J. A.: Pues creo que si. Pero fue todo muy rapido, una confusion de padre y senor mio, ni me crea lo que le digo, puede que este equivocado, perfectamente posible seria, pero ahorita que me esta insistiendo, creo que si, que vi eso. Si me acuerdo de algo mas, le aviso.

E. S.: ?Y oyo una detonacion?

J. A.: (Silencio.) Mire, ahora que lo dice, se oian los cohetes, pero balazo no se oyo. Raro, ?no? Y perdone que le pregunte: ?Que se sabe de la Presidenta?

E. S.: Esta en el hospital. Daremos a conocer cualquier noticia. Queria encomendarle algo, don Jose. Como usted anda por todas partes y habla con mucha gente, ?seria mucho pedirle que de vez en cuando viniera por aqui a contarnos lo que oye? Es posible que haya algo mas detras de esto, ?me entiende? Pero, ademas, como usted dice, es importante oir a ciudadanos como usted. Le voy a dar esta tarjeta. Llame a este telefono. Si yo no estoy, pregunte por la capitana Marina Garcia. Ella le atendera. ?De acuerdo?

El galeron

Lo primero que hizo Viviana Sanson al despertar fue tocarse el pecho sobresaltada. Se paso la mano por las costillas temiendo llenarse de sangre, pero cuando la retiro estaba limpia. ?Que raro! Y que extrano el silencio. Silencio sepulcral. Se erizo toda. Ya no se oia la ambulancia, ni los gritos de la gente, ni la conversacion apresurada de Eva, Martina y Rebeca. Estaba sola, absolutamente sola. Sobre su cabeza vio un techo de zinc, cruzado por vigas de madera, gruesos alambres y bombillos de los que irradiaba una luz debil y amarilla. ?Como llegaria a parar alli? A pesar del insolito escenario, no sintio panico; mas bien estupor, una languida sensacion de incredulidad. Se inclino lentamente. No me duele nada, penso, aliviada y confundida a la vez. Frente a ella vio un largo pasillo delineado apenas en el palido resplandor de las bujias. A ambos lados del largo y estrecho galeron, se alzaban toscas repisas de madera sobre las que se alineaban objetos que no alcanzo a distinguir. Parecia una bodega. ?Que hacia ella en una bodega? Tendria que estar en el hospital, penso azorada. Tuvo miedo de ponerse de pie. Se sento y cruzo las piernas. Cerro los ojos. Cuando los abrio le parecio que la luz era mas intensa. El galeron era de un gris plomizo. Las paredes, el suelo, las repisas, lucian extranamente limpios. Por lo menos no habia polvo. Era alergica al polvo. La hacia estornudar sin parar. Apenas vislumbraba el final del pasillo. Se pregunto si alli habria una puerta. Detras de ella no alcanzaba a ver una salida. Estaba muy oscuro a sus espaldas. Se puso de pie muy despacio. Comprobo que no sentia dolor, sino una inusitada y liviana ingravidez. De tan fluidos, sus movimientos no parecian suyos. Ya de pie, miro de nuevo a su alrededor. Los anaqueles a los lados del galeron se delinearon mas claramente. Lanzo su mirada de derecha a izquierda. Los objetos le eran familiares, conocidos, estaba segura de haberlos visto alguna vez. Camino un largo trecho sin que la distancia entre ella y la puerta disminuyera. Sobre la tosca madera de los anaqueles vio manojos de llaves, libros, un zapato, una toalla, un anillo, un brazalete, una cafetera, anteojos oscuros, anteojos de leer, muchos pares de anteojos, incontables paraguas, sueters, joyas importantes y de fantasia, cosmeticos, calculadoras pequenas y delgadas, monederos, telefonos celulares, camaras, la lampara de bolsillo que solia llevar en el bolso cuando volaba por si acaso el avion tenia un percance y necesitaba alumbrar el camino para salir del estropeado y humeante fuselaje, las gotas para los ojos, paquetes de kleenex, encendedores, muchos encendedores y cigarreras de cuando fumaba, billeteras que le robaron, conectores dejados en hoteles, secadoras de pelo, planchas de viaje, ropa de su hija, el abrigo de Sebastian, paraguas, viseras, gorras, sombreros que nunca uso, capas de abrigo, chilindrujes de cuando le dio por collares pesados y coloridos, almohadas y colchas de fines de semana en casas de amigos, maletas, bolsos, platos y platones, abridores de lata o de vino, cubiertos, vasos, copas de vino de esas que se dejan abandonadas en la playa, fotos enmarcadas o sin marco, peluches de cuando era adolescente, su aparato para jugar solitario, cremas de mano, cremas antimicrobios para las epocas de pestes… Eran cosas que recordaba haber extraviado sin volverlas a encontrar. ?Como habian llegado a parar alli? ?Que significaban? ?Madre mia, penso, todo lo que deje tirado, olvidado, en la vida, esta aqui!

Sumando y restando especulaciones

Jose de la Aritmetica regreso a su barrio empujando su carrito de vender raspados, dejando a su paso el rastro de agua del hielo derretido. Las botellas de vidrio, al pegar la una con la otra, tintineaban sobre la calle adoquinada.

Le parecia todo mentira. Alli iba el de vuelta a su casa apesarado, lamentando lo sucedido, avergonzado. Uno tenia que reconocer aunque no le gustara, penso, que era verdad eso que decian las mujeres de que los hombres tenian la mana de la violencia. ?Que necesidad habia de pegarle un tiro a la Presidenta? ?Por Dios!

Seria que el tenia sangre de horchata, pero jamas habria pensado hacer una cosa asi. Tal vez por haberse criado entre mujeres -fue el unico varon entre nueve hermanas- el era medio feministo. Dios guarde que el le levantara la mano a una de ellas. Las demas lo hubieran acabado. Ademas que ni se le habria ocurrido porque el las queria, les tenia aprecio. Le gustaban las mujeres, aunque fueran como eran. El en su casa se sintio cuidado por ellas. Cuando crecio, el machismo le dio por protegerlas, por cuidar que los otros hombres no se metieran con ellas. Su hermana mayor -el era el segundo- lo mandaba a acompanar a las mas pequenas. La mama, ella y las demas le vivian sacando aquello de que el era 'el hombre' de la casa. Lo decian pero eran ellas las que mandaban; a el lo ocupaban para ensenarlo, como para que la gente supiera que no estaban desprotegida, porque el papa trabajaba de camionero, viajaba casi todo el tiempo. Ese entrenamiento de proteger mujeres fue el que lo hizo reaccionar cuando vio a la Presidenta irse para atras.

Le da risa mi nombre, ?verdad?, pero ande que el suyo tambien es como inventado, le habia dicho a Eva Salvatierra. Bonita la mujer. Flaquita, pero bien formada y ademas pelirroja. Y se le notaba que era natural el color. Una mata de pelo hermosa como un incendio y los labios tan bien hechitos. ?Que donde estaba el cuando los disparos? ?Que quien habria sido? Lo atosigo a preguntas, porque el colmo fue que no agarraran al pistolero. Con tanta gente y las policias viendo para arriba distraidas, cuando quisieron salir detras del maton, fue muy tarde. Muchas policias eran jovencitas sin experiencia. Ademas la Presidenta no se cuidaba lo suficiente. Le gustaba andar suelta. Era bonito eso, pero peligroso. Esa idea suya del contacto ojala no le costara la vida a la pobre porque bien mal lucia cuando cayo sobre la tarima. El ni supo como llego a su lado. Salto encima de su carrito y de alli al estrado como si le hubieran puesto resortes en los pies. Corrio a ver como asistirla porque todo mundo quedo inmovil de la pura incredulidad. Logro inclinarse sobre la Presidenta antes de que la misma Eva Salvatierra le pegara un tiron de la camisa para apartarlo. Por andar de buen samaritano, termino como sospechoso. Menos mal que despues de conversar y preguntarle hasta por que su mamacita le habia puesto el nombre que tenia, la Ministra le pidio disculpas y hasta le pidio que cooperara con ellas.

Jose de la Aritmetica, taciturno, caminaba arrastrando los pies. El, que rara vez se cansaba, iba muerto de cansancio. No recordaba un dia tan largo como aquel en su vida, y todavia no terminaba. Oscurecia detras del perfil de los volcanes que circundaban la ciudad y en el cielo las grandes nubes lucian ahora desgrenadas, sus redondeces convertidas en extensas cintas difusas, grises. Diviso a Mercedes, su esposa, en la puerta de su casa con sus hijas. Debia ser algo de familia eso de producir mujeres porque las de el eran cinco. Todas con nombres de flores: Violeta, Daisy, Azucena, Rosa y Petunia. La ultima, la mas pequena, lo senalo con el dedo no bien lo diviso y llego corriendo, ofreciendose a empujar el carretoncito de los raspados para que el adelantara camino ya sin aquel estorbo. La cara de Mercedes se ilumino al verlo. Buena era su mujer. Se habia casado con ella porque la dejo embarazada, pero nunca se arrepintio. Era comelona, gorda, pero tenia una cara linda y un caracter alegre, placido y practico. Jose le paso el carrito a Petunia, dandole unas palmaditas carinosas en la cabeza para agradecerselo. Hombres y mujeres del vecindario estaban en las calles y las aceras, en grupos, comentando lo sucedido. Seguro que ya se habia corrido la noticia de que el era quien habia saltado a la tarima. Mas de alguno lo veria mientras intentaba socorrer a la Presidenta. Sus hijas, menos Azucena, la que era policia, estaban todas alli. Lo rodeo la familia y los vecinos. ?Que se sabe, don Jose? ?Que le dijeron? ?Como esta la Presidenta, esta confirmado que la mataron?

– No se sabe nada todavia -dijo-. Ustedes me perdonan pero tengo que sentarme.

Se dejo caer sobre el butaco de madera que Rosa le alcanzo. Saco un cigarrillo y expelio una larga cinta de

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