unos segundos mas que de costumbre.
Abandona la casa.
El chalet, construido al estilo suizo, es grande y dispone tambien de una salida posterior que da a un camino de bosque y que permanece franqueable durante el dia. Varios sirvientes cuidan la mansion y la mantienen libre de curiosos y extranos.
Se dirige al Camaro 2010, aparcado en el jardin. Azul electrico y todavia cubierto de rocio, el auto resplandece como un joven tiburon, sin cicatrices. Podria haberlo guardado en el garaje pero le agrada exhibirlo, aunque solo sea para los huespedes del lujoso hotel Grand Liban, situado unos cien metros mas arriba.
El Camaro es de Cora, se lo regala el por su primer aniversario. Ella le ofrece, a cambio, su embellecimiento en la clinica de Marwan -que tambien paga el-, y que Cora no necesita, pero asi es su mujer, quiere ser la mas guapa. Tony encargo el Camaro a Chevrolet, a traves de un amigo muy cercano a la oficina comercial de Estados Unidos. Este modelo todavia no ha llegado a Beirut. Permitio que su mujer lo condujera durante unas horas, lo justo para presumir de coche y marido con sus amigas, pero este fin de semana se ha dado el gusto de manejarlo el. «Te lo domare mientras permaneces en la clinica poniendote todavia mas linda. Vas a ser la mas admirada de la ciudad. Mi dama espanola. Mia y solo mia.»
Arranca en direccion a la cancela, anticipando el disfrute de su ultimo viaje en solitario hasta la capital. Se ve descendiendo por la montana como si controlara el tiempo, ajustandose a las curvas con algo de imprudencia, la valentonada de un nino que se niega a renunciar a sus antojos. Avanzara, dominando el volante con firmeza, hasta que las mas tenaces alforjas de niebla queden atras. La exuberancia de los empinados bosques se trocara en alardes de progreso, pasara por entre las muestras del nuevo boom inmobiliario que bendice el pais: hormigon y vigas sueltas, edificios de acero, ventanales infinitos, gruas que parecen tentar a los cielos. Desde ahi, Tony Asmar irrumpira en su propio sueno.
El poder. El poder de quien conoce un secreto. Beirut se abrira al fin para el. La ardiente ciudad, azote de timoratos, no volvera a serle hostil.
Sonrie ante la perspectiva. Pronto terminara la libertad ineficiente de que ahora disfruta, su privacidad. Coche blindado, chofer armado, guardaespaldas, radar en el capo: le esperan. ?Un sacrificio? No para el. Tampoco para Cora, cuyos ojos brillan de deseo cuando le explica sus planes, y cuyas caricias resultan aun mas ardientes en esas noches en que el se desahoga hablando mientras la monta una y otra vez, enajenado por su propio placer, seguro de si mismo.
Maneja suavemente el Camaro, rozando apenas el volante con la mano izquierda. Con la derecha acaricia el maletin que ha depositado en el asiento contiguo. Las dos sirvientas que estan junto a la verja dejan de parlotear en su lengua incomprensible y se apresuran a abrirle paso. Son etiopes, o angolenas, o de cualquier otro pais africano -pasa tanto personal de servicio por las propiedades de su familia-, cristianas, desde luego, eso no se pregunta. La agencia de colocacion que trabaja para los suyos desde hace decadas recibe severas instrucciones al respecto. Tony tiene amigos musulmanes, como no. A partir de cierto nivel todos se conocen. Es abajo donde no hay que permitir que se mezclen. Mantener los odios vivos siempre es rentable.
Que perfecta manana para una jornada feliz. Intenta conectar la radio -quiza La Voz de Libano de algun flash relacionado con el caso- pero subitamente decide que prefiere escuchar a Haifa. Algo un poco acariciador, sensual, para comenzar bien su ultimo dia como don nadie. Cora y el se fotografiaron con la cantante al final de una de sus actuaciones en el Casino de Libano. Recuerda el fuerte olor a nardos que despedia su cuerpo. Atractiva, la artista, aunque no tanto como Cora. Presiona el mando a distancia y deja que la voz aninada de Haifa, su voz de estar chupando un polo de fresa, invada el mullido interior del Camaro, contandole como le curaria a besos la pupita.
Sigue sonriendo, ahora a causa del picaro sobreentendido, cuando la explosion le arrebata la cancion y la vida. El eco del estruendo se expande por las montanas y ya no hay diferencia entre el cielo turquesa y la bruma. El Camaro, su conductor, las sirvientas africanas y parte de la casa saltan en pedazos. Luego, metal, pedruscos, llamas, brasas, cenizas, sangre.
A Tony Asmar ha dejado de dolerle el tobillo.
El pitido del movil se introduce en la manana y Diana Dial emerge del estupor de su descanso nocturno empastillado. Son las siete en la pantalla del telefono. Ya hace calor. Un listado de rayos solares atraviesa las contraventanas que no encajan bien -nada en el apartamento lo hace: es su principal encanto- y tablea la sabana encimera como una falda de adolescente. Diana la retira y comprueba que la arana ha pasado a mejor vida. Anoche invadio cautelosamente su cama cuando ella, demasiado dopada para luchar por su territorio, se entregaba al sueno. La dejo quedarse y se dio la vuelta. Ha dormido con cosas peores. En el despertar, la arana es una mancha de sangre y restos oscuros. Diana se limpia con saliva la huella que el insecto ha dejado en su muslo al morir aplastado.
Salta de la cama -a sus cincuenta y cuatro anos todavia salta, pero ya no brinca-, arranca las sabanas del lecho y las arroja al suelo para que Joy las cambie sin necesidad de advertirselo. Entre una diligente domestica y una desordenada patrona suele establecerse un lenguaje de signos que evita explicaciones tediosas. Sabanas en el suelo, frascos vacios en la repisa del descansillo, letreros robados en hoteles colgados en la puerta con un «No molesten» visible, un monton de ropa acumulado de cualquier manera en la tabla de planchar, otro sobre la lavadora… A Diana Dial, que ha trabajado siempre con las palabras, le molesta usarlas en exceso.
Pitido, de nuevo. Ya son dos los avisos de Liban-call, su servicio telefonico de mensajeria, pero la antigua periodista no se decide a abrirlos. Puede ser cualquier cosa, cualquier hatillo de palabras vanas. El anuncio de una reunion de curas o de politicos o de asesinos, o de los tres a la vez; la anticipacion de una visita ilustre que aqui les pone a todos las camisas de punta. O bien otro aumento del precio de los combustibles, aunque eso, como el parte del cambio de divisas, suele llegar despues de mediodia, casi siempre cuando ella se encuentra haciendo gestiones con la ayuda de Georges, su chofer, para quien el tema, durante no menos de cinco minutos, se convierte en apasionado objeto de conversacion.
Sale al balcon a respirar. En la casa de enfrente, la mujer que cada manana habla con sus pajaros parece haber olvidado su costumbre. Apoyada en la barandilla de hierro, contempla con indiferencia el hueco desaseado que separa los dos edificios. Algo va mal, piensa Diana.
Se dirige al bano, tropezando con maletas abiertas, cajas de carton a medio llenar, libros amontonados en el suelo y otras senas de mudanza inminente. Deja Beirut. Su alma itinerante la envia a otro lugar, a Luxor, en donde ignora cuanto tiempo permanecera, por requerimiento y a expensas de su amiga, Lady Roxana. Sus tesoros beiruties -como ha ido ocurriendo con destinos anteriores- iran a parar a su casa de Barcelona. A Egipto se llevara una pequena maleta y, si decide quedarse por un tiempo, ira adaptandose. Como suele hacer.
Su dormitorio es, por ahora, el ultimo refugio contra el caos de la mudanza. Sabe que, en cualquier momento, la furiosa aplicacion de Joy lo invadira tambien. La sirvienta filipina exterioriza a su manera, con irritante laboriosidad oriental, el dolor que le produce la defeccion de Diana.
Entra en el bano sin mirarse en el espejo -a esta hora, algo mucho mas peligroso que dormir con una arana de dos centimetros de diametro-, escupe y orina. Se seca la ultima gota, deposita como siempre el papel usado en una pequena cubeta sanitaria y, con los ojos todavia medio cerrados, localiza la botella de Dettol y vierte el liquido en los desaguaderos. Beirut comparte con la franja meridional del litoral mediterraneo un pesimo sistema de alcantarilias que no la favorece por las mananas. La ciudad y ella estan igualadas.
Prepara una cafetera mediana y solo cuando se sienta ante la mesa de la cocina, aliviada por su reencuentro con el aroma del cafe, se dispone a abrir los mensajes. Un tercer envio entra cuando ya tiene el pulgar en el teclado. Leidos en sentido descendente:
«Fuentes del Ejercito libanes confirman que las otras dos victimas del atentado que ha costado la vida a Tony Asmar eran dos mujeres etiopes pertenecientes a su servicio domestico.»
«Un coche-bomba ha sido la causa de la muerte de Tony Asmar y de otras personas de su familia, en Faraya, segun fuentes del Ejercito libanes.»
«Fuentes del Ejercito libanes indican que una fuerte explosion se ha producido en Faraya, cerca de la residencia de invierno del empresario Tony Asmar.»
Diana Dial se sirve una segunda taza y telefonea a Georges, a sabiendas de que es inutil. Las lineas se colapsan despues de un atentado, no solo por motivos de seguridad sino porque medio Libano llama al otro medio para comentar el asunto.
Conecta el televisor y se sienta en el sofa. Con paciencia no exenta de aburrimiento -el tedio desesperanzado