altas y hermosas palabras que bajo soles como este y bajo cielos de plomo y en la media-luz de los bares y en la penumbra de los cuartos la habian ido tallando apasionada y amorosamente. Todo esto esta aca: soy yo. Y el pato hincho su plumaje, se zangoloteo y reverbero. Yo de aqui no me bajo porque voy a llegar hasta el final. Sea cual fuere el final. Ya que ahora comprendia que habia algo que estaba buscando, algo preciso que la habia llevado a este auto. Motivo por el cual no pensaba abandonarlo asi nomas y, mucho menos, desdenada por un desconocido. Yo te voy a ensenar, pequeno aprendiz de Don Giovanni, yo te voy a ensenar a tener temperamento.
– No sea descortes, muchachito.
La voz la sorprendio. Era su voz, por eso la sorprendio. Ese tono ligeramente sobrador, la levisima tonalidad risuena, la velada autoridad. ?Empezaba a divertirse? “Es que me parecio por un momento que…” Estaba confundido. “Subi al auto, ?no? Nunca subo si no tengo ganas.” Minga. No te voy a regalar mi inexperiencia ni mi miedo. Ni esta corriente vertiginosa que me circula, ni esta sensacion de poder que lentamente se abre paso, aletea. Algo aletea dentro de mi, un pajaro quiere echarse a volar, si lo dejara, si me animara a soltarlo. “… porque por un momento pense que eras una de esas que se hacen las raras. No me gustan las raras. Uno tiene que vivir el momento y no hacerse tanto problema, ?no te parece?” No. A Irene le parecia que no le parecia. Que cada momento estaba atado a algo, a algo que ella a veces no podia precisar pero que la aturdia como un estallido. Que este instante de ahora en que el auto arrancaba se hilaria al fin a esa red enmaranada pero bien definida que era su vida, de modo que era exactamente eso, su vida, lo que ella estaba decidiendo a cada paso. Ahora tambien, mientras doblaban hacia la izquierda y ella conseguia glosar con moderacion y amabilidad la sintetica filosofia del hirsuto.
Un follaje de esmeraldas celebraba contra el cielo la alegria de estar vivo. Las familias retozaban, momentaneamente desentendidas de que toda dicha es fugaz y de que algo acecha, ahora mismo, que arrasara lo que un segundo antes brillo como un diminuto diamante al sol. La sombra de un arbol gigantesco cubria ahora el auto que el muchacho habia detenido con habilidad a unos pasos del tronco nudoso. ?Un ombu? A Irene se le ocurria que todos los arboles de gran copa eran ombues. Antes los habia llamado paraisos y su boca parecia cantar al nombrarlos. Paraisos. Pero esto no era un paraiso y tal vez el momento no resultaba el mas adecuado para esas especulaciones. Ademas, estuviera o no en el paraiso, parecia a punto de morder la tradicional manzana. Furtivamente observo la cara algo abotargada del hirsuto, los ojos glaucos, los labios hinchados y entreabiertos. Educada, cerro los ojos y abrio la boca. La sorprendio la carnosidad desconocida sobre sus labios. Pero sobre todo la sorprendio la actitud un tanto frenetica -aunque desprovista de deseo- con que ella estaba respondiendo. Heme aqui, se dijo, en medio de esta selva umbria, besando a este individuo con tanto brio como si nos fueran a ahorcar dentro de diez minutos. Debia estar haciendolo bastante bien porque el hirsuto, algo jadeante, se separo un segundo de ella, la miro con sus ojos de carnero degollado y le dijo: “Sos tan dulce y maravillosa”. Eso la sorprendio: ella mas bien se veia a si misma como una yegua. Pero tal vez algo se filtraba, ?verdad?, cierta sabiduria lentamente forjada, cierto delicado juego de habitos que hacian del amor, o de la introduccion al amor, un demorado dialogo silencioso en el que cada movimiento, cada roce, iba desatando la emboscada ebriedad de los cuerpos. Y algo de esa destreza debia trasuntar ella, ya que el hirsuto, luego de lamerle una oreja, guio la mano de Irene, la deposito con decision en un sitio del que parecia sentirse orgulloso y sin mas tramite le dijo: “Mira, mira lo que me hiciste”. Besos brujos, penso Irene, quien no miro lo que el joven le estaba indicando pero en cambio tuvo oportunidad de palpar la alteracion fisica que sus besos habian causado. Con delicadeza dejo la mano alli, ya que considero una ofensa retirarla. Volvieron a besarse con desesperacion de agonizantes y la mano del hirsuto llego al lugar que ella, a los cuatro anos, habia llamado pichoncolina. Tal vez estaba yendo demasiado rapido. Ella acababa de pensar eso, como decirle, con que palabras, que el estaba yendo demasiado rapido, que el cuerpo de ella requeria ciertos ritos de iniciacion, cuando uno de sus ojos se abrio indiscreto y en la ventanilla, mirandolos con expresion admirada, plena de fascinacion ante los misterios del mundo, vio la absorta cara de luna de una nena con flequillo. Un hachazo en el corazon. Irene se separo con violencia, el hirsuto se alarmo y la de flequillo huyo despavorida, antes de que Irene pudiera decirle que no era eso. Que el amor no era eso. Que no registrara este episodio en su cabecita perversa, este manoseo inutil, estos contactos semihumanos que nunca alcanzarian la alta embriaguez a la que solo ciertas bestias, y un hombre y una mujer que se buscan, que se rastrean en la penumbra con sabiduria y con temor y con temeridad hasta desencadenar todos los rios embozados, a la que solo ciertos animales, y ciertos hombres y mujeres pueden llegar. Y, sobre todo, que no la registrase a ella en esa cabecita aviesa. Esta no soy yo, Irene; esta no soy yo. Y subitamente penso que iba a llorar, viendose a si misma a los cuatro anos viendose a si misma.
“Que te paso”, el hirsuto parecia agitado. “No, nada, esa nena. Me parecio que la conocia.” “Uy, uy, uy (el hirsuto habia abandonado la mano en la entrepierna de Irene quien, con su rodilla, oprimia un poco la ingle de el; todo bien familiar y algo repulsivo); mejor vamos a un hotel, ?no?” O nos tiramos al rio, o nos ahorcamos colgandonos de la rama mas alta del paraiso. “Si, mejor”, dijo la mundana, la experta, la empecinada autodidacta. Ella no era de las que abandonan el barco cuando se esta hundiendo. ?Mas bien era de las que colaboran para hundir el barco que se esta hundiendo?
Ahora -la pierna de ella promiscuamente comprimida contra la pierna del hirsuto- se alejaban a gran velocidad del fingido paraiso. Que sera de ti lejos de casa, nena, que sera de ti, preguntaban con insistencia los parlantes. Pero ella sabia que era llegado el momento de hundir la nave.
Efectuo una pequena reverencia y dijo: permiso. Asi interrumpio, en el preciso momento en que su ombligo quedaba al descubierto, la operacion de ser desvestida. Habil aunque bastante apresurado, el hirsuto ya habia desabotonado la blusa, la habia arrojado a algun sitio y habia desanudado sin dificultad la parte superior del bikini. Le costo un poco desprender el boton del vaquero pero con ayuda lo logro, y pudo dedicarse a otra tarea sencilla y gratificante: bajar el cierre relampago, lo que puso al descubierto el alegre ombligo. ?Por que el ombligo seria un lugar tan alegre? Podia el corazon saltar en pedazos, las entranas retorcerse hasta que se sentia el impulso de gritar, pero el ombligo seguia imperturbable en su sitio, siempre humoristico y festivo. El hirsuto parecia dispuesto a proseguir su obra sin reparar en la discontinuidad que inevitablemente iba a producirse, pero la talentosa estaba en todo, podria despues ofrecerse como una comestible fruta pero no pensaba prestarse a un forcejeo ignominioso; nada de que un extrano la despojase de su vaquero. Asi que retrocedio apenas, efectuo una pequena reverencia y dijo: permiso. La formalidad de este acto, en medio de una ceremonia tan cargada de avidez, pudo haber hecho sonreir, o aun producirle cierto incremento de la excitacion a un interlocutor mas proclive a los juegos. En este caso, era evidente que Irene les estaba tirando margaritas a los chanchos. El hirsuto era brioso y queria ir a los bifes. Pero la marquesa no le hizo caso. Tomo su bolso y, con la frente altiva y el paso elegante, entro en el bano.
A la del espejo tambien le dedico una breve reverencia ?una reminiscencia fugaz?: una vieja costumbre. Ahi estaba ella: no mas cachetes colorados. Esta era la cara que lentamente habia ido moldeando, algo que poco a poco se iba pareciendo ?a si misma?
Se saco el vaquero. Despues abrio su bolso y algo le produjo una sensacion de extraneza: saber que estaba por oficiar un breve rito privado en situacion tan inusual. ?Iba a prepararse para el amor? Como quien unta su cuerpo con aceites olorosos y trenza hierbas aromaticas en sus cabellos e ilumina sus ojos con el misterioso kohol y esparce por los rincones un zumo afrodisiaco. Asi extrajo ella de su bolso el minusculo objeto contemporaneo, guardado en un primoroso estuche celeste que evocaba a una concha -lo que no indicaba el menor signo de humor del fabricante, higienicamente aleman y por lo tanto ignorante de ciertos modismos argentinos del lenguaje-. ?Era una casualidad que lo hubiese guardado en el bolso antes de salir para la playa? Oh, bueno, ya lo habia dicho Coco Chanel, al fin de cuentas: una mujer siempre debe estar preparada para. Cientifica y precisa cumplio con el rito preparatorio. Y consciente desde el espinazo hasta la piel de que este cuerpo era suyo, con una agradable sensacion que no debia confundirse con el deseo, aunque tal vez ya fuera la programacion o la voluntad del deseo, cubierta apenas por la brevisima parte inferior de su traje de bano, facilmente extirpable aun por manos inhabiles, soleada y cadenciosa, ella emergio del bano. Forzadme con vasos de vino, cercadme de manzanas que enferma estoy de amor.
Y en el mi lecho, en la oscuridad, busque al que ama mi alma. Busquele y no le halle. Pero, quien puede ver el alma, Irene. No este que enredado ahora en ella, contra su costado, sobre su vientre, sobre su boca, dentro de su boca, ingenuamente creia amar su cuerpo. Cauteloso al principio, temerario mas tarde, cuando verifico que la muchacha no era ni tan arisca ni tan inaccesible como se pintaba y que a todas luces venia bien adiestrada en estos juegos prenupciales y propiciatorios, el transitorio esposo estaba exhibiendo toda su pequena sabiduria de