguna catastrofe. Se desbordan los rios, se caen las casas, se ha cometido un crimen. Y yo convencido de que llego tarde a no se donde. Hay perros policia escarbando en los escombros, vuela por los aires un maletin y llueven billetes, llega un coche de bomberos y la gente corre. Yo me abro paso entre lodos con miedo de tener la culpa de algo, pregunto que adonde voy. Pero nadie sabe ni contesta, no me ven, escapan tambaleandose, no se si llevan pistola o van borrachos. Por fin un tipo desconocido que anda mas despacio deja entre mis dedos un papel con un numero de telefono y me adelanta como disimulando. Me meto en una cabina, marco ese numero y sale la voz de Fuencisla: es tarde, a desayunar.
Me despierto y Fuencisla de verdad me esta llamando, o la chica que vino luego, o Lola o quien sea. Tropiezan con mi bulto como la gente del sueno. ?Que te pasa? ?En que vas pensando? Frases que se copian al reves en el espejo del dia que amanece. ?Y a ti? ?Que te pasa a ti? Pero no se lo pregunto. Ni tampoco si saben adonde iba yo hace un rato con tanta prisa. Atravesar las barreras de la prisa es un empeno inutil. Alguno esta en pijama, no siempre desayuno con los mismos. Nos pasamos la cafetera sin mirarnos, consumiendo cada cual la oblea de su sueno. Las mananas son malas. ?Como imaginan ellos lo que les espera?
Y vamos creciendo sin que nadie lo note, a la sombra unos de otros, masticando preguntas, cambiando de estatura y de perfil. Pero sobre todo de preguntas. Algunas no se pueden hacer. Otras se olvidan. Otras se repiten con traje distinto.
Las mias eran como ahogados de cara verde con una piedra al cuello. Pero fue montarme en la fonetica y salieron a flote, atadas a su cola. En cuanto les hice la respiracion boca a boca, revivieron. Y les abri cauce hacia la cocina. Fuencisla nunca fallaba. Era el complemento de lo que fui aprendiendo en el colegio: una especie de postre.
Desde la noche en que entre por el tapiz y le oi decir a Pedro que habia que telefonear a papa a la otra casa, esa casa necesite situarla, conocer a sus habitantes. Al colegio iban varios hermanos que no tenian el mismo padre o la misma madre. Hablaban de ello como si fuera natural. Pero yo aquel agujero negro, antes de tirarme a el, tenia que bordearlo desde arriba, hacerme a la idea sin testigos, digerirla. Solia dibujar un circulo con los cuatro puntos cardinales. Al norte mama, al sur aquel retrato de Gabriel-Maximo que tenian colgado en su casa los vecinos de arriba, al este papa, y al oeste, entre interrogaciones, la casa misteriosa. Tal vez la ocupase una mujer distinta de mama. Y en eso acerte, en que era completamente distinta. Pero no tenia edad de darme nuevos hermanitos. No fueron los libros de geografia, historia y gramatica los que me desvelaron ese secreto. Un secreto que a mi, en el fondo, me gustaba que durase.
– Oye, Fuencis, ?por que vive papa en otra casa?
– Porque es la casa donde nacio. Una casa con muchos torreones, al otro lado del rio. Tu vives aqui porque has nacido aqui, ?no?
– Pero el es mayor.
Fuencisla se quedaba con los ojos fijos en la ventana, y yo esperando. La respuesta siempre le venia con el vuelo de alguna paloma, porque en aquel patio de atras vivian muchas. En desconchados de la pared.
– Es que, ?sabes?, de pequeno le hicieron un maleficio. A algunos mayores les pasa. Y luego no crecen bien.
– ?Que maleficio?
– Pues veras, una tarde subio a jugar a la buhardilla y descubrio una habitacion en la que nunca se habia fijado. Empujo la puerta, ?y a quien diras que se encontro?
– A una senora que estaba hilando.
– ?Como lo sabes?
– Porque es de otro cuento que me contabas antes de hablar yo.
Cuando la pillaba en una de esas trampas, tardaba en encontrar salida. Pero tampoco eran trampas del todo. Ni las que ella hacia ni las que le ponia yo. Eran mezclas, aficion a recortar de aqui y pegar alla. Un juego. Como lo era el hablar mismo, y eso cada dia lo iba sabiendo mas claro.
Yo creo que Fuencisla estaba deseando dejarme de contar cuentos inventados, pero no podia. Aunque saliera