Vi que la senora Ayres miraba la pierna vellosa de su hija.

– La verdad, querida, me gustaria que te pusieras calcetines. El doctor Faraday va a pensar que somos unos salvajes.

Caroline se rio.

– Hace demasiado calor para llevar calcetines. ?Y me extranaria mucho que el doctor Faraday no hubiera visto nunca una pierna desnuda!

Pero al cabo de un momento doblo la pierna y se esforzo en sentarse con mayor recato. Frustrado, Gyp seguia tumbado patas arriba, con las pezunas dobladas. Despues rodo para volver a sentarse y empezo a morderse timidamente una pata.

El humo azulado del cigarrillo de Roderick flotaba en el aire caluroso y quieto. En el jardin, un pajaro emitio un trino vibrante y distintivo, y volvimos la cabeza para escucharlo. Recorri de nuevo la habitacion con la mirada y admire todos los detalles hermosos y desvaidos; despues, girando aun mas en mi asiento, tuve, con un sobresalto de sorpresa y placer, mi primera vision propiamente dicha del paisaje a traves de la puertaventana abierta. La hierba alta se extendia hasta unos treinta o cuarenta metros de la casa. La rodeaban parterres y terminaba en una verja de hierro forjado. Pero la verja daba a un prado, que a su vez daba a los campos del parque, que se perdian a lo lejos hasta mas de un kilometro de distancia. Al fondo de ellos se vislumbraba apenas el muro que delimitaba Hundreds, pero como mas alla del muro habia tierra de pasto que se adentraba en trigales y terrenos de labranza, la perspectiva continuaba sin interrupcion y terminaba solo donde sus colores mas claros se fundian totalmente con la neblina del cielo.

– ?Le gusta nuestra vista, doctor Faraday? -me pregunto la senora Ayres.

– Si -dije, volviendome hacia ella-. ?Cuando se construyo esta casa? ?En 1720? ?1730?

– Que inteligente es usted. Se acabo de construir en 1733.

– Si -asenti-. Creo ver la idea que tenia el arquitecto: los pasillos sombreados a lo largo de habitaciones grandes y luminosas.

La senora Ayres sonrio, pero fue Caroline la que me miro como complacida.

– A mi tambien me ha gustado siempre eso -dijo-. Parece que a otras personas les disgustan un poco nuestros pasillos sombrios… ?Pero deberia ver esto en invierno! Tapiariamos gustosos todas las ventanas. El ano pasado vivimos dos meses practicamente en esta unica habitacion. Roddie y yo trajimos nuestros colchones y dormimos aqui como ilegales. Las tuberias se congelaron, el generador se averio; fuera habia carambanos de un metro de largo. No nos atreviamos a salir de casa, por miedo a quedarnos ensartados… Usted vive encima de la consulta, ?no? ?En la antigua casa del doctor Gill?

– Si -dije-. Me mude alli cuando empece de ayudante y desde entonces no me he movido. Es un alojamiento muy sencillo. Pero mis pacientes lo conocen, y esta bien para un soltero, supongo.

Roderick desprendio ceniza de su cigarro con un golpecito.

– El doctor Gill era todo un personaje, ?no? -dijo-. Entre en su consulta una o dos veces cuando era nino. Tenia un frasco grande de cristal que el decia que usaba para guardar sanguijuelas. Me dio un susto de muerte.

– Oh, te asustabas por todo -dijo su hermana, antes de que yo pudiera responder-. Era muy facil meterte miedo. ?Te acuerdas de aquella chica gigantesca que trabajaba en la cocina cuando eramos pequenos? ?Tu te acuerdas, madre? ?Como se llamaba? ?Maiy? Media uno ochenta y seis, y tenia una hermana de casi uno ochenta y ocho. Una vez papa le hizo probarse una bota suya. Habia apostado con el senor McLeod a que la bota le quedaria pequena. Y tenia razon. Pero lo mas increible eran sus manos. Retorcia los trapos mejor que un rodillo. Y tenia siempre los dedos frios…, siempre helados, como salchichas recien salidas de la nevera. Yo le decia a Roddie que ella entraba en su habitacion cuando estaba dormido y metia las manos debajo de las mantas para calentarselas; y el lloraba de miedo.

– Vibora -dijo Roderick.

– ?Como se llamaba?

– Creo que Miriam -dijo la senora Ayres, al cabo de un momento de reflexion-. Miriam Arnold, y su hermana se llamaba Margery. Pero tambien habia otra chica menos grandullona: se caso con un Tapley, y los dos se fueron a trabajar a alguna casa del condado, el de chofer y ella de cocinera. Miriam se fue a servir a casa de la senora Randall, creo. Pero a ella no le cayo bien y solo la tuvo un par de meses. No se que fue de Miriam despues.

– Quiza la contrataron para dar garrote -dijo Roderick.

– Quiza se unio a un circo -dijo Caroline-. ?Verdad que una vez tuvimos a una chica que se fugo para irse con un circo?

– Desde luego se caso con un artista de circo -dijo la senora Ayres-. Y eso le partio el corazon a su madre. Tambien a su prima, porque la prima, Lavender Hewitt, tambien estaba enamorada del artista, y cuando la otra chica se caso con el, dejo de comer y se habria muerto de hambre. La salvaron los conejos, como contaba su madre. Porque el unico plato al que no se podia resistir era el conejo estofado de su madre. Y durante una temporada dejamos que su padre soltara un huron en el parque para cazar todos los conejos que quisiera; y fueron ellos los que la salvaron…

La historia continuaba, Caroline y Roderick aportaban mas detalles; hablaban entre ellos mas que conmigo y, excluido del juego, mire primero a la madre y despues a la hija y al hijo y finalmente percibi el parecido entre ellos, no solo la semejanza de rasgos -las extremidades largas, los ojos muy arriba-, sino los pequenos matices de gesto y de habla de quienes forman parte de un clan. Y senti un destello de impaciencia hacia ellos -el mas debil atisbo de una oscura aversion-, y el placer que me causaba la salita se vio ligeramente empanado. Quiza renacio en mi la sangre campesina. Pero Hundreds Hall habia sido construida y mantenida, pense, por las mismas personas de quienes ahora se reian. Al cabo de doscientos anos, aquella gente habia empezado a dejar de trabajar para ellos, de tener fe en la casa; y esta se derrumbaba como una piramide de naipes. Entretanto alli estaba la familia, jugando todavia a la vida de terratenientes, con el estuco mellado en las paredes, las alfombras turcas raidas hasta la trama y la loza remachada…

La senora Ayres habia evocado a otra criada.

– Oh, era una imbecil -dijo Roderick.

– No era una imbecil- dijo Caroline, imparcialmente-. Pero es cierto que tenia pocas luces. Recuerdo que una vez me pregunto que era un lacre y le dije que era un tipo de cera muy especial que se ponia en los techos. La hice subirse a una escalera para que intentara poner lacre en el techo del despacho de papa. Y fue una chapuza horrible, y la pobre chica se metio en un buen lio.

Movio la cabeza, avergonzada, pero riendose otra vez. Despues nuestras miradas se cruzaron y debio de ver mi expresion glacial. Trato de reprimir sus sonrisas.

– Perdone, doctor Faraday. Ya veo que no lo aprueba. Y con mucha razon. Rod y yo eramos unos ninos espantosos, pero ahora somos mucho mas agradables. Supongo que estara pensando en la pobre Betty.

Di un sorbo de te.

– En absoluto. En realidad pensaba en mi madre.

– ?Su madre? -repitio ella, con un rastro de risa todavia en la voz.

Y en el silencio que siguio, la senora Ayres dijo:

– Por supuesto. Su madre fue ninera aqui en tiempos, ?no? Recuerdo haberlo oido. ?Cuando estuvo aqui? Creo que un poco antes de mi epoca.

Lo dijo con un tono tan suave y tan amable que casi me avergonce, porque el mio habia sido mordaz.

– Mi madre estuvo aqui hasta alrededor de 1907. Aqui conocio a mi padre, que era despensero. Un idilio encubierto, creo que puede decirse.

Caroline dijo, vacilante:

– Que divertido.

– Si, ?verdad?

Roderick, sin decir nada, tiro mas ceniza del cigarrillo. Sin embargo, la senora

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