Ella sonrie, divertida por su vehemencia, como tantas otras veces. La cosa podria haber quedado ahi, pero el no quiere limitarse a esto y anade: estas harta, ?eh?

Ella se encoge de hombros.

Yo tambien estoy harto, prosigue el.

Y cuando Etienne me cuenta esta escena lo repite: estoy harto.

Despues me explica: es una frase muy simple pero sumamente importante, porque es una frase que uno se prohibe. Se prohibe no solo pronunciarla, sino pensarla, en la medida de lo posible. Porque si empiezas a pensar: «estoy harto», enseguida pasas a pensar: «no es justo», y: «podria llevar otra vida». Ahora bien, estos pensamientos son insoportables. Si empiezas a decir: «no es justo», ya no puedes vivir. Si empiezas a decir que la vida podria ser diferente, que podrias correr como todo el mundo para coger el metro o jugar al tenis con tus hijos, la vida se corrompe. «Estoy harto» y, detras de «estoy harto», «no es justo» y, detras del «no es justo», «la vida podria ser distinta», son pensamientos que no conducen a nada. No obstante, son pensamientos que existen, y tampoco es bueno gastar toda tu energia en hacer conio si no existieran. Es complicado, adaptarse a estos pensamientos.

Contigo mismo tienes un poco de margen, pero la regla, y los dos se dan cuenta de que es la misma para ambos, es no hablar de esto con los demas. Cuando dicen los demas, se refieren al otro principal, Nathalie para el, Patrice para ella. Es importante ocultarles estos pensamientos a ellos, a los que en principio se les puede decir todo. Porque les duelen, les causan un dolor compuesto de pena, de impotencia y de culpabilidad, que hay que tener cuidado en no endosarles. Pero tambien hay que tener cuidado en no extremar este cuidado, en no vigilarse demasiado ante el otro. A veces, dice Etienne, con Nathalie me abandono. Le suelto que estoy harto, que me parece demasiado duro y demasiado injusto tener una pierna de plastico, que tengo ganas de llorar, y lloro. Surge cuando la presion es excesiva, una vez cada tres o cuatro anos, y luego se pasa hasta la proxima. Y tu, ?se lo dices alguna vez a Patrice?

Alguna vez.

?Y lloras?

Alguna vez.

Mientras intercambian estas palabras, las lagrimas empiezan a deslizarse por las mejillas de ambos. Fluyen sin verguenza, sin que las repriman, incluso hay alegria en derramarlas. Porque poder decir: «es duro», «no es justo», «estoy harto», sin temer que el interlocutor se sienta culpable, poder decirlo con la seguridad -son palabras de Etienne- de que el otro oiga lo que dices tal como lo dices, ni mas ni menos, de que no proyecte nada sobre ello, es una alegria y un alivio inmensos. Asi que continuan. Saben o adivinan que solo se concederan una vez este abandono, que no volveran a concederselo porque de lo contrario se convertiria en una complacencia, pero esta tarde se lo consienten.

Yo, cuando estoy en el cuarto de bano, cuento puntos de tenis. Los visualizo. Hace veinte anos que no juego al tenis, pero sigo jugando mentalmente y se que lo echare en falta hasta el final.

Para mi es la danza, encadena Juliette. Adoraba bailar, baile hasta los diecisiete anos, no es mucho tiempo, y a los diecisiete supe que nunca volveria a bailar. El mes pasado, en la boda del hermano de Patrice, miraba bailar a los demas y me moria de ganas de hacerlo. Sonreia, les queria, estaba feliz de estar alli, pero hubo un momento en que pusieron algo que poniamos siempre cuando tenia mis piernas, YMCA, ?te acuerdas?: Uai-em-ci-ei! Creo que habria dado diez anos de mi vida por bailar aquello, los cinco minutos que dura la cancion.

Mas tarde, ya embriagados con estas confidencias, ella dice, mas gravemente: al mismo tiempo, si no me hubiera ocurrido, quiza no habria conocido a Patrice. Seguro que no. Ni siquiera le habria visto, que digamos. Habria amado a un hombre completamente distinto: mas brillante, mas seductor, del estilo que me correspondia en el mercado porque yo era bonita y brillante. No digo que la enfermedad me haya hecho mas inteligente y profunda, pero gracias a ella estoy con Patrice, gracias a ella existen las ninas, y esto es lo contrario de la decepcion, lo contrario de la amargura, no pasa un dia sin que me diga: tengo el amor. Todo el mundo lo persigue, pero yo, que no puedo correr, lo tengo. Me gusta esta vida, me gusta mi vida, la amo totalmente. ?Comprendes?

Muy bien, dice Etienne. A mi tambien me gusta mi vida. Por eso es tan dificil decirle a Nathalie: estoy harto. Porque si se lo digo piensa que yo quisiera vivir una vida distinta, y como no puede darmela se entristece. Pero decir que estas harto no quiere decir que quieras cambiar de vida, ni siquiera que estas triste. ?Tu estas triste?

Juliette ya no lo esta.

Se habian reconocido. Habian padecido los mismos sufrimientos, de los que solo se hace idea quien los ha padecido. Los padres de ambos eran parisinos y burgueses, cientificos y cristianos: los de Juliette, de derechas, los de Etienne de izquierdas, pero esta diferencia tenia poca importancia comparada con la idea, igualmente elevada, que estas familias tenian de su rango. Los dos se habian casado con personas de un medio mas modesto, como se decia en el suyo (nota de Etienne: «no en el mio»), y las amaban profundamente. Sus matrimonios eran el centro de su vida, la clave de sus logros. Los dos tenian este fundamento y se habrian sorprendido si les hubieran dicho, antes de conocerse, que les faltaba algo. Pero ese algo cuya falta no notaban lo acogieron, cuando llego, con gratitud y maravillados. Etienne, fiel a su mania de contradecir a sus interlocutores, recusa la palabra amistad, pero yo digo que entre amigos es asi, y que tener en la vida un verdadero amigo es tan raro y precioso como un verdadero amor. Es cierto que entre un hombre y una mujer es mas complicado, porque se inmiscuye el deseo y con el el amor. En este sentido, respecto a ellos, no tengo nada que decir, o solamente que Patrice, por su lado, y Nathalie, por el suyo, comprendieron que por primera vez otra persona contaba en la vida de Juliette y Etienne, y que se resignaron a ello.

Aparte de la que acabo de referir, apenas tenian conversaciones intimas. Hablaban del trabajo. A uno puede gustarle trabajar con alguien como le gusta hacer el amor con alguien, y Etienne, que sobrevivio a Juliette, sabe que siempre anorara su relacion con ella. No habia ningun contacto fisico entre ambos. Se habian estrechado la mano al principio de su primer encuentro, pero no al final, ni nunca posteriormente. Tampoco se besaban, no se saludaban siquiera con un gesto de la cabeza, no se decian hola ni adios. Aunque se hubiesen separado la vispera o durante un mes de vacaciones, se reencontraban como si uno volviese de la habitacion contigua, adonde habia ido a buscar un expediente un minuto antes. Pero habia, dice Etienne, algo carnal y voluptuoso en su manera conjunta de ejercer el derecho. Los dos amaban el momento en que se descubre el fallo, en que el razonamiento surge fluido, se desarrolla por si solo: adoro, decia Juliette, cuando tus ojos empiezan a brillar.

Sus respectivos estilos como magistrados diferian en todo. Juliette era sosegada, tranquilizadora. En la audiencia siempre empezaba explicando como iba a desarrollarse la sesion. Lo que era la justicia, por que se habian reunido. El principio de la prueba y el de la contradiccion. Si habia que repetir las explicaciones, las repetia. Se tomaba todo el tiempo necesario, ayudaba a los comparecientes que no comprendian bien o se expresaban mal. Etienne, por el contrario, era brusco y en ocasiones brutal, capaz de cortar a un abogado diciendole: «Le conozco, letrado, se lo que va a decir, no se moleste en argumentar, siguiente asunto.» La gente salia desestabilizada de sus audiencias, y calmada de las de Juliette. Estas diferencias se veian hasta en el estilo de sus sentencias, me dice Etienne, que describe el de Juliette como clasico, claro, equilibrado, y el suyo propio como mas bien romance: aspero, irregular, con cambios de tono para los que francamente no tengo el oido ejercitado, pero me gustaria ser capaz de percibir.

Libraron los mismos combates, mas exactamente Juliette se adhirio a los de Etienne en materia de derecho de vivienda y derecho de consumo, pero pienso que no les impulsaban los mismos motivos. En mi opinion, si un tipo tan brillante como Etienne eligio la primera instancia, la provincia, casos minusculos, fue porque preferia ser el primero en su pueblo que correr el riesgo de ser el segundo o el centesimo en Paris, en el tribunal superior, en la palestra. El Evangelio, Lao-Tse, el I King invitan unanimemente a «favorecer lo pequeno», pero cuando personas como Etienne o yo, que nos parecemos mucho en este aspecto, adoptamos estas estrategias de humildad, es obviamente por un gusto inquieto y contrariado por la grandeza, y adivino en sus compromisos una vanidad de autor, un deseo de reconocimiento aplicados a objetos que debo confesar que me parecen irrisorios, como si la vanidad de autor que a mi me atormenta se aplicase a algo incomparablemente mas noble.

Juliette no tenia esta clase de problemas. La oscuridad le convenia, soportaba muy bien que Etienne pasara

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