– ?De todo te olvidas? ?De todo, de todo?

– Bueno…, de casi todo.

– ?Y te olvidas sin querer o cuesta trabajo?

Sacudio la melena aquella cobriza tan bonita que tenia entonces y se encogio de hombros. Estaba echando entre nosotros una especie de cierre metalico que caia sin ruido. No me atrevi a preguntarle si ya no se acordaba nunca de aquel Gabriel tan parecido a Maximo que vi retratado en la casa de arriba. No puedo calcular los meses que habrian pasado y seguia teniendolo clavado en la cabeza.

– Mira -dijo-, eso del olvido no se puede explicar. Cada cual lo gobierna por su cuenta. ?Entendido? Tu cuentame cosas de lo que aprendes en el colegio y ya. Si no entiendes algo igual te puedo ayudar, y si no lo entiendo yo, tu me lo explicas a tu manera. Eso en cambio me encanta, estudiar contigo. Me pongo muy ancha cuando me entero de lo bien que te va.

Luego estuvimos mirando juntos un atlas de geografia, que lo tenia ella abierto encima de la camilla por el mapa de Italia. Me gustaba ver sus dedos afilados recorriendo los rios, las montanas y las ciudades, como si los acariciara. Se nos hizo casi de noche.

Yo lo que no queria era convertirme en un empollon. De los libros salian cada vez mas cosas enredadas unas con otras, y lo bonito es que daban pie a combinarlas por cuenta propia. Me interesaba entender como nacen los rios, en que se diferencian las consonantes de «petaca» de las de «bodega», por que se murieron los mamuts y ya no queda ninguno, cuantos anos tarda en crecer una encina, como viajaban los antiguos antes de que se inventara el tren. Pero tambien queria entenderlo todo junto, no por separado, el hablar liado con el crecer y con el viajar y con el morir. Era cuestion de paciencia cazar esos lazos. Y me di cuenta de que para andar de caza no hay que pasarse todo el dia sentado en un pupitre aprendiendo las cosas de memoria. Al contrario, se pensaba mejor por la calle, donde nadie te mira ni te interrumpe. O sea que muchas veces hacia novillos y me largaba por ahi. Eso mi madre lo sabia y nunca le importo, hasta creo que le hacia gracia. El colegio estaba cerca de casa, no hacia falta autobus ni que fueran a buscarme. Solo los primeros dias vino Lola de mala gana, pero me negue. Y entre ella y Maximo intercedieron por mi. A papa de esas cosas nadie le consultaba nada, andaba siempre ocupadisimo. Total: no hubo problema.

En una de aquellas escapadas solitarias encontre una tarde, en la parte de alla del rio, una casa rodeada de tapias altas y con escudo en la puerta. Aunque no se parecia en nada a la que habia descrito Fuencisla, porque no tenia torreones, sospeche enseguida que pudiera ser la guarida secreta de mi padre. Era muy grande, con balconadas de piedra, estaba en una calle estrecha, y por encima de la tapia que la rodeaba salian arboles. Me apoye en la pared de enfrente y espere. Volaban pajaros, estaba atardeciendo. Sabia que tenia que esperar. Y de repente se abrio el portalon enorme de madera, entrevi un camino de arenilla, y salio el criado que solia acompanar a la senora del palo y le iba espantando ninos. Volvio a cerrar. Era muy flaco, con nariz de aguilucho. Me vio y se dirigio hacia mi. Parecia inquieto.

– ?Se puede saber lo que haces aqui? -me pregunto.

– Nada malo. Mirar.

– Pues a ella no le gusta que los chicos se paren en este trozo. Me tiene mandado que por aqui no jueguen.

– Yo no estoy jugando. ?Y quien es ella?

– ?Ella? La duquesa viuda de Almazan.

– Pues le dices que la calle es de todos. ?Se lo vas a decir?

– ?Maleducado!

Se fue furioso, refunfunando, mirando para atras. Yo segui sin moverme hasta que desaparecio. Me habia puesto a silbar y tenia una pierna doblada, apoyada contra la pared. Luego cruce la calle y me acerque a mirar de cerca la puerta enorme, con su escudo de piedra encima. Tenia una especie de dragon en la izquierda, y a la derecha estrellas. Arrastre una piedra para subirme y alcanzar el aldabon dorado. Llame dos veces fuerte y luego corri a esconderme en un callejon. Al cabo de un rato se oyeron pasos sobre la arenilla del camino. Luego dos voces de mujer: una joven y otra mayor. Y el chirrido de la puerta.

– No hay nadie. Habra sido algun chiquillo. Si, porque ha puesto una piedra. No se preocupe.

– ?Malditos chiquillos! El diablo se los lleve -se enfurecio la otra-. Quita el pedrusco ese. Y echa el cerrojo.

Era la senora del palo. Su voz la conocia.

En la tapia que daba al callejon escribi con carboncillo y en letras mayusculas: «Esta casa es mia. Baltasar».

Luego me fui.

A mi madre, que esa tarde estaba de muy buen humor, le dije que nos habian salido en una lectura del Quijote para ninos las palabras duque y duquesa, y que no entendi lo que querian decir.

– Ni falta que te hace, hijo. Porque ser duque no es nada, una marca. ?No llevas tu niquis Lacoste con un lagarto cosido? Pues lo mismo. Por mucho que los duques presuman y desprecien a los fabricantes de niquis, ellos son peores. El ejemplo del vago total que encima echa sermones.

Pero yo no estaba dispuesto a abandonar la partida tan facilmente.

– Oye, ?un dragon es mas que un lagarto?

Se encogio de hombros.

– Por lo menos, a los lagartos los ves tomando el sol por el campo. Pero a un dragon ?quien lo ha visto?

– Ellos a lo mejor si. Y ver un dragon es mucho.

– ?Ellos? ?Los duques? ?Que van a ver ellos! No ven nada, con la nariz y la barbilla siempre en alto. Si ademas no tienen imaginacion, hijo. ?A un dragon van a ver! ?Que mas quisieran!

La cosa quedo ahi. Pero los dos sabiamos que el otro estaba pensando en la duquesa de Almazan. Mama no la encontraba digna de ver dragones, la odiaba sin mas. A saber si se conocerian siquiera.

Para cambiar de tema, me prometio que cuando leyera alguna novela bonita de las que sacaba continuamente de la Biblioteca Municipal, me contaria el argumento, como hacia mi amigo Isidoro.

– ?Aunque termine un poco mal?

Se echo a reir.

– Si, hijo. Aunque termine un poco mal. Te lo prometo.

Pero mama cumplia pocas veces sus promesas. Era voluble y estaba siempre algo pirada.

A la senorita Paquita papa le puso de mote el astro naciente, nunca le habia oido decir eso. Luego, andando el tiempo, se lo ha aplicado tantas veces a conocidos de mama que ya se ha hecho popular la frase entre mis hermanos. Los «astros nacientes» pasan por una etapa en que no se les ve ningun defecto, pero luego, mas temprano que tarde, decaen para volverse antipaticos, retorcidos o vulgares. O sea, que aburren y da rabia reconocer que alguna vez hicieron gracia.

Mi madre se apuntaba el tanto de haber descubierto ella aquel colegio. Pero, por lo visto, desfiguraba las cosas. Lo encontraron por casualidad, y el hecho de que estuviera a tres minutos de casa fue lo que a mi padre le decidio a elegirlo.

– Con lo preocupado que estabas por Baltasar -le decia ella cuando le informaba sobre mis progresos-. Y ya ves ahora, ?que retraso lleva? Dice Paquita que ninguno.

Papa le recordaba que ella tambien habia estado preocupadisima, que llego a hablar de llevarme a un psicologo infantil. Pero mama nunca se acuerda mas que de lo que quiere; le encanta quedar encima. Yo lo que no podia entender, y me desesperaba, es que mi escolaridad, en vez de suavizar las diferencias entre mis padres, las hubiera agudizado. A los mayores un nino los entiende mal. Cuando los empieza a entender un poco es porque ya se ha metido en lios que lo sacan a el mismo de ser nino. Renir, lo he ido sabiendo luego, depende de la voluntad de avasallar a otro, no de las razones que se tengan. En fin, que yo parecia ser lo de menos cuando salia a relucir mi nombre en el enfrentamiento de mis padres.

– Si hablaras con el, cosa que no haces nunca -decia mama-, te darias cuenta de cuanto ha cambiado. Paquita dice que a las pocas semanas de llegar se puso a leer de corrido; que eras tu quien me contagiaba la neura y me hacias ver las cosas por el lado negro. Una proyeccion de tus complejos.

– ?Dichosa Paquita! -decia el-. Ya tenemos astro naciente.

– Todo lo astro naciente que tu quieras, pero de pedagogia entiende un rato. Tenias a Baltasar subvalorado. Y para el eso era un trauma.

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