– Voy a ir a Leonito ahora mismo. Y si quieres impedirlo tendras que matarme -escupio Ferrer; su propia suplantacion le habia enfurecido-. Voy a desenmascararte a ti y a todos los hijos de puta que tienes detras. Voy a contar que pasa en la Montana y voy a contar como viven Leonidas y Maria. Y voy a sacarlos en primera plana, diciendo la verdad, y…-No podras -dijo Soas con calma premeditadamente extremada-. Ni a Leonidas, ni a Maria, ni a nadie. Estan todos muertos.

Ferrer quiso responder pero no supo como. Soas introdujo en el video la cinta que habia traido consigo.

– Esto se ha rodado hace solo un rato. Ni siquiera lo he visto aun. Es que mi jefe queria ver morir a Maria. Un capricho personal, me encomendo hace semanas su realizacion. Mira…

Ferrer observo a Soas: un capricho personal encargado semanas atras… Los ultimos dias habian sido muy ajetreados para el ejecutivo… Si, era verosimil que ignorase el reciente ataque cerebral de su jefe, como lo era que este, situado en el grado mas alto del escalafon y ademas obsesionado desde siempre con el anonimato, delegase en otros hablar directamente con su director de operaciones en la Montana… Miro hacia la pantalla. Con el movimiento torpe de un camara inexperto, se veia el paisaje despues de la lucha: sobre el terreno soleado del exterior de la Montana, Huertas se dirigia seguido de cerca por el vacilante operador hacia un pequeno grupo de prisioneros entre los que se encontraban, con el estigma de la desesperacion y la derrota en el rostro y el cuerpo agotados, Maria y Leonidas. Huertas sonreia al indio y, como un anfitrion sadico, le senalaba hacia un grupo de soldados que aprestaban los cuchillos. El video carecia de sonido.

– ?No me jodas! Esta sin sonido. ? Me cago en la puta! No se va a oir nada -se quejo Soas, sinceramente contrariado. Sus palabras tenian un trasfondo aterrador: queria decir que no se iban a oir los gritos de dolor. Soas subio el volumen con el mando a distancia y, al no obtener resultado, se aproximo al reproductor de video y se arrodillo junto a los mandos. En la pantalla, los soldados armados de cuchillos rodeaban a Leonidas, lo derribaban y comenzaban a ensanarse sobre el con estudiada parsimonia. A pocos metros uno de los soldados manoseaba el pecho de Maria, y la verificacion de su condicion femenina provocaba en los verdugos sonrisas complices y caricaturas de besos amorosos, el deslizamiento de alguna mano obscena sobre la entrepierna de la prisionera. Le arrancaban la ropa, divertidos por su inutil resistencia, cuando ocurria algo inesperado: Ferrer vio como los rostros voraces de los militares expresaban sorpresa y, casi de inmediato, horror o incluso repugnancia. Trato de averiguar por que la desnudez de Maria, insuficientemente entrevista en el encuadre, habia suscitado esa reaccion cuando del otro circulo de muerte conseguia zafarse Leonidas para acudir en auxilio de su mujer. Bajo la mirada divertida y cruelmente consentidora de los verdugos, lograba rozarla; las miradas de ambos se encontraron intensamente antes de que el mas fornido de los soldados arrastrase por la pierna a Leonidas, otra vez hacia el suplicio. Uno de los verdugos extraia entonces su miembro erecto y se aventuraba, entre inaudibles obscenidades, a superar la misteriosa repugnancia desatada por la desnudez de la india. Soas apago el video cuando tambien los demas se aprestaban a la violacion que el camara habia recibido la orden de grabar en detalle.

– Mira que les dije que grabaran el sonido. Pero cuando se es gilipollas, se es gilipollas, y no hay mas hostias… -Soas regreso junto a Ferrer y estiro la mano en busca de la copa que habia dejado sobre la mesa. Estaba aguada, y se levanto en busca de mas hielo. Una vez junto al bar, decidio preparar copas nuevas y comenzo a hacerlo paso a paso. Ferrer seguia mirando la pantalla en negro. ?Por que Lars odiaba tanto a Maria? La respuesta estaba en el manuscrito. Aguardandole a el.

– ?Te acuerdas de que hablamos de mi mujer y de tu hija, de sus muertes? -dijo de repente Soas como por azar, sin dejar de cortar limones.

– ?Que? -acerto a responder Ferrer mientras el desconcierto, dentro de el, se convertia en miedo.

– Mi mujer y tu hija. Comentamos que en sus muertes habia coincidencias, ?te acuerdas?

Ferrer se acordaba perfectamente, pero trato de fingir lo contrario con una mueca inconcreta. Soas, al notarlo, sonrio y sirvio la ginebra:

– Tienes que acordarte. Eso de que las dos murieron de forma ambigua… Eso de que se podia pensar que las matamos -volvio a levantar los ojos-. Yo a mi esposa y tu a tu hija. No, no me entiendas mal: no quiero ofenderlas, bastante sufrieron… Y tu y yo con ellas. Se que tu hija se suicido, y ni se me pasa por la cabeza que pudieras haberla matado. Pero -Soas levanto el indice reclamando atencion- una cosa es lo que se me pase a mi por la cabeza y otra lo que pueda pensar la gente.

Ferrer siguio sin decir nada. No podia. Y Soas lo sabia. Por eso se permitio prolongar una pausa antes de continuar:

– Estuve dandole vueltas a lo que debe ser estar tetraplejico. La hostia… Te tienen que meter en la cama, dar de comer… Sentarte en el vater y lavarte luego…

Ferrer lo miro con inesperado odio intenso. Recordo la pluma envenenada de Laventier, que seguia llevando en el bolsillo, y por un momento se vio clavandola en Soas… El odio, lo percibia con nitidez, le estaba dando valor. Y el valor le dio miedo. Saco la pluma del bolsillo con cautela que la cotidianidad del objeto hacia innecesaria.

– El caso es que rebusque en el informe medico, y hay algo que me intriga. Parece que tu hija quedo tetraplejica, ?no? Y digo yo: entonces, ?como es que pudo tomar las pastillas? Ella sola, quiero decir.

– Tenia movilidad en una mano -Ferrer notaba temblar su cuerpo. Nunca habia tenido que dar explicaciones respecto a Pilar. Y la higienica sonrisa solidaria de Soas era el peor insulto a su hija. De un golpe, desnudo el plumin.

– Pues no es eso lo que me dijo un medico al que invite a comer.

Soas utilizaba perversamente las palabras: «invitar a comer» sugeria un ambiente cordial en el que se pudieran abordar temas espinosos como la disponibilidad de un doctor para declarar ante un juez; como la posibilidad de que, a cambio de compensaciones a definir, ese medico matizase en un sentido u otro su declaracion. Ferrer supo que si no mataba a Soas en ese momento, estaria a su merced para siempre. Notando la velocidad del corazon en el pecho, se sento junto a el. La mano que removia los combinados estaba a pocos centimetros del plumin. ?Serviria clavarlo en la mano, en la muneca? ?Seria alli efectivo el veneno? Tal vez daria tiempo a Soas de pedir ayuda, incluso de matarlo a el…

– Segun este medico, tu hija no pudo tomar las pastillas. Insisto, sola. Otros opinaran que si pudo, pero este no, ya te digo. Creo que la posibilidad de que mataras a tu hija no la puso nadie sobre el tapete porque eres un tio muy querido y muy respetado.El cuello, mejor clavarlo en el cuello… Ferrer comenzo a garabatear sobre un papel: otro acto de simulacion innecesario. Miraba fijamente a Soas, buscando en el recuerdo profanado de Pilar las fuerzas necesarias para golpear.

– Y ojo, quiero que sigas asi. De hecho, con este medico solo he hablado yo, ninguno de mis colaboradores sabe nada de este espinoso asunto, ni una palabra. Y si tu colaboras conmigo, no tendran por que saberlo. Si llegase a haber un juicio, ya sabemos que saldrias limpio, si. Pero mientras, imaginate cuanta mierda sobre ti. Y sobre la memoria de tu hija. Insisto: yo se que eres inocente, y se que tu hija se suicido. Pero los negocios son los negocios y… ?Macho, pero que te pasa!

– ?Q… que?

– ?Menos mal que no tengo moqueta! -rio Soas senalando la mesa. Ferrer bajo la vista: la tension le habia hecho presionar el plumin contra el papel, y la tinta envenenada se habia desparramado sobre la mesa, manchandole tambien los pantalones. Dejo a un lado la pluma sin molestarse en colocarle el capuchon. La oportunidad habia pasado, y sintio un inmenso alivio a pesar de lo que ello significaba.

– ?Colaborar contigo como? -se limito a decir. Experimentaba en carne propia la frustracion de Laventier, que no habia sido capaz de matar a sangre fria. Su cobardia era la del frances, como la victoria de Lars era la de Soas.

– Pues escribiendo los articulos que necesito -Soas se acerco a Ferrer y le puso la nueva copa en la mano-. Ahora, con todos los indios muertos, se aproxima un momento de cierta delicadeza… digamos mediatica, y me va a venir muy bien una firma prestigiosa como la tuya. Nada, media docenita de articulos. Y pagados de puta madre, que ya sabes: ?hay que pagar a la gente! ?Pagar de puta madre! Cuentas como caiste en manos de los indios, cuentas lo cabrones que eran, remarcando esto bien, y cuatro chorradas mas. En dos meses todo estara olvidado y ya podre trabajar tranquilo. Entonces a lo mejor dejo que te vayas… Pero vamos por partes. El primero de los articulos, si quieres, para manana mismo. No se, por ejemplo… ?Que tal sobre…?

– ?Que tal sobre cuantos militares espanoles estan contigo en esto? -se atrevio a plantear Ferrer.

– ?Leonidas tambien te hablo de eso? Bueno, ahora da igual que lo sepas… Cuatro. Todos companeros mios de promocion. Necesitaba buenos pilotos para los helicopteros.

– Para utilizarlos contra los indios.

– Los pilotos de aqui son bastante malos. Y por eso me decidi a llamar a unos colegas en apuros.

Вы читаете El Nino de los coroneles
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату