Luego Pedro y yo nos pusimos manos a la obra sin perder tiempo. Preguntas solo me hizo las indispensables, pero su sentido practico y sus ganas de acabar pronto vencieron los obstaculos fantasma que yo le habia visto a aquella labor. Salia todo de maravilla.

Sin embargo, como Pedro es mandon, se metio a darme ideas que no todas me gustaban. Hasta que me puse en guardia, porque una cosa era admirarle y otra dejarme mangonear. Lo que le parecia mas absurdo es que quisiera conservar la cuna azul. La agarro y dijo que, pasado el cuarto de Fuencisla, habia un armario muy hondo y que alli cabia perfectamente. Yo se la quite y la apoye plegada contra la pared.

– Que no. Que yo la quiero tener aqui.

Accedio de mala gana, como molesto.

– No te enfades, anda, que es mi cuarto -le dije.

Y le pedi que me ayudara a ponerle encima, sujeto con chinchetas, el poster de la fonetica. Entre el borde de abajo y los barrotes de la cuna azul quedaba un trozo alargado de pared. Me aparte a mirarlo desde la ventana. Era una playa desierta aquel espacio.

– ?Ves? -le dije a mi hermano-. De ahi para abajo no hablaba, era pequeno, no me acuerdo de lo que paso. De ahi para arriba soy mayor, me salen las consonantes por su sitio, y estoy un poco loco.

El sonrio, que sonrie pocas veces. Dijo:

– Bastante loco, si. Pero te has hecho mayor sin que nadie te ayude. Y eso es un orgullo.

No me dio tiempo a emocionarme, porque cambio de tono.

– Oye, ?te parece que queda ahi bien la cama turca?

– Si. Esta todo muy bien.

«Todo» era muy poco. Bailaban los muebles y mis libros y cuadernos se amontonaban por el suelo. Pedro dijo que en el maletero del cuarto de ellos habia una estanteria por elementos que no usaba nadie y que podia venirme bien. Para mi los elementos eran aire, fuego, tierra y agua. No lo entendia.

– Ahora te lo explico. Te la voy a traer -decidio.

– ?Ahora? ?Y me la pones tu?

– Claro. Es facil de montar. Ya veras.

Un poco de pereza empezaba a entrarme de tanto ir y venir. Pero tampoco iba a decirle que lo dejaramos para otro dia. Trajo el cajon de las herramientas, unos tablones y dos piezas con barrotes metalicos. Los atornillo a la pared y luego les iba acoplando los tablones, que dejo apoyados contra la cama. Me los pedia uno por uno desde el taburete en que estaba subido, mientras me explicaba que aquellos eran los elementos. Que habia que combinarlos en casa, no en la tienda. Iba a toda mecha, y yo pasmado, aunque me mareaba un poco. Mis hermanos es lo que tienen, que siempre dan sorpresas.

– Lo haces muy bien -le dije-. Nadie sabe hacer

eso.

Creo que le halago, pero le quito importancia.

– Bueno, en cuanto practicas un poco de bricolaje es facil -dijo-. Cuestion de paciencia. Maximo, si se

pone, tambien sabe hacerlo. Pero tiene que ser cuando a el le da la gana.

– ?Tu me estas ayudando sin que te de la gana?

Se quedo dudando.

– Bueno, muchas ganas no tenia -reconocio-. Pero me han entrado al ponerme. Las ganas vienen de ponerse. ?Lo entiendes?

– Un poquito si, y un poquito no.

– Da igual. No te preocupes.

Me di cuenta de que a los martillazos no acudia nadie. O sea, que estabamos solos en casa. Y me imagine tumbado en aquel trozo de playa desierta de la pared, porque me estaba entrando sueno. La arena estaba caliente de sol. Y las olas sonaban suavecito.

Cuando acabamos eran las once. La cama turca la habiamos dejado estirada con su colcha en una esquina junto a la ventana. El cuarto parecia mas grande.

– Pero faltan cosas -dijo Pedro-. En ese velador pequeno no vas a poder estudiar.

– Ya lo ire arreglando. Le pedire a mama algo.

– Una mesa. Que te compre una mesa.

– Bueno, a ver si quiere.

Me dio un beso, me dijo que se alegraba de haberme podido ayudar y se fue a su cuarto.

Yo me quede colocando libros y cuadernos en la estanteria, pero enseguida me canse. Como habia dormido mal, me tumbe en la cama, se me cerraron los parpados y al abrirlos mire alrededor. No reconocia nada. Acababa de saltar de un tren en marcha. Iba cantando a voz en cuello «Ciao, amore, ciao», con Lola y Maximo sentados en el asiento de enfrente. Bebiamos vino. Y yo de pronto me esfume. No me despedi de ellos, no les dije «Me vuelvo a Segovia» ni nada. Un viaje centella. Fue lo primero que entendi, lo corto que habia sido, ni una hora. La luz que entraba en casa era de mediodia, con ruidos de domingo. Mi cama habia cambiado de sitio, si. A eso tambien se le podia llamar viaje. Pero Lola y Maximo seguian juntos en aquel tren. Y seguro que no me echaban de menos. Dirian: «?Uf, Segovia, que rollo!»

Se me saltaron las lagrimas de envidia, y las deje correr. Entornando las pestanas, al poster de la fonetica, alli enfrente, se le cambiaban de sitio los letreros. La laringe, la lengua y la traquea se destenian, goteaban churretes rojos sobre la playa desierta de la pared. La habian asaltado piratas malos.

Me seque las lagrimas y me largue a la plaza.

Llevaba en el bolsillo mi peonza, que se me daba fenomenal bailarla. Me puse a soltarla sobre las baldosas de los soportales y se desmarcaba dando saltos de riesgo. Habia unos extranjeros sentados en el Cafe Principal. Un hombre, una mujer y una nina rubita mas alta que yo comiendo patatas fritas que iban sacando de un paquete. Estaba tan aburrida la pobre, que se puso de rodillas en el asiento y no tenia ojos mas que para seguir los giros de la peonza. Hasta que empezo a mirarme a mi y se reia mucho, como si estuviera en una funcion. Luego deje la peonza y me puse a dar volteretas sobre las manos. Tambien en el colegio lo hacia para llamar la atencion. Cuando acabe, la nina se bajo de la silla y se vino a hablar conmigo, aunque no nos entendiamos.

Le conte que acababa de llegar de Italia, que habia estado alli con mis hermanos a ver al padre de ellos que era guapisimo y escribia unas historias preciosas para los titeres. El tren donde fuimos era verde, el campo morado y las vacas tenian tres cuernos. Lo habiamos pasado estupendamente. El padre de mis hermanos se llamaba Gabriel, no era nada mio, o lo que era no tenia nombre. Vino a buscarnos a la estacion en una furgoneta, y sin pasar por su casa ni nada nos llevo al circo. Le iba a contar la historia de la libelula, porque me parecia que pegaba muy bien en ese momento. Pero antes hice una pausa y la mire para ver si se estaba aburriendo. Tenia los ojos brillantes.

– Wonderful -dijo-, come on.

«Come on», quiere decir «sigue». Lola y Mati lo empleaban mucho. Y por eso supe que aquella nina estaba harta de ver catedrales. Porque, si no, ?quien le pide a un chico desconocido «come on», y encima sin saber lo que le esta contando? Mucha necesidad hay que tener.

En Segovia turistas con nino se veian cantidad. Eran ninos tristes, que seguian a sus padres como robots por castillos, iglesias y hoteles reservados por agencia. Bendije a mi familia, en la que nadie obligaba a viajes programados de antemano. El calor que yo estaba poniendo en describir uno imaginario ante aquella nina rubia que no me entendia era como una musica compartida de milagro. Y puede que todavia ella, donde este, se acuerde, como me acuerdo yo, de ese rato que nos unio fugazmente.

Porque enseguida los padres, que ya me habian mirado varias veces con desconfianza, se levantaron, pagaron al camarero y llamaron a la nina dos veces por el nombre de Susan. Como ella no atendia, la madre vino a buscarla y se la llevo de la mano, casi a rastras. Posiblemente a algun museo o a comer cordero.

– Good bye -me dijo ella.

Y se alejo, volviendo la cabeza de vez en cuando.

Con ella se esfumo mi viaje a Italia.

XII. EL LEGADO DE BRUNO

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