El rubor se estaba retirando de sus mejillas, pero las facciones se le habian hundido un poco y parecia cansada. Mire por encima de su hombro la mesa de la cocina y vi la pila de verduras ya lavadas y peladas. Despues le mire las manos y me fije por primera vez en lo estropeadas que estaban, con las unas cortas partidas y los nudillos enrojecidos. Me parecio una lastima, porque pense que eran manos bastante bonitas.
Debio de ver la direccion de mi mirada. Se movio como cohibida, apartandose de mi, hizo una bola con el trapo y lo lanzo diestramente a la cocina de forma que aterrizara en la mesa junto a la bandeja embarrada.
– Le acompanare arriba -dijo, con aire de poner fin a mi visita. Y subimos en silencio los escalones de piedra, seguidos por el perro, que se nos metia entre las piernas y suspiraba y grunia mientras subia.
Pero en la vuelta de la escalera, donde la puerta de servicio daba a la terraza, encontramos a Roderick, que entraba en ese momento.
– Madre te esta buscando, Caroline -dijo-. Quiere saber que pasa con el te. -Me saludo con un gesto-. Hola, Faraday. ?Ha hecho un diagnostico?
Aquel «Faraday» me crispo un poco, ya que el tenia veinticuatro anos y yo casi cuarenta, pero antes de que pudiera contestar, Caroline se habia acercado a el y le habia cogido del brazo.
– ?El doctor Faraday cree que somos un poco brutos! -dijo, con un pequeno parpadeo-. Cree que hemos obligado a Betty a subir por la chimenea y cosas asi.
El sonrio debilmente.
– Es una idea, ?no?
– Betty esta bien -dije-. Una ligera gastritis.
– ?Nada contagioso?
– Desde luego que no.
– Pero tenemos que llevarle el desayuno a la cama -prosiguio Caroline- y mimarla en general, durante dias y dias. ?No es una suerte que sepa arreglarmelas en la cocina? Y a proposito… -Ahora me miro como es debido-. No huya de nosotros, doctor. A menos que tenga que irse. Quedese a tomar el te, ?quiere?
– Si, quedese -dijo Roderick.
Su tono era tan languido como siempre, pero el de ella parecia bastante sincero. Creo que queria resarcirme de nuestra discrepancia sobre Betty. Y en parte porque yo tambien queria congraciarme con ella -pero sobre todo, debo confesar, porque me di cuenta de que si me quedaba para el te veria mas de la casa-, dije que aceptaba. Se hicieron a un lado para dejarme pasar. Subi los ultimos peldanos y sali a un vestibulo desangelado, y vi el mismo arco con una cortina de pano a la que me habia llevado la amable sirvienta en 1919. Roderick subio despacio la escalera, mientras su hermana le tenia aun agarrado del brazo, pero al llegar arriba se separo de el y corrio la cortina como sin darle importancia.
Los pasillos desde alli estaban en penumbra y parecian anormalmente desnudos, pero aparte de esto eran como yo los recordaba, y la casa se extendia en forma de abanico: el techo se elevaba, el suelo de baldosa se convertia en marmol, seda y estuco reemplazaban a las desnudas paredes del servicio. Busque inmediatamente con los ojos el borde decorativo del que habia arrancado aquella bellota; despues me acostumbre a la oscuridad y vi consternado que una horda de vandalos escolares debian de haber manipulado el yeso desde el ataque que yo le infligi, porque se habian desprendido pedazos enteros, y lo que quedaba estaba agrietado y descolorido. El resto de la pared no estaba en mejor estado. Habia varios cuadros y espejos hermosos, pero tambien cuadrados mas oscuros y rectangulos donde evidentemente en otro tiempo habia habido pinturas. Un lienzo de muare estaba desgarrado, y alguien lo habia remendado y zurcido como un calcetin.
Me volvi hacia Caroline y Roderick, esperando verles avergonzados o que me expresaran incluso alguna disculpa, pero pasaron de largo por el destrozo como si no les molestara en absoluto. Habiamos tomado el pasillo de la derecha, un trecho totalmente interior, iluminado solo por la luz de las habitaciones situadas en uno de los lados; y como la mayoria de las puertas estaban cerradas, incluso en aquel dia soleado habia charcos de sombra muy profundos. Cuando el labrador negro los iba cruzando, daba la impresion de que aparecia y desaparecia. El pasillo giraba noventa grados -a la izquierda, esta vez- y alli por fin se veia una puerta completamente abierta por donde se colaba una cuna borrosa de luz. Daba acceso a la habitacion, me dijo Caroline, donde la familia pasaba la mayor parte del tiempo, y que durante muchos anos se habia llamado «la salita».
El diminutivo, por supuesto, como yo ya me habia percatado, era algo relativo en Hundreds Hall. La habitacion media unos nueve metros de largo por unos seis de ancho, y la decoracion era un tanto febril, con mas molduras de adorno en el techo y las paredes, y una imponente chimenea de marmol. Al igual que en el pasillo, sin embargo, gran parte de los adornos estaban desconchados o agrietados, o habian desaparecido por completo. Las tablas del suelo, abombadas y crujientes, estaban cubiertas por alfombras raidas que se encabalgaban. Mantas de tartan ocultaban a medias un sofa combado. Cerca del hogar habia dos desvencijados sillones de orejas de terciopelo, y en el suelo, junto a ellos, habia un historiado orinal Victoriano, lleno de agua para el perro.
Y, no obstante, de algun modo sobresalia el encanto intrinseco de la habitacion, como los huesos hermosos por detras de una cara devastada. Todo era aroma de flores de verano: guisantes de olor, alhelies y resedas. La luz tenue y de tonalidad suave parecia encerrada, literalmente abrazada y contenida por las paredes y el techo claros.
Una puertaventana abierta daba a otro tramo de escalera de piedra que bajaba a la terraza y el cesped de aquel lado de la casa, la fachada sur. De pie en la cima de estos escalones, sacudiendose unas sandalias de calle y enfundandose unos zapatos en los pies con calcetines, estaba la senora Ayres. Un sombrero de ala ancha le cubria la cabeza, con un ligero panuelo de seda encima, bien atado debajo de la barbilla, y cuando sus hijos la vieron, se rieron.
– Madre, pareces salida de los primeros tiempos del automovilismo -dijo Roderick.
– Si -dijo Caroline-, ?o una apicultura! Ojala lo fueras; ?no estaria riquisima la miel? Este es el senor Faraday… El socio del doctor Graham, de Lidcote. Ya ha terminado con Betty y le he dicho que se quede a tomar el te.
La senora Ayres se adelanto, quitandose el sombrero, dejo que el panuelo le cayera suelto encima de los hombros, y extendio la mano.
– Encantada, doctor Faraday. Muchisimo gusto en que por fin nos presenten como es debido. He estado trabajando en el jardin… o, al menos, haciendo como que trabajaba en esta selva… Asi que espero que disculpe mi aspecto dominguero. ?Y no es extrano? -Alzo el reves de la mano para apartarse un mechon de la frente-. Cuando era nina, los domingos significaban que una se ponia de punta en blanco. Tenias que estar sentada en un sofa con guantes de encaje blancos y apenas te atrevias a respirar. Ahora los domingos significan trabajar como un basurero, y vestirse igual, tambien.
Sonrio, y los altos pomulos se le alzaron aun mas en su cara con forma de corazon, dando un sesgo malicioso a sus bonitos ojos oscuros. Habria sido dificil imaginar una figura menos parecida a un basurero, pense, porque parecia perfectamente arreglada, con un vestido de lino gastado y el pelo largo recogido con horquillas que mostraba la elegante linea de su cuello. Habia sobrepasado holgadamente los cincuenta, pero conservaba una buena silueta y tenia el pelo casi tan moreno como debia de tenerlo el dia en que me entrego la medalla del Dia del Imperio, cuando era mas joven que su hija ahora. Algo en ella -quiza el panuelo, o lo bien que le sentaba el vestido, o el movimiento de las caderas dentro de el-, algo, en cualquier caso, parecia prestarle un aire afrancesado, ligeramente disonante con el trigueno aire ingles de sus hijos. Me senalo con un gesto uno de los sillones junto a la chimenea y se sento en el de enfrente; al sentarse me fije en los zapatos que acababa de ponerse. Eran de charol oscuro, con una tira color crema, de tan buena factura que solo podian ser de antes de la guerra y, como otros calzados de mujer bien hechos, de una confeccion absurdamente exagerada para la vision de un hombre -como pequenos chismes ingeniosos sin sentido- y que distraian levemente.
En la mesa junto a su sillon habia un montoncito de anillos voluminosos y anticuados, con los que empezo a juguetear uno por uno. Debido al movimiento de sus brazos, el panuelo de seda