anos sin ver, el Nino se perdio al amanecer tras haber sembrado el caos. No importa, lo dejare ir… Las contrariedades provocadas por el desastre son graves, pero no fatales. Motivado por un cierto cansancio, he puesto en manos de mis ayudantes jovenes los siguientes pasos del proyecto, cuya resolucion final -hoy, en este momento, lo estoy percibiendo por primera vez- tal vez no vere. Ahora lucho contra

El manuscrito acababa ahi, tan bruscamente como le habia advertido Laventier. Le fascino pensar que esa era la ultima palabra que Victor Lars habia escrito antes del derrame cerebral que lo transporto al paraiso donde no existia la conciencia.

contra

?Contra que?, se preguntaba Ferrer cuando le sorprendio una voz a su espalda.

– Dicen que me buscas.

Se puso en pie. Habria reconocido a Panizo aunque hubiesen pasado mil anos, y solo habian transcurrido treinta y cinco. Su cuerpo habia envejecido, pero seguia sosteniendolo una inamovible resolucion de bondad en la mirada. En todo ese tiempo, Ferrer habia imaginado infinitas formulas para el instante del reencuentro con el hombre que lo habia criado. Ahora busco desesperadamente cualquiera de ellas, pero no lo consiguio. Tampoco fue necesario.

– Dicen que me buscas.

Ayer por la manana salio un dia soleado -se le adelanto el anciano; hablaba con serenidad, con liviana grandeza: Ferrer comprendio que sabia, al menos en un sentido general, intuitivo, por que se hallaba el alli, ante aquella tumba concreta-. Hice que me subieran al Monte Bajo, yo solo ya no puedo. ?Lo recuerdas?

– El Monte Bajo… -?Cuantos anos hacia que Ferrer no escuchaba esas palabras? ?Cuanto que no las pronunciaba?-. Nos gustaba subir porque era tu lugar favorito para contar cuentos. Alli contabas los mejores.

Los dos hombres sonrieron por el reconocimiento mutuo que implicaban sus palabras. Ferrer sentia una paz inexplicable. Panizo sonreia.

– En el Monte Bajo me despedi del sol. Estuve desde el amanecer hasta el ocaso. La pobre hermana -senalo hacia atras; a veinte metros, sentada en un banco de piedra de la entrada, aguardaba la monjita que habia abierto el portalon a Ferrer- tuvo que acabar harta. Pero es importante despedirse del sol. Morir sin hacerlo es una falta de educacion. ?Que habria sido mi vida sin el sol? ?O la tuya, la de cualquiera?

– ?Estas enfermo?

– Mi cuerpo se muere, si… Por eso me despido. He pasado la noche despierto, ante mi ventana, mirando las estrellas como tantas veces… Pero esta ha sido la ultima, lo se.

– Por eso esperas la lluvia…

– ?Claro! ?Como no despedirme de ella? -Panizo, Ferrer se admiraba de ello, no estaba triste ni asustado. Incluso sonreia, incluso era feliz-. Te contare un cuento, ya que has venido desde tan lejos. Mi ultimo cuento. Al sol y a las estrellas les he dicho adios con calma interior. Pero la proximidad de la lluvia me acelera elcorazon… - declaro levantando la vista hacia el cielo; Ferrer le imito: suaves nubes grises venian sin prisa desde el norte-. Y es porque se que con la lluvia me ire. Incluso te dire cuando: justo despues del primer golpe de agua, cuando suba desde el suelo el olor de la tierra mojada. Entonces morire. Lo olere profundamente, hasta adentro, y con ese olor me ire… La monjita se asusta cuando se lo digo. Y me regana, dice que soy brujo. Pero tu me entiendes y sabes que no miento. Tambien sabes que te estaba esperando.

Ferrer le miro. Panizo no mentia: le estaba esperando. Y acaso el lo habia sospechado.

– Era mi hermano -Ferrer acaricio la tumba de piedra, cambiando levemente el sentido de la conversacion.

Panizo asintio.

– Os fuisteis en el ano cincuenta y seis, lo he buscado en los archivos. Tu hermano primero. Tu luego, un dia de lluvia. Lei en los periodicos que venias, un periodista espanol famoso que salio un dia de mi orfanato. Me enorgulleci.

La explicacion que daba racionalidad a la bienvenida tranquilizo y a la vez decepciono a Ferrer: le gustaba el halo magico que hasta ese momento habia tenido el encuentro con el anciano.

– He querido ver su tumba, decirle adios.

– Pense siempre que habia muerto de fiebres, en el cincuenta y ocho.

Panizo, al parecer, ignoraba la verdadera biografia del Nino. Ferrer lo prefirio: el anciano no merecia ver amargados sus ultimos momentos con ese conocimiento.

– Pero tambien he venido a llevarme algo.-Lo se.

– ?Si? Yo no lo sabia hasta hace cinco minutos. Hasta que lei esto -mostro a Panizo el manuscrito abierto.

– El caballero frances me lo dijo. Vino anteayer, acompanado de dos indios. Dijo que iba a buscarte a la Montana Profunda.

– Me salvo… Y no solo la vida.

– Y dijo que vendrias. Que aqui estaba tu destino.

– ?Tambien dijo que me llevaria?

– Tambien -dijo Panizo, y se volvio para llamar la atencion de la monjita con un gesto. Ferrer vio como la religiosa se levantaba y venia hacia ellos: apresurada como antes pero sin cortar el aire con los punos. Sus manos se mantenian ahora ocupadas en sostener un bulto contra el pecho-. Parecia un hombre sabio.

– Lo era. Y bueno -se esforzo Ferrer por dar sentimiento a la palabra: su intimo epitafio a Laventier. Su despedida.

La monjita llego hasta ellos y extendio los brazos hacia Ferrer. La hija de Maria, la hija del Nino de los coroneles, dormia feliz. Era diminuta y morena, sin pelo, y Ferrer, al cogerla, puso extremo cuidado en no rozar la llaga de la espalda, que tal vez dolia aun. La monjita acaricio la mejilla de la pequena:

– ?Ay, chiquilina! ?Que suerte! Vas a ir a vivir a Madrid, a Espana… -le cuchicheo sin otra intencion que el jugueteo carinoso, ajena a que la exteriorizacion de ese dato por su parte demostraba a Ferrer la veracidad de su intuicion: Laventier habia insistido tanto para que concluyera el manuscrito porque sabia que, tras leerlo, haria lo que estaba haciendo en ese instante.

– Imagino -dijo- que tendre que firmar algunos papeles…Panizo asintio.

– Burocracia para la adopcion, lo mismo que firmaron tus padres cuando te llevaron. Lo haremos en la casa. Vamos.

– Me quedare un momento mas… -Ferrer senalo hacia la tumba. Panizo y la monjita comenzaron a caminar despacio hacia el edificio. Ferrer miro las palabras ultimas de Victor Lars.

Ahora lucho contra

?Contra que?, se pregunto de nuevo. Decidio librarse del manuscrito y lo deposito sobre la tumba. Como si los elementos quisieran ayudarlo en su proposito, se dibujo en el horizonte el estremecimiento de un rayo lejano que anuncio la descarga del cielo. Las gotas de lluvia, primero insignificantes y enseguida recias, arrastraron las letras, las palabras y las frases y humedecieron el papel hasta convertirlo en pasta, hasta desbaratarlo y deshacerlo, hasta volverlo nada… Las biografias de Jean Laventier y Victor Lars se unieron intangiblemente con la tierra, sin retorno. Desde el suelo subio, envolviendo a Ferrer y a la nina, el olor vivo de la humedad desatada. Ferrer se volvio hacia el edificio del orfanato y sonrio al comprobar que Panizo habia acertado: a mitad de camino entre el cementerio y la casa, la monjita, arrodillada junto al cuerpo desplomado del anciano, hacia aspavientos de alarma ya inutiles y pedia auxilio con gritos que el ruido de la lluvia convertia en remotos ecos de algun inusual juego infantil.

?Contra que?

Ferrer lo ignoraba, pero no queria averiguarlo.Apreto a la nina contra el con carino que sintio bendecido por sus amados padres muertos, por los espiritus de Bego y, sobre todo, de Pilar. El acto, por ser libre, le asusto. Trago saliva, notaba las gotas de lluvia deslizarse por sus mejillas. A pesar del miedo, acerco la boca a la orejita infantil y susurro:

– No se como te llamas. Eres mi hija.

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