caminos de aquella parte de Warwickshire, desde donde pudiera vislumbrarse la casa. A veces pensaba en ella, escondida alli dentro, cuando pasaba por la tapia en mi ronda de visitas, y siempre me la representaba como la habia visto aquel dia de 1919, con sus bonitas fachadas de ladrillo y sus frios corredores de marmol, llenos de cosas maravillosas.
Asi que cuando volvi a ver la casa -casi treinta anos despues de aquella primera visita, y poco despues del final de otra guerra-, los cambios me horrorizaron. Fui alli por la mas pura casualidad, porque los Ayres eran pacientes de mi socio, David Graham, pero el atendia una urgencia aquel dia, y cuando la familia mando a buscar un medico me avisaron a mi. El corazon se me empezo a encoger casi en el momento en que entre en el parque. Recuerdo que habia un largo recorrido hasta la casa entre pulcros rododendros y laureles, pero el parque estaba ahora tan cubierto de maleza y descuidado que mi pequeno coche tuvo que abrirse paso por el sendero. Cuando por fin me libere de los arbustos y me encontre en una explanada desigual de gravilla, justo delante del Hall, puse el freno y me quede boquiabierto de consternacion. La casa era mas pequena que en mi recuerdo, desde luego -no era la mansion que yo evocaba-, pero eso ya me lo esperaba. Lo que me horrorizo fueron los signos de decadencia. Partes de los preciosos rebordes desgastados parecian haberse desprendido, y los vagos contornos georgianos de la casa eran incluso mas inciertos que antes. La hiedra habia crecido y despues se habia marchitado en zonas disparejas, y colgaba como grenas enredadas. Los escalones que llevaban a la amplia puerta de entrada estaban agrietados, y entre las grietas crecian exuberantes hierbajos.
Aparque el coche, me apee y casi tuve miedo de cerrar de un portazo. Para ser una estructura tan grande y solida, el edificio parecia precario. Como nadie dio senales de haberme oido llegar, tras un pequeno titubeo avance por la gravilla crujiente y subi con cautela los escalones agrietados de piedra. Era un dia caluroso y tranquilo de verano, con tan poco viento que cuando tire de la campanilla de marfil y viejo laton deslustrado, oi su tanido puro y limpio, pero lejano, como en el vientre de la casa. Al sonido le siguio inmediatamente el debil y bronco ladrido de un perro.
Los ladridos cesaron muy pronto y reino el silencio durante otro minuto largo. Luego, desde algun lugar a mi derecha, oi un crujido de pasos irregulares y un momento despues el hijo de la familia, Roderick, asomo por la esquina de la casa. Me miro con los ojos entornados de recelo hasta que vio el maletin en mi mano. Retiro de la boca un cigarrillo de aspecto consumido y grito:
– Usted es el medico, ?no? Estamos esperando al doctor Graham.
Su tono era bastante amistoso, pero con un deje languido, como si ya le aburriera mi presencia. Baje los peldanos, me dirigi hacia el y me presente como el socio de Graham, explicandole lo de la emergencia. Respondio insulsamente:
– Bueno, esta bien que haya venido. Y en domingo; y con este calor asqueroso. Sigame, por favor. Por aqui es mas rapido que atravesando la casa. Por cierto, soy Roderick Ayres.
De hecho ya nos habiamos visto en mas de una ocasion. Pero estaba claro que el no se acordaba, y al ponernos en marcha me estrecho la mano con desgana. Senti el extrano tacto de su mano, aspero como el de un cocodrilo en algunos puntos, y extranamente suave en otros: yo sabia que se habia quemado las manos en un accidente durante la guerra, asi como una buena parte de la cara. Cicatrices aparte, era guapo: mas alto que yo pero, a los veinticuatro anos, todavia juvenil y esbelto. Tambien vestia ropa juvenil, una camisa de cuello abierto, pantalones de verano y zapatillas de lona manchadas. Caminaba sin prisa y con una cojera visible.
– Sabe por que le hemos llamado, supongo -dijo, segun caminabamos.
– Me han dicho que es por una de sus sirvientas.
Me habia llevado a traves de una terraza con gravilla que flanqueaba toda la longitud de la fachada norte; me indico un punto donde el suelo se habia hundido y formaba hoyos y grietas traicioneros. Los sortee, agradecido por la oportunidad de ver aquel lado de la casa, pero espantado de nuevo por el terrible declive que habia sufrido. El jardin era un caos de ortigas y correhuelas. Habia un tenue pero perceptible tufo de desagues atascados. Pasamos por delante de ventanas rayadas y polvorientas; todas estaban cerradas, la mayoria con unos postigos, excepto un par de puertas de cristal abiertas en la cima de una serie de peldanos de piedra tapizados de convolvulaceas. A traves de ellas pude ver una habitacion grande y desordenada, un escritorio con un revoltijo de papeles encima, el borde de una cortina de brocado… No me dio tiempo a ver mas. Habiamos llegado a una entrada de servicio estrecha, y Roderick se hizo a un lado para dejarme pasar.
– Entre, por favor -dijo, con un gesto de sus manos quemadas-. Mi hermana esta abajo. Ella le llevara donde Betty y le informara.
Solo mas tarde, al recordar su pierna tullida, conjeture que no debio de querer que yo le viese renqueando en la escalera. En aquel momento juzgue su actitud muy informal, y pase de largo sin decir nada. De inmediato, mientras se alejaba, oi el sigiloso crujido de sus zapatillas con suela de goma.
Pero yo tambien baje con sigilo. Me habia dado cuenta de que aquella entrada estrecha era la misma por la que mi madre me habia introducido, mas o menos de matute, hacia tantos anos. Recorde la escalera de piedra desnuda a la que llevaba y, bajando los escalones, me encontre en el oscuro corredor abovedado que tanto me habia impresionado entonces. Pero alli me lleve otra decepcion. Recordaba aquel pasillo como algo parecido a una cripta o una mazmorra: de hecho, sus paredes eran del lustroso verde y crema de las comisarias y de los parques de bomberos; habia una tira de esteras de coco sobre el suelo de piedra y un trapo mugriento dentro de un cubo. Nadie salio a recibirme, pero a mi derecha, por una puerta entreabierta, se veia un rincon de la cocina; me acerque sin hacer ruido y eche una ojeada. Otro fiasco: encontre una habitacion espaciosa y sin vida, con mostradores Victorianos y superficies mortuorias, todo ello brutalmente refregado y restregado. Solo la vieja mesa de pino -la misma mesa, a juzgar por su aspecto, en la que habia comido mis jaleas y galletas- evocaba la emocion de aquella primera visita. Era tambien el unico objeto de la habitacion que mostraba indicios de actividad, porque habia encima un montoncito de verduras embarradas, junto con un cuenco de agua y un cuchillo; el agua estaba descolorida y el cuchillo mojado, como si alguien hubiera empezado a trabajar y de repente le hubiesen llamado.
Retrocedi, y mi zapato debio de crujir o raspar contra la estera de coco. Volvio a oirse el ladrido bronco y excitado de un perro -alarmantemente cerca, esta vez-, y un segundo despues un viejo labrador negro salto al corredor desde alguna parte y vino hacia mi. Me quede quieto, con el maletin en alto mientras el ladraba y correteaba a mi alrededor, y enseguida aparecio detras una joven que dijo suavemente:
– ?Muy bien, ya vale, animal idiota! ?Gyp! ?Basta! Lo siento mucho. -Se acerco y reconoci a Caroline, la hermana de Roderick-. No soporto a un perro que salta, y el lo sabe.
Extendio el brazo para asestarle un golpe en el lomo con el reves de la mano y el animal se calmo.
– Pequeno imbecil -dijo ella, tirandole de las orejas con una expresion de indulgencia-. En realidad es conmovedor. Cree que cualquier desconocido viene a degollarnos y a llevarse la plata de la familia. No tenemos corazon para decirle que nos han birlado toda la plata. Crei que vendria el doctor Graham. Usted es el doctor Faraday. No nos han presentado formalmente, ?verdad?
Sonreia al hablar, y me tendio la mano. Su apreton fue mas firme que el de su hermano y mas sincero.
Yo solo la habia visto a distancia, en actos del condado o en las calles de Warwick y Leamington. Era mayor que Roderick, veintiseis o veintisiete anos, y habitualmente habia oido hablar de ella como «bastante campechana», una «solterona por naturaleza», una «chica lista»: en otras palabras, era visiblemente fea, demasiado alta para ser una mujer, con las piernas y los tobillos gruesos. Tenia el pelo de un castano claro que, con un tratamiento adecuado, podria haber sido bonito, pero yo nunca lo habia visto arreglado, y ahora le colgaba secamente hasta los hombros, como si se lo hubiese lavado con jabon de cocina y despues se