en ellos gente con nombres de verdad, sonaban igual que los de mentira. Cambiaba cosas, describia habitaciones donde nunca habia entrado, paisajes que nunca habia visto, les pintaba a los personajes la cara que a ella le venia en gana, aunque no les pegara mucho. O sea, lo que es inventar. Pero lo que menos podia evitar era meter en la historia algo sobrenatural y que diera miedo. En eso jugabamos con fuego, porque el miedo se propaga igual que los incendios reales. Yo unas veces fingia que no entendia nada y otras que me lo estaba creyendo todo por absurdo que fuera. Era mi manera de pedir mas, y ella lo sabia. Eramos complices de un engano que nos salia bastante bien.
– Es que en la vida, Baltita, salen cosas parecidas a las de los cuentos. Pero a tus hermanos no les digas nada. Ni a tu madre. Son secretos de familia.
– Que no, Fuencis, que no digo nada. ?Pero quien era la senora que estaba hilando?
Ante las preguntas concretas era cuando ella ya se ponia a desbarrar.
– Pues veras, unas veces era buena, otras mala y otras malisima.
– Digo que quien era, que por que estaba alli y que cosia.
– Cosia tiempo. Y nadie sabia por que estaba alli. La verdad es que algunos no la veian. Ella ya se lo advirtio al nino.
– ?A que nino?
– A tu padre. Si te distraes, lo dejamos. Pues anda que no tengo yo pocas cosas en que pensar como para perder el tiempo contigo.
– No te enfades, Fuencis, por favor. ?Mi padre si la veia?
– Algunas veces la vio, pocas, no pasarian de tres. Otras no encontraba ni siquiera la puerta.
– Le extranaria mucho.
– Si. Lo que mas le extranaba es que estuviera cosiendo sin hilo, porque el tiempo no se ve. Y eso da miedo. Pero lo que ya le metio miedo en serio fue lo que ella le dijo la segunda vez que la encontro. En ese momento empezo el maleficio. ?Ay, Dios mio! Nunca se sabe de donde salen las amenazas. Vive uno pensando que esta a salvo, que todo va a acabar bien. Pero no te fies.
Suspiraba como si se hubiera metido a pensar en otra cosa. Y aquellas pausas se aguantaban mal. Yo decidia contar despacito hasta cien, pero nunca pasaba de veinte.
– ?Que le dijo para meterle tanto miedo? ?Puso cara de bruja?
– No, no. Ni mucho menos. Tenia una voz muy dulce y una cara serena, rodeada de un pelo como rayos de luna. Le dijo: «No siempre que vengas aqui me encontraras. Estare por la casa convertida en otra, no te asustes, tengo el deber de avisarte. Cuando ella quiere, me llama desde abajo y desaparecemos yo y esta habitacion. Y ella, que es otra pero tambien un poco yo, querra tenerte cosido a sus pies como una sombra, no te dejara crecer bien. Ese es el maleficio. Seras guapo, listo y bueno, pero no tendras libertad. Solo cuando ella este durmiendo, te desataras un rato. Y conoceras al mismo tiempo el aire y su nostalgia.» Esas fueron sus palabras.
– ?Y no le pincho con una aguja o algo?
– Eso no se sabe de fijo. Unos dicen que si y otros dicen que no.
– ?Y la otra, la mala?
– ?La mala? A esa la veian todos. Era la duena de la casa. La que mandaba sin que nadie se atreviera a rechistar. Muy estirada. Comia siempre con el chico en una mesa larga, cada uno sentado en una punta, candelabros y vajilla de plata, siempre a las mismas horas. Y servia la mesa un criado con guantes blancos. El nino la miraba de reojo, y casi no podia masticar de miedo cuando empezo a darse cuenta de que se parecia a la que cosia tiempo, a veces muchisimo. En la frente, en los ojos, en la estatura. Depende de como le diera la luz. Guapa, porque siempre lo fue, pero una belleza diferente. La otra, que no existia ni tenia nombre, era mas de verdad, no se como explicarlo.
– Da igual, dejalo, Fuencis.
Nos mirabamos serios, y de pronto el juego bordeaba el abismo. Me asustaba mirarlo. El agujero negro de los parentescos podia convertirse en un nido de viboras. Mejor cambiar de rollo y ponerse a estudiar.
Le decia a Fuencisla que tenia pendientes muchos deberes del colegio, que ya seguiriamos otro dia. Y a ella no parecia importarle, mas bien creo que era un alivio salir de aquella selva. Pero yo le notaba en los ojos que inmediatamente se metia en otra, en la de su pasion por el carnicero viudo. Habia empezado a adelgazar, estaba probando unas lentillas en sustitucion de las gafas gordas de carey, leia novelas romanticas y suspiraba mas que nunca.
– Adios, Fuencisla.
– Adios, hijo. Que se te de bien el estudio. Desde que te vi en la cuna dije que eras muy listo. A mi tambien me habria gustado estudiar.
– Estas a tiempo.
– No creo. Ademas, es otro el tren que ahora quiero que no se me escape. No se puede atender a muchas cosas juntas
La dejaba alli mirando a la ventana, escuchando el arrullo de las palomas en el patio. Y al salir de la cocina, me parecia oir por el pasillo el toc-toc de la senora del palo. No era la primera vez. Se habia colado en la casa zurriburri desde la famosa noche de los titeres. Y yo sabia que la unica manera de espantarla era no dejarme impresionar, rechazar su contagio y su influencia. Al fin y al cabo jugaba en campo contrario. Me paraba a tomar fuerzas.
– Sales perdiendo, te lo aviso -le decia en voz alta-. Si te quieres quedar, alla tu, pero no creo que lo aguantes. En esta casa se rompen cosas, no se limpia mucho, no tenemos horarios, y pasamos totalmente de vajilla de plata. Ademas a papa, si venias a eso, de aqui no lo arrancas. Se marcha y siempre vuelve. Por algo sera. Diga lo que diga, le gusta nuestra familia, somos su familia. Asi que haz lo que te de la gana. Peor para ti.
Luego me ponia a canturrear «The sounds of silence», seguia andando y el rumor del baston de la duquesa sobre las baldosas desaparecia como por encanto.
Otro toro para el arrastre. Eran faenas solitarias que le solia brindar a Max-flash.
X. DE DRAGONES Y EJERCICIOS ESCOLARES
Entre los cuatro anos y los siete, que es cuando cambio nuestra vida porque nos mudamos a Madrid, los libros fueron como una ventana que se abre para que entre un aire menos contaminado. En el colegio hice progresos a toda velocidad y me cambiaron de clase. Las cartillas de parvulos no las podia resistir y en vez de copiar con letra inglesa: «?Se asea asi ese oso? Si, ese oso se asea asi», inventaba otras frases con ese igual de absurdas o mas, pero sacadas de mi cabeza. Por ejemplo: «Sigue el sendero secreto. Si sales de Siberia, no te sientes al sol.»
A la directora del colegio la tenia alucinada y telefoneo a casa varias veces para preguntar que de donde sacaban que yo llevaba retraso escolar. Y mas cosas que a mama la hacian reir. Yo no sabia que se conocieran tanto y no me gusto. Se llamaba Paquita Mora, fumaba mucho y llevaba el pelo corto.
– Los chicos dicen que me han cambiado de clase porque tu eres amiga de la senorita Paquita. Y a mi me da rabia -le dije a mama.
– No les hagas ni caso.
– ?De que la conoces tu?
– De que salia con uno de mi oficina. Pero, para que lo sepas, Baltasar, yo de mi vida no le doy cuentas a nadie. Ademas, no es mi amiga.
– Como dicen los chicos que te ven con ella… Y aqui a casa no la traes.
– Pero vamos a ver, ?a ti de esos chicos te importa algo?
– Bueno, un poco. Del que mas, de Isidoro. Es mayor. Tiene diez anos. Ya lee novelas de aventuras, y me las cuenta. Con los demas hablo menos. Se rien.
– Pues que se rian. Con que te quiera el que prefieres tu, te basta y te sobra. Luego, cuando crezcas, te olvidaras de el, y de los otros, y de la senorita Paquita. Como si no hubiera existido. Pasa siempre.
– ?Por que?
– Porque si. La vida son capitulos sueltos, hijo. Si nos acordasemos de todo explotariamos.