volvio a responder amabilidad con cortesia y dejo una hendija abierta para una comunicacion que, inexplicablemente, fue creciendo hasta convertirse en droga.

Apenas Nando le daba el beso de despedida, Diana saltaba de la cama e inauguraba el ritual del dia con una ansiedad de nina caprichosa que disfrutaba de aquel placer demorado. En eso consistia el juego: la espera diluida en incognitas que eran como un infinito de espejos enfrentados abiertos hacia posibilidades locas; toda la fantasia proyectada en la ilusion de una vida nueva. Diana rogaba que fueran mensajes largos para prolongar algunos segundos el disfrute, y se quedaba contemplando, la mirada en blanco, las letras convertidas en hormiguitas zigzagueantes sin decidirse a hacer foco sobre las palabras, temerosa de que aquello fuera una decepcion, angustiada porque el goce de la lectura se consumiera en si mismo y abriera una brecha en la rutina que entraba implacable y se instalaba hasta el mensaje siguiente.

Los suyos eran breves, estudiados hasta la ultima letra, para habilitar nuevos espacios sin dejar que el miedo fuera evidente. Primero, fue miedo a lo desconocido; despues, terror a levantarse un dia y no encontrar respuesta. El le conto que se le habia colado en un sueno en el que la imaginaba sin conocerla y ella sonreia mientras suplicaba que se lo contara; y el se esmeraba en una delicadeza descriptiva que no pudo ser mejor afrodisiaco. Ella, ahora, reia, reia porque todo esto le parecia una locura maravillosa, la travesura anacronica de dos adolescentes experimentando lo divertido que puede ser el amor.

“La maquina” se habia transformado en una obsesion. Era lo primero que buscaba al despertar y lo ultimo antes de meterse en la cama. Si estaba en la casa durante el dia, consultaba la casilla cada vez con mayor frecuencia. Se desesperaba cuando aquellos mensajes no aparecian. Empezo a fumar con locura y a masticarse la punta del pelo.

Hacia poco mas de un mes que esto habia comenzado y ahora, sin preambulo, llegaba ese mensaje de Gabriela. Una vuelta inesperada, en pocos dias, para quedarse por un tiempo que tampoco precisaba. Llegaba el jueves. Queria que Diana fuera a buscarla al aeropuerto. Sola. Nada de bienvenidas. Diana le envio un mensaje con mil preguntas, pero solo obtuvo silencio, como si Gabriela se hubiera desconectado para emprender aquel extrano regreso.

De: Granuja

Para: Diana

Enviado: viernes, 23 de mayo de 2003, 00:19

Asunto: QUIEN SOS?

Hola, Diana, muchas gracias por tu mail. No sabia si ibas a responder. Pense que no ibas a tener tiempo para contestarle a un extrano. La verdad es que no se si tenes tiempo, si te sobra o te falta. Quien sos? Te imagino una mujer muy ejecutiva. No me preguntes por que, pero asi te imagino. Donde trabajas? Tenes hijos? En cualquier caso, se nota que te importan los demas. Eso ya es bastante. Nadie se hubiera tomado el trabajo de mandar de vuelta mi mail como vos lo hiciste. Te debo una. Podre devolverte la gentileza algun dia? De que color son tus ojos?

Un beso.

G.

PD. Perdon, pero mi maquina no marca tildes.

De: Diana

Para: Granuja

Enviado: viernes, 23 de mayo de 2003, 00:45

Asunto: ?Como voy a seguir…

…escribiendo a alguien que se llama Granuja? Antes de preguntar tanto, senor, podria decirme su nombre, ?no le parece? Y despues veremos si me devuelve o no la gentileza. Me alegra que el negocio haya salido. Seguro que, sea lo que sea, es mas divertido que mi vida. Eso te lo puedo firmar.

?El color de mis ojos? Marron, lo lamento. No es muy emocionante una mujer con ojos marrones, pero es lo que hay. Saludos.

Diana

II

El aeropuerto parecia un mar humano que se movia al ritmo del altoparlante. Las despedidas no eran aquellos deseos de viajes felices, sino adioses largos cargados de incertidumbre; la cruel imagen de un pais que se dispersa desangrandose.

Diana llego temprano y se sento en las butacas verdes. El panorama no podia ser mas desolador. Los viejos despedian a los hijos que salian despavoridos en el primer avion a pelear un lugar en cualquier horizonte y, en muchos casos, terminaban lavando platos gringos. Una mujer alta, muy arreglada, con un perrito blanco en una caja plastica llamo la atencion de Diana. Estuvo mirandola mientras se acomodaba el cabello y bromeaba con un par de adolescentes que mascaban chicle. Despues, se acerco hasta el mostrador y despacho dos maletas duras y la caja con el perrito. Apenas oyo el primer llamado para su vuelo, se apresuro a despedirse. Unos golpecitos en la cabeza de cada uno, la llave de algun auto y unos billetes dados al descuido. Eso fue todo. Giro elegantemente, como si hubiera hecho aquello cientos de veces y atraveso la puerta con aires de reina. Salio un par de segundos despues, con expresion de haber olvidado algo, pero los muchachos ya estaban cerca de la salida, tintineando las llaves y riendo a carcajadas. Diana lo observo todo como si fuera una pequena escena de alguna pelicula y no pudo evitar pensar que hay algunos perros con mas suerte que otros.

El resto de los pasajeros fue desapareciendo de a poco. Al final, solo quedaban los mas tristes, los que no se decidian a ese penultimo abrazo. Pero la despedida era impuesta por el despotismo cordial de los altoparlantes y se deshacia en promesas de regresos que nadie creia. Despues, llegar alla y ser persona de segunda, deambular bajo tierra por las galerias del metro como topos perdidos, vendiendo chucherias; los espejitos de colores que alguna vez ellos trajeron y cambiaron por el oro que ahora exhiben con impudico orgullo en sus catedrales. Subir al metro y ver como algunos ojos se empanan de melancolia cuando suena una triste Cumparsita, mientras arriba, en la superficie, la vida esta llena de colores y hay una brisa de esperanza reservada para otros.

Diana los veia despegarse de los brazos queridos, sacudirse a las madres con empujones carinosos y pensaba cuando le tocaria a ella despedir a sus hijos. Pensaba en la vocacion decidida de Marcos y en los quince anos de Andres, que acababa de pedir una bateria para su cumpleanos. Pensaba que Tomas todavia la besaba antes de ir al colegio. Tomas, tan desconcertado con esa voz aspera que estrenaba y aun asi, tan nino. ?Como se le dice a un hijo que no hay lugar para sus suenos? “

Subio hasta la cafeteria para apurar los minutos. No entendia este regreso de Gabriela. Dos anos sin verse. Y esa nueva relacion mantenida con su hermana a traves del correo electronico. El correo electronico… Sintio las cosquillas conocidas en el estomago. Otra vez aparecia “el” y se le instalaba en el pensamiento. Olvido por un momento a la hermana que llegaba, para adentrarse en el goce del recuerdo. El ultimo mensaje traia tanta sensualidad que, al evocarlo, instintivamente habia apretado las piernas, como si quisiera contener alla abajo una sensacion deliciosa. Desde hacia un mes, Diana la tonta, Diana adolescente con su primera carta de amor, no hacia otra cosa que pensar en eso. Sonrio. Sonreia cada vez que se acordaba. Le divertia pensar que tenia un secreto, un amante cibernetico, una infidelidad a distancia. Inofensiva.

El avion acababa de aterrizar. Diana respiro con ganas para darse animos y salir pronto del divague existencial en el que, a menudo, se perdia. Cuando estaba inmersa en eso, servia para poco y nada. Ahora debia estar atenta para cuidar de Gabriela. Aquel regreso fuera de tiempo no presagiaba nada bueno. Se detuvo antes de bajar las escaleras y penso que no habia sido inteligente elegir tacos altos, aunque le gustaba el efecto que producian en sus piernas y se miraba en cuanto espejo podia o en el reflejo robado al pasar ante cualquier vidriera. Le gustaba mas, aun, cuando comprobaba que los hombres quedaban con la mirada prendida de su paso, como si llevara un iman en cada pantorrilla. Pero una escalera encerada no era la mejor pasarela para lucirse. Se tomo del pasamano y comenzo el lento descenso, un poco de costado, como alguna vez habia oido que

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