precio.

– Queremos el sello de vuelta, Mr. Corflu, y tambien queremos al asesino de Dexter Jones.

– ?Y por que vienen a mi?

– Porque segun el registro de la compania de telefonos, Jones tuvo con usted una conversacion telefonica el dia antes de haber sido asesinado, y un dia despues de haberme revelado lo de El Diablo de Jersey.

Benedict Corflu se mantuvo en silencio, tal vez considerando las posibilidades de su contestacion. Finalmente, dijo:

– Si, es cierto. Nunca conoci personalmente a Dexter Jones; pero hemos hablado en algunas ocasiones por telefono. Me senti muy apenado al enterarme de su muerte.

– ?Por que le llamo ese dia?

– Como coleccionista, Jones estaba interesado en la emision del sello El Diablo de Jersey. Me habia llamado ya un par de veces; pero en esta ocasion le preocupaban dos cosas. En primer lugar, queria ponerme sobre aviso acerca de que un detective le habia hecho algunas preguntas sobre el sello del El Diablo. Supongo que era usted.

Leopold asintio.

– ?Que mas dijo?

– Que una persona le fue a ver para informarse sobre el sello hawaiano de dos centavos. Esta persona alego que queria saber como era exactamente aquel sello, ya que en los periodicos no publicaban ninguna fotografia.

– ?Sabe si esa persona era una muchacha?

– No me lo dijo. Solo me comento que se sentia envuelto en algun asunto. Por lo visto, Jones le dijo a esa persona que necesitaba ver el sello para tener seguridad y que no sabia si debia llamar a Bailey para prevenirle. Ambos eran rivales, ya lo sabeis, y creo que Jones incluso se deleitaba con el robo. No obstante, no queria complicarse la vida.

– ?Le llamo para pedirle consejo?

– En cierto sentido, si -Corflu sonrio al recordarlo-. Jones era un hombre honesto; pero hasta los hombres honestos pueden caer a veces en la tentacion. En realidad, yo creo que el me estaba tanteando para saber si en el mercado habia alguna posibilidad de colocar el sello robado. Hasta me parece que tiene cierta logica; un hombre que imprime sellos ilegales, podria estar interesado en comprar sellos robados.

– ?Se lo expuso con tanta claridad?

– No, no. Pero era evidente la insinuacion. El se arriesgaria a tener un sello robado en su poder si estaba seguro de que habia un comprador.

– ?Y usted que le dijo?

Benedict Corflu volvio a sonreir.

– Yo le sugeri que llamara a Bailey o a la Policia. Le adverti que no se comprometiera.

– Un consejo de ciudadano observante de la ley.

– Sin duda lo soy.

– ?No tuvo mas noticias de Jones?

– No. Pero vosotros ya lo sabeis. Disponeis de una lista con todas sus llamadas.

Leopold se puso de pie. El brazo escayolado otra vez le estaba doliendo, fastidiandole al no dejar de recordar su presencia.

– Quiza sea posible que tengamos mas preguntas, Mr. Corflu.

– Mi puerta siempre esta abierta.

Cuando regresaban por la carretera Garden Gate, les parecio que uno de los camiones de Corflu llevaba un buen rato siguiendoles. Esto puso nervioso a Fletcher, quien saco su revolver de servicio calibre 38 y lo mantuvo en su regazo hasta que el camion giro en la frontera estatal. Se trataba de un dia de esos…

Durante una semana no hubo ninguna novedad.

Leopold nunca se habia enfrentado a un caso asi, y cada dia que pasaba, su total frustracion iba en aumento. No habia ningun rastro de la chica, ni del sello que faltaba. Tampoco tuvieron nueva informacion sobre El Diablo de Jersey. Oscar Bailey continuaba llamando cada dia, y Jimmy Duke seguia viviendo solo, en espera del juicio.

Para Leopold estaba claro que Dexter Jones habia sido asesinado por Bonnie Irish, o por Jimmy Duke, cuando les dijo que seguiria el consejo de Corflu y que iba a llamar a la Policia; pero lo evidente no siempre solucionaba un caso, y habia otra posibilidad que daba vueltas por la cabeza de Leopold. Tenian solo la version de Corflu para conocer el contenido de aquella conversacion telefonica. En efecto, quiza Jones obtuvo el sello hawaiano de dos centavos de Bonnie Irish y luego se lo envio a Corflu. Un hombre como aquel bien podia haberle matado antes que pagarle el precio del sello.

Asi que Leopold continuo buscando una solucion a los hechos, o a su carencia, mientras esperaba alguna oportunidad, que tarde o temprano siempre aparecia.

Esta coyuntura provino de la fuente mas inesperada: Benedict Corflu le llamaba por telefono desde su oficina de Paterson.

– Leopold, soy Corflu. ?Me recuerda?

– Le recuerdo.

– Tengo algunas noticias que quiza puedan interesarle.

– No me diga.

– Se trata de una cierta senorita llamada Bonnie Irish. ?Aun le estan siguiendo la pista?

Leopold le indico a Fletcher que cogiera la extension telefonica.

– ?Por supuesto que si! ?Donde se encuentra?

– Se ha puesto en contacto con un amigo mio de Nueva York. Tiene algunos sellos para vender.

– ?Me lo suponia! ?Quizas el sello hawaiano de dos centavos?

– Ese en particular no fue mencionado; pero si los otros que le fueron robados a Bailey. No hay duda de que es la chica que usted esta buscando.

– ?Donde se encuentra ahora?

Corflu suspiro en el telefono.

– Eso no se lo puedo decir. Pero pasado manana ella se encontrara con mi amigo en Nueva York.

– ?El esta dispuesto a cooperar con la Policia?

– Cuando le dije que mediaba un asesinato, penso que eso era lo mejor. Tambien quiere que yo este alli, cuando se encuentre con la muchacha.

– Digame usted donde y cuando -pidio Leopold, que por primera vez en unas semanas, se habia olvidado por completo de su brazo roto.

Las oficinas de la «Royal Stamp Sales» se encontraban en pleno Manhattan, en una sombria calle al lado de la Sexta Avenida, detras de unos escaparates atiborrados de sellos descoloridos de todo el mundo y probablemente sin ningun valor. Era un sitio al que ningun transeunte le podria prestar atencion, pero aquella manana en particular, habia bastante actividad. El amigo de Corflu, alegando padecer del corazon, acepto ser reemplazado detras del mostrador por Corflu, quien sin rastros de grasa, vestia inesperadamente una clasica camisa y corbata. Tambien estaban en escena dos detectives de la ciudad de Nueva York, trabajando como empleados detras del mostrador. Si hubiera que hacer algun arresto, ellos se encargarian de llevarlo a cabo.

Leopold habia quedado relegado a un puesto de observacion, en el vestibulo de un hotel al otro lado de la calle, pero Fletcher desempenaria un papel principal en la redada. Vestido como un cartero, con un gorro puntiagudo y una bolsa postal de cuero, entraria en la tienda de sellos inmediatamente despues que la chica, obstruyendole de esta forma la via de escape.

– Me siento ridiculo con este atuendo -se quejo Fletcher, parado junto a Leopold en el vestibulo del miserable hotel.

– Pero podras seguirla sin que ella se alarme. ?Recuerdas lo que escribio Chesterton en una de sus historias policiales del Padre Brown?: «Por alguna razon, nadie repara en el cartero.» Se trata de una gran verdad, excepto cuando estan de huelga -Con la mano sana, asio el brazo de Fletcher-. ?No sera aquella?

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