– Demasiado, a veces.
– Todos esos sarpullidos y cortes. Oh, eso me recuerda… -Se metio la mano en el bolsillo-. ?Que le debo por la visita a Betty?
Al principio no quise coger el dinero, pensando en la generosidad de su madre con la foto. Como el insistio, dije que le enviaria una factura. Pero el se rio y dijo:
– Oiga, si yo fuera usted, cogeria el dinero cuando se lo ofrecen. ?Cuanto cobra? ?Cuatro chelines? ?Mas? Vamos. Todavia no hemos llegado a la etapa de necesitar limosnas.
Asi que a reganadientes le dije que me diera cuatro chelines por la visita y la receta. Saco un punado caliente de calderilla y conto las monedas en la palma de la mano. Al hacerlo cambio de postura, y el movimiento debio de alterarle un poco, porque volvio a fruncir las mejillas, y esta vez estuve a punto de decirselo. Sin embargo, al igual que con el tabaco, no quise incomodarle y desisti. El se cruzo de brazos y aparento que se encontraba perfectamente mientras yo arrancaba el coche, y al partir alzo languidamente una mano hacia mi, y despues se volvio y se dirigio hacia la casa. Pero segui observandole por el espejo retrovisor y vi lo penoso que le resultaba subir los peldanos hasta la puerta de entrada. Vi como la casa parecia tragarle cuando entro renqueando en el vestibulo oscuro.
Despues el sendero trazo un giro entre arbustos sin podar, el coche empezo a cobrar velocidad y dar bandazos, y la casa se perdio de vista.
Aquella noche, como hacia muchos domingos, cene con David Graham y su mujer, Anne. El caso de urgencia de Graham habia salido bien, contra todo pronostico, y pasamos la mayor parte de la comida comentandolo, y solo cuando empezabamos el pudin de manzanas asadas mencione que por la tarde habia sustituido a Graham en la visita a Hundreds Hall. De inmediato parecio sentir envidia.
– ?Si? ?Como es ahora? Hace anos que la familia no me llama. He oido que la finca se esta desmoronando; de hecho, que la estan dejando hecha una pocilga.
Describi lo que habia visto de la casa y los jardines.
– Es desgarrador verlo todo tan cambiado -dije-. No se si Roderick sabe lo que hace. No da esa impresion.
– Pobre Roderick -dijo Anne-. Siempre he pensado que es un buen chico. No se puede evitar compadecerle.
– ?Por las cicatrices y demas?
– Oh, en parte. Pero mas porque parece tan desorientado. Tuvo que crecer demasiado rapido, como todos los chicos de su edad. Pero el tenia que pensar en Hundreds, ademas de en la guerra. Y en cierto modo no salio a su padre.
– Bueno, eso podria estar a su favor -dije-. Recuerdo que el coronel era bastante brutal, ?no? Le vi una vez cuando yo era joven, hecho una furia con un conductor cuyo coche dijo que habia asustado a su caballo. ?Al final desmonto de un salto y le rompio un faro de una patada!
– Tenia malas pulgas, ya lo creo -dijo Graham, dando un bocado de manzana-. Al estilo de los antiguos hacendados.
– Un bravucon de los de antes, en otras palabras.
– Bueno, no me hubiera gustado estar en su lugar. La mitad del tiempo debia de estar desquiciado por el dinero. Creo que la propiedad ya era deficitaria cuando el la heredo. Se que vendio tierras a lo largo de los anos veinte; recuerdo que mi padre decia que era como achicar agua de un barco que se hunde. ?He oido que los impuestos, cuando murio, fueron astronomicos! La verdad es que no entiendo como se las apana la familia.
– ?Y lo del accidente de Roderick? -dije-. He pensado que su pierna tiene mal aspecto. No se si le ayudaria un tratamiento de estimulacion electrica, en el supuesto de que me permitiese intentarlo. Parece que tienen a gala vivir alli como las Bronte, cauterizando sus heridas y yo que se… ?Te importaria?
Graham se encogio de hombros.
– No faltaria mas. Como he dicho, hace tanto tiempo que no me llaman que apenas puedo considerarme el medico de la familia. Recuerdo la lesion: una rotura seria, mal curada. Las quemaduras hablan por si mismas. -Dio otro bocado y se puso pensativo-. Cuando Roderick volvio a casa, creo que tambien tuvo algun trastorno nervioso.
Esto era nuevo para mi.
– ?De verdad? No pudo ser tan malo. Ahora, desde luego, esta muy relajado.
– Bueno, fue lo bastante serio como para que la familia lo mantuviera en secreto. Pero ya se sabe, todas esas familias son asi de susceptibles. Creo que la senora Ayres ni siquiera llamo a una enfermera. Cuido a Roderick ella misma, y luego trajo a Caroline a casa para que la ayudara, al final de la guerra. A Caroline le iba muy bien, ?no?, con algun rango en la seccion femenina de la marina, ?o era en la fuerza aerea? Claro que es una lumbrera de chica.
Dijo «lumbrera» del mismo modo que se lo habia oido decir a otras personas hablando de Caroline Ayres, y yo sabia que, al igual que ellas, empleaba la palabra mas o menos como un eufemismo para decir «fea». No conteste, y terminamos el pudin en silencio. Anne dejo su cuchara en el bol y se levanto de la silla para cerrar una ventana; estabamos cenando tarde y una vela iluminaba la mesa; el sol empezaba a ponerse y unas polillas revoloteaban alrededor de la llama. Y al sentarse de nuevo Anne dijo:
– ?Os acordais de la primera hija de Hundreds? ?De Susan, la nina que murio? Era guapa, como su madre. Fui a la fiesta en que cumplio siete anos. Sus padres le habian regalado un anillo de plata con un diamante de verdad engastado. ?Oh, como envidie aquel anillo! Y unos meses mas tarde murio… ?No fue de sarampion? Creo que fue de algo asi.
Graham se estaba limpiando la boca con una servilleta.
– ?No fue difteria? -dijo.
Anne hizo una mueca al pensarlo.
– Eso es. Una muerte tan desagradable… Recuerdo el entierro. El pequeno ataud y todas las flores. Montones de flores.
Y cai en la cuenta de que yo tambien recordaba el entierro. Recuerdo que estaba con mis padres en la calle mayor de Lidcote cuando paso el feretro. Recuerdo a la senora Ayres, joven, con un espeso velo negro, como una novia espectral. Recuerdo a mi madre, llorando en silencio; a mi padre con la mano en mi hombro; los colores nuevos y el fuerte olor agrio de mi blazer y mi gorra del colegio.
Por alguna razon, el recuerdo me deprimio mas de lo normal. Anne y la sirvienta retiraron los platos y Graham y yo nos quedamos sentados a la mesa, hablando de diversos asuntos profesionales, lo cual me deprimio aun mas. Graham era mas joven que yo, pero le iba bastante bien: habia empezado a ejercer como hijo de un medico, con el respaldo de dinero y posicion. Yo habia empezado a trabajar como una especie de aprendiz con el socio de su padre, el doctor Gill: aquel «personaje», como le habia llamado pintorescamente Roderick; en realidad, el viejo demonio era un holgazan que, so pretexto de que era mi patrono, gradualmente me habia dejado comprarle su parte de la sociedad durante largos y duros anos mal pagados. Gill se habia jubilado antes de la guerra y vivia en una casa agradable, medio de madera, cerca de Stratford-Avon. Hasta hacia muy poco yo no habia empezado a ganar dinero. Ahora que se avecinaba la Seguridad Social, parecia acabada la epoca de los medicos privados. Para colmo, mis pacientes mas pobres tendrian pronto la posibilidad de abandonar mi lista e inscribirse en la de otro colega, reduciendo notablemente de este modo mis ingresos. La idea me habia costado ya varias malas noches.
– Los perdere a todos -le dije a Graham, posando los codos en la mesa y frotandome cansinamente la cara.
– No seas idiota -respondio-. No tienen mas motivos para dejarte a ti que para dejarme a mi… o a Seeley, o a Morrison.
– Morrison les da cantidades de jarabe para la tos y sales minerales -dije-. A ellos les gusta eso. Seeley tiene modales, sabe tratar a las mujeres. Tu eres un tipo como de la familia, simpatico, limpio, guapo; tambien les gusta eso. Yo no les gusto. Nunca les he gustado. Nunca han sabido donde ubicarme. No soy cazador ni juego al bridge, pero tampoco juego a los dardos ni al futbol. No soy lo bastante distinguido