Ayres habia empezado a ponerse pensativa.

– ?Sabe? -dijo, levantandose-. Creo que… Quiza este equivocada.

Fue hasta la mesa, sobre la cual habia expuesta una serie de fotos de familia enmarcadas. Cogio una de ellas, la sostuvo en alto con el brazo extendido, la examino y movio la cabeza.

– Sin las gafas no estoy segura -dijo, dandome la foto-. Pero creo, doctor Faraday, que su madre podria estar ahi.

Era una pequena foto eduardiana con un marco de carey. Mostraba, con nitido detalle sepia, lo que al cabo de un momento comprendi que era la fachada sur de Hundreds, porque vi la puertaventana de la habitacion en la que estabamos sentados, abierta al sol de la tarde del mismo modo que ahora. Reunida en el cesped delante de la casa, estaba la familia de entonces, rodeada de un conjunto abarcable de sirvientes -ama de llaves, mayordomo, lacayo, ayudantes de cocina, jardineros-: formaban un grupo informal y casi renuente, como si la idea de la foto se le hubiera ocurrido tardiamente al fotografo y alguien hubiera ido a buscarlos a todos, apartandolos de otros quehaceres. La propia familia parecia muy a gusto, la senora de la casa -la anciana Beatrice Ayres, la abuela de Caroline y Roderick- sentada en una tumbona y su marido de pie a su lado, con una mano encima de su hombro y la otra metida relajadamente en el bolsillo de su planchado pantalon blanco. Repantigado con cierta desmana a sus pies estaba el esbelto joven de quince anos que al crecer se habia convertido en el coronel; se parecia mucho a Roderick tal como era ahora. Sentados junto a el en una alfombra de tartan, estaban sus hermanas y hermanos pequenos.

Mire mas atentamente a este grupo. La mayoria eran ninos mas mayores, pero el mas pequeno, un bebe aun, estaba en los bazos de una ninera rubia. La camara ya habia disparado cuando el nino estaba tratando de liberarse, y la ninera entonces habia ladeado la cabeza para evitar sus posibles codazos. Su mirada, en consecuencia, no enfocaba a la camara y sus facciones se veian borrosas.

Caroline habia abandonado su lugar en el sofa y habia venido a examinar la foto conmigo. De pie a mi lado, encorvada, retirando hacia arriba un mechon de pelo castano seco, dijo en voz baja:

– ?Es su madre, doctor Faraday?

– Es posible -dije-. Pero tambien… -Justo detras de la chica de aspecto torpe, ahora vi que habia otra sirvienta, tambien de pelo rubio y con un vestido y una cofia identicos. Me rei, azorado-. Podria ser esta otra. No estoy seguro.

– ?Su madre vive todavia? Quiza pudiera ensenarle la foto.

Movi la cabeza.

– Mis padres han muerto. Mi madre murio cuando yo aun estaba en el colegio. Mi padre sufrio un ataque cardiaco pocos anos despues.

– Oh, lo siento.

– Bueno, hace ya tanto…

– Espero que su madre estuviera contenta aqui -dijo la senora Ayres, cuando Caroline volvio al sofa-. ?Usted que cree? ?Alguna vez hablo de la casa?

No respondi durante un segundo, recordando algunas de las historias de mi madre sobre su epoca en el Hall: que, por ejemplo, tenia que permanecer cada manana con las manos extendidas mientras el ama de llaves le examinaba las unas; que Beatrice Ayres entraba de vez en cuando sin anunciarse en los dormitorios de las criadas, sacaba sus cajas y repasaba sus pertenencias una por una… Finalmente dije:

– Creo que mi madre hizo buenas amigas aqui con las otras chicas.

La senora Ayres parecio complacida; quiza aliviada.

– Me alegra saberlo. Aquello era un mundo distinto para los sirvientes, por supuesto. Tenian sus propios pasatiempos, sus propios escandalos y diversiones. Su propia cena de Navidad.

Esto suscito mas recuerdos. No aparte los ojos de la foto, ligeramente desconcertado, lo confieso, por la fuerza de mis propios sentimientos, pues aunque habia hablado a la ligera, la inesperada aparicion de la cara de mi madre -si era su cara- me habia conmovido mas de lo que habria pensado. Al final deje la foto en la mesa que habia al lado de mi butaca. Hablamos de la casa y sus jardines, de los tiempos mas esplendidos que habian visto.

Pero segui mirando la fotografia mientras hablabamos, y mi distraccion debio de ser evidente. Habiamos acabado el te. Deje transcurrir unos minutos, despues mire al reloj y dije que tenia que irme. Cuando ya me levantaba, la senora Ayres dijo amablemente:

– Llevese la foto, doctor Faraday. Me gustaria que la conservara.

– ?Llevarmela? -dije, sobresaltado-. Oh, no, no podria.

– Si, llevesela. Llevesela como esta, con marco y todo.

– Si, quedesela -dijo Caroline, mientras yo seguia protestando-. No olvide que yo hare las tareas de casa mientras Betty se repone. Agradecere muchisimo que haya una cosa menos que limpiar.

Asi que les di las gracias, sonrojado y casi tartamudeando.

– Es muy amable por su parte. Es…, la verdad, excesivo.

Me dieron un pedazo de papel de estraza con el que envolver la foto y la guarde a buen recaudo en mi maletin. Me despedi de la senora Ayres y palmee la cabeza caliente y oscura del perro. Caroline, que ya se habia puesto de pie, se dispuso a acompanarme hasta el coche. Pero Roderick se adelanto, diciendo:

– No te preocupes, Caro. Yo le acompano.

Se levanto con esfuerzo del sofa, haciendo muecas de dolor. Su hermana le observaba, inquieta, pero el estaba resuelto a acompanarme. Al fin cedio y me tendio su mano bien formada y mal cuidada para que se la estrechara.

– Adios, doctor Faraday. Estoy muy contenta de que hayamos encontrado esa foto. Piense en nosotros cuando la mire, ?lo hara?

– Si -dije.

Sali de la habitacion detras de Roderick y parpadee ligeramente al zambullirme de nuevo en la sombra. Me condujo hacia la derecha y pasamos por delante de mas puertas cerradas, pero enseguida el pasillo se ilumino y ensancho, y salimos a lo que supuse que era el vestibulo de la casa.

Y alli tuve que detenerme y mirar alrededor, porque el vestibulo era muy bello. El suelo era de marmol rosa y morado, dispuesto como un tablero de ajedrez. Las paredes eran lienzos de madera clara, rojizas porque reflejaban el color del pavimento. Lo dominaba todo, sin embargo, la escalera de caoba, que ascendia con una elegante espiral suave y cuadrada a traves de otras dos plantas, y su barandilla barnizada, rematada por una cabeza de serpiente, formaba una sola linea ininterrumpida. El hueco de la escalera media cuatro metros y medio de ancho y facilmente dieciocho de alto; y una cupula de cristal lechoso lo banaba en una luz fresca y afable desde el techo.

– Un bonito efecto, ?no? -dijo Roderick, al ver que yo miraba hacia arriba-. La cupula era una maldicion, desde luego, durante los apagones.

Tiro de la amplia puerta principal. Se habia humedecido en algun momento del pasado y estaba levemente alabeada, y al desplazarse sobre el marmol produjo un chirrido horrible. Me reuni con el en lo alto de los escalones y el calor del dia se dilataba a nuestro alrededor.

Roderick hizo una mueca.

– Todavia es abrasador, me temo. No le envidio el trayecto de vuelta a Lidcote… ?Que coche tiene? ?Un Ruby? ?Donde lo ha comprado?

El coche era un modelo muy basico y no tenia gran cosa que admirar. Pero era claramente uno de esos chicos que se interesaban por los automoviles, y le lleve hasta el Ruby para indicarle algunas caracteristicas, y al final abri el capo para ensenarle el diseno del motor.

– Estas carreteras rurales lo maltratan bastante -dije, al cerrar el capo.

– Me figuro. ?Cuanto recorrido hace mas o menos cada dia?

– ?Un dia tranquilo? Quince, veinte visitas. Un dia ajetreado puedo usarlo mas de treinta veces. Son visitas locales, la mayoria, aunque tengo un par de pacientes privados que viven en Banbury.

– Es un hombre atareado.

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