grande y negro olisqueando en el polvo. Serian como las siete y media. El sol estaba todavia muy alto, pero el cielo empezaba a adquirir un tono rosado; habia terminado mis consultas de la tarde y me dirigia a visitar a un paciente en uno de los pueblos vecinos. El perro empezo a ladrar cuando vio mi coche, y cuando levanto la cabeza y avanzo vi el color gris de su piel y reconoci a Gyp, el viejo labrador de Hundreds Hall. Un segundo despues vi a Caroline. Estaba justo al borde de la carretera, en el lado de sombra. Sin sombrero y con las piernas desnudas, estaba internandose en uno de los setos; se las habia arreglado para meterse tan profundamente entre las zarzas que si Gyp no me hubiera alertado habria pasado de largo sin verla. Al acercarme mas, vi que le decia al perro que se callara; volvio la cabeza hacia el coche y entorno los ojos para protegerse de lo que debio de ser la luz deslumbradora del parabrisas. Adverti que le cruzaba el pecho la correa de una cartera, y que llevaba lo que me parecio que era un panuelo manchado, convertido en un hatillo como el de Dick Whittington. En cuanto estuve a su altura, frene y la llame por la ventanilla abierta.
– ?Se escapa de casa, senorita Ayres?
Ella me reconocio entonces y sonrio, y empezo a salir de los arbustos. Lo hizo con cautela, alzando la mano para liberarse de las zarzas, y finalmente dio un salto hasta la superficie polvorienta de la carretera. Sacudiendose la falda -llevaba el mismo vestido de algodon que la ultima vez que la vi y que tan mal le sentaba-, dijo:
– He ido al pueblo a hacer unos recados para mi madre. Pero despues me ha tentado el sendero. Mire.
Abrio con cuidado el panuelo y comprendi que lo que me habian parecido manchas eran en realidad restos de jugo de color purpura: habia forrado la tela con acederas y la estaba llenando de moras. Selecciono para mi una de las mas grandes y le quito el polvo soplando levemente antes de darmela. Me la meti en la boca y senti como se deshacia contra la lengua, caliente como sangre e increiblemente dulce.
– ?A que esta buena? -dijo ella, cuando yo la tragaba. Me dio otra y ella, a su vez, se comio una-. Mi hermano y yo veniamos a recoger moras aqui cuando eramos ninos. Es el mejor sitio de todo el condado. No se por que. Aunque cualquier otro sitio este seco como el Sahara, la fruta aqui es siempre buena. Debe de regarlas un manantial o algo asi.
Se llevo un pulgar a la comisura de la boca para limpiarse un reguero de jugo oscuro, y fingio que fruncia el ceno.
– Pero era un secreto de la familia Ayres, y no deberia haberme ido de la lengua. Ahora me temo que tendre que matarle. ?O me jura que no se lo dira a nadie?
– Lo juro -dije.
– ?Palabra de honor?
Me rei.
– Palabra de honor.
Cautelosamente me dio otra mora.
– Bueno, supongo que tendre que fiarme de usted. De todos modos, debe de ser de pesima educacion matar a un medico: un poco menos que matar a un albatros. Y muy dificil, ademas, porque ustedes deben de saberse todas las manas.
Se echo hacia atras el pelo y parecia contenta de charlar, de pie como a un metro de la ventanilla, alta y desenvuelta con aquellas piernas algo gruesas; y como yo era consciente de que el motor en marcha gastaba combustible, lo apague. El coche parecio hundirse, como feliz de que lo liberasen, y note el peso empalagoso y la extenuacion del aire veraniego. Desde el otro lado de los campos, amortiguados por el calor y la distancia, llegaban los chirridos y chasquidos de la maquinaria agricola, y voces que gritaban. Aquellas tardes suaves de finales de agosto, los braceros trabajaban hasta pasadas las once de la noche.
Caroline escogio mas moras. Ladeando la cabeza, dijo:
– No ha preguntado por Betty.
– Estaba a punto de hacerlo -dije-. ?Como esta? ?Ha tenido mas problemas?
– ?Ninguno! Paso un dia en la cama y se recupero como por ensalmo. Desde entonces hacemos lo posible para que se sienta a gusto. Le dijimos que no tiene que utilizar la escalera de atras, si no le gusta. Y Roddie le ha conseguido una radio que le ha levantado muchisimo los animos. Por lo visto su familia tenia una en su casa, pero se rompio durante una discusion. Ahora uno de nosotros tiene que ir a Lidcote una vez a la semana para recargar la pila, pero pensamos que vale la pena, si a ella la hace feliz… Pero diga la verdad. La medicina que nos envio era simple tiza, ?no? ?Contenia realmente
– No podria decirselo -respondi, altivamente-. La relacion medico-paciente, ya sabe. Ademas, podria usted denunciarme por mala praxis.
– ?Ja! -Puso una expresion compungida-. Ahi no corre ningun riesgo. No podriamos pagar los honorarios de un abogado…
Volvio la cabeza cuando Gyp lanzo unos ladridos agudos. Mientras hablabamos habia estado olfateando entre la hierba a la orilla del camino, pero ahora hubo un revuelo agitado al otro lado del seto y desaparecio por un hueco entre las zarzas.
– Esta persiguiendo a un pajaro, el muy estupido -dijo Caroline-. Antes teniamos pajaros aqui; ahora son del senor Milton. No le hara ninguna gracia si Gyp atrapa a una perdiz. ?Gyp! ?Gyppo! ?Vuelve aqui! ?Ven
Fue a buscarlo, lanzandome deprisa el panuelo con las moras. La vi inclinarse hacia el seto, sin dar muestras de miedo a las aranas o a las espinas, y se le engancho otra vez el pelo castano. Tardo unos minutos en recuperar al perro, y cuando el volvio trotando hasta el coche, con un aire enormemente satisfecho de si mismo, la boca abierta y la lengua rosa colgando, me acorde de mi paciente y dije que tenia que marcharme.
– Bueno, llevese unas moras -dijo Caroline, risuena, cuando arranque el coche.
Pero al ver que ella empezaba a escogerlas se me ocurrio que yo iba mas o menos en direccion hacia Hundreds, y como era un trayecto de unos cuatro o cinco kilometros me ofreci a llevarla. Titubee al respecto, pues no sabia si ella aceptaria; aparte de todo lo demas, parecia tan a sus anchas en aquel polvoriento camino rural como un vagabundo o un gitano. Ella tambien parecio dudar cuando se lo dije, pero resulto que simplemente se lo estaba pensando. Echo un vistazo a su reloj de pulsera y dijo:
– Me gustaria mucho. Y le agradeceria aun mas si me dejase en el camino que lleva a nuestra granja, en vez de en las puertas del parque. Mi hermano esta alli. Iba a dejarle trabajando. Supongo que les vendra bien una ayuda; suelen necesitarla.
Dije que la llevaria encantado. Abri la puerta del pasajero para que Gyp subiera al asiento trasero, y en cuanto termino de dar vueltas y de removerse nervioso, Caroline volvio a bajar el asiento de delante y se sento a mi lado.
Note su peso al sentarse, por la inclinacion y el crujido del coche, y de repente pense que ojala el auto no fuera tan pequeno y antiguo. A ella, sin embargo, no parecio importarle. Puso la cartera plana sobre las rodillas, deposito encima el panuelo con las moras y lanzo un suspiro de placer, sin duda contenta por estar sentada. Calzaba sus sandalias de chico, de suela plana, y aun llevaba las piernas sin depilar; me fije en que cada hebra de pelusa estaba llena de polvo, como la pestana de un ojo morado.
En cuanto arrancamos me ofrecio otra mora, pero esta vez decline el ofrecimiento porque no queria comerme toda su cosecha. Ella cogio otra y le pregunte por su madre y su hermano.
– Madre esta bien -respondio, despues de tragar-. Gracias por preguntar. Le agrado mucho conocerle aquel dia. Le gusta saber quien es quien en el condado. Ya sabe que salimos mucho menos que antes, y como es bastante orgullosa con las visitas, estando la casa tan destartalada, se siente un poco aislada. Roddie…, bueno, esta como siempre, trabajando mucho y
– Si, me lo figuraba.
– No se hasta que punto le duele realmente. Mucho, sospecho. Dice que no tiene