legal que ademas de eludir a los voraces democratas, que podrian de otra manera haberlos embargado alegando pertenencia al antiguo regimen, me facultaba para prohibir el acceso a su interior. De esta forma, salian desde alli diarias expediciones de exterminio contra Leonidas de las que solo tenian noticia, en aquellos bulliciosos y caoticos tiempos posrevolucionarios, los indios y mis propios hombres.

Pero ademas contaba con las cartas que el advenimiento de la democracia habia anadido a la baraja, a las que pude recurrir gracias a mis magnificas relaciones con el nuevo gobierno. Hice ver a sus mandatarios la conveniencia de solventar -no hace falta decir que por las buenas, con la Constitucion que por aquellos dias se improvisaba a toda prisa en la mano- el problema de Leonidas: el lider indio, cuya unica motivacion era una venganza ciega que en todas partes creia ver la sombra de los coroneles, amenazaba con devenir en cancer cronico del saludable gobierno democratico: no atendia a razones, golpeaba indiscriminadamente y, lo que es peor, daba pie a reuniones de militares nostalgicos de la dictadura que, ansiosos por pasar a la accion -a cualquier tipo de accion-, podian en el momento menos pensado entregarse a tentativas involucionistas. Por todo ello, los lideres de la joven democracia resolvieron abordar el problema y, con una perspicacia politica y psicologica que los honra, vieron en mi a la persona idonea para organizar la mesa de negociacion con los indios. Acepte, y tras jurar con la mano alzada y el tono conmovido diversas vaguedades sobre la libertad, la democracia y los derechos humanos, me encontre dirigiendo los dos frentes ya mencionados, que con sus acciones se nutrian mutuamente: los Pumas atacaban a los indios; estos respondian con incursiones de sangre y fuego; los nuevos desmanes evidenciaban la necesidad de acelerar las conversaciones civilizadas y constitucionalistas; y estas, a su vez, generaban acuerdos y datos confidenciales que me resultaban de gran interes como jefe oculto de los ilegales Pumas. Las dobles caras de cada una de las caras de este doble juego me obligaban a verdaderos ejercicios de ligereza mental, en los que constituia inestimable ayuda mi inveterada costumbre, jamas traicionada, de dirigir todos los hilos desde la sombra.

Y asi, entre las sombras, contrate a Casildo Bueyes. Nunca supo que fui yo quien lo eligio por su inmejorable perfil: periodista en decadencia, borracho, mediocre y no demasiado inteligente, Bueyes habia buscado en la revolucion la oportunidad de hacer escuchar su voz en el Diario de Leonito Libre del que por los recortes que te he adjuntado tienes noticia, hallando asi el reconocimiento profesional que a sus casi sesenta anos le habian negado el teson alcoholico, la inexistencia de talento estimable y la adversidad de la fortuna, resuelta a boicotear sus suenos de acceder, fuese como fuese, a cualquier olimpo de la prensa escrita. Nombre a Bueyes Comisario Especial para Asuntos Indios. Me consta -pues si me equivocase, estaria en entredicho mi conocimiento del ser humano- que se sintio ufano cuando vio esa denominacion, concebida personalmente por mi para seducir su vanidad, en el encabezamiento del contrato que, a cambio de una remuneracion fabulosa para los empobrecidos tiempos que corrian en el Leonito de las libertades, lo unia con ferreas cadenas invisibles a mi causa, por la que brindo con el mejor vino de mi bodega, del que anonimamente le regale un tentador lote que solo seria el primero de una costumbre que se volvio cronica: habian llegado a mis oidos sus intentos por dominar al alcohol, y no me convenia en ese momento la eventualidad de una victoria de su voluntad sobre el vicio. Bueyes, que habia abordado en algunos de sus pateticos libelos panfletarios temas grandilocuentes relacionados con los derechos de la Montana y sus habitantes, tenia precisamente por ello mas posibilidades que cualquier otro de simpatizar a Leonidas y acabar sentado frente a el, y por eso lo elegi: ya sabes que, manejados adecuadamente, los periodistas de buena voluntad son, sin que ellos lleguen a sospecharlo nunca,una de las mejores y mas utilizadas formulas para inocular veneno en las venas del confiado enemigo. Y Bueyes lo logro: en enero de 1991, y tras superar los obstaculos escalonados con que los indios trataron de encontrar en el sintomas de intenciones traicioneras que no tenia -al menos, no que el supiese-, dos guerrilleros lo recogieron en su casa un anochecer, vendaron sus ojos y lo llevaron ante Leonidas, que escucho sus ofertas de paz con interes pero sin aflojar la presion armada. Logico, pues mientras Bueyes se ganaba su confianza en esas y otras reuniones posteriores, yo espoleaba por otro lado la violencia de los Pumas contra todo lo que respirase en los alrededores de la Montana. Preciso es decir ahora que los dos hombres se entendian, y que ambos vislumbraron juntos un futuro de paz posible por el que se decidieron a luchar sin imaginar que mis planes eran otros. Bueyes, ademas, sentia que por fin estaba realizando una tarea importante, y por entonces nunca supo que su papel, como en las peliculas del oeste baratas, era el del oficial de caballeria de buenos sentimientos que compromete su palabra con los indios, ignorante de que politicos y magnates del ferrocarril preparan la gran traicion.

Y asi estaban las cosas cuando en mayo de ese ano 1991 ocurrio un hecho aparentemente nimio que vino a escorarlo todo. Fue capturada, en un golpe casual que al principio achaque a la suerte, la mujer a la que desde ese momento no he dejado de maldecir.

Al principio pense que era otra indiecita mas que solo serviria para nutrir de carne los interrogatorios del Nino. Tuvo que ser Bueyes quien, informando ingenuamente a mis colaboradores democratas sobre la evolucion de sus negociaciones de paz, apuntara de pasada que Leonidas se encontraba hundido por la desaparicion de su esposa Maria, que solo cabia atribuir a los paramilitares.

?Maria, esposa de Leonidas? Ferrer trataba de analizar el dato cuando se abrio la puerta de la casamata. Soas, con algunos periodicos y una cinta de video en la mano, entro con toda su bateria de dientes blancos alineada en una sonrisa que lograba parecer franca.

– ?Cono, Luis! ?Que de puta madre que estes bien!

Ferrer guardo cautelosamente el manuscrito en el bolsillo lateral del pantalon; se puso en pie y trato de mostrar frialdad, pero la estratagema que habia desmontado la alegria falsa de Huertas no funciono con Soas: abrazo a Ferrer con tal entusiasmo y naturalidad que consiguio obligarle a relajar su postura, incluso a emitir una vaga sonrisa. Tan grande era la conviccion de Soas que por un instante le hizo dudar si no habrian sido una simple pesadilla los sucesos sufridos en el interior de la Montana.

– ?Que paso? Te pillaron alli, en el Paraiso en la Tierra, ?no? -dijo Soas tras depositar el video y los periodicos sobre la mesa; luego abrio un mueble bar y saco dos grandes vasos anchos que relleno de hielo.

Si -sonrio Ferrer escuetamente; decidio ver las intenciones del otro antes de mostrar las suyas.

– Te dije que era mas seguro quedarse arriba, conmigo. En la suite… ?Como se llamaba? ?La suite Monaco! - recordo mientras cortaba en dos partes una lima verde y exprimia la mitad en cada uno de los vasos; echo ginebra y tonica y agito la mezcla con una larga cucharilla-. Toma, esto te va a entrar de puta madre.

Ferrer salivo ante el brebaje helado. Cogio el vaso y bebio de un trago la mitad del contenido. El frescor mezclado con alcohol le revitalizo, devolviendole a la realidad: le habian disparado, habia visto morir a Laventier, habia visto morir a Anselmo y estaba ante el simpatiquisimo canalla que, si Leonidas no mentia, habia organizado meticulosamente el exterminio clandestino de los indios y Leonidas no mentia. Apuro la bebida y devolvio el vaso a Soas en demanda de una segunda copa.

– Joder, macho, se que los hago bien… ?Pero vaya sed! ?Que pasa? -Soas se puso a preparar la copa pero bajo un punto la falsa jocosidad de su tono; tal vez se disponia a entrar en materia-. ?Que en la Montana no habia bar?

Ferrer inspiro profundamente y se lanzo al vacio:

– He visto a Leonidas.

El sonido de la cucharilla de Soas agitando el nuevo gin-tonic no sufrio alteracion: ni se detuvo ni se acelero. Nada. Ese sonido unico lleno la habitacion durante tres o cuatro segundos mas, hasta que Soas detuvo la mano, sacudio la cucharilla y extendio la copa hacia Ferrer.

– ?Y esta bien? -dijo como si se refiriera a un antiguo companero de bridge que llevara tiempo sin dejarse ver por las mesas de juego. Ferrer reconocio que esgrimia la exasperacion con mano maestra. Decidio probar la misma tactica. Bebio, esta vez un sorbo.

– Hmmm, esta estupendo.

Soas dibujo una sonrisa ambigua.

– Debo reconocer -dijo, dispuesto al parecer a descubrir por fin una carta- que en ningun momento estuvo previsto que tu encuentro con el tuviese lugar. Fue un fallo, un imprevisto. Me jode. Pero tranquilo, solo un poco.

– No me extrana, porque el resto lo organizaste todo muy bien.

Soas se acomodo en la butaca que habia ocupado Ferrer y echo hacia atras el respaldo. Parecia relajado. Lo estaba.

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