le resbalo de los hombros y cayo al suelo, y Roderick, que seguia de pie, se agacho con una torpe inclinacion a recogerlo y se lo volvio a poner alrededor del cuello.

– Mi madre parece que juegue a la caza del papel -me dijo mientras lo hacia-. Vaya a donde vaya, deja detras una estela de cosas.

La senora Ayres se ajusto mejor el panuelo, ladeando los ojos de nuevo.

– ?Ve como me maltratan mis hijos, doctor Faraday? Me temo que acabare mis dias como una de esas ancianas olvidadas a las que dejan morir de hambre en la cama.

– Oh, yo diria que te echaremos un hueso de vez en cuando, pobrecilla -bostezo Roderick, acercandose al sofa.

Se sento y esta vez fue inequivoca la torpeza de sus movimientos. Preste mas atencion, vi como se le arrugaban y empalidecian las mejillas y adverti cuanto le molestaba todavia la herida en la pierna, y el cuidado que ponia en ocultarlo.

Caroline habia ido a buscar el te y se habia llevado al perro con ella. La senora Ayres pregunto por Betty y parecio muy aliviada al saber que no era nada grave.

– Que lata para usted -dijo- tener que venir desde tan lejos. Debe de tener casos mas serios que atender.

– Soy medico de familia -dije-. La mayoria, me temo, son sarpullidos y cortes en los dedos.

– Seguro que esta siendo modesto… Aunque no veo porque hay que juzgar la valia de un medico por la gravedad de los casos que trata. En todo caso, deberia ser al reves.

Sonrei.

– Bueno, a todos los medicos les gusta un desafio de cuando en cuando. En la guerra pase mucho tiempo en los pabellones de un hospital militar, en Rugby. Lo anoro bastante. -Mire al hijo, que habia sacado una lata de tabaco y un librillo de papel de fumar y se estaba liando un cigarrillo-. Hice un poco de terapia muscular, casualmente. Tratamientos electricos y esas cosas.

El lanzo un grunido.

– Quisieron que me sometiera a uno de esos, despues de estrellarme. No podia ausentarme de la finca.

– Una lastima.

– Roderick estuvo en la aviacion -dijo la senora Ayres-, doctor, como supongo que sabe.

– Si. ?En que tipo de acciones participo? Bastante fuertes, me figuro.

Ladeo la cabeza y saco la mandibula, para llamar la atencion sobre sus cicatrices.

– Viendo esto, cabria pensarlo, ?no? Pero la mayoria de mis vuelos fueron de reconocimiento, asi que no puedo reclamar mucha gloria. Al final me derribo un poco de mala suerte en la costa del sur. Pero el otro tio se llevo la peor parte; el y mi copiloto, pobre diablo. Yo acabe con estas bonitas marcas y la rodilla destrozada.

– Lo lamento.

– Oh, supongo que usted vio cosas mucho peores en aquel hospital. Pero perdone mis modales. ?Le puedo ofrecer un pitillo? Fumo tantos de esta porqueria que me olvido de que estoy fumando.

Mire el cigarrillo que habia liado -que era bastante asqueroso, la clase de cigarros que los estudiantes de medicina llamabamos «clavo de ataud»- y decidi abstenerme. Y aunque tenia un tabaco decente en el bolsillo, no quise sacarlo para no avergonzarle. Asi que dije que no con la cabeza. De todas formas, me daba la impresion de que solo me lo habia ofrecido para cambiar de conversacion.

Quiza su madre tambien penso lo mismo. Miro a su hijo con una expresion preocupada, pero se volvio hacia mi sonriendo y dijo:

– La guerra parece lejos ahora, ?no? ?Como ocurrio, en solo dos anos? Tuvimos a una unidad del ejercito alojada aqui durante una temporada, ?sabe? Dejaron cosas raras alrededor del parque, alambradas, planchas de hierro: se estan oxidando, como algo de otra epoca. Dios sabe cuanto durara esta paz, por supuesto. He dejado de oir los noticiarios; demasiado alarmantes. El mundo parece gobernado por cientificos y generales, todos jugando con bombas como tantos colegiales.

Roderick encendio una cerilla.

– Oh, estaremos a salvo, aqui en Hundreds -dijo, con la boca apretada alrededor del cigarrillo y el papel llameando, peligrosamente cerca de las cicatrices de sus labios-. Es la autentica vida tranquila, aqui en Hundreds.

Mientras hablaba se oyo el sonido de las patas de Gyp sobre el suelo de marmol del pasillo, como el chasquido de las cuentas de un abaco, y el golpeteo de las sandalias planas de Caroline. El perro empujo la puerta con el hocico, algo que debia hacer a menudo, porque el quicio estaba oscurecido por el roce de su pelo, y los paneles inferiores de la hermosa puerta vieja estaban tambien desportillados, en las partes donde Gyp u otros perros antes que el habian rascado repetidamente la madera.

Caroline entro con una bandeja de aspecto pesado. Roderick se agarro del brazo del sofa y empezo a incorporarse para ayudarla, pero yo me adelante.

– Permitame.

Me miro agradecida -no tanto por mi causa, pense, como por la de su hermano-, pero dijo:

– No hay problema. Recuerde que estoy acostumbrada.

– Por lo menos dejeme que le haga un hueco.

– ?No, lo hare yo misma! Asi sabre hacerlo, cuando me vea obligada a ganarme la vida en un hotel Corner House. Gyp, quitate de en medio, ?quieres?

Yo retrocedi y ella deposito la bandeja entre los libros y periodicos de la mesa atestada, y luego sirvio el te y paso las tazas. Eran de una bella y antigua porcelana fina, y una o dos de ellas tenian asas remachadas; vi que las reservaba para la familia. Y despues del te sirvio platos de bizcocho: un bizcocho de frutas, cortado en rebanadas tan finas que supuse que habia aprovechado al maximo una provision bastante escasa.

– ?Que bien estaria un bollo y mermelada y nata! -dijo la senora Ayres, cuando Caroline servia los platos-. O hasta una galleta de las buenas. Lo digo pensando en usted, doctor Faraday, no en nosotros. Nunca hemos sido golosos; y naturalmente… -volvio a adoptar una expresion picara-, como lecheros que somos, dificilmente se podria esperar que tuvieramos mantequilla. Pero lo peor del racionamiento es que casi ha destruido la hospitalidad. Me parece una lastima.

Suspiro, despedazando el bizcocho y hundiendolo con delicadeza en su te sin leche. Vi que Caroline habia partido por la mitad el suyo y se lo habia comido en dos bocados. Roderick habia dejado el plato a un lado para concentrarse en su tabaco y ahora, despues de arrancar perezosamente la corteza y las pasas, le lanzo a Gyp el resto del pastel.

– ?Roddie! -dijo Caroline, con tono de reproche.

Pense que protestaba por el desperdicio de comida, pero era que no le gustaba el ejemplo que su hermano le estaba dando al perro. Miro al animal a los ojos.

– ?Granuja! ?Sabes que esta prohibido mendigar! Mire como me mira de reojo, doctor Faraday. El muy pillo.

Se quito la sandalia de un pie, extendio la pierna -vi entonces que tenia las piernas desnudas, bronceadas y sin depilar- y le clavo los dedos en el anca.

– Pobrecillo -dije educadamente, al ver la expresion triste del perro.

– No se deje enganar. Es un comediante redomado…, ?verdad que si? ?Shylock!

Le dio otro empujon con el pie y despues lo transformo en una caricia ruda. Al principio, ante la presion, el perro intento conservar el equilibrio; luego, con el aire derrotado y ligeramente perplejo de un viejo desvalido, se tumbo a los pies de Caroline, levantando las extremidades y mostrando el pelaje gris del pecho y la barriga pelada. Caroline le empujo mas fuerte.

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