mas minima atencion, y eso que como comision de festejos ofreciamos un aspecto asaz llamativo para las infernales pupilas. Nuestros canes, que tambien se habian duchado en las fuentes del Adonis y que, casi de inmediato, habianse visto forzados a afrontar los ponientes a contrapelo, ofrecian siluetas a cual mas punkie. Los hombres, perdido el empaque de sus trajes de alpaca a lo manoso, parecian un par de beodos mananeros sin afeitar. En cuanto a mi, no quiero ni pensar como me veia en aquellos momentos mi Malvado preferido: olvide resenar hace un par de capitulos que mi atuendo para emborracharme en Beirut habia consistido en un barbour para la lluvia y el viento y unos viejos pantalones que solia usar para ir de reportera audaz, y que permanecian arrumbados en mi armario de Barcelona.

Ningun interes en que Lucy me contemplara en tal tesitura, asi que me cambie sobre la marcha, poniendome el vestido estampado en uno de cuyos

bolsillos creia haber guardado para siempre mi diabolica pluma. La susodicha giro la cabeza para asistir a mi cambio de traje, y sonrio con aprobacion, guinandome un ojo. Yo esboce un gesto de «Que le vamos a hacer», y un mundo de complicidades femeninas se establecio entre la pluma y yo.

?Desde cuando no hablaba con una mujer? El simple pensamiento me lleno de terrenal nostalgia, que reprimi para no ofender a mis amigos muertos. No era hablar por hablar, lo que echaba en falta, sino precisamente ese pasado comun, esas vivencias que -imagino que a los hombres les ocurre lo mismo con sus asuntos-, entre mujeres, nos evita iniciar con preambulos nuestras conversaciones.

Tampoco anoraba las intrascendentes salidas de compras, pues en materia de trapos, con Manolo y, muy especialmente, con Terenci, habia obtenido muchas compensaciones tipo pasarela mientras duro nuestro ensueno. Pero sentia un vacio -encontraba a faltar, por usar una catalanada sublime y contradictoria- una de esas conversaciones de mujer-mujer-mujer, y esto no significa supermu-jer, sino bien al contrario. Una de esas charlas, copa de por medio, que a menudo sostengo, por ejemplo, con Cristina Fernandez-Cubas, en las que afloran nuestros presentimientos, nuestras percepciones. Las mujeres somos raras. Y cuando nos comunicamos emerge algo mas profundo que lo que suponen quienes nos observan. Asoman las brujas que fuimos, asadas al fuego de lena siglos atras por poseer conocimientos vedados, se remueven en no-

sotras rescoldos de aquellas sabias mujeres, consumidas por la hoguera pero no vencidas, pues viven en nosotras.

– Eh, Terenci -golpee amistosamente su hombro-. ?Te he dicho que, al poco de morirte, Cristina te vio en suenos, en tu propio funeral, haciendo cola delante de ella para despedirte del feretro? Me lo comunico en seguida: «No te preocupes. Sonreia, se le veia feliz». Fue un consuelo.

– No me lo habias contado pero te lo lei en las meninges. Es un pensamiento que tienes alojado en la cavidad simpatica del cerebro.

– ?Existe?

– Si no, deberia. La cavidad simpatica nos hace mucha falta.

– Mas bien la empatica -intervino Manolo, que planeaba a mi otro lado-. No basta con ponerse metaforicamente en el lugar del otro. Existe un reto muy superior: ser el otro, con todas las consecuencias. Para no deshumanizarle ni perseguirle.

– Bueno -opine-, hay otros y otros.

– Si el don de empatizar estuviera repartido equitativamente, el otro tambien seria nosotros, y ello nos facilitaria la convivencia.

Ay, Dios. Cuando regresara a mi ser, Alla Abajo, ?recordaria tan necesarias reflexiones? ?Pondria en practica las lecciones aprendidas?

Antes de que pudiera responderme, irrumpimos en el guirigay del paseo de Coches, a lo largo del cual, como una cuerda interminable de lectores y lecturas, de escritores y escrituras, de libros y ca-

setas, de hojas de libros y hojas de hierba, se desenrollaba la Feria del Libro de Madrid.

Nos detuvimos en seco, suspendidos en el aire de la manana de sabado madrilena, como si la emocion formara un muro que no nos atreviamos a franquear, temiendo ser engullidos por tantas historias como tenian lugar al otro lado. ?No es sino ese el miedo del escritor? ?Que su criatura desaparezca, victima de la fugacidad, de la desidia o de la mala suerte? ?No es la parte del latigo que peor llevamos? La vanidad tiene su peso, pero ahora no hablo del autor, de mi. Me refiero a los personajes a quienes alentamos y que, en un lugar tan hermoso, en una feria libresca al aire libre, quiza se sientan desamparados, rostros entre la multitud de rostros, ficciones desconcertadas entre el mar de invenciones. «Oh, dioses», declame ante el umbral de la Exposicion Mas Intima - que eso es la venta de un libro fermentado en las entranas-, «lo hice lo mejor que pude, no castigueis a mis hijos por mis mediocridades, mis carencias, mis limitaciones.»

– Cuca. -Terenci me apreto la mano-. Solia decirte lo que un sabio ya nos advirtio: no todos podemos construir catedrales, algunos fabricamos mesas. Preocupate de que la mesa sea solida, firme y armonica, y de que sirva para su uso. Y en cuanto a como ha de ser una novela, desde que nacio el genero se han dado suficientes variantes como para no animarnos a incurrir en semejante pedanteria. Tu tira p'adelante.

Y no se referia al momento aquel.

La pluma pataleo en el aire.

– Clavada a Campanilla, pero con un punto Telenecos -comento Terenci.

Senalo insistentemente hacia delante, la pluma.

– Nos toca volar un poco mas -deduje.

– Prefeririamos andar -dijeron-, curiosear de caseta en caseta. Penetrar lentamente en el mundo de los vivos.

– ?Ni hablar del peluquin! -me negue-. Antes hemos de solucionar lo mio. Y tengo la certeza de que la pluma nos dirige hacia un grato final. Es la enviada de Lucy, no desdenemos su influencia.

De repente la perdi de vista.

– ?Donde se ha metido?

Una nubecilla de polvo de angel nos indico su localizacion.

– ?Collons, un ordenador ultimo modelo! -se encandilo Terenci.

Pues de alli provenian las senales, del interior de una carpa en donde una docena de computadoras de generacion Alfa que te quiero Alfa ofrecian sus servicios a los jovenes que visitaban la Feria. En la carpa contigua, un cartel anunciaba para esa tarde una conferencia titulada «?Sobrevivira el libro en la Era Cibernautica?».

Nuestra pluma, encaramada encima de una de las centelleantes pantallas, nos conminaba con impacientes ademanes.

– Dejadme a mi -propuse.

Terenci se sento a mi lado.

– ?Que vas a hacer,mujera?

– Lo que cualquier persona con dos dedos de frente haria en mi lugar.

Busque la pagina de Google, teclee Adonis, y pocos segundos despues se desplego ante mis ojos una lista que contenia paginas relacionadas con tal nombre.

La pluma me contemplo rascandose la barbilla, como si considerara con cierta desconfianza mis capacidades para arribar a una conclusion sensata por mi misma. Me recordo a su propietario o Ser Supremo Caido, de cuya ala procedia, cual Adan de la costilla del Contrario, pero en agradable.

Cuando descubri lo que buscaba di a parar con mis huesos en el suelo, y mis amigos tuvieron que reincorporarme. La pluma me dio aire, y he de decir que, para lo chiquitina que era, me abanico con tal entusiasmo -de nuevo me recordo a su apuesto Jefe- que recupere de inmediato mis facultades.

– ?Que tontos hemos sido! ?Que tontos y que suficientes, enredandonos con el puto dios Adonis!

Terenci tambien se habia dado cuenta y prorrumpia en carcajadas que hacian temblar la carpa. Manolo, que no atendia a la pantalla, se altero:

– ?Que os pasa? ?Hemos olvidado algo? ?Tenemos que volver a los lugares de nuestro ultimo viaje? ?Nos hemos equivocado y era Adonis el poeta sirio, tal como en principio intui?

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