sintomas de lo que habia de venir… Sin embargo, me hallaba en aquel momento demasiado ocupado con la preciosa cinta de video que me apane para hacer llegar a Leonidas acompanada de un reproductor portatil de imagenes. Se, porque Bueyes lo vio con sus propios ojos y trajo la noticia a la ciudad, que el lider indio enloquecio de ira y de dolor. De tristeza. Confirmado el punto de que amaba realmente a su Maria, no me resulto dificil imaginarlo en las oscuras noches bajo tierra, clavada la cara sobre el punto unico de luz del pequeno monitor portatil, sufriendo una y otra vez la escena como una caricatura de turista japones devenido en alma en pena a la que el sol subterraneo sorprendia lloroso y agotado por el insomne sufrimiento. Fiel siempre al lema de que un torturador no debe jamas mostrar su rostro ante la victima en prevision de eventuales caprichos del Azar, oculte durante las filmaciones la cara del Nino con una mascara de carnaval entresacada de algun rincon perdido. El toque frivolo adquiria en medio del horror una dureza inusitada, y me propuse potenciar el hallazgo en proximas sesiones. No por piedad, sino porque yo mismo tenia prisa, contravine la regla de dejar a Leonidas macerarse un tiempo en su propia angustia, y le hice enseguida saber que la liberacion de su querida esposa pasaba por un pacto de simpleza lineal: su hembra a cambio de la Montana. Traicionar a su pueblo por amor, si quieres decirlo mas solemnemente. A fin de apremiarle, anadi al pliego de condiciones el video del siguiente encuentro amoroso de su Maria con mi Nino. Pero Leonidas era un hombre lamentablemente digno, y no antepuso sus intereses personales a los de los suyos. Demostrando una entereza que le reconozco, sufrio en silencio y, aparentando la calma que en realidad no tenia, se nego a considerar la formula de la traicion. Pero en cambio -y asi supe que estaba tocada la linea de flotacion de su animo-, insto a Bueyes a acelerar los procesos de paz que el periodista negociaba con el. Leonidas no queria ceder al rudo chantaje, pero si aceptaba buscar una salida honrosa para sus indios. De una forma u otra, el camino se iba desbrozando ante mi, aunque no con la suficiente celeridad. El tiempo seguia siendo un enemigo mortal, y nunca mejor dicho: dos desmayos mas me habian fulminado desde el primer aviso que me lanzo mi cuerpo, y esta vez si acudi a los medicos, que me enfrentaron al hecho de que una enfermedad degenerativa devoraba a velocidad de vertigo mis neuronas. Insultante, ?verdad? Mi cuerpo exultaba una arrogante jovialidad que acabaria por hacer mas profunda la humillacion final: decian los doctores que podria aun vivir diez, incluso quince anos mas; pero mucho antes de eso mi mente y con ella el tesoro de mi memoria, con todos sus recuerdos de esplendor, se habria apagado. Dos, tres anos a lo sumo… Un calculo que situaba mas o menos en junio de 1994 el calculo mas optimista de mi transito a la oscuridad. Claro esta que me rebele. ?Que, si no rebelion, es haberte convertido en testigo y propagador de los logros de mi biografia? ?Que, si no rebelion, era la aceleracion con que cada dia impulsaba la busqueda de una solucion definitiva al obstaculo que constituia Leonidas? Queria a toda costa ver cumplido mi ambicioso plan antes de sumirme en la oscuridad y, sabiendo que esa era la unica manera de forzar la maquina, enloquecia con nuevos estimulos quimicos al Nino y arrojaba en sus brazos a la prisionera para obtener imagenes con las que tambalear la monolitica honestidad de Leonidas. A veces, espoleaba personalmente la ferocidad en la mazmorra nupcial, furioso porque el Nino, embebido en su incansable satisfaccion sexual, que literalmente habia revivido sobre aquel cuerpo desnudo, descuidaba azuzar el suplicio convencional de la prisionera, cuyos alaridos eran la moneda de cambio con la que negociaba la adquisicion de la Montana. Pero Leonidas no cedia e incluso se revolvia de cuando en cuando con algun zarpazo violento. Y las semanas pasaban. Finalizaba ya junio de 1991, y junto a la inquietud de mis inversores ocultos -los coroneles y sus hijos comenzaban a preguntarse si la globalidad de mi plan no constituia una simple locura que les habia costado un pais y parte del oro que habian robado de este- arreciaba tambien mi enfermedad: tal vez porque estaba ya obsesionado con su dramatica evolucion, hallaba sintomas de mi decadencia mental en el olvido mas nimio o la distraccion mas justificable… Veia el fin.
El estado de buena esperanza marco el principio de la batalla mas cruel e inmisericorde: decidido a todo, endureci las sesiones de tortura de madre e hijo, y las filmaba ahora con recreacion en los detalles. El Nino, enmascarado con caretas de personajes de los dibujos animados, era una vision espeluznante que volvio medio loco a Leonidas: de nuevo gracias a su supuesto amigo Bueyes, en el que paradojicamente buscaba consuelo, llego a mis oidos que, ademas de mis videos de tortura, el desgraciado indio se agencio peliculas de esos personajes animados, y al parecer las miraba fuera de si, hallando en los simpaticos cortometrajes quien sabe que variantes de la locura, favorecedoras en cualquier caso de mis planes. Sabiendo acorralada su lucidez, decidi apretarle las tuercas enriqueciendo el envio de videos, de periodicidad ya semanal, con fragmentos de su querida esposa, que cada lunes, a las nueve en punto de la manana, recibia la visita de un cirujano que le arrancaba una tira de piel antes de entregarla a los desmanes del ansioso Nino. Dichas tiras, apoyadas en una base de terciopelo y convenientemente enmarcadas como si fueran valiosas obras de arte, eran remitidas al indio numeradas y tituladas para su mejor catalogacion, y las acompanaba siempre un mensaje recordatorio de que el, y solo el, era culpable de la maldicion que iba despellejando viva a su esposa… «Primera tira, diez centimetros de la espalda, arrancada en la primera semana de embarazo»; «octava tira, ocho centimetros por tres de muslo interior izquierdo, octava semana de embarazo»; «duodecima semana…».
La semana numero treinta y dos, la prisionera dio a luz, lo que no impidio, sino que endurecio el correspondiente despellejamiento de la llaga humana cuyas heridas, sin embargo, cuidabamos meticulosamente en prevision de posibles necesidades futuras. Ademas, anuncie a Leonidas que al siguiente lunes, y desprovista ya de piel la madre, empezariamos con el bebe, una preciosa nina ante la que el degradado Nino, su verdadero padre, no mostro ternura ni interes alguno. Sin embargo, Leonidas -que conocio a su supuesta hija por television, merced a una detallada cinta del nacimiento que le hice llegar- vio derrumbarse todas sus resistencias cuando tuvo en las manos el primer trocito de piel de la ninita, entresacado de la mitad de la espalda. Y claudico.
Sin imaginar -pues su sagacidad estaba demolida- que ello podia implicar el fin de su pueblo, acepto celebrar una gran conferencia de paz, a la que estaban invitados todos sus indios. Previamente, la vispera del evento, le devolvi a su mujer. Pero no a su hija, de cuya llorona presencia me libre endosandosela -?que lugar mejor, que manera mas estetica de cerrar este infimo circulo de la Historia?- al orfanato del que casi cuatro decadas atras saque a su padre: ?como podria Leonidas, caso de intentar cualquier ataque suicida para recuperar a su hija, sospechar que esta se hallaba oculta en el lugar mas seguro, la bondad de Panizo?
El Paraiso en la Tierra, bullendo de actividad como en los mejores tiempos, parecia el Infierno en temporada alta: seiscientos seleccionados Pumas Negros aguardaban alli el momento de atacar a los andrajosos de Leonidas, que por la presion de ver sufrir a su esposa, unida a las mentiras que mis ejecutivos le habian hecho tragar - ?creyo que el rey de Espana iba a venir a fumar con el la pipa de la paz!- por mediacion de Bueyes, acepto salir de su inexpugnable agujero para parlamentar. Asi pues, estaban listas las confiadas victimas y sus capaces verdugos y, con la colaboracion de un reducido comando de experimentados pilotos de helicoptero espanoles, la matanza solo podia resolverse adecuadamente a mi favor. Y sin embargo, fallo. La causa no deja de ser paradojica…
Desde mi despacho supervisaba cada uno de los detalles de la gran celada, y sentado a su mesa me sorprendio la terrible noticia. Al anochecer de la vispera del dia senalado, un incendio fortuito se habia originado en algun lugar del Paraiso en la Tierra, comunicandose hasta el arsenal y provocando el cataclismo: la mitad larga de los Pumas, ademas de una parte sustancial de las armas y municiones almacenadas, perecieron en la deflagracion. ?Sabotaje, azar? No me detuve a meditarlo. Era el tiempo dedecisiones valientes y las tome. Ordene a pesar de todo el ataque, pero el brutal diezmo de mis pistoleros inclino la balanza ?otra vez! a favor del maldito Leonidas que -aunque dejando el campo de batalla sembrado con los cadaveres de casi todo «su pueblos-pudo escapar de la emboscada con un punado de fieles. El ciclopeo ataque de ira que sufri no me impidio buscar culpables al desastre de la vispera. Y los encontre; o lo encontre, pues se trataba de uno solo. ?Como podria haberlo imaginado? ?Mi creacion maxima, mi Nino, habia sido el ejecutor de mi fin! Victima de un ataque sin precedentes en su historial, se habia rebelado contra sus guardianes, asesinandolos. ?Por que? Me aseguro un superviviente que el Nino, fuera de si, buscaba entre las instalaciones del Paraiso en la Tierra el paradero de Maria, de cuyo cuerpo desnudo se habia enviciado como un tierno enamorado. Enloquecido por la ausencia de la que durante un ano habia sido su companera -involuntaria y aterrorizada, pero companera al fin para la ruda percepcion de su corazon condenado a la soledad-, su amor bestial -?pues como, si no amor, debemos definirlo?- le insto a buscar y reclamar a su hembra, y quiso el Azar que en la voragine de destruccion que inicio provocase el fuego que acabo por prender en la santabarbara. Lo busque -supongo que para matarlo, aunque extranamente no albergaba odio ni rabia contra el- pero, ciego segun algunos testigos a causa del sol que llevaba treinta y cinco