tiempo de empezar un tratamiento. Creo que lo que quiere decir es que no hay dinero para eso.
Era la segunda vez que habia mencionado el dinero, pero ahora no hubo rastro de afliccion en su voz, sino que lo dijo como si simplemente dejara constancia de algo. Cambie de marcha en una curva de la carretera y dije:
– ?Tan mal van las cosas? -Y como ella no contesto enseguida-: ?Le molesta que pregunte?
– No, en absoluto. Solo estaba pensando que responder… Van bastante mal, para serle sincera. No se como de mal, porque Rod lleva toda la contabilidad y es muy reservado. Lo unico que dice es que el se encarga de sacarnos adelante. Los dos procuramos ocultar la gravedad de la situacion a mi madre, pero incluso para ella debe de ser evidente que las cosas en Hundreds nunca volveran a ser como eran. Para empezar, hemos perdido muchas tierras. Ahora los ingresos de la granja son mas o menos los unicos que tenemos. Y el mundo ha cambiado, ?no? Por eso estamos empenados en conservar a Betty. No sabe la diferencia que supone para el humor de mi madre poder llamar a una sirvienta, como en los viejos tiempos, en lugar de tener que recorrer nosotros mismos todo el camino hasta la cocina para traer una jarra de agua caliente o lo que sea. Estas cosas significan mucho. Fijese, tuvimos servicio en Hundreds hasta que empezo la guerra.
De nuevo hablaba con toda naturalidad, como con una persona de su clase. Pero se quedo callada un segundo y despues se movio como cohibida y dijo, con un tono distinto:
– Dios, que superficiales debemos de parecerle. Lo siento mucho.
– No, en absoluto -dije.
Pero estaba claro lo que queria decir, y su turbacion visible solo sirvio para turbarme a mi. Ademas, la carretera por donde ibamos era la que yo recordaba que recorria de chico aproximadamente por aquella estacion del ano, para llevar pan con queso, el «tentempie» del mediodia, a los hermanos de mi madre que colaboraban en la cosecha de Hundreds. Sin duda a aquellos hombres les habria ilusionado pensar que, treinta anos mas tarde, yo, un medico titulado, estaria conduciendo mi propio coche con la hija del amo sentada a mi lado. Pero de pronto me invadio un absurdo sentimiento de torpeza y falsedad, como si mis tios, simples jornaleros, se me aparecieran delante, viesen que yo era un impostor y se rieran de mi.
Durante un rato, por tanto, no dije nada, ni tampoco Caroline, y parecio que habiamos perdido nuestra desenvoltura anterior. Era una lastima, porque era un trayecto agradable, con los setos coloridos y fragantes, cargados de escaramujo, valeriana roja y cremoso «vomitivo» blanco. Mas alla de donde unas cancelas interrumpian los arbustos se vislumbraban campos, algunos ya reducidos a rastrojos y tierra picoteados por grajos, y algunos todavia con trigo, y el rojo vivo de las amapolas veteaba la palida cosecha.
Llegamos al final del camino que llevaba a la granja de Hundreds y reduje la velocidad para entrar en la finca. Pero Caroline se enderezo como dispuesta a apearse.
– No se moleste en llevarme hasta alli. No esta lejos.
– ?Esta segura?
– Completamente.
– Vale, entonces.
Supuse que estaba harta de mi, y no se lo reprochaba. Pero cuando frene y deje el motor en marcha, ella extendio el brazo hacia la manija de la puerta y se detuvo al asirla. Volviendose a medias hacia mi, dijo, azorada:
– Muchas gracias por traerme, doctor Faraday. Perdone por lo que he dicho antes. Supongo que pensara lo que piensa tanta gente cuando ve Hundreds en su estado actual: que estamos locos de remate por seguir viviendo alli y esforzarnos en mantenerlo como era; que deberiamos… darnos por vencidos. La verdad es que sabemos que es una suerte haber vivido alli. Es como si tuvieramos que mantener la propiedad en orden, cumplir nuestra parte del trato. A veces la presion resulta agobiante.
Su tono era sencillo y
Mis complicados sentimientos empezaron a aclararse. Dije:
– No creo en absoluto que esten locos, senorita Ayres. Ojala pudiera hacer algo para aligerar la carga de su familia. Es el medico que llevo dentro, supongo. La pierna de su hermano, por ejemplo. He pensado que si pudiera examinarla mas a fondo…
Ella movio la cabeza.
– Es muy amable por su parte. Pero hablaba en serio, hace un momento, cuando le he dicho que no tenemos dinero para tratamientos.
– ?Y si renunciara a mis honorarios?
– ?Bueno, eso seria todavia mas amable! Pero no creo que mi hermano lo vea de esa manera. Tiene un orgullo algo tonto para esta clase de cosas.
– Ah -dije-, pero quiza hubiera un modo de sortear ese escollo…
Tenia metida esta idea en la cabeza desde mi visita a Hundreds; ahora, mientras hablaba, termine de elaborarla. Le hable de mis exitos precedentes utilizando la estimulacion electrica para tratar heridas musculares muy parecidas a las de su hermano. Dije que las bobinas de induccion se veian muy raramente fuera de las consultas de los especialistas, donde solian usarse para heridas muy recientes, pero que yo tenia el presentimiento de que podian aplicarse a muchos otros casos.
– Hay que convencer a los medicos -dije-. Exigen pruebas. Tengo el instrumental, pero no siempre surge el caso adecuado. Si yo tuviera el paciente idoneo y tomara nota del procedimiento a medida que lo fuera aplicando, y redactase un informe al respecto…, bueno, el paciente casi me estaria haciendo un favor. Ni por asomo se me ocurriria cobrarle.
Ella entorno los ojos.
– Empiezo a ver el contorno nebuloso de un acuerdo estupendo.
– Exactamente. Su hermano ni siquiera tendria que venir a mi consulta: la maquina es transportable, podria traerla al Hall. No puedo jurar que dara resultado, por supuesto. Pero si pudiera conectarle, pongamos, una vez por semana durante dos o tres meses, es posible que notara una mejoria enorme… ?Que le parece?
– ?Me parece maravilloso! -dijo ella, como si de verdad le entusiasmara la idea-. Pero ?no tiene miedo de perder el tiempo? Seguro que hay casos que lo merecen mas.
– El de su hermano ya me parece muy apropiado -dije-. Y en cuanto a perder el tiempo… Bueno, para serle totalmente franco, no creo que a mi reputacion en el hospital del distrito le perjudique en absoluto que tome la iniciativa en un intento de este tipo.
Era absolutamente cierto; aunque habia sido muy sincero con ella, habria anadido que tambien albergaba la esperanza de impresionar a los ricos de la zona, que si se enteraban de mi exito al tratar las dolencias de Roderick Ayres, quiza por primera vez en veinte anos se parasen a pensar en llamarme para que echara un vistazo a las suyas… Hablamos del asunto unos minutos, con el motor del coche al ralenti, y como ella se emocionaba cada vez mas al oir mis palabras, al final dijo:
– Oiga, ?por que no viene conmigo a la granja ahora y se lo dice usted mismo a Roddie?
Consulte mi reloj.
– Bueno, tengo un paciente al que he prometido ver.
– Oh, pero ?no puede esperar un poco? Los pacientes tienen que saber esperar. Seguramente por eso los llaman pacientes… ?Solo cinco minutos, para explicarselo? ?Para decirle lo que me ha dicho a mi?
Hablaba ahora como una colegiala alegre, y era dificil resistirse a su entusiasmo. «De acuerdo», dije, y volvi a la carretera y, traqueteando a lo largo del corto trayecto, llegamos al patio adoquinado de la granja. Ante nosotros se alzaba la alqueria de Hundreds, un adusto edificio Victoriano. A nuestra izquierda estaba el corral de las vacas y el establo de ordeno. Habiamos llegado claramente poco antes de que terminaran de ordenar, pues un grupo pequeno de vacas aguardaba todavia, nerviosas y quejandose, a que las sacaran del corral. A las demas -unas cincuenta, calcule- se las divisaba en un cercado al otro lado del patio.
Nos apeamos y, acompanados por Gyp, echamos a andar sobre los adoquines. Era trabajoso: todos los patios de una granja estan sucios, pero aquel lo estaba especialmente, y el verano largo y