los fascismos latinoamericanos genero-, propiciaria en la Isla de Contadora la reunion de los paises centroamericanos decididos a iniciar un futuro de prosperidad regido por el humanismo solidario de los nuevos tiempos y concluiria -?escandalo y oprobio, insulto intolerablemente cinico!-con la invasion armada del hermano mayor americano para detener en Panama, como si fuese el peor criminal, al intachable colaborador Noriega? ?Quien podia calcular -y cuando se vislumbro, era ya tarde- que los intereses politicos recomendarian al mundo en general y en particular al gobierno norteamericano, impulsor en el pasado de tantas iniciativas gratas, aparentar un repentino ataque de democratica oposicion a las dictaduras sudamericanas que ellos mismos habian alentado? Con estas premisas, ?como no iba a avecinarse en Leonito la correspondiente revolucion social, que a mediados de 1987 comenzo a propiciar violentas y constantes agitaciones callejeras y manifestaciones exigiendo las cabezas de los coroneles? ?Como, si nos atenemos a esa logica, no iban los disturbios a terminar por alumbrar un atentado mortal contra las fuerzas armadas, y luego otro, y luego otro y otros? ?Y como no iba a resultarme obvio, en aquellas Navidades tristes, que los fantasmas de la huida de Paris -cuando todavia era joven para enfrentarme a la adversidad- planeaban de nuevo sobre mi? En la seguridad todavia inaccesible de mi mansion, comenzaba a notar el aliento sucio del fin, y meditaba gravemente sobre ello… En 1976 tenia sesenta y dos anos. En 1987 cumpli -terrorifico, ?verdad, amigo que compartes conmigo la progresiva humillacion de la vejez?- ?setenta y tres! Y frente a que panorama: en 1976, los hombres a los que habia instruido entraban a patadas en las casas de los sospechosos, impunemente les apaleaban para obtener agendas con mas nombres e impunemente, si les apetecia explicitar asi la inmisericordia que se avecinaba, orinaban en las caras de sus madres o eyaculaban en las de sus hijitas. Pero en 1989 estos mismos hombres ocultaban inquietos sus identidades y sus pasados, se revolvian ante la presencia de extranos y se sabian vulnerables. Tenian miedo. No es que me importasen lo mas minimo, pero su temor, simplemente lo constato, era tan logico como legitima su rabia, pues se sabian abandonados por los superiores que habian alentado su regodeo obsceno en la ilegalidad, en la apropiacion de bienes, cuentas corrientes y hasta tostadoras de los detenidos, en la violacion de las detenidas, en la venta de los bebes que alumbraban entre insultos soeces en las mazmorras. Ya a mitad de la decada, la actividad en mis centros habia experimentado un retroceso; nada grave, sobre todo teniendo en cuenta que me seguian llegando a traves de amigos de todo el mundo nuevos clientes de Beirut, Kinshasa o Madrid, donde, por cierto, el asesoramiento a un grupo golpista que finalmente no llego a pronunciarse me retuvo en la ciudad durante tres dias de 1984 que aproveche para visitar al jovenzuelo al que anos atras habia donado mi sangre; consegui su nueva direccion -se habia casado y ya no vivia con sus padres- y una manana le observe clandestinamente: salia de casa con una ninita en brazos, supuse que su hija; tal vez, pense, alguna gota de mi sangre habia aportado su granito de arena a la ereccion que, a su vez, posibilito la eyaculacion que fecundo a la yeguita del gemelo de mi Nino.

– ?Que hijo de la gran puta!

La colera por la sucia refererencia a Bego puso a Ferrer en pie como un resorte, sin atender al dolor de la herida. El brusco movimiento le provoco un mareo que tambien desprecio.-?Pero que hijo de la gran puta! -repitio a gritos, dando grandes zancadas a un lado y a otro.

– No se lo tome como algo personal, ya que no lo es -le aconsejo Laventier, conciliador-. Y ahora, si no le importa, sigamos. Debe de quedar poco hasta la llegada del amanecer. Tenemos el tiempo justo.

– ?El tiempo justo para que? -protesto Ferrer.

Laventier volvio a levantar la vista. Dudo un segundo; parecia buscar las palabras precisas de la respuesta.

– Para que vea usted con sus propios ojos lo mismo que vio Victor Lars aquel dia de mil novecientos setenta y cinco. Lo mismo que vi yo ayer: el tesoro de la Montana Profunda. Pero aun falta un rato para el amanecer. Por favor, confie en mi y escuche el resto -rogo el frances; y regreso a la lectura sin dar a Ferrer otra explicacion.

Pero en 1987 la situacion si era grave. Entiendeme, no es que mi futuro me preocupase -mi dinero estaba en Suiza y mi corazon en ninguna parte-, pero el intangible barniz aciago de la nueva disposicion del tablero me resultaba irritante: la revolucion popular de Leonito se intuia imparable a pesar de mis ordenes de tirar a matar contra las furiosas masas reivindicativas, parecia inmune a la desatada brutalidad de los Pumas Negros y sus grupusculos paramilitares, y olia a la misma victoria que ya me habia alarmado, no hacia tanto tiempo, en Iran y Nicaragua. Los coroneles, empenados cada uno de los tres en atesorar mas cajas de oro que los otros y alborotados ante la perspectiva del exilio, entrecruzaban entre si ordenes contradictorias que solo aumentaban la tension y el desasosiego. Una de las pocas decisiones en las que, sin duda por casualidad, estuvieron de acuerdo fue en evacuar las tropas que mantenian la presion sobre los indios de la Montana: podian resultar necesarias, dijeron, para proteger el palacio presidencial. Ademas, recibi instrucciones para clausurar, aunque fuera por prudencia y hasta que cambiaran los vientos, los centros ubicados en el «Paraiso en la Tierra». Senti el desprecio como nunca antes. ?Clausurarlos, ahora que habia logrado implantar en el mundo entero un revolucionario concepto de las tecnicas represivas! ?Clausurarlos, ahora que mis metodos se expandian ya por Asia y por el mercado salvaje e ingente de Africa! ?Asi se me agradecia la incalculable ayuda prestada durante decadas al sostenimiento de los coroneles en el poder, al sostenimiento de tantos orangutanes de uniforme en los respectivos tronos diseminados por todo el continente, por todo el mundo?, pense la noche previa a la culminacion del desalojo cuando, cegado por la ira, visite por ultima vez las instalaciones. Dormitando con sus propios demonios en el fondo del sector del gimnasio que ocupaba en soledad tras la muerte de los Hombres Perro, el Nino de los coroneles era una metafora precisa del momento: calma triste que no conseguia eclipsar el rabioso vertigo latente. Y ningun futuro: la sutil, la prieta esencia de odio sadico que habia logrado crear a partir de un huerfano inservible era la demostracion viviente de que se podia lograr cualquier cosa, cualquier esclavo, cualquier monstruo sumiso desde la arcilla de un ser humano. Siempre fiel a mi lema de no dejar cabos sueltos a la espalda, apoye el revolver en su sien percibiendo el poso de intolerable renuncia a mi mismo en la ejecucion de ese ser al que el encierro y la locura habian vuelto irreversiblemente repugnante y hediondo, pero que era gloriosamente mio. Matarlo era mi fracaso, es bien cierto. Pero aun asi me disponia a apretar el gatillo… Fue sin duda esa irreconciliable pugna la que me inspiro, aunque la idea debia de llevar bullendo en mi mente desde que Tete, consciente de mi inteligencia superior, me habia suplicado que hallase la formula magica que los liberase, a el y a sus socios, del engorroso exilio, que se les antojaba insoportable a pesar de que iba a transcurrir en algun paraiso dorado todavia por definir. La genialidad me visitaba de pronto y alli, en el escenario donde estuvo a punto de representarse mi fracaso asumido, cuando me disponia a disparar contra la creacion de mi vida. Rememore sin convocarla mi noche con los Hombres Perro, revivi mi caida y el repentino impacto de luz del interior de la gruta negra, recorde que habia decidido reservar el conocimiento del tesoro de la Montana Profunda como un golpe de efecto que las circunstancias recomendarian cuando y como utilizar… Pues bien, el momento habia llegado. Lo obvio, o lo topico, seria anadir que alumbre el plan febrilmente y a lo largo de toda la noche; pero no: me llevo solo una hora; asi de sedosa, asi de lucida y genial reinaba mi mente. La osadia de la maquinacion, sencillamente, carecia de precedentes en la historia de la humanidad, y la maestria del golpe, caso de resolverse a mi satisfaccion, me garantizaba de improviso, sin que yo me hubiese planteado su busqueda, aquello por lo que todo hombre que sea de verdad integro debe luchar: una vejez excitante, que yo tenia al alcance de la mano. Guarde el revolver y regrese a la capital tras encerrar de nuevo al Nino, que se habia mantenido aletargado durante todo el proceso en que su vida peligro. ?Cuantas veces, tras los acontecimientos de los ultimos tiempos, me he censurado agriamente no haberlo matado entonces! ?Que facil habria sido evitar asi el desastre que el maldito acabaria por desencadenar!

Antes del amanecer, los coroneles ya habian escuchado mi plan, al que les habia introducido con la narracion -cierta en cuanto a sus hechos cruciales pero falseada en la coordenada temporal, que traslade a solo un rato antes del encuentro con ellos que con tanta urgencia convoque-, de mi descubrimiento del tesoro de la Montana. Y ese mismo dia se puso en marcha el brillante engranaje que, de un solo golpe, salvaba a los coroneles, se reia de la revolucion y del mundo entero y, sobre todo, me convertia de nuevo en amo indiscutible de la situacion, globalmente considerada.

Laventier cerro el manuscrito con un golpe seco.

– ?Eso es todo? -salto Ferrer, alarmado por la resolucion del gesto-. ?Termina asi?

– No, pero antes de continuar es necesario esperar al amanecer. Cuando llegue el momento entendera por

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