Amelie y Clara volvieron de la escuela y salimos los cuatro en bicicleta para ir a buscar a Diane a casa de la senora que la cuidaba. Patrice tenia un asiento en la parrilla para Clara, pero Amelie ya sabia pedalear sola, sin ruedecitas a los lados. Cruzamos la carretera y el terraplen delante de la escuela, pasamos por delante de la iglesia y despues enfilamos el sendero que llevaba al cementerio. Aquello es el campo de verdad, con pequenos valles y vacas. ?Vamos a decir hola a mama?, propuso Patrice. Dejamos las bicis apoyadas contra la tapia del cementerio y el cogio a Clara en brazos. La tumba de Juliette esta recubierta de tierra blanda y rodeada de grandes piedras redondas, pintadas de colores vivos por los ninos del pueblo. Cada cual ha escrito su nombre en la suya. Recorde el dia del entierro. Patrice habia leido en la iglesia un texto simple y conmovedor diciendo que habia perdido a su amor, Etienne a continuacion un texto vehemente, diciendo que la muerte no es dulce, y Helene, por ultimo, el que yo le habia visto escribir, diciendo que la pequena vida tranquila de Juliette no habia sido ni pequena ni tranquila, sino plenamente vivida y elegida. Tambien pronuncio una especie de homilia el padrino de Juliette, que era diacono y habia perdido a su hija enferma de cancer. Etienne me dijo mas tarde que no le habian gustado las sonrisas benignas, catolicas, con que acompanaba la noticia de que Juliette estaba ya cerca del Padre y que debiamos alegrarnos; al mismo tiempo reconocia que a algunas personas les hacia bien oir estas palabras, asi que ?por que no? La procesion posterior habia recorrido la carretera que yo acababa de recorrer con Patrice y sus hijas. No tuvo la menor solemnidad, pero estuvo bien asi. En lugar de meterlo en un coche funebre llevaban el ataud a hombros. Habia muchos ninos, muchas parejas jovenes: era el entierro de una mujer muy joven. Las cosas se torcieron delante de la tumba, porque Patrice, molesto igualmente por el discurso del diacono y lo que el consideraba remilgos de beatos, habia dicho que ahora cada cual podia despedirse de Juliette como se le antojara. Ya en la iglesia habia retirado la cruz depositada sobre el feretro. Como sus familiares, cree en la sinceridad y la espontaneidad en todas las circunstancias, es su manera de vivir y asi se siente a gusto, pero sin el decoro que aporta el ritual religioso todo se descompuso. En lugar de formar una fila y que cada uno, al llegar su turno, arrojara un poco de tierra sobre el ataud, la gente se disperso al buen tuntun, entregados a su iniciativa confusa, sin que nadie hiciera realmente lo que le apetecia, y sin duda, sin saber lo que era. La gente se empujaba al borde de la tumba, los ninos intentaban colocar los cantos rodados que les habian hecho pintar en la escuela. Un creyente, para poner un poco de orden, entono un avemaria que solo algunos corearon. La mayoria de los asistentes habia salido del cementerio y se congregaba en la carretera en grupitos silenciosos y consternados, algunos fumaban ya cigarrillos, nadie sabia si la ceremonia ya se habia terminado y fue el sepulturero el que decidio ponerle fin, al acercarse con la pala y verter su contenido dentro de la fosa. Cuando afrontaba la responsabilidad de un rito social, Patrice, en mi opinion, se embarullaba, pero a solas con sus hijas y conmigo era perfectamente natural, sus palabras eran sencillas y atinadas, pense que para las ninas aquellas visitas frecuentes al cementerio debian de ser tranquilizadoras. Clara, en los brazos de su padre, estaba callada, pero Amelie, como si fuera una visitante asidua, hacia la ronda de las tumbas vecinas. Le parecian menos bonitas que la de su madre. No me gusta el marmol, decia, me parece triste, y en su tono un poco sentencioso se adivinaba a la vez que repetia una frase oida en los labios de un adulto y que la repetia en cada visita, porque la repeticion le hacia bien. Yo la miraba preguntandome si la seguiria tratando cuando fuese una adulta. Sin duda que si, si escribia este libro. ?Yo seguiria estando con Helene? ?Participariamos juntos en la educacion de las tres ninas, como tan intensamente deseaba Helene? ?Las llevariamos de vacaciones todos los anos, y no solo el primer verano despues de la muerte de su madre? Dentro de diez anos, Amelie seria una muchacha en cuya vida tal vez yo habria desempenado un papel, el de una especie de tio que habia escrito un libro sobre sus padres, un libro en que se hablaba de ella cuando era nina. La imaginaba leyendo este libro y me dije que lo estaba escribiendo bajo la mirada de Amelie y la de sus dos hermanas.

Despues de cenar, lei un cuento a Clara para que se durmiera. Era la historia de un pequeno sapo que tiene miedo de estar completamente solo en la oscuridad, que oye ruidos raros y se refugia en la cama de papa y mama. Yo no tengo mama, dijo Clara. Mi mama ha muerto. Le dije: es verdad, y no se me ocurrio nada mas que anadir. Pensaba en mis propios hijos, en los cuentos que les contaba cuando eran pequenos. Pensaba que Helene y yo habiamos estado a punto de tener un hijo nuestro, que ella lo habia perdido justo despues de la muerte de su hermana, y que sin duda ya no tendriamos ninguno. Yo me acordaba de Clara durante la semana que habia pasado con Amelie en nuestra casa. Repetia: cuando volvamos a casa, a lo mejor mama esta alli. No podia evitar imaginar que en algun momento se abriria una puerta y su mama estaria alli, en el umbral. Pense que eran buenas las visitas frecuentes a la tumba: al menos existia un lugar donde Juliette estaba, no era en todas partes ni en ninguna. Poco a poco, dejaria de estar detras de todas las puertas.

Acostadas las ninas, Patrice y yo bajamos a su taller en el sotano, donde me habia preparado una cama. Me hablo de una historieta que estaba proyectando, una de sus historias habituales de caballeros y princesas, y que iba a titularse «El valiente». ?Ah, si? ?El valiente? Sonrei y el, haciendome eco, solto una risita de disculpa y al mismo tiempo de orgullo, que queria decir algo asi como: pues si, no cambiamos. Antes de acometer este proyecto, tenia un encargo, bosquejos de una pagina que sucedia en una perrera y cuyos personajes eran perros de caracter arquetipico: el rottweiler arisco, el caniche esnob, el dalmata con infulas, el mestizo simpatico del que adivine que tenia que ser el heroe positivo de estas historias. Cuando se lo comente, Patrice solto la misma risa, aquella risa que significaba: bravo, me has reconocido. El caballero valiente y el perro bastardo, ese soy yo. Era una tira ilustrada para ninos, un poco anticuada pero de un trazo delicado y seguro, y de una modestia increible. Digo increible y deberia decir incomprensible, es algo que no logro comprender. Soy ambicioso, inquieto, necesito creer que lo que escribo es excepcional, que sera admirado, me exalto creyendolo y me derrumbo cuando dejo de creerlo. Patrice no. Disfruta dibujando lo que dibuja, pero no cree que sea excepcional y no necesita creerlo para vivir en paz. Tampoco intenta cambiar de estilo. Seria para el tan imposible como cambiar de suenos: no puede hacer nada al respecto. Pense que en esto era un artista.

Llamaron al telefono mientras mirabamos sus dibujos. ?Ah! ?Antoine!, dijo Patrice al descolgar. Entonces, ?ya esta? Ya estaba. Laure, la mujer de Antoine, acababa de dar a luz a su primer hijo. ?Arthur? Es bonito, Arthur. De pie al lado de Patrice, que felicitaba a su cunado, temi que le dijera que yo estaba alli. Me imagine, aunque el tuviera otra cosa en que pensar, el asombro de Antoine al saber que yo habia ido a pasar unos dias sin Helene en Rosier, y mas aun el de sus padres. Yo no le habia pedido a Patrice que guardase el secreto de mi visita, y sin embargo el, que estoy seguro de que nunca miente, mintio por omision al no mencionar mi presencia.

Marie-Aude y Jacques son los ultimos a los que hable de este libro. Al contrario que el de Patrice, su duelo me intimida. Al interrogarles temia despertar su afliccion, lo que es absurdo porque nunca duerme y el tiempo no la mitigara. Afrontan su pena ocupandose de sus nietas cada vez que pueden, no hablando, sino con una atencion y delicadeza extremadas. Patrice, Etienne, Helene y yo, cada uno a su manera, creemos en las virtudes terapeuticas de la palabra. Jacques y Marie-Aude, como mis propios padres, las niegan: never explain, never complain podria ser su lema. Asi pues, aguarde hasta haber acabado casi este texto para informarles de su existencia y, al mismo tiempo, pedirles que colaborasen contandome lo que nadie puede contarme mejor que ellos: la primera enfermedad de Juliette. No hablan de ella ni siquiera entre ellos, como tampoco de su segunda enfermedad y de su muerte, pero aceptaron, con la esperanza de que este libro haga un dia, mas tarde, algun bien a las pequenas. Comenzaron sentados en unas butacas de su salon, a buena distancia uno de otro, y despues el fue a sentarse cerca de ella en el sofa, la agarro de la mano y ya no se la solto. Cada vez que uno hablaba, el otro le miraba con ternura e inquietud, temiendo que se viniera abajo. Las lagrimas brotaban, se sobreponian, se disculpaban: es su modo de sobrellevarlo y de amarse.

Juliette tenia dieciseis anos, entraba en primer curso de bachillerato cuando le enseno a su madre una bola gruesa que le dolia en el cuello. La llevaron de inmediato al Hospital Cochin, despues a un centro de radioterapia donde le diagnosticaron la enfermedad de Hodgkin, el cancer del sistema linfatico que se habia inventado Jean- Claude Romand. Jacques y Marie-Aude no creen en el inconsciente, sino en la actividad aleatoria de las celulas; seria inutil y cruel plantearles la hipotesis psicosomatica; ademas, en el caso de su hija no hay gran cosa que la sostenga, aun cuando Patrice evoca un sentimiento de abandono, siendo nina, del que alguna vez hablaba al final de su vida. Se planteaba una cuestion de otra manera urgente: la del tratamiento. Para el equipo medico eran interlocutores dificiles, puesto que estaban muy informados y eran muy exigentes, y el medico que cuidaba a

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