Pero ?de verdad se habia acostado con un bicho? Es decir, ?habia…? El solo merodeo mental a esa idea impensable hizo que se le aflojaran las piernas. Tuvo que sentarse en la cama para no caer. Y ese movimiento desperto al alienigena.

El bicho abrio los ojos y la miro. Unos ojos color miel de expresion melancolica. Era un omaa. Frenetica, Bruna intento recordar los datos que sabia sobre los omaas. Que eran los Otros que mas abundaban en la Tierra, porque ademas de la representacion diplomatica habia miles de refugiados que llegaron huyendo de las guerras religiosas de su mundo. Que esos refugiados eran los alienigenas mas pobres, justamente por su condicion de apatridas, y eso hacia que fueran los mas despreciados de entre todos los bichos. Que eran… ?hermafroditas? ?O esos eran los balabies? Maldicion de maldiciones. Terror le daba a Bruna tener que ver a su companero de cama de cuerpo entero.

Con cuidada lentitud e infinita calma, de la misma manera que un humano se moveria ante un animalillo del campo para no asustarlo, el bicho se sento en el lecho, desnudo de cintura para arriba y el resto tapado por la sabana. Ah, si, y ademas estos eran los traslucidos, penso Bruna con desmayada grima. Lo mas inquietante de los extraterrestres era su aspecto al mismo tiempo tan humano y tan alienigena. La imposible semejanza de su biologia. El omaa era grande y musculoso, una version robusta del cuerpo de un varon, con sus brazos y sus manos y sus unas al final de los… Bruna se detuvo a contar… de los seis dedos. Pero la cabeza, con el pelo hirsuto y las cejas tiesas, con esa nariz ancha que parecia un hocico y los ojos tristones, recordaba demasiado a la de un perro. Y luego estaba lo peor que era la piel, medio azulada, verdosa en las arrugas y, sobre todo, semitransparente, de manera que, dependiendo de los movimientos y de la luz, dejaba entrever retazos de los organos internos, rosados atisbos de palpitantes visceras. Por todos los demonios, ?que tacto tendria esa maldita cosa? No guardaba ninguna memoria de haber tocado esa piel, y, a decir verdad, tampoco queria recordarlo. ?Y ahora que iban a hacer? ?Preguntarse los nombres?

El bicho sonrio timidamente.

– Hola. Me llamo Maio.

Su voz tenia un ronco fragor de mar batiendo contra las rocas, pero se le entendia bien y su acento era mas que aceptable.

– Yo… soy Bruna.

– Encantado.

Un silencio erizado de preguntas no hechas se instalo entre ellos. ?Y ahora que?, se dijo la rep.

– ?Te acuerdas… te acuerdas de cuando llegamos a casa anoche? -pregunto al fin.

– Si.

– O sea que tu… Ejem, quiero decir, ?tu te acuerdas de todo?

– Si.

Por todos los demonios, penso Bruna, prefiero no seguir indagando.

– Bueno, Maio, tengo que irme, lo siento. Es decir, tenemos que irnos. Ya mismo.

– Bueno -dijo el bicho con una amabilidad rayana en la dulzura.

Pero no se movia.

– Venga, que nos vamos.

– Si, pero tengo que levantarme y vestirme. Y estoy desnudo.

Ah, si. ?Por supuesto! ?Eran asi de pudorosos los omaas? Aunque desde luego ella tampoco se encontraba preparada para verlo.

– Yo tambien me voy a vestir. Al cuarto de bano. Y mientras tanto, tu…

Bruna dejo la frase en el aire, agarro la misma ropa de la noche anterior para no entretenerse en buscar mas y se encerro en el bano. Aturdida, con la cabeza todavia partida en dos por el dolor, se dio una breve ducha de vapor y luego volvio a ponerse la falda metalizada y la camiseta. Gruno con desagrado al advertir que no tenia ropa interior a mano y al recordar lo que habia hecho con el tanga la noche antes. Ahora carecer de esa prenda le molestaba muchisimo. Se mojo la cara con un pequeno chorro de su carisima agua para intentar despejarse y luego abrio la puerta sigilosamente. Frente a ella, de pie junto a la cama, modoso como un perro ansioso de complacer, aguardaba el alienigena. Debia de medir mas de dos metros. Llevaba puesta una especie de falda tubular que le llegaba desde la cintura hasta la mitad de la pantorrilla. Entonces Bruna recordo que esa era la forma de vestirse de los omaas, con esas faldas de un tejido semejante a la lana esponjosa y con colores terrosos y calidos, ocre, vino, mostaza. Un atavio elegante, aunque la falda que usaba Maio estaba bastante raida. Pero lo peor era que, por arriba, llevaba una camiseta terricola espantosa, de esas que se regalaban como propaganda, con un chillon dibujo en el pecho que mostraba una cerveza espumeante. Era como dos tallas mas pequena de lo necesario y le quedaba a reventar sobre el robusto torax.

– Es para cubrirme. La camiseta. He notado que a los terricolas no os gusta ver las transparencias de la piel en el cuerpo -dijo el alien con su voz oceanica.

Si, claro, penso Bruna, los omaas iban normalmente con el pecho desnudo, cruzado tan solo por algunos correajes cuya utilidad la rep ignoraba. Tal vez se tratara de un simple adorno. En cualquier caso, con la camiseta estaba espantoso. Era como un mendigo sideral.

– Bueno. Bien. Vale. Entonces nos vamos -farfullo la detective.

Salieron del apartamento y en el camino de bajada se cruzaron con un par de vecinos. Bruna pudo ver la estupefaccion de sus ojos, el miedo, la repugnancia, la curiosidad. Lo que me faltaba, penso: ademas de ser rep, ahora voy con un bicho, y por anadidura un bicho con un ronoso aspecto de vagabundo. Al llegar a la calle se quedaron parados el uno frente al otro. ?Tendria que haberle ofrecido pasar al cuarto de bano?, penso Bruna sintiendo un aranazo de culpabilidad. ?Y no deberia haberle dado algo de desayuno? Si era un refugiado, como seguro que era, tal vez tuviera hambre. ?Y que comian estas criaturas? El problema era ese aire tristemente perruno del alien, esos ojos tan humanos como solo se encuentran en los chuchos, ese maldito aspecto de animalillo abandonado, pese a la envergadura de su corpachon. Por todos los demonios, penso Bruna, ella se habia acostado con alguna gente impresentable en sus noches mas locas, pero amanecer con un bicho era ya demasiado.

– Bueno. Pues adios -dijo la rep.

Y echo a caminar sin esperar respuesta, subiendose a la primera cinta rodante que encontro. Unos metros mas alla, poco antes de que la cinta hiciera una amplia curva para doblar la esquina, no pudo resistir la tentacion y miro hacia atras. El alien seguia de pie junto al portal, contemplandola con gesto desamparado. Anda y que te zurzan, penso Bruna. Y se dejo llevar por la cinta hasta perder al bicho de vista. Se acabo. Nunca mas.

?Y ahora adonde voy?, se pregunto. Y en ese justo momento entro una llamada en su movil. Era el inspector Paul Lizard. Curiosamente, se dijo Bruna, todavia se acordaba del nombre del Caiman.

– Tenemos una cita dentro de veinte minutos, Husky.

– Aja. No se me ha olvidado -mintio-. Estoy yendo para alla.

– Y entonces, ?por que vas en una cinta en direccion contraria?

La rep se irrito.

– Esta prohibido localizar a nadie por satelite si no cuentas con su permiso para hacerlo.

– En efecto, Husky, tienes toda la razon, salvo si eres inspector de la Judicial, como yo. Yo puedo localizar a quien me de la gana. Por cierto, vas a llegar tarde. Y si sigues avanzando en direccion contraria, tardaras aun mas.

Bruna corto el movil con un manotazo. Tendria que ir a ver a Lizard aunque no le hiciera ninguna gracia: su licencia de detective siempre dependia de lo bien que se llevara con la policia. Salto a la acera por encima de la barandilla de la cinta rodante y se puso a buscar un taxi. Era sabado, hacia un dia precioso y la avenida de Reina Victoria, con su arbolado parquecillo central, estaba llena de ninos. Eran ninos ricos que paseaban a sus robots de peluche con formas animales: tigres, lobos, pequenos dinosaurios. Una nena incluso revoloteaba a dos palmos del suelo con un reactor de juguete atado a la espalda, pese al precio prohibitivo con que se penaba ese derroche de combustible y el consiguiente exceso de contaminacion. Con lo que costaba una hora de vuelo de esa cria, un humano adulto podria pagarse dos anos de aire limpio. Bruna estaba acostumbrada a sobrellevar las injusticias de la vida, sobre todo cuando no las sufria en carne propia, pero ese dia se sentia especialmente irascible y la vision de la nina aumento su malhumor. Se recosto en el taxi y cerro los ojos, intentando relajarse. Le seguia doliendo la cabeza y no habia desayunado. Cuando llego a la sede de la Policia Judicial, media hora mas tarde, empezaba a sentirse verdaderamente hambrienta.

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