– Oficiales del ejercito espanol dirigiendo misiones de ataque -murmuro Ferrer; pensaba en Leonidas y en ???MUERTE AL REY DE ESPANA!!! La guerra hispano-leonitense tenia algo de cierta, pero carecia de importancia: el no lo podia contar.
– Pero ojo -tercio Soas como si le leyera el pensamiento-, todos en baja del servicio activo por distintas causas personales. Por cierto, uno murio en combate. Lo derribaron.
Ferrer, que se sabia en sus manos, dijo lo unico que podia decir: nada.
Alguien toco a la puerta.
– Pase -dijo Soas. Estaba de buen humor.
Un militar pidio permiso para entrar y se cuadro ante el con ruidosa ceremonia.-?El capitan Huertas desea verle, senor!
– Bien… Que suba.
– A la orden, senor.
– Otra cosa. Acompane al senor Ferrer a la ciudad. Inmediatamente -miro a Ferrer con sorna-. Ha conseguido huir de los indios y se merece un buen descanso.
– ?A la orden, senor! -repitio el sargento. Ferrer le siguio sin importarle que quedara en el despacho el zurron conteniendo las declaraciones de guerra a Fernando VII y Juan Carlos I; la primera, se dijo tristemente, tal vez habria alcanzado alguna cotizacion como curiosidad en las librerias de viejo de Madrid… Junto a la puerta, escucho de nuevo la voz de Soas:
– Eso es todo, Ferrer -dijo malevolamente, ufano del matiz militarista que con toda intencion habia dado a esa despedida-. Puede retirarse.
El sargento acompano a Ferrer hasta un coche militar que partia en ese momento hacia la capital. Ferrer viajo durante dos horas en compania de un teniente y dos soldados. Estaba vencido. Se sabia vencido. Durante el viaje, los militares comentaron las incidencias de la operacion de la jornada. El teniente estaba irritado: el, personalmente, habia fallado el disparo contra un indio, y este, aunque desarmado y desvalido, habia logrado refugiarse en las entranas de la Montana.
– Pues ahi dentro se va a quedar -dijo a Ferrer ya en la puerta del hotel, hasta donde lo acompanaron-. Pusimos dinamita en la unica salida. Mas le hubiera valido que le acertara. Pero en fin, se acabaron los fantasmas cabrones. Manana todo empezara de nuevo.
El coche se alejo. Ferrer dio dos pasos hacia el hotel. El agotamiento de los ultimos dias cayo sobre el a plomo ante la apetecible proximidad del agua azul de la piscina. Recordo la tentacion que le asalto a la llegada: sumergirse en ella, flotar, dormir… Pero tenia que leer el final del manuscrito y decidio que ese no era el lugar idoneo.
Entro al hotel para pedir al director el coche que ya le habia prestado en otra ocasion, pero le sorprendio encontrarse con el vestibulo sorprendentemente desierto, a merced de un extrano silencio de muerte…
Ferrer contuvo la respiracion y se esforzo por escuchar: una remota voz masculina hablaba, angustiada, en alguna parte. Una voz familiar, claramente reconocible. Se dejo guiar por el oido hasta una de la salas de esparcimiento del hotel y entorno la puerta…
Alli estaban todos -el director del hotel, los empleados y los clientes- formando semicirculo alrededor de la entrecortada voz masculina. Ferrer busco a Lili y no la vio. Tal vez habia partido ya hacia el norte para -en teoria- casarse con su misterioso enamorado millonario, ese del que tanto hablaba… La posibilidad, ni siquiera verificable, de que estuviese condenada a un destino de «mama-nuelita» en manos de los herederos de Lars cerraba el circulo de la omnipresencia del frances.
– Un atentado de los indios, ?que otra cosa, sino? -decia la voz masculina-. Pero no podiamos imaginar que serian capaces de esta… monstruosidad. Han muerto seis personas inocentes. Eso, que sepamos.
El capitan Rodrigo Huertas. Los cuerpos lo ocultaban de la vista de Ferrer, pero no necesitaba verlo para reconocer su voz. ?Que hacia en el hotel? Lo habia dejado en la Montana, a punto de reunirse con Soas. Desconcertado, se aproximo. Tal vez porque lo reconocieron, o tal vez por el aspecto impresionante con que lo habian marcado los sucesos de los ultimos dias, todos le abrieron paso hasta el centro del circulo, donde un diminuto transistor a pilas acaparaba el centro de la atencion, colocado sobre una silla alta. De su interior broto ahora la voz de un locutor:
– Mi capitan, ?se sabe ya que ha ocurrido? Cuente a nuestros oyentes como fue.
– Estabamos inspeccionando la zona -resurgio la voz de Huertas desde el aparato-, porque no se si sabe que las obras de La Leyenda de la Montana se iban a reanudar manana…
?Se
– ?Gracias que esta vivo, senor Ferrer! -le susurro con alegria verdadera-. Temimos que… Ha sido terrible, terrible… Y acaba de ocurrir… Un desastre para todos. Mire, estamos oyendolo por radio. La television no tuvo tiempo de llegar.
Con un gesto, Ferrer le pidio silencio y se arrodillo junto al transistor, mirandolo fijamente. Queria tener la sensacion de que se hallaba ante Huertas, escrutandole la cara para saber si el tono de su relato era cierto o descubria en las inflexiones de voz alguna nueva treta de Soas.
– … Entonces se ha producido la explosion. En toda mi vida de militar no he oido una cosa igual. Ni tampoco visto… En realidad han sido una cadena de explosiones, pero tan unidas que parecian una sola.
– Para los oyentes que ahora se unen a nosotros, diremos que hoy, a las doce quince del mediodia, hace apenas unos minutos, una explosion ha hecho saltar por los aires el lugar llamado la Montana Profunda. Literalmente, se ha desintegrado en el aire.Ferrer sintio un golpe de euforia: el indio herido atrapado en la Montana, el ultimo superviviente de la partida, habia podido a pesar de todo explosionar las cargas. Era la victoria, aunque fuese postuma, de Leonidas y de Maria. El fracaso de Roberto Soas. La alegria agito la impaciencia de Ferrer.
– El coche que me dejo el otro dia para ir a la embajada… ?Tiene radio? -pregunto al director del hotel, que asintio-. Necesito las llaves otra vez. Ahora mismo, si puede ser.
Sin relajar el gesto ni apartar la mirada del transistor, el director del hotel rebusco en el bolsillo y le entrego un llavero. Ferrer abandono la sala. Las palabras del locutor sonaban a su espalda, cada vez mas lejanas:
– Donde antes se levantaba el gran bloque rocoso ahora no hay nada. Ha sido hoy, ahora, hace tan solo…
Ferrer salio a la explanada frontal, subio al descapotable y arranco. Al conectar el encendido del motor, se puso en marcha la radio. Sintonizo la emisora de noticias y condujo deprisa hacia la salida norte de la ciudad, en direccion a la carretera secundaria cuya ubicacion exacta le habian explicado dias atras en el hotel.
– Los primeros expertos consultados dicen que ha tenido que ser una cantidad de explosivo gigantesca… Mi capitan, ?que se sabe de los diamantes?
?Diamantes? La palabra acelero el corazon de Ferrer.
– ?Diamantes? -se puso imperceptiblemente en guardia la voz de Huertas al otro lado del microfono-. ?Que diamantes? Ustedes los periodistas siempre buscando patranas. Eso son tonterias, alucinaciones…
– Testigos oculares aseguran que tras la explosion se levanto en el aire una nube gigantesca de puntos luminosos. Dicen que se mantuvo suspendida unos instantes, como una gran cortina de luz, y se hundio en el mar. Y algunos soldados aseguran que cayo sobre ellos una lluvia de piedras preciosas. Con su permiso, capitan, se habla de diamantes…
– Disculpe, pero pensar en cuentos de diamantes, cuando hay muertos…
– Debemos repetir para nuestros oyentes que entre las seis victimas hay que lamentar especialmente una. Al parecer se encontraba despachando con nuestro invitado cuando sobrevino la explosion. ?Que ocurrio, mi capitan?
– Es un asunto muy lamentable, tragico. Roberto Soas…
Ferrer pego un frenazo. Los neumaticos chirriaron y el coche quedo cruzado en la carretera desierta, envuelto en la nube de polvo que habia levantado.
– … que era intimo amigo mio, padecia fuertes depresiones desde la muerte de su esposa, una historia de amor muy tragica, mucho, que lo tenia obsesionado… Cuando todo exploto se puso en pie, sobresaltado igual que yo. Ya digo que nos hallabamos en su oficina, sobre una torre de varios metros de altura. Desde alli se oteaban las instalaciones de La Leyenda, el gran sueno de Roberto. Pues bien, cuando se produjo la explosion hubo una gran luz blanca. Mi amigo palidecio, se le cambio la expresion, nunca lo habia visto tan agitado, tan fuera de si…