Con lagrimas de risa en los ojos, Terenci y yo le tranquilizamos:

– No te preocupes, Manolo. Lee.

Se apuntalo las no existentes gafas y fijo la mirada en la pantalla. Terenci, precavido, le acerco una silla que, efectivamente, recibio su cuerpo cuando se desplomo por la impresion.

– ?Joder! ?Que plancha, la nuestra!

Alla, centelleando con estrellitas y burbujitas y toda clase de reclamos, y precedida por una advertencia («Esta no es una web para menores de edad»), refulgia el siguiente anuncio: «En pleno centro de Madrid, cerca de los museos y otros templos de la cultura, la sauna Adonis le ofrece mancebos bien dotados y egresados de las mejores universidades, para servicios muy personales».

La pluma se tendio en mi hombro izquierdo, relajada por fin, y tambien riendose lo suyo.

20

La siesta del Diablo

La sauna Adonis era un local de lujo, situado en un pasaje discreto y arbolado, perpendicular al paseo del Prado, a poca distancia de los museos y del parque del Retiro. Segun Manuel Puig -que nos aguardaba, impaciente-, se trataba de un establecimiento muy frecuentado por trabajadores de la cultura, exhaustos al final de sus jornadas y deseosos de olvidar, pongamos por caso, la delicada luz de Vermeer, en los brazos fortachones de un buen mozo, a ser posible parco en expresiones.

– No siempre es la mudez requerimiento indispensable -preciso Puig-. Otros clientes exigen chachara, cuanto mas banal, mejor. Eso le ocurre al colega que me trajo aqui, Abelardo, un chico que murio a lo grande, en accidente de Concorde. Le dio tiempo a brindar con champan frances. Bien, fue Abelardo quien me puso en la pista de nuestro hombre, es decir, del ex novio de tu amiga.

– ?Ex novio? ?Lo han dejado correr? -pregunte, tontamente desolada, y en contra de mis propios intereses: siempre produce pena el final de un romance.

– Le planto ella, por latero. Segun Abelardo, el muchacho hablaba como una de las pitucas de mis novelas, sin parar. Le conto que su mina le habia abandonado por eso, la piba no aguantaba su conversacion en tiempo real, ya sabes: «Me desperte, me levante, me duche, me peine, me afeite, me masajee con aftershave, desayune, cague, me puse la colonia que vos me regalaste…». Mi amigo anadio que el pobre puto andaba furioso porque la chica se pasaba el rato distraida, obsesionada por la grave enfermedad de una mujer cercana a ella.

– Cuando te saludamos -pregunto Manolo-, ?ibas a la sauna?

– Si, claro. A mi tambien me chiflan los dialogos aparentemente simples, a menudo esconden tragedias inesperadas: queria conocer al tal, que por cierto se llama Patricio. Vosotros me contasteis el problema y comprendi que el azar habia puesto su resolucion a mi alcance. Y, en efecto, es el, ?Patricio es vuestro hombre! Me lo ha confesado en una sesion eterna. ?Quereis conocerle?

– Yo no -la sola posibilidad me hizo retroceder fisicamente.

– ?Por que? -preguntaron los tres hombres y los tres perros, o eso me parecio.

– Siento una especial debilidad por los argentinos -confese-, aunque hablen demasiado entre polvo y polvo. Y mi sexo ya no es de este mundo, al menos en lo que se refiere al Cono Sur. ?Solo me faltaria tener un lio con un ex novio de Paula!

– Brava, la nina.

Puig le sonrio a Manolo, pero fue Terenci quien le contesto:

– Ha conocido en el parque a alguien que no le perdonaria semejante desliz.

Abandonamos la sauna tan deprisa como pudimos, tras agradecerle a Manuel Puig su inapreciable gestion.

La pluma del Diablo nos esperaba en la puerta. Nos acompano hasta el parque y alli, despues de frotarse carinosamente contra mi nariz, elevo su vuelo y se perdio en el aire.

En la Feria del Libro, en pleno pasco de (?o ches, nos encarnamos en humanos, adoptando personalidades multiples y simultaneas: escritores firmantes, lectores, paseantes y boicoteadores. Apro-vechando nuestra invisibilidad buscamos, para empezar, las casetas de los fachas y de los homofo-gos, y los perros se mearon en ellas cual si fueran el principe de Hannover. Acto seguido nos dirigimos a los puestos de signo contrario y compramos de todo. Es increible lo que puede conseguir el Paraiso: vaciamos las estanterias de nuestros libreros predilectos, de aquellos que aun resisten el empuje de las grandes superficies, y dejamos al personal contento y con la caja rebosante de -ya puestos- doblones de oro como los que usan los personajes de Perez Reverte, por no remontarme al Siglo de Oro original. Teniamos en mente a nuestro amigo Miguel Hernandez, no el poeta -que forma parte de la sangre-, sino el hombre que, en la Antonio Machado -otro poeta abducido por nuestros glo-

bulos rojos-, cercana a la sede de la Sociedad de Autores, nos aconsejaba y recomendaba libros ignotos, y cuya charla tanto recuerdo, ahora que se ha retirado a disfrutar por fin de la lectura en la tranquilidad de su hogar.

Porque como apreciamos a quienes ampliaron las anchas alamedas librescas.

Tantas travesuras invisibles nos agotaron, y acabamos tumbados en el cesped, con los perros, jadeantes y rendidos, desparramados a nuestros pies.

Fue entonces cuando supimos, como unicamente quienes han vivido muchos finales saben comprender, que la separacion llamaba a nuestra puerta. No vernos, no tocarnos, no volar, no jugar, no abrazarnos. Nunca jamas.

– ?Y si Paula, contra lo que suponemos, ha descubierto el testamento? -murmure.

– Lo sabras en cuanto despiertes -dijo Manolo.

Terenci completo:

– «Pero siempre recordaremos el esplendor en la hierba y la gloria en las flores.» Cito de memoria, y de memoria muerta, como es natural.

De tal esplendor y anticipada anoranza gozabamos. A finales de la primavera, en el Retiro. Rendidos, felices, tristes, colmados y mutilados a un tiempo, amados y sonados. Amistosos.

– Nunca os olvidare.

– Lo sabemos -retomaron su duo estereofo-nico, que ahora me encantaba, que en el futuro iba

a anorar-. Perdurar en la memoria de quienes nos aman es la mejor forma de paraiso que se puede concebir.

– Ya quisiera yo ser recordada como vosotros -y lo decia muy en serio.

– Disfrutemos del momento -propuso Manolo-. De nuestra ultima conversacion.

– ?Nunca me dejareis! Seguire poniendote en el DVD peliculas de faraones -prometi a Teren-ci-. Y en cuanto a ti, Manolo, continuare comprando bacalao en la Boqueria, en la parada que frecuentabas, y a la que acompanaba a mi madre cuando era nina y el bacalao era la proteina al alcance de los pobres. La duena tambien se acuerda de ti, amigo mio. Os leere continuamente, ?visitare Egipto! Si me quedo en Beirut, desde alli no saldra muy caro. Memorizare tus poemas, Manolo… «No vuelven ni el tiempo ni las naves.» No, ese verso tuyo inesperado resulta en este momento demasiado triste.

– La poesia, en general, es triste o no es. No llores. -Manolo me tomo de la mano-. Consuelate. Nos dejas con el Barrio y con mis perros. Es tu regalo. Antes no lo teniamos.

– ?Como Paris en Casablanca?

– Si -otra vez los dos-. Manido recurso para una despedida, pues ha sido utilizado por numerosos imbeciles y algun que otro sabio. Mas como colofon, resulta insuperable.

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